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Neopopulismo: la imposibilidad del nombre Carlos Durán Migliardi Notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitral y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo. Jorge Luis Borges. En curiosa y sorprendente analogía con la fantasmagórica presencia del comunismo anunciada por Marx en 1848, no son pocas las alusiones al populismo como un fantasma que, nunca presente del todo, se resiste a desaparecer de escena. Ya en la década de 1960, Ionescu y Gellner (1969: 7) presentaban una obra compilatoria sobre este tema con las siguientes palabras: Un fantasma se cierne sobre el mundo: el populismo. Una década atrás, cuando nuevas naciones emergían a la vida independiente, el interrogante que se planteaba era: ¿cuántas de ellas se volverán comunistas? Hoy esta cuestión, entonces tan plausible, suena un poco anticuada. En la medida en que los dirigentes de los nuevos estados abrazan una ideología, ésta tiende con mayor frecuencia a tener un carácter populista. Yel populismo no es una actitud limitada a las nuevas naciones. Dentro del mundo comunista existen fuertes corrientes que se desplazan en dirección a él, y en el ansioso o agónico reexamen al que diversas sociedades desarrolladas se han entregado en los últimos tiempos, los temas vinculados con el populismo ocupan un lugar de gran relevancia. Casi cuarenta años después, en un contexto sustancialmente distinto, esta analogía fantasmagórica vuelve a cobrar cuerpo, ahora referida a la irrupción del fenómeno populista en la Latinoamérica de la década de 1990. Nuevamente, una curiosa presentación acerca de un tópico con un inasible objeto lo anunciaba: "El populismo pareciera ser un fantas- 84. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre ma, una suerte de doble permanente, que persigue al análisis político de Latinoamérica" (Burbano de Lara, 1998: 9).1 Un poco más visible, pero igualmente fantasmagórica es la presencia que Aguilar (1994: 6) denuncia a las mentes ingenuas de quienes, presurosos, habían enterrado al fantasma que amenaza, cual Lázaro, con resucitar: En México sigue viva, seductora, una concepción populista de la política y de las políticas del Estado y del gobierno, concepción que los sectores modernos del país, ilustrados y pluralistas, consideran ya liquidada o en franca extinción [...] el populismo no ha muerto, puede ser resucitado como Lázaro, está al acecho y su regreso será siempre la amenaza más destructiva a los esfuerzos que muchos hacemos por construir un gobierno de leyes y un régimen democrático, una hacienda pública responsable y una administración pública eficiente, una cultura de las responsabilidades y una economía expansiva, capaz de producir empleo y bienestar duradero. De regreso, el populismo pasará una vez más por encima de leyes, libertades políticas, racionalidad económica, responsabilidad social. ¿Dónde situar el fantasma del populismo? Difícil pregunta, si de lufantasmas se trata. Aventuremos dos posibles respuestas: en セゥュ・イ gar, fantasma como una realidad inaprensible, que no se deja ver completamente, que se escapa a todo control por medio de la nominación sociológica o politológica (expresión epistemológica); en sezungo lugar, fantasma como amenaza, como crisis, como dislocación del orden (expresión política). Tales han sido, creo, los usos recurrentes de la metáfora del fantasma en los distintos contextos en los cuales el populismo se ha presentado como tópico de la literatura sociológica y politológica. Ahora bien, cuando en Latinoamérica se alude al populismo, son pocos los consensos posibles de encontrar que no sean precisamente los Una recurrencia más reciente a esta misma alusión se encuentra en Loaeza (2001). Carlos Durán Migliardi • 85 de su comprensión en tanto fantasma objeto de una nominación que se utiliza como mecanismo expiatorio, una suerte de moderno acto de exorcismo por medio del cual la propia invocación al fantasma permitiría su desaparición. Distintos son los procedimientos, pero uno solo el objetivo: expulsar al fantasma de escena/Y sin embargo, el fantasma y su terrible materialidad reaparecen. Es así como, en la década de 1970, la puesta en duda de la propia sobrevivencia -material y simbólica- de unas ciencias sociales acosadas por el terror militar en los países del Cono Sur y Centroamérica suspendió la preocupación por los populismos; si a comienzos de la década de 1980 las ciencias sociales colocaron el acento en la búsqueda por consolidar las precarias condiciones de reemergencia de las nuevas democracias, a principios de la de los noventa, el fantasma -inicialmente visto en los años sesenta del siglo xx- reaparecía con nuevos bríos, para esconderse, sólo durante un tiempo, y retornar, con ropajes novedosos y de manera inesperada, en este siglo XXI. ¿Cómo explicar esta ornnipresenciai>' ¿Cómo se ha manifestado esta presencia fantasmal del populismo en la gramática de las ciencias sociales latinoamericanas? Para abordar estas interrogantes, creo pertinente aventurar una tercera anatomía del fantasma, situándolo ya no en un afuera objeto de la nominación y de la preocupación política, sino más bien en el interior mismo de cada uno de losgestos nominativos que lo hacen visible. En concreto: a partir de la indagación relativa a la forma en que la categoría de populismo ha retornado sistemática y periódicamente al campo de las ciencias sociales latinoamericanas, buscaré sostener que su carácter fantasmagórico hay que asumirlo más como un efecto "interno" que "externo". y es que, a fin de cuentas, sabemos ya que todo fantasma tiene mucho que ver con nuestros propios miedos y deseos: nuestro miedo al exceso y nuestro deseo de plenitud. Para explicitar el objetivo de este trabajo, un breve rodeo es necesario. Concentrémonos entonces en una dicotomía ofrecida por Richard Rorty: la dicotomía entre "metáfora viva" y "metáfora muerta". Para 86. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre Rorty (1996), quien habla desde un lugar advertido acerca del carácter performativo y no representativo del lenguaje, el campo de las enunciaciones lingüísticas y de las disputas en torno a la verdad debe ser entendido como eminentemente metafórico, compuesto por figuras retóricas que pugnan por ocupar su contingente lugar. Sin embargo, dicha contingencia no se presenta como infinita, puesto que existen momentos de cristalización en los cuales algunas metáforas logran imponerse respecto a otras que continúan haciendo ver su origen azaroso. A las primeras, Rorty las denomina metáforas muertas, mientras que las segundas ocupan el nombre de metáforas vivas. Origen retórico de toda enunciación, entonces, es lo que ve Rorty tanto en el lenguaje como en las disputas permanentes en torno a la verdad. Sin embargo, y tal como el mismo Rorty advierte, la disputa en torno a la verdad suele resolverse, contingentemente, al lograr algunas metáforas instalarse como fuentes depositarias de la verdad. En el ámbito específico de las ciencias sociales, esta distinción suele manifestarse permanentemente. Con claridad, en este campo del saber suelen gestarse disputas categoriales que -por diversos motivos- devienen en la consolidación de algunos conceptos y en su conversión en verdades consensuadas por la comunidad, por una parte, y en la exclusión de otras y su expulsión del campo, por otra. Sin embargo, suele ocurrir que algunas categorías manifiesten una anómala persistencia. El caso del populismo pareciera corresponder a una de esas manifestaciones. Digo anómala persistencia en atención al hecho de que, paradójicamente, la categoría de populismo ha permanecido presente pese a su permanente imposibilidad de producir un cierre categorial mínimamente consensuado por la comunidad científica. Es decir, pese a su imposibilidad para cristalizarse en lo que Rorty denominaría como una metáfora rnuerta.s 2 Cabe señalar que aun cuando gran parte de los conceptos que suelen utilizarse en el campo de las ciencias sociales y de la ciencia política en particular se encuentran sujetos a permanente debate y recreación, pocos son los que de manera igualmente recurrente corren peligro de desaparecer. Carlos Durán Migliardi • Consideradas desde un punto de vista epistemológico, las paradojas que permanentemente acosan a la categoría de populismo debieran haber sido causa de su exclusión de la gramática de las ciencias sociales. Ya sea considerando las múltiples "falsaciones" de las cuales ha sido objeto (Popper, 1983), ya sea advirtiendo en la imposibilidad de "anticipar eventos" y su consecuente conversión en una categoría "regresiva" (Lakatos, 1983), lo cierto es que el populismo no presenta el suficiente poder explicativo que amerite su permanencia como categoría de comprensión de los fenómenos políticos. No obstante, este concepto reemerge constantemente en Latinoamérica. ¿Cuáles son las causas de tal recurrencia?; ¿a qué se debe que la actual ciencia política liberal que domina.el campo de la reflexión política en Latinoamérica insista en la definición de un fenómeno político tan difícil de aprehender como lo es el populismo?; ¿por qué, a fin de cuentas, el fantasma del populismo insiste en reaparecer en el campo de las ciencias sociales? En definitiva: ¿por qué continuar lidiando con el fantasma? Luhmann planteaba que cuando se percibe un desacuerdo sustancial entre distintas formas de nominar a un objeto, lo más productivo es dejar de "observar" a ese objeto y comenzar a "observar al observador". Pues bien, tal es la recomendación que aplicaré en este texto. Y para ello, asumiré una estrategia doble: 1) me sustraeré a la discusión en torno a la existencia-inexistencia del populismo; y 2) me concentraré en la lógica interna de producción del fantasma populista, en el contexto del así llamado "neopopulismo", El presente trabajo, entonces, tendrá por objetivo buscar al fantasma ya no en las afueras, sino en el interior mismo de la práctica de las ciencias sociales latinoamericanas. Para ello, seguiré los siguientes pasos: en la primera parte, me concentraré en los aspectos que a mi juicio resultan centrales en la redefinición del populismo, atendiendo tanto a lo que específicamente lo caracteriza como a las condiciones históricas que lo hacen posible de acuerdo con la gramática de las ciencias sociales. 