LA HABANA, Cuba. -Estaban en un guateque asando un lechoncito en púa y de improviso, en lo más alto de la canturía, llegó Raúl Castro con un cubo de agua y lo vertió sobre el fuego donde asaban el lechón. No se me ocurre una imagen más real para sintetizar el efecto causado en el ánimo de la disidencia cubana el discurso recién pronunciado por el general de Ejército en la cumbre del CELAC.
Es también, reciclada de modo que donde antes decía Raúl diga Secretario de Estado, la imagen exacta, cortada a la medida, para sintetizar el estado de ánimo en que, ripostando al inhóspito cubo de agua del presidente cubano, dejó a la militancia del PCC la declaración de gobierno de los Estados Unidos, declaración según la cual el restablecimiento de relaciones diplomáticas de aquel país con el nuestro no incluía la suspensión de Bloqueo, ni la entrega de la Base de Guantánamo, ni la autorización para venir a turistear.
“Entonces esta gente no han tenido que bajar del todo la cabeza como se venía diciendo en la TV y en los periódicos”, comentaba en la cola de la farmacia un fundador del partido.
Y en el partido no tan secreto de enfrente, el de la disidencia, he oído decir a alguien las siguientes desoladas palabras.
“En ese caso, nuestro trabajo por la democracia, más que favorecerse, podría agravarse. Estados Unidos y la Unión Soviética mantenían relaciones diplomáticas y, para lo demás, eran como gato y ratón. Siguiendo esta experiencia, si hasta ahora nos han encarcelado por disidentes, en lo adelante podrían fusilarnos acusados de espías al servicio de Estados Unidos tal cual le sucediera los demócratas rusos en épocas de la Unión soviética.”
Otros disidentes no se muestran tan pesimistas. Pasado el sofocón inicial por el inclemente cubo de agua con que se apareciera Raúl en la canturía, empiezan a mirar de nuevo el vaso y a descubrir que no estaba medio vacío sino sólo a medio llenar.
Los tiempos han cambiado. Por mucho que quisiera Raúl reeditar los métodos de la URSS no podría. Según Marx, oí decir a un disidente de entusiasmo proverbial y hombre de estudios, cada organismo lleva en sí el germen de su propia destrucción. Era el caso del socialismo con remiendos capitalistas cada vez mayores iniciado por Raúl para sobrevivir. Los ya casi quinientos mil cuentapropistas, ejército que no dejaba de crecer, serían los enterradores del sistema.
Cierto: esa gente no son políticos, son comerciantes, su asunto es ganar dinero e, inclusive, desearían no buscarse problemas con el gobierno a los efectos de seguir haciendo dinero, pero, gran paradoja, por ser gente que se ha independizado en lo económico, se han convertido en un poderoso sector político.
He ahí, en esa gente con iniciativa pero todavía sin conocimiento de sus derechos, seguía diciendo el docto disidente de mi cuento, un sector para trabajar. El “botero”, por ejemplo, todavía no sabe que el pago de sus impuestos le da derecho a exigir calles sin baches, y así caso por caso, sector por sector, el gastronómico, el de los mecánicos, y cuando vienes a ver tienes creado un público semejante en intenciones al de la montaña en vísperas de la toma de la Bastilla.
Otros disidentes más entusiastas que aquel primero, por lo que me cuentan, se han confiado a la idea tal vez exagerada de que a Raúl y sus ya mus escasos históricos no les han de quedar muchas afeitadas, y acaso exagerando aún más, no vislumbran en el Consejo de Estado a nadie con poder de convocatoria para hacerse seguir ni en su casa, y menos, aseguran, en la circunstancia de un gobierno que durante cincuenta y cinco años ha probado que el socialismo no pasó de ser una fantasía del soñador Carlos Marx.
En fin, La Habana, la ciudad cubana desde donde estoy tomándole el pulso a la situación política, vive hoy una época de pronósticos semejante a los del Instituto de Meteorología en la temporada del primero de junio al 30 de noviembre. Excepto que es época de ciclones, nadie sabe cuándo ni por donde entrarán.
El público, por su parte, el gran público, continúa cejijunto matándose para coger el ómnibus y esperando su remesa, como si lo del cubo de agua no fuera con él. Ni las adivinaciones de la disidencia ni los entusiastas pronósticos del nuevo modelo económico del gobierno le importan. Creyendo interpretar este sentir, una anciana maestra jubilada, que vende empanadillas en los hospitales, me decía muy experimentada:
“No pierda usted su tiempo oyéndolos. Aquí no va pasar lo que digan o puedan dejar de decir Raúl y sus contrarios. Va a pasar lo que quiera Dios.”