EE.UU., 2014, 148′
Con Joaquin Phoenix, Josh Brolin, Katherine Waterstone, Owen Wilson, Reese Witherspoon, Benicio Del Toro, Joanna Newsome, Martin Short, Jena MaloneMalditos, sucios, inútiles hippies (*)
Por Emiliano Andrés Cappiello
Pocas veces me costó tanto terminar de ver una película como con Inherent Vice, film que avanza durante dos horas y media con un exasperante desinterés por la narración. El costado más snob de la cinefilia, inquebrantable en su compromiso con cualquier embole bien fotografiado, festeja el plomazo de Anderson mientras compiten a ver quién le encuentra más referencias. Altman, Hawks, Lebowski y Gilliam/Hunter S. Thompson aparecen en todas las discusiones como intentando demostrar las supuestas bondades de Inherent Vice por propiedad transitiva. A Paul Thomas ya lo consagraron como Genio, y si la película no lo confirma se encontrarán razones en otro lado para justificarlo.
Inherent Vice se basa en la novela homónima de Thomas Pynchon. En el papel, Inherent Vice parecería escrita a la medida de Anderson. Un relato lleno de personajes llamativos ambientado en una época clave de la historia americana. Las comparaciones con Boogie Nights son inevitables. Pero hay combinaciones idílicas en la teoría que fallan en la práctica, y éste es uno de esos casos.
El hecho de que Inherent Vice sea la adaptación de un libro es uno de los grandes problemas. Anderson no sabe adaptar, posee un respeto por el material original que anula su propia capacidad creativa. Inherent Vice es menos una película de P. T. Anderson que una versión ilustrada de la novela de Pynchon. Los 150 minutos del film poseen la misma intensidad dramática nula de comienzo a fin, como si cualquier modificación al ritmo de la narración fuese una desacralización del libro original. Esto es particularmente obsceno en los momentos humorísticos, con cada chiste (generalmente sobre Doc siendo golpeado por alguien) entregado sin timing, con una parsimonia que elimina todo humor. Decenas de personajes se pasean bajo la mirada disociada de PTA. Esta apatía del director no ayuda al espectador a seguir con claridad una trama laberíntica, de numerosos individuos que van y vienen constantemente. No me gusta contar la trama de las películas en los textos, pero en este caso no podría incluso de querer hacerlo. Doc Portello (Joaquin Phoenix) se ve involucrado en tantas líneas narrativas que a los 30 minutos ya me había mareado. En cierto nivel Anderson parece consciente de este problema, puesto que su único aporte original al relato es una narradora en off, pero su tono de hippie bajo los efectos de narcóticos sólo contribuye a los efectos narcolépticos del film.
Como un acto escolar de gran presupuesto, Inherent Vice no es más que una interminable representación visual de la novela y de la época, con planos bien compuestos pero fundamentalmente vacíos. El elenco abarca todo el espectro de los registros posibles, desde la siempre confiable Reese Whiterspoon a un insoportable Martin Short. Anderson no genera ninguna conexión con sus personajes, son siluetas unidimensionales, figuritas coleccionables de estereotipos de los setenta. Inherent Vice quiere ser un noir atravesado por la cultura hippie, pero no logra esbozar una idea más allá de la nostalgia default del fin del sueño hippie, que estuvo terminando desde que empezó. En un momento, el personaje de Owen Wilson se acerca a una mesa y el cuadro se convierte repentinamente en una versión aún más sucia de La Última Cena, tan calculada como insignificante en relación al film. En las inmortales palabras de Cartman: “No good dirty goddamn Hippies!”
A su manera, Inherent Vice es una gran apología del consumo de drogas: al mirarla, sólo con la ayuda de psicotrópicos puede uno sentir algo cercano a una emoción.
(*) Publicada en El Amante Cine, Marzo de 2015