87 88. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre En la segunda parte abordaré, a partir de la concentración en algunos de los rasgos previamente definidos como propios del populismo, la problemática a mi juicio "indecidible" de la delimitación de su especificidad en relación con la dinámica y con los rasgos que caracterizan a la política propia de los contextos democrático-liberales. Intentaré sostener que en la producción de la categoría neopopulismo subyace una implícita configuración de un contínuum dentro del cual sus rasgos se diluyen en la imposibilidad de una traducción categorial de su significado. Populismo: la invocación del fantasma El dilema central de las conceptualizaciones acerca del populismo reside en la búsqueda para lograr elaborar un concepto que, a medio camino entre su "contexto de emergencia' y la "categoría pura", logre aprehender la especificidad de dicho fenómeno político. Para quienes pugnaban a partir de la década de 1990 por reinstalar la categoría, la solución a este dilema pasaba entonces por "reconfigurar" su sentido, excluyendo de su definición aquellos atributos que no le eran esenciales y definiendo con precisión la dimensión particular en la que éste se expresaría. En palabras de Weyland (2004: 29): Parece aconsejable abandonar las nociones de dominio múltiple -tanto las acumulativas como los conceptos radiales- y redefinir al populismo como un concepto clásico ubicado en un único dominio. Esta reconceptualización mejora la claridad al identificar el dominio central del populismo mientras descarta atributos de otras esferas que no son esenciales. Mientras que los conceptos acumulativos y radiales requieren que la extensión de una noción sea delimitada en diferentes dominios y de esta manera creen múltiples conflictos limítrofes, los conceptos clásicos enfatizan un dominio y por lo tanto facilitan la delimitación de la extensión del populismo. Más allá, los concep- Carlos Durán Migliardi • tos clásicos calzan en un sistema jerárquico de conceptos mientras que la relación entre los diferentes conceptos acumulativos o radiales -que crean una amplia zona gris de instancias imperfectas o subtipos disminuidos- es menos clara. La propuesta de Weyland, como vemos, buscaba fundamentarse en la necesidad de evitar el uso de categorías que adicionen atributos pertenecientes a distintos ámbitos o dimensiones de la vida social o que, en la búsqueda de su precisión, pierdan toda relación con sus contextos de inscripción contextua] específicos. Para resolver los dilemas planteados, Weyland opta por la tercera modalidad de definición enumerada más arriba, y restringe el concepto de populismo a su dimensión específicamente política, asumiéndolo como una modalidad respecto a la cual el contexto opera meramente como entorno: Una definición política del populismo es entonces preferible. Ésta conceptualiza al populismo como la forma específica de competencia y de ejercicio del poder político. A la vez, sitúa al populismo en la esfera de la dominación y no de la distribución. Primero y principalmente, el populismo da forma a patrones de reglamentación política, y no a la distribución de beneficios o pérdidas socioeconómicas. Esta redefinición política captura de mejor forma el objetivo básico de los líderes populistas, principalmente el ganar y ejercer el poder mientras utilizan políticas económicas y sociales como un instrumento para este propósito. Por lo tanto, esta reconceptualización está más acorde con el oportunismo de los líderes populistas y la carencia de un compromiso firme con políticas sustantivas, ideas o ideologías (Weyland, 2004: 30). Hasta aquí, creo que la intención de Weyland representa gruesamente los objetivos y la lógica nominativa presente en gran parte de las definiciones relativas al "neopopulisrno". Así, tenemos que las nuevas es- 89 90. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre ". trategias nominativas 1) buscan liberar la categoría de constricciones contextuales; 2) especifican un campo o dominio en el cual ésta se expresa, e 3) identifican dicho dominio como exclusivamente político. Sin embargo, hasta aquí sólo he mencionado la lógica mediante la cual se accede a la categorización, mas no al contenido específico de la misma. Debemos preguntarnos entonces: ¿qué es en concreto el neopopulismo? Frente a esta pregunta, la respuesta que más frecuentemente se ofrece en la variada oferta del mercado nominativo es la comprensión de éste como un estilo particular de acción política. Esta definición opera a partir de la detección de una serie de rasgos que, siendo propios de una política y un escenario que de modo general se puede denominar como democrático, o bien se exacerban o bien se aminoran. Antes de definir estos rasgos en su especificidad, observemos algunas de las definiciones dadas a este "estilo populista". Comenzaré con la enumeración "sintomática" de los atributos que, a juicio de Novara y Palermo (1996: 20) permiten ver a Menem como un líder que ambiguamente hacía uso del tradicional repertorio peronista: 3 Menem movilizó en su provecho, para fundamentar ante la sociedad su audaz plan de reformas, y lograr el acompañamiento de sus votantes y su partido, no pocos de los recursos típicamente peronistas: la confianza en el líder como conductor de la refundación de la nación y de la unidad delpueblo ayudó a sortear los problemas de credibilidad iniciales; las invocaciones contra la clase política y la política tradicional, que tanto provecho le habían proporcionado a Perón en su momento, justificaron el reclutamiento de figuras de otras corrientes políticas, incluso artistas y empresarios, la descalificación de sus adversarios y el disciplinamiento de sus legisladores al curso reformista; el tradicional pragma- tismo peronista le permitió absorber el discurso del libre mercado y el alinea- 3 En lascitas que siguen, lascursivas son mías. Carlos Durán Migliardi. 91 miento con los Estados Unidos sin demasiados problemas. En suma, de no haber sido peronista, difícilmente Menem hubiera logrado convencer a sus seguidores y aliados de apoyarlo en el camino emprendido durante estos años. Observemos ahora estas definiciones: Veo al populismo como un estilo de moviLización politica basado en una pode- rosa retórica de apelación al puebLo y a La acción de Las masas al servicio de un Líder. La retórica populista radicaliza el componente emocionaL común a todos los discursos políticos. Es una retórica que construye a la política como una lucha moral y ética entre la oligarquíay elpueblo. El discurso populista convierte a la política en una lucha por ualores morales, sin aceptar el compromiso o el diálogo con el oponente. La política populista está basada en la acción de Las masas. Las masas ocupan directamente el espacio público para demandar participación política e integración. A su vez, esas masas son usadas por el líder para intimidar al adversario. Los actos masivos llegan a ser dramas políticos en los cuales el pueblo se siente a sí mismo un verdadero participante en la escena política. Las políticas populistas incluyen todas esas características. Es una alianza intercLasista basada en un Liderazgo político carismdtico; un discurso maniqueo y moralista que divide a la sociedad entre el pueblo y la oLigarquía; redes cLientelistas que garantizan el acceso a recursos públicos; y formas de participación política en las cuales las demostraciones públicas y masivas, la aclamación de los líderes y la ocupación de los espacios públicos en el nombre de un líder son más importantes que los derechos ciudadanos yel respeto a los procedimientos liberal-democráticos (De la Torre, 2000: 4).4 En términos muy amplios, el populismo puede ser definido como un estilo de hacer política sustentado en la movilizaciónde masas y un Liderazgo ca- 4 La traducción es mía. Un mayor desarrollo de estas ideas se halla en De la Torre (1992). 92. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre rismdtico. Surge como parte de los procesos de modernización social y política limitados. Estos se caracterizan por un sistema partidario frdgil, debilidad institucional y amplios segmentos de la población no incorporados o excluidos de la política (Ibarra, 2004: 130). Se trata de una forma de liderazgo muy personalizada que emerge de una crisis institucional de la democracia y del Estado, de un agotamiento de las identidades conectadas con determinados regímenes de partidos y ciertos movimientos sociales, de un desencanto generalfrente a lapolítica, y del empobrecimiento generalizado tras la crisis de la década perdida (Burbano de Lara, 1998: 13). [Características del populismo] son la presencia de: 1) un patrón perso- nalista y paternalista, aunque no necesariamente carismático, de liderazgo político; 2) una coalición política policlasista, heterogénea concentrada en los sectores subalternos de la sociedad; 3) un proceso de movilización política de arribahaciaabajo, que pasa por alto las formas institucionalizadas de mediación o las subordina a vínculos mds directos entre el lídery las masas; 4) una ideología amoifa o ecléctica, caracterizada por un discurso que exalta los sectores subalternos o es antielitistay/o antiestablishment; 5) un proyecto económico que utiliza métodos redistributivos o clientelistas ampliamente difundidos con el fin de crear una base material para el apoyo del sector popular (Roberts, 1999: 381). [Los neopopulismos] se sustentan en liderazgos cuyo vínculo con el electorado está mediado por un prestigio social obtenido al margen de lapolí- tica, una laborasistencialista desplegada a través de medios no convencionales, una precariedad ideológica sustituida por la imagen pública del caudillo y el claro predominio de la dimensión simbólica de la representación política (carisma) respecto a la dimensión institucional (partido) (Mayorga, 1998: 119). Carlos Durán Migliardi • Me detendré aquí, pues ya contarnos con algunas de las características más mencionadas a la hora de definir el neopopulismo. Con algunas diferencias (que para efectos de este análisis no son significativas), el neopopulismo es definido en función de dos aspectos clave: en primer lugar, su emergencia como resultado de un trasfondo histórico de crisis de la democracia, de ausencia de mecanismos efectivos de integración de sectores que se encuentran frágilmente integrados a la dinámica política y de debilidad institucional; en segundo lugar, con base en su encarnación en una serie de rasgos tales corno la movilización de masas sin mediación institucional, la presencia de expresiones ideológicas amorfas, puramente retóricas o simples interpelaciones emocionales o simbólicas, un fuerte liderazgo tendencialmente carismático, una relación de carácter clientelista con bases sociales de apoyo policlasista o, derechamente, sin relación directa con la estructura social, y una tendencia a la división maniquea de la sociedad, usualmente bajo la distinción entre el pueblo y la oligarquía. ¿Cuál es la naturaleza de estos rasgos?; ¿de qué manera diferenciarlos respecto a aquellos que constituyen tanto a las democracias liberalrepresentativas como a los regímenes autoritarios? A continuación intentaré contestar estas interrogantes, dando cuenta del contenido específico de cada uno de los rasgos que definen el estilo populista. Vaguedad ideológica: el inaprehensible pragmatismo populista Paradójicamente -yen relación con los referentes ideológicos que definen al populismo- es usual que se asuma como un rasgo de éste su carencia de "contenidos ideológicos precisos y claramente delimitados" (Lazarte, 1999; Mackinnon y Petrone, 1999). En palabras de Aguilar (1994: 10): Verdadero Jano bifronte, atrapado e indeciso entre el futuro y el pasado, el populismo es políticamente todo agenda y nada implantación, todo un mundo 93 94. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre de buenas intenciones y una congénita incapacidad para realizarlas, gran pasión social y poco cerebro político, económico y administrativo. El populismo, de esta manera, puede encarnarse en formas ideológicas diversas, pero siempre trastocando sus contenidos rígidos en función de la primada de un "pragmatismo" que le permite un alto grado de "volatilidad ideológica". Obsérvese la siguiente definición ofrecida por Martuccelli y Svampa (1992: 63): Antes que cualquier cosa, el populismo es ese estilo de enfrentamiento con el mundo y a la vez de evasión; una pose tanto como una práctica; un discurso y, a la vez, un discurso que hace cosas con las palabras; una manera de movilizar al pueblo y, a la vez, de inculcarle prudencia; una vía de redistribución tanto como un esfuerzo de desarrollo, o el llamado a un sobresalto nacional; una forma de enunciación de la dominación tanto como una mistificación ideológica; un ataque a la oligarquía y una defensa de esa misma oligarquía. Este carácter aporético del populismo es el que impide asumirlo como una ideología o, dicho en otros términos, es el que sólo permite denotar, como su rasgo preciso a nivel ideológico, su vaguedad. En palabras de Kennet Minogue: "En contraste con las consolidadas ideologías europeas, estas creencias tienen la apariencia de paraguas abiertos de acuerdo con las exigencias del momento, pero desechablessin pena al cambiar las circunstancias [oo.] no pueden permitirse ser doctrinarios; el pragmatismo debe ser el único hilo de su comportamiento" (citado en Laclau, 2005: 25). Fruto de esa vaguedad, el populismo no puede ser pensado como una forma ideológica. Es precisamente ese rasgo lo que permite verlo como antesala ya sea de formas fascistas o socialdemócratas de integración social (Álvarez Junco, 1994); es decir, como expresión parasitaria de contenidos ideológicos que, más temprano que tarde, terminan por de- Carlos Durán Migliardi • vorarlo. Lo particular de esta vaguedad ideológica es que no sólo es reconocida por los liderazgos populistas sino que, al mismo tiempo, es celebrada y ensalzada como expresión de un "sano antiintelectualismo" y "antirracionalismo" que vuelve a esos liderazgos más cercanos a sus fuentes de apoyo social. ¿Cómo dar cuenta de este rasgo específico de los populismos? Evidentemente, el populismo no puede ser aprehendido a partir de la determinación analítica de sus contenidos ideológicos ni doctrinarios. El camino adecuado es más bien el de una sintomatología de las "fallas" de las democracias representativas, o bien el de una psicología social o una fenomenología que logre captar su sentido en un más allá de contenidos, objetivos y proyectos que claramente carecen de adecuación a un marco referencial que lo homologue, por ejemplo, con las expresiones ideológicas liberales: Dada la reconocida pobreza teórica de los populismos, el más obvio de los errores estratégicos es intentar estudiarlos como una ideología o una corriente de pensamiento, al estilo del liberalismo, por ejemplo, que puede explicarse a partir de la obra de grandes autores como Locke o Montesquieu[...] [los populismos] son fenómenos más primarios, del estilo de las religiones o los lazos de parentesco, y por tanto deben tratarse desde enfoques antropológicos o psicológicos más que intelectuales (ÁlvarezJunco, 1994: 12).5 ¿Qué hay de específico entonces en el populismo si no existe ideología? La respuesta es clara. Lo que hay es "pura retórica": "En lo fundamental, lo que caracteriza al populismo es el exceso. El excesode palabras 5 Este último aspecto es el que explica, en gran parte, la creciente presencia en la Ciencia Política y la Sociología de la visión "etnográfica" hacia fenómenos que, claro está, no contienen la "claridad" que se halla en expresiones políticas dotadas de contenido ideológico. Ejemplos prístinos de esta forma de aproximación al populismo se pueden hallar en De la Torre (2000, 1999, 1996, 1992); Alvarez Junco (1990), y Auyero (1998). 95 96. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre yel exceso de gasto [...] es una experiencia constituida enteramente en el espacio de un quehacer político fundado en la retórica [... (Cousiño, 2001: 194). No es necesario detenerme, pues queda clara la comprensión del componente retórico como un efectivo suplemento con el que los populismos hacen frente a su constitutiva carencia ideológica. r El liderazgo: o la irrupción de falsos profetas ¿Por qué el populismo triunfa en determinadas situaciones?; ¿qué ventajas tiene sobre las formas democrático-representativas de acción política? De la Torre (1999: 326), haciendo referencia a las cualidades que el liderazgo populista de VelascoAlvarado manifestó para instalarse centralmente en el espacio político ecuatoriano, señala que su discurso "no sólo articuló las demandas, aspiraciones y críticas existentes; también les dio una nueva forma que fue percibida como válida y creíble para amplios sectores de la población". Nos adentramos entonces al segundo rasgo característico de los populismos: la centralidad del liderazgo en la constitución de su identidad política. Si el populismo, como ya vimos, no contiene rasgos ideológicos que lo definan, hay que buscar la fuente de la cohesión que genera su unidad analítica en las cualidades que su líder manifiesta para construir identidades. Sin embargo, ¿cuál es la especificidad de tal liderazgo? A diferencia de los liderazgos contenidos en toda identidad política, elliderazgo populista se constituye como un eje central sin el cual difícilmente puede sobrevivir el estilo populista. Ejemplos de ello sobran: Alberto Fujimori, en Perú;Abdalá Bucaram,en Ecuador; Carlos Menem, en Argentina, junto a los liderazgos más recientes de Evo Morales y Hugo Chávez en Bolivia y Venezuela, respectivamente. Ahora bien, la consideración de este rasgo suele vincularse a un síntoma de niveles considerables de déficit en la configuración de los sistemas políticos de la región. Y ello, por cuanto la concentración de una Carlos Durán Migliardi • identidad política en una instancia personalista de representación deviene en la activación de problemas tales como la discrecionalidad del poder político una vez que el líder alcanza el poder ejecutivo, la consecuente imprevisibilidad de las decisiones y la erosión de la solidez de las instituciones político-democráticas. Lo expuesto coincide meridianamente con la definición que Guillermo O'Donnell (1997) ha desarrollado acerca de las así llamadas democracias delegativas. Considerando que dicha categoría ofrece una perspectiva analítica que ofrece "algo más" que la mera enunciación del rasgo en cuestión, plantearé una breve aproximación a su implicancia para la comprensión de lo que puede ser entendido como la especificidad del liderazgo populista.f Para O'Donnell, las transiciones democráticas inauguradas en Latinoamérica desde mediados de la década de 1980, pronto se enfrentaron a una serie de problemas ligados fundamentalmente con la incapacidad de los Estados para generar reformas tendientes al desarrollo de la ciudadanía y de las igualdades económica y social. Lo que este problema evidencia es la necesidad de impulsar una "segunda etapa de reformas democráticas" que ponga freno a la sedimentación de formas "delegativas" que se manifestarían como síntoma del desarrollo problemático de los regímenes políticos de Latinoamérica. ¿En qué consiste entonces el concepto de democracia delegativa? Sintéticamente, una democracia delegativa se caracterizaría por la pre- 6 Cabe una aclaración: el concepto que ofrece O'Donnell no es directamente homologable con el populismo. El autor se cuida de explicitar la diferencia que existiría entre ambos fenómenos políticos. Frente a esto, cabe preguntarse: ¿por qué explicar el liderazgo populista a partir de esta categoría? La respuesta a esta cuestión es doble: 1) porque, en general, la atribución al populismo del rasgo "liderazgo personalista" no suele ir acompañada de su enmarque en un esquema analítico como el ofrecido por O'Donnell, y 2) porque el concepto de democracia delegativa se sostiene en una gramática neoinstitucionalista a partir de la cual -implícita más que explícitamente- se ha constituido gran parte de la ciencia política latinoamericana actual. 97 98. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre sencia de un fuerte liderazgo situado en el poder ejecutivo; la inexistencia de una dinámica de pesos y contrapesos institucionales y formales que limiten la discrecionalidad presidencial; la atomización del cuerpo político contrastada con una movilización funcional en tiempos de elecciones; una concepción predominantemente tecnocrática de la política y, por último, una compleja relación de armonía en la superficie con formas democráticas de expresión tanto de la opinión pública como de las instituciones políticas. Esta expresión "anómala" -mas no contrapuesta con los principios básicos de un régimen político democrático poliárquico-- deviene en la generación de una serie de problemas para la consolidación de regímenes democráticos capaces de producir condiciones institucionales que aporten al cumplimiento de la agenda democrática en Latinoamérica. Sin embargo, ¿qué criterio es el que permite determinar analíticamente la especificidad de este fenómeno político?; ¿cuál sería el contenido demarcatorio posible de establecer para distinguir la democracia liberal-representativa de la democracia delegativa? El que las democracias delegativas se caractericen por el desempeño discrecional del poder ejecutivo en relación con los electores o ciudadanos no constituye un aspecto espedfico de la democracia delegativa, porque todo régimen democrático representativo se funda en el principio de prohibición del mandato imperativo con que Norberto Bobbio (1992) caracteriza a este tipo de democracias en oposición a las "democracias directas". Yasea concentrando el poder en la discrecionalidad del Ejecutivo, ya sea en mecanismos parlamentarios o aparatos institucionales altamente formalizados, la democracia representativa opera bajo el principio básico de separación entre gobernantes y gobernados, consecuentemente al cual opera el axioma de distinción entre intereses generales e intereses particulares. Visto así, el fenómeno político de las democracias delegativas no se relaciona con un supuesto origen espurio del poder ejecutivo ni menos con la ilegitimidad formal en el ejercicio del poder político. Más bien, su es- Carlos Durán Migliardi • pecificidad se encontrará en la ausencia de mecanismos de accountability horizontal que sí existirían en el caso de las democracias liberales representativas, tal como el mismo O'Donnell advierte. Dicho en otros términos: el problema que O'Donnell percibe en la democracia delegativa no se vincula con los mecanismos de accountability vertical-los que deberíamos entender como homologables a los de una democracia liberal-representativa-, sino más bien con la inexistencia o inoperancia de un diseño institucional que permita la ya mencionada dinámica de los pesos y contrapesos existente ahí donde la "rendición de cuentas" se encuentra institucionalizada. ¿Cuándo no se cumplen entonces los mecanismos de accountability horizontaP. Sumariamente, cuando una vez que se impone la discrecionalidad en el ejercicio del poder presidencial, la que se expresa tanto en sus tendencias decretistas como en su incomodidad con los mecanismos institucionales de control, supervisión y rendición de cuentas. De aquí a lo enunciado anteriormente acerca de la especificidad del liderazgo populista hay un solo paso, que el lector fácilmente podrá dar por sí mismo. En definitiva, la democracia delegativa constituye una expresión anómala de regímenes democráticos que aún adolecen de una serie de mecanismos institucionales que permiten un perfeccionamiento que asegura su durabilidad e inmunidad frente a la "amenaza autoritaria" y la "erosión ciudadana". En este sentido, la inflación de liderazgos discrecionales y poco adeptos al "control institucional" constituye, como he señalado, el aspecto central en la definición que O'Donnell ofrece de este fenómeno. Ejemplos prototípicos de democracias delegativas, a juicio de O'Donnell, lo constituyeron aquellos liderazgos encabezados por Menem, en Argentina; Fujimori en Perú y Collor de Melo en Brasil.? Todos ellos, 7 Desde una perspectiva distinta, Arenas (2005) atribuye estos rasgos al liderazgo de Hugo Chávez, adicionando un nuevo componente que haría aún más severa la amenaza para la consolidación de las democracias representativas: el militarismo. 99 100. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre por lo general, coinciden en ser nominados como representantes igualmente prototípicos del "neopopulismo". Pues bien: he aquí un argumento consistente respecto a la especificidad de esta forma de liderazgo: 1) a diferencia de los regímenes autoritarios, se sostiene sobre la base de la legitimación electoral democrática (accountability vertical); 2) a diferencia de los regímenes liberal-representativos> se sostiene en un ejercicio discrecional del poder que no ofrece adecuación a los mecanismos institucionales formales de control institucional (accountability hori- zontal). ¿En qué se sostiene este liderazgo?; ¿cómo comprender su potencial acreditación democrática? Obsérvese la reflexión acerca de las diferencias entre el liderazgo (no populista) del radicalismo argentino y elliderazgo (populista) propio de la tradición peronista que Novaro y Palermo (1996: 132) ofrecen: En parte la dificultad radical provenía de su concepción de la representación política como un pacto entre gobernantes y gobernados. Con los peronistas es muy diferente. Arquetípicamente, los peronistas gobernando no han firmado ningún pacto con el pueblo porque ellos -en su concepción- son el pueblo. Ser el pueblo no supone ningún pacto: puede implicar, a lo sumo, una delegación de la masa al líder, que es más bien lo opuesto: en este caso la figura del líder tiende a encarnar el interés general y la voluntad de la nación, sin sentirse obligada a consultar las opiniones particulares o cuidar las formas para tomar decisiones. Quedan claras entonces las condiciones que hacen posible al líder populista: en primer lugar, él simplifica la escena política al presentarse como la expresión misma del pueblo; en segundo, y como consecuencia de ello, logra potencialmente una identificación mucho más fluida con sus seguidores; en tercero, supone la legitimidad de una acción discrecional que en el corto o en el mediano plazo -nunca en el lar- n.A(SO · B1bUoteea Carlos Durán Migliardi • go plazo-- permite una mayor eficiencia en el ejercicio del poder polírico.s En síntesis, por una forma u otra, mediando azarosos mecanismos de legitimación frente a sus seguidores, el liderazgo populista contiene una misteriosa capacidad para confundirse con el pueblo, para "ser el pueblo en el poder", para monopolizar el ejercicio del poder político, tal como lo expresa Álvarez Junco (1994: 22): Hay, pues, con el líder populista un cambio radical de actitud frente al dirigente político clásico. Éste se consideraba élite, es decir, superior de alguna manera a sus seguidores, y no lo ocultaba. Desde los gobernantes oligárquicos tradicionales del siglo pasado hasta la extrema derecha racista del actual, incluyendo, desde luego, a los pastores de la grey, inspirados por un llamamiento sobrenatural, o a las vanguardias revolucionarias que han creído poseer superior consciencia histórica, todos han aspirado a enseñar, a orientar, a dirigir, en definitiva. El caudillo populista, en cambio, aparenta no exhibir más credenciales que las de la vulgaridad: él es solamente un hombre de la calle (ÁlvarezJunco, 1994: 22). Hemos encontrado entonces nuevas preguntas: ¿cuáles son las condiciones para que lo antes expuesto adquiera algún grado de verosimilitud?; ¿cómo es posible, concretamente, estrechar la brecha entre la voluntad del líder populista y las opciones políticas de los ciudadanos? Para responder, 8 Refiriéndose al destino histórico del peronismo bajo el liderazgo de Menem, Novaro (1998: 43) explicita claramente la ambigua relación entre liderazgo y democracia sobre la que el populisrno se sos- tiene: "El populismo peronista [...] ha renunciado a su pretensión de ofrecer una alternativa a las for- l...] que sigue pendiente una tradicional inditerencie peronista respecto de los frenos y contrapesos institucionales, el equilibrio de poderes, y la transparencia y responsabilidad que deben animar a las autoridades en una democracia. Para los peronistas, aun para los que se han modernizado y han incorporado los principios liberales, dicho simplificadamente, las instituciones no son un marco que limita la acción de los gobernantes, sino un instrumento en sus manos. Y cuando no son útiles como instrumentos, son consideradas formalidades juridicas huecas. Siendo así, cabe decir que, aun democratizado, el peronismo en el gobierno mantiene una deuda pendiente con la legitimidad democrática. mas democráticoliberales de organización política. Pero es evidente resolución de la 101 102. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre será necesario avanzar un poco. Me referiré entonces al vínculo entre populismo, masas y clientelismo presente en las definiciones acerca de este fenómeno. Erosión de la ciudadanía y activación de lasmasas Definitivamente, la irrupción de fenómenos políticos de tipo populista no es homologable a la expresión de formas ciudadanas de participación política. ¿Cómo explicar entonces el vínculo entre liderazgos populistas y niveles de movilización en expansión sin pensarlo como un indicador de fortalecimiento democrático? Sobre esto hay que señalar que las condiciones de emergencia del neopopulismo suelen identificarse con un contexto en el cual los regímenes democráticos no han logrado consolidar mecanismos eficientes de integración social y simbólica. Pues bien, la aparente densidad en la participación social generada por procesos políticos de tipo populista ha de ser leída más bien como síntoma de una ciudadanía agónica que como expresión del fortalecimiento de un "público racional y deliberante": 9 La situación de emergencia de lo popular no tiene un correlato organizativo sino una debilidad en la integración de sus órdenes intermedios, un débil sen- Deuda que se evidencia, entre otros aspectos, en la tendencia a violentar la división de poderes, en los intentos de manipular la administración de justicia y subordinar al parlamento, yen un uso extraconstitucional de los poderes presidenciales" (Novaro, 1998: 43). (Las cursivas son mías). 9 La alusión a Habermas es deliberada. Será de utilidad expresar aquí la tensión entre la comprensión kantiana y roussoniana del espacio público que, a mi juicio, bien puede ser leída en analogía con el subtexto liberal que acosa a la crítica al vínculo entre populismo y masas. Veamos lo que plantea Habermas (1982: 140): "[Para Kantj la legislación misma cede a la voluntad popular procedente de la razón; porque las leyes tienen su origen empírico en la coincidencia del público racional [...] Una ley pública que determina para todos lo que debe y lo que no debe estar en justicia permitido, es el acto de una voluntad pública, de la que emana todo derecho y que con nadie debe poder proceder Carlos Durán Migliardi • timiento de pertenencia al grupo, una situación de cada quien para sí mismo y de todos contra todos (Zermeño, 1999: 370). Más que expresiones ciudadanas, el populismo activa a individuos atomizados, sin intereses ni identidades consistentes que, inexorablemente, sólo pueden expresarse en forma de masas agrupadas por un liderazgo coyuntural. Más que movilizar ciudadanos, el populismo aparece muchas veces como la única forma de movilizar a una sociedad sin grupos intermedios: "La aparición de movimientos informales parece estar directamente relacionada con una falla de los partidos o del sistema de partidos en tanto estructuras de mediación" (Lazarte, 1999: 410). Una ilustración prototípica de esta situación se suele encontrar en el caso de Alberto Fujimori, cuyo liderazgo se atribuye a un contexto en el que la consolidación superficial del régimen político democrático no dejaba ver un proceso más profundo de erosión de la cultura política y de decepción con los resultados producidos por ella. Frente a esto, la ausencia de una ciudadanía activa y potencialmente partícipe de espacios institucionales de expresión democrática generaba una ecuación cuyo dramático resultado no podía ser otro que la paradójica confianza en el contenido democrático del autogolpe realizado por el mismo Fujimori. En palabras de Balbi (1992: 52): injustamente. Mas no es posible otra voluntad que la del pueblo en su conjunto[ ...] En eso se está siguiendo la argumentación roussoniana con una decisiva excepción: que el principio de soberanía popular sólo bajo el presupuesto de un uso público de la razón puede ser realizado: tiene que haber en cada materia común un espíritu de libertad, pues, en lo que concierne a la obligación general de los hombres, a todos se exíge que estén racionalmente convencidos de que esta coacción es conforme a justicia para que no caigan en contradicción consigo mismos". (Las cursivas son referencias textuales a Kant realizadas por el propio Habermas). Pues bien, y tal como se expresa aquí, la oposición entre un "público raciocinante" y una" masa irracional" evidentemente no es un "invento" de la literatura acerca del populismo. Por el contrario, forma parte del repertorio mismo de una filosofía política liberal que subrepticiamente se actualiza aquí. 103 104. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre Lo sucedido el 5 de abril expresa vastos y profundos procesos que venían incubándose en la conciencia popular acerca del régimen democrático representativo, todos los cuales estaban concurriendo a la erosión de la cultura democrática que se gestaba en el país. Sin embargo [...] la masiva adhesión popular al golpe de Fujimori, con el alto contenido autoritario que porta, resultaría -paradójicamente- de la expectativa de reconstruir una institucionalidad democrática que funcione. ¿Qué aspectos erosionan esta desilusión con las democracias liberalrepresentativas? Curiosamente, y pese a la consabida edificación del concepto de populismo dentro de marcos estrictamente políticos, la situación de inseguridad y precariedad con que suele caracterizarse a las economías de la región parece ser un aspecto central al momento de hurgar en los contextos al interior de los cuales se vuelve verosímil la sedimentación de situaciones populistas, tal como lo plantea Hermes (2001: 33): Francamente hay que admitir con mucha pena que la expansión del populismo de los modernos en Latinoamérica se comprende a la luz de esta falta de seguridad elemental en el desarrollo de la vida cotidiana.ts Obsérvese cómo también Vilas (1995: 32), aun cuando no identifica los "nuevos liderazgos" con situaciones de tipo populista, sintomatiza de forma análoga sus condiciones de emergencia: Los nuevos liderazgos de la política de algunos países de Latinoamérica expresan la necesidad de reformular la integración política de las masas en el con- 10 Para profundizar en este tema se recomienda ver también a De la Torre (1992). Para una crítica del vínculo entre causas económicas y efectos populistas, consultar a Novara (1994). Carlos Durán Migliardi • texto de una abierta tensión entre la democratización de los regímenes políticos y el carácter marginador de las estrategias económicas adoptadas por esos regímenes. Con esta tensión entre factores socioeconámicos y factores político institucionales como telón de fondo, los datos particulares a la impronta política y cultural de cada país dan cuenta de la efectiva aparición de estos liderazgos, o de su ausencia (Vilas, 1995: 32). La vinculación entre populismo y masas manifiesta, por lo tanto, condiciones de emergencia en situaciones de déficit tanto de los sistemas políticos como de las economías de la región. El liderazgo populista, entonces, y más allá de los atributos específicos mencionados en el apartado anterior, requiere un contexto que lo vuelva posible: la generación, tal como en el caso del populismo clásico, de una situación de disponibilidad de masas a la espera de un liderazgo que ofrezca cobertura tanto para la carencia de representatividad como para los déficit en seguridad ontológica y económica. Por último, ¿qué son las masas? Esta interrogante es material disponible para la imaginación y la intuición. En concordancia con esto, sólo es posible decir que una situación de masas puede oponerse a una situación ciudadana: irracionalidad antes que racionalidad, vínculos afectivos antes que interés; ritualismo de la exposición masiva antes que ratificación electoral (Mackinnon y Petrone, 1999); informalidad antes que institucionalidad. En síntesis, una situación de masas constituye un momento en el que la indeterminación propia de toda democracia es asumida, antes que por medio de la institucionalización de reglas de competencia, a través de la puesta en escena de las masas en momentos que se asumen como ritualizaciones, como momentos míticos de actualización de una plenitud ausente (Martuccelli y Svampa, 1999). Es por ello que, el neopopulismo ha de ser concebido precisamente como indisociable respecto a la presencia de las masas en el espacio público: 105 106. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre En relación con la movilización, no hay duda de que el término populismo evoca presencia de masas en la calle, ocupación de espacios públicos de manera multitudinaria, desbordamiento de los cauces legales o las prácticas políticas habituales, consideradas por los promotores del movimiento como ineficaces o manipuladas; el más gráfico ejemplo de lo que queremos decir sería la famosa consigna del gaitanismo: "Pueblo, a la carga" (Alvarez Junco, 1994: 24).11 Maniqueísmo y antiinstitucionalismo: la centralidad del antagonismo En un conocido estudio referido al significado político e histórico del gobierno del argentino Carlos Menem, Novara y Palermo (1996) sostienen la idea de que en la relación entre su gobierno y la tradición peranista se imbrican continuidad y cambio. El estilo populista se mezclaba, así, con nuevas formas de acción política entre las que, de manera central, es posible detectar la superación del antagonismo bajo el cual se fundaba la tradición populista-peranista. En sus palabras (Novara y Palerrno, 1996: 16): "Las tradicionales oposiciones que habían configurado las relaciones políticas argentinas durante décadas [...] aparentemente ya no operaban, o no lo hacían con la misma fuerza y sentido que antaño". Concretamente, lo nuevo del menemismo en relación a la tradición 11 Quizá el único rasgo en el cual el vínculo entre las masas y el liderazgo populista manifiesta un grado consistente de racionalidad es el de la generación de relaciones clientela res a partir de las cuales, en función de una relación de "intercambio de votos por favores" (De la Torre, 2004, 1992), el liderazgo populista construye lealtades duraderas entre las masas de seguidores. En referencia al caso argentino, Levitsky (2004) plantea la hipótesis de que el c1ientelismo emerge con fuerza a partir de 1990 en respuesta a la descomposición de la matriz sindical que ofrecía una activación no c1ientelística de las lealtades políticas del populismo clásico. Cousiño (2001: 194), por su parte, identifica el c1ientelismo como un vínculo necesario para la mantención de la lealtad populista que necesariamente genera una" expansión del gasto público" y una fuerte "tendencia a la corrupción política". Carlos Durán Migliardi • peronista es la producción de una capacidad de gobierno que no había sido lograda por décadas de peronismo en Argentina: Un peronisrno históricamente irreconciliable con el Estado y la sociedad, a la vez mimetizado con ellos, y desde al menos tres lustros estructuralmente colapsado como movimiento popular, que inicia un ambicioso y a la vez desesperado proceso de reformas, afectando no sólo al Estado y la economía, sino a sí mismo y al sistema de partidos (Novaro y Palermo, 1996: 33). Fundamentalmente, el cambio que genera Menem es la superación del antagonismo constitutivo de la política argentina establecido por el populismo, presentando la opción justicialista como una opción no sólo legítima sino además compatible con los principios democráticos y con la doctrina liberal representativa: Menem, bajo el impacto del terror hiperinflacionario, podrá completar la desactivación de la alteridad populista, al redefinir la propia identidad en una clave no antagónica con los sectores neoliberales, los intereses de los empresarios y de los operadores financieros locales e internacionales, y traducir a la competencia electoral las oposiciones entre peronistas y no peronisras (Palermo y Novaro, 1996: 382) De acuerdo con Palermo y Novaro, lo que permite establecer una relación de cambio entre el populismo peronista y el menemismo se encontró precisamente en la alteración de la constitución conflictiva del primero, la cual se traducía en una estructural incapacidad para asumir la conducción del Estado y para poner freno a la primacía del antagonismo como momento central de la producción de sentido. Novaro (1998: 32) expresa claramente esta situación, dando cuenta de los desafíos que enfrentó Menem al competir por la Presidencia de la República, en 1988: 107 108. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre El primer problema a resolver, por lo tanto, era el fuerte antagonismo político-social que se había instalado en la raíz misma de la vida política, y se expresaba en grandes dificultades de los partidos, en especial del peronista, y del propio Estado, para integrar demandas particulares en un interés general. El segundo, la concomitante muy escasa capacidad para institucionalizar los conflictos, que derivaba en una permanente inestabilidad, la tendencia a excluir a algunas de las partes, yel recurso a la violencia. Analicemos este argumento: constitutivos del populismo serían rasgos como la exacerbación del antagonismo político-social, la incapacidad para producir un interés general, la incapacidad de institucionalización de los conflictos, la tendencia permanente a la exclusión y la permanente tentación a usar el recurso de la violencia. He llegado al punto clave que deseo tratar. En las definiciones de populismo, suele aparecer una identificación con formas que se encuentran en la frontera misma de lo que es posible políticamente. Y es que la construcción de identidades fundadas en la oposición radical respecto a otro antagónico (De la Torre, 1992; Mackinnon y Petrone, 1998), en primer lugar, yen la relación conflictiva con el entorno político-institucional (Burbano de Lara, 1998), por otro lado, generan en el populismo un efecto dual y contradictorio: mientras por una parte es esta operación de constitución identitaria la que permite su éxito, al mismo tiempo es esta misma operación la que establece sus propios límites y lo condena, indefectiblemente, al fracaso. Si en una democracia liberal-representativa los conflictos políticos y sociales son aceptados como condición primaria de la política, y procesados a través de mecanismos institucionales, en el populismo opera una reconstitución mítica de una unidad que, al no existir, sólo puede expresarse por medios maniqueos; si en la primera el momento primordial de la acción política es de la negociación parlamentaria, en el segundo la política se expresa paradigmáticamente en la "presentación masiva" de Carlos Durán Migliardi • una unidad -el Pueblo- que antagoniza con sus oponentes en un escenario que subvierte las fronteras institucionales: Parece aceptable la inclusión, como uno de los elementos centrales del populismo, de una retórica específica, de fuerte coloración emotiva y redentorista, que gira obsesivamente alrededor de un enfrentamiento emotivo y redentorista, de un enfrentamiento de tipo maniqueo entre un pueblo idealizado como depositario de las virtudes sociales, potencial generador de relaciones justas y armónicas, y unos elementos antipopulares, origen y paradigma de todos los males sociales, en general oligarquías o élites carentes de legitimidad tradicional (Álvarez]unco, 1994: 21). En definitiva: la ambigüedad ideológica, la centralidad del liderazgo, la apelación a las masas y el carácter antagónico y antiinstitucionalista del populismo constituyen algunos de los rasgoscentrales al momento de determinar su especificidad. Junto a ello, subyace el contexto de crisis o de imperfección de una democracia liberal-representativa que opera como activador al mismo tiempo que como límite del propio populismo. Yes que, sin democracia liberal-representativa no hay populismo, de la misma forma que (se argumenta), sin instituciones democráticas sólidas y duraderas las condiciones para su emergencia disminuyen severamente. Tomaré brevemente el ejemplo de los debates en torno al neopopulismo boliviano. Mayorga (1998), haciendo referencia a los liderazgos neopopulistas de dicho país,12 sostiene la idea de que éstos no tenían mucho en común con el carácter refundacional del populismo clásico en la medida en que fueron capaces de articularse eficientemente con los 12 Concretamente, Mayorga (1998) define a este tipo de liderazgos como condicionados por la generación previa de un prestigio al margen de la política, un fuerte carácter asistencialista, una tendencia autoritaria y la interpelación afectiva a un "fragmentado pueblo" carente de la energía histórica encarnada en los populismos clásicos. Una opinión distinta relativa a la irrupción reciente del popu- 109 110. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre actores políticos y el escenario institucional de la democracia boliviana, hasta llegar al pumo de constituir un sector funcional a su reproducción. y es que, a fin de cuentas, el neopopulismo cumple con incentivar la integración electoral de sectores marginales y de nuevas identidades y discursividades que se sienten excluidas del proceso político democrático, engrosando de este modo la participación democrática y sirviendo de barrera de contención para la expresión de proyectos antidemocráticos y subversivos que pudieran poner en peligro la precaria estabilidad de la democracia boliviana.P Como vemos en este ejemplo, el populismo se encuentra en gran medida condicionado a una crisis de los mecanismos de integración de las democracias liberal-representativas, pero al mismo tiempo cumple con convivir, en sus márgenes, en una relación de ambigüedad en la cual la mayoría de las definiciones coinciden. Obsérvese la siguiente afirmación de De la Torre (1994: 58): La presencia política de sectores excluidos que se da con el populismo tiene efectos ambiguos y contradictorios para las democracias de la región. Por un lado, al incorporarlas [.0.] el populismo es democratizante. Pero a la vez esta incorporación y activación popular se da a través de movimientos heteróno- lismo en Bolivia y su carácter "desestabilizador" de la democracia se encuentra en Laserna (2003). Esta vinculación, sin embargo, parece no presentarse en liderazgos neopopulistas como los de Carlos Menem en Argentina y Carlos Salinas en México, líderes que sólo fueron posibles de emerger gracias a su sólida adscripción a fuertes maquinarias partidarias tales como las del justicialismo y el priísrno, respectivamente. 13 En relación al rol de contención que los populismos ofrecen, Palacios (2001) afirma que la recurrencia del fenómeno populista en Venezuela (encarnado en Carlos Andrés Pérez, primero, y en Hugo Chávez, después) explica en gran medida las diferencias entre los procesos políticos venezolano y colombiano, en donde la temprana exclusión de toda posibilidad de liderazgo populista (con posterioridad a Eliécer Gaitán)generó lascondiciones para la emergencia de alternativas pollticas radicalmente opuestas, en el fondo y en la forma al régimen liberal democrático. Carlos Durán Migliardi • mos que se identifican acríticamente con líderes carismáticos que en muchos casos son autoritarios. Además, el discurso populista, con características maniqueas, que divide a la sociedad en dos campos antagónicos no permite el reconocimiento del otro, pues la oligarquía encarna el mal y hay que acabar con ella. Hermes (2001: 27) sostiene algo similar a lo que he venido planteando al reconocer en el populismo una interpelación al régimen político democrático que, sin embargo, no cuestiona sus fundamentos: (El populismo actual) responde seguramente a una frustración cuyos motores desconocen también la complejidad de la conducta de las políticas públicas de largo plazo. Pero, hoy en día, no impugna frontalmente la legitimidad de la democracia representativa y, sobre todo, ya no se fundamenta en una dicotomía que opone a los pobres y a los ricos, o a los grandes y a los pequeños. Concluyendo: pese al énfasis en la distancia existente entre los modelos liberal-democráticos y los populismos.t- estas concepciones reconocen el carácter democrático de los fenómenos populistas, en la medida en que sólo es dentro de sus marcos, y no más allá de sus límites, que dichos fenómenos se expresan. Tales son algunos de los componentes del así llamado estilo populista. Como puede verse expuesto, este ejercicio nominativo adquiere mayor capacidad de inscripción en la medida en que, paradójicamente, restringe su densidad conceptual y su capacidad explicativa. Y es que, en definitiva, la alusión a rasgos constitutivos de un estilo político no permite 1) establecer claras diferencias entre el estilo populista y el estilo po- 14 Junto con los análisis ya expuestos, criterios que acentúan la oposición entre democracia liberalrepresentativa (1994). y populismo pueden verse claramente expresados en Arenas (2005), y Alvarez Junco 111 112. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre lítico propio de todo ámbito de competencia democrático, 2) fundar una definición categórica del concepto, 3) definir la forma en que los rasgos se articulan (y el peso relativo de cada uno de ellos) para constituir el concepto, y 4) dar cuenta precisa de la relevancia de los contextos en los que este fenómeno se inscribe. Obsérvese la reflexión de Prud'Homme acerca del costo que tuvo que pagar la reemergencia del concepto de populismo: Pareciera que, si se quiere mantener el uso del término populismo, hay que limitarlo al campo de la política y aceptar que tiene una capacidad de explicación modesta, y que sirve para poner en evidencia aspectos de fenómenos relacionados de mayor amplitud como la modernización, el desarrollo yeventualmente la democracia. Esto implica, desgraciadamente quizás, un regreso a nociones blandas como las de estilo o de estados de ánimo para explicar el fenómeno. ¿Qué hacer entonces?; ¿cómo evitar la modestia de estas definiciones?Weyland (2004: 31), al criticar la centralidad del estilo como herramienta para aprehender el fenómeno populista, plantea que en este tipo de definiciones "se arroja una red conceptual que es demasiado amplia y que no permite una clara delimitación de los casos". En consecuencia, plantea el reemplazo de las conceptualizaciones que asumen al populismo como un estilo por una conceptualización que lo defina como una "estrategia política". ¿Qué diferencias son posibles de encontrar entre una y otra definición? De la misma manera que en las definiciones ya aludidas, la concepción del populismo en tanto estrategia política supone la centralidad de un liderazgo fuerte, personalizado y con una fuerte vinculación con su base social de apoyo. Junto con ello, la estrategia populista también se fundamentaría en la apelación a una situación conflictiva en la cual elliderazgo populista se sitúa en el lado del anti statu quo y la oposición a Carlos Durán Migliardi .113 las elites: "Al juntar la retórica antielite y desafiar al statu quo, el populismo descansa en la distinción entre amigo contra enemigo que es constitutiva de la política [...] Históricamente, surge corno una promesa del líder para proteger a la gente de un enemigo pernicioso" (Weyland, 2004: 31). ¿Cuáles son las diferencias entonces con la noción de estilo? Creo posible sostener que si bien es cierto que los rasgos posibles de detectar en la noción de estrategia populista resultan claramente análogos a los rasgos presentes en la noción de estilo, la diferencia entre ambas ofertas nominativas ha de encontrarse precisamente en el hecho que, en primera instancia, los rasgos son traducidos aquí a un denominador común: su comprensión en tanto estrategia para la producción y mantención de legitimidad por parte de un actor particular de la escena político-democrática. De esta manera es que los rasgos compartidos entre las nociones de estilo y estrategia operan en esta última corno indicadores de algo que trasciende la particularidad de dichos rasgos, mientras que en la primera operan corno unidades que, puestas en conjunto, definen la especificidad del concepto en cuestión. A mi juicio, esta diferencia en la consideración de los rasgos que definen al populismo de acuerdo con su nominación corno estrategia queda claramente esbozada en la siguiente afirmación de Weyland (2004: 33): En situaciones de crisis, en las cuales los líderes populistas enfrentan la amenaza de perder el poder, se vuelve más evidente que el respaldo de un gran número de ciudadanos comunes es el fundamento esencial del populismo. Cuando los líderes se sienten presionados, invocan la ultima ratio del populismo: el apo- yo masivo. La estrategia populista constituye un mecanismo de legitimación que, más allá de la especificidad de sus rasgos, contiene como fundamento la búsqueda por producir legitimidad a partir de la articulación 114. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre entre un liderazgo fuerte y una base social de apoyo, activa a la vez que desorganizada en términos institucionales. Esto es lo que permite distinguir claramente al populismo tanto de formas de liderazgo caudillista cuya base de poder es usualmente militar y consistentemente opuesta a los principios de la competencia democrática, como de bases sociales de tipo clientelar, en donde lo que se requiere es la presencia de bases colectivas con niveles siquiera mínimos de organización, aun cuando ésta sea de carácter informal. Además, esta propuesta permite establecer, en principio, un criterio delimitatorio respecto a estrategias típicamente democráticas, en donde operaría supuestamente un vínculo institucional entre un liderazgo que ya no es central y una ciudadanía que no se expresa masivamente sino más bien a través de los cauces político electorales regulares.té Por último, cabe señalar que la definición del populismo como estrategia cumple con reducir su horizonte de acción a momentos puntuales de la vida política democrática, en la medida en que su éxito genera las condiciones para su disolución, tal como plantea Weyland (2004: 35): "El éxito político transforma al populismo en un tipo diferente de gobierno que descansa en estrategias no populistas. Por lo tanto, el liderazgo populista tiende a ser transitorio; éste puede fallar o -si es exitoso- trascenderse a sí mismo". ¿A qué se debe esta crisis del populismo que se produce a partir de su propio éxito? Ésta se debe a que toda estrategia política deviene en la institucionalización de ciertos procedimientos y prácticas de legitimación. Es por ello que, si el éxito de la estrategia populista es su institucio- 15 Evidentemente, esta distinción con las formas propiamente democráticas no supone una incompatibilidad entre populismo y democracia. Por el contrario, y a juicio de Weyland (2004), quizás la diferencia central entre el populismo clásico y el neopopulismo sea precisamente la mayor compatibilidad que este último genera en relación a las institucionesliberal-democráticas. Carlos Durán Migliardi • nalización, la estrategia como tal cumple con diluirse al convertirse en rutina y en una práctica regular de la competencia, que desemboca en la producción de legitimidad democrática. ¿Resuelve esta última definición del populismo los problemas ligados a la vaguedad y falta de consistencia conceptual posibles de detectar en su definición como estilo?; ¿es posible establecer un criterio de delimitación claro y preciso a partir de la comprensión del populismo como una estrategia política? Estas preguntas serán abordadas en el siguiente apartado. Por ahora, concluyamos inicialmente con la siguiente afirmación de Aboy Carlés (2004: 88) acerca del carácter que asumen las nuevas definiciones del populismo, tanto aquellas que se centran en su comprensión como estrategia, como las que lo definen en función de la detección de un estilo político: En un excesivo juego metonímico, aquella vieja totalidad de las primeras teorizaciones ha sido reducida a sus elementos componentes y, hoy, la identificación de algún aspecto particular que caracterizó a lo que en algún momento fue calificado como populismo es tomada como prueba suficiente para ingresar a la categoría. ¿Qué ha ocurrido en el lapso del desplazamiento desde las definiciones clásicas a las definiciones contemporáneas del populismo? Hasta ahora, es posible afirmar lo siguiente: desde las primeras menciones al populismo generadas por Germani, hemos asistido a la pugna por mantener la nominación de un objeto elusivo e inespecífico. Hemos asistido a la porfiada búsqueda por reponer la presencia de un fantasma que (en su condición de tal) se coloca "en" y "contra" las democracias liberales representativas, un fantasma que viola el principio axiomático de la no contradicción pero que, al mismo tiempo, se resiste a su disolución y permanece aún vivo en el léxico de la gramática política. Veamos enton- 115 116. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre ces de qué manera se manifiesta concretamente el carácter elusivo de esta búsqueda. La configuración de un contínuum: la indecidible delimitación del populismo A lo largo de este trabajo, he querido plantear que el estallido de las estructuras a partir de las que se definió al "populismo clásico" devino en la activación de nuevas estrategias de conceptualización del populismo fundadas básicamente en el interés por: 1) desatar toda posibilidad de inscripción contextual fija del fenómeno, y 2) concentrarse en la especificidad política del mismo. Ya sea como estrategia, ya sea como estilo, el populismo pasó a ser asumido en función de la detección de una serie de rasgos particulares que lo dotan de especificidad. Dichos rasgos ya no se vinculan con un contexto sociohistórico que pasa a ser entendido sólo en términos de entorno que vuelve mayor o menormente plausible su emergencia. El neopopulismo, más allá de los efectos que pueda generar, se ubica al interior del marco de lo que se entiende por "democracias liberales". Esto es lo que permite entender que la alusión fantasmagórica del populismo sea algo más que una mera alusión y, por el contrario, constituya quizás el núcleo más firme de comprensión de lo que constituye su expresión en el campo concreto de la vida política. Obsérvese la siguiente afirmación con la que Martuccelli y Svampa (1992: 72) definen al populismo: En el fondo, el populismo es un régimen de legitimación que resulta de una suerte de "exceso" con respecto a la legitimidad propia de la democracia y un "déficit" en relación a la imposición totalitaria. Pero es sin duda desde la democracia como mejor se interpreta el populismo. En efecto, el populismo es una tensión insoslayable entre la aceptación de lo propio de la legitimidad democrática y la búsqueda de una fuente de legitimación que la exceda; "exce- Carlos Durán Migliardi • so" que se halla, de alguna manera, en el seno de todo proyecto democrático, pero que no logra nunca sustituirse completamente a la democracia. Dos aspectos son los que me interesa destacar de esta cita: en primer lugar, el populismo sólo puede ser pensado al interior de las democracias liberales; en segundo, y pese a ello, el populismo excede a la propia democracia sin llegar a ser ni totalitarismo ni autoritarismo. Esto lleva a interrogarse respecto a cuál es el criterio delimitatorio a partir del que se extrae la especificidad del populismo. El problema es el siguiente: si el populismo adquiere especificidad en tanto fenómeno que forma parte del conjunto de las democracias liberales: ¿cuál es el nivel de intensidad o ausencia de sus rasgos al momento de distinguirlo del conjunto del cual, paradójicamente, son parte? A continuación abordaré este problema, intentando dar cuenta de la forma en que la conceptualización del populismo en contextos excedidos de su emergencia originaria se sostiene en la definición de rasgos que difícilmente pueden servir como ヲオ・ョセ tes plenas de categorización. Intentaré, por tanto, desatar algunos de los nudos críticos posibles de detectar en estas nuevas definiciones relativas al populismo, sosteniendo que, en última instancia, la línea dernarcatoria entre los conceptos de populismo y democracia liberal-representativa resulta indefinible o, dicho en otros términos, sólo posible de establecer por medio de un gesto eminentemente político de nominación. Discrecionalidad populista y mandato imperativo Al abordar la centralidad que en las definiciones acerca de populismo adquiere la alusión al tópico del liderazgo fuerte y personalizado hice referencia a la cuestión de la prohibición del mandato, principio según el cual toda democracia representativa se sostiene sobre la base de su distancia frente a cualquier forma de autogobierno o delegación que niegue la existencia de la figura del representante. En consecuencia, la 117 118. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre especificidad del liderazgo populista no puede ser simplemente su discrecionalidad, sino que un determinado grado de la misma más allá del cual los mecanismos de pesos y contrapesos institucionales, pierden efectividad. Si la eficiencia de un régimen político se mide en parte por la capacidad que tiene para tomar decisiones, ello significa que, por lo menos en parte, los mecanismos de pesos y contrapesos deben abrir paso a la acción, y no ser impedimento para la toma de decisiones ni generar situaciones de inmovilidad política. Si ello es así, y si se reconoce -como bien parecen hacerlo los críticos a la discrecionalidad populista- tanto el carácter conflictivo e indeterminado del juego político como la imposibilidad lógica y fáctica del consenso político pleno, todo liderazgo que busque la eficiencia y la efectividad en su desempeño debe proponerse superar, manejar o convivir eficazmente con los contrapesos del accountability. Eneso consiste precisamente la dinámica de la realpolítica, tal como lo expresa Vilas (2004: 143): "si algo es incompatible con una sociedad organizada, es la ausencia de conducción". Liderazgos populistas y liderazgos democráticos persiguen entonces el mismo objetivo. ¿La diferencia? Aparentemente los liderazgos populistas lo logran o parecen lograrlo de manera plena. Sin embargo, este eventual criterio dernarcatorio pierde consistencia al momento en que el liderazgo populista se evalúa en relación con otros factores. Por ejemplo, el carácter populista del liderazgo de Collor de Mela en Brasil no impidió el fracaso de su programa de reformas, de manera contraria a lo ocurrido con Carlos Menem en Argentina. Visto así, y de acuerdo con lo señalado por Panizza, no basta con la existencia institucional (formal o informal) de niveles altamente discrecionales de poder presidencial para que un liderazgo populista funcione eficazmente. La diferencia entre los casos de Brasil y Argentina, referidos aquí, da cuenta del hecho de que "el poder del presidente está arraigado en una densa red de instituciones políticas formales e informales sin Carlos Durán Migliardi • las cuales el presidente no puede ejercer el gobierno efectivamente" (Panizza: 183). ¿Estas redes que generan las condiciones para un liderazgo político efectivo son propias de instancias populistas? La respuesta debe ser negativa, pues aun en el escenario de una democracia liberal-representativa sus liderazgos deben ser capaces de generar prácticas que permitan el objetivo básico de gobernar de acuerdo con sus propios intereses políticos. Lo expuesto nos permite constatar que, incluso desde la perspectiva de regímenes democráticos institucionalizados, la presencia del liderazgo o de la discrecionalidad presidencial puede resultar altamente recomendable para la generación de cambios institucionales, sin que por ello dicho liderazgo pase a ser considerado necesariamente como populista. La pregunta que surge es la siguiente: ¿en qué momento una alteración institucional es atribuible a un liderazgo populista, y en qué ocasiones a un liderazgo democrático? Nótese la respuesta que ofrece Peters (2003: 61), aludiendo al rol del liderazgo fuerte y personalizado en la generación de cambios institucionales detectado por la perspectiva del "institucionalismo normativo": Otra vía para generar cambios dentro de una institución es la acción delliderazgo de los individuos. En este caso nos referimos, o bien a la capacidad de un individuo que desempeña un rol nominal de liderazgo [...] o bien a un individuo dotado de una excepcional capacidad personal para producir un cambio institucional. He llegado al núcleo del problema que, a mi juicio, se presenta respecto a la consideración del liderazgo fuerte y personalizado como un rasgo propio del populismo. Nun (1998: 72), en relación al grado de independencia y discrecionalidad posible de detectar en un determinado liderazgo, afirma lo siguiente: 119 120. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre El margen de independencia reconoce dos límites; por una parte, su anulación a través del mandato imperativo y revocable, en cuyo caso el gobierno representativo cede su lugar al autogobierno del pueblo y, por el otro, una autonomiza- ción completa del representante, tal como sucedía con la representación absoluta teorizada por Hobbes. Desde un punto de vista lógico, dentro de estos límites todas las gradaciones son posibles sin que el principio mismo sea violado. Falta preguntar: ¿cómo determinar, dentro de la infinidad de gradaciones que se presentan entre el mandato y la autonomización del representante, la diferencia entre un liderazgo populista y un adecuado liderazgo democrático?; ¿cómo establecer analíticamente un óptimo paretiano del liderazgo más allá del cual la discrecionalidad se vuelve contraproducente con los objetivos de solidificación democrática? Una respuesta posible es la consideración del carisma. Y sin embargo, retornamos al mismo problema: ¿qué nivel de carisma es aceptable? Se podría responder que el límite es la no superposición del carisma a los mecanismos formales de legitimación política. Y sin embargo, como advierte Prud'Homme (2001: 51), ya para Weber "[...] una de las particularidades de la democracia de masas es que funciona con base en una curiosa combinación de carisma y racionalidad". Otra respuesta posible es la medición del liderazgo en su relación con el entramado político-institucional. Frente a esto, una fórmula posible podría ser la de establecer una definición del liderazgo populista ligada a la idea de ausencia o insuficiencia del "imperio de la ley". Y sin embargo, retorna el mismo problema: ¿cómo ponderar la ecuación entre liderazgo e imperio de la ley? La respuesta, creo, es indefinida. Vaguedad ideológica La condición ambigua del populismo suele ser asociada con su ausencia de claridad discursiva. Resulta difícil establecer los contenidos ideológicos Carlos Durán Migliardi • de los líderes populistas a partir de sus enunciaciones discursivas. No obstante, ¿qué ocurre en las prácticas políticas de los liderazgos no populistas?; ¿de qué manera establecer un indicador que permita evaluar el nivel de consistencia ideológica de un discurso? La atribución al populismo de una producción de contenidos ideológicos difusos, naturalmente, supone que en la esfera política es posible percibir el despliegue de discursos consistentes. Pero, una vez más, ¿cómo evaluar esa consistencia? Una opción posible es la concentración en el espacio de la producción misma del discurso populista. Pero ello supone la certeza tanto en la presencia de una plenitudde sentido en la producción del discurso como en la capacidad del receptor para aprehender plenamente dicho sentido. Es así como, si se ubica a la vaguedad ideológica en el seno mismo de sus condiciones de producción, debemos hacer frente al doble problema de: 1) suponer la posibilidad de una producción discursiva plenamente coherente, y 2) confiar en que el desplazamiento entre la producción y la recepción discursivas no será objeto de opacidad alguna. Así, nos quedamos sin un mecanismo capaz de establecer un criterio de delimitación entre discursos opacos y discursos transparentes, situados en el campo de producciones discursivas de carácter político que tienen, como objetivo constitutivo de su existencia, la producción de "efectos de recepción" .16 Una opción contraria a la enunciada hasta aquí podría ser la de desplazar la vaguedad desde el lugar de la producción ideológica al lugar de 16 Aludiré brevemente a un ejemplo: en el campo de la ciencia política y de los discursos asociados al campo ideológico liberal, la categoría pueblo contiene una relevancia fundamental en la medida en que condensa al objeto y sujeto políticos de todo contexto democrático. Sin embargo, el uso discur- sivo de dicha categoría, al igual que los debates en torno a su significado, nos dan cuenta de una ambigüedad que sólo puede aclararse una vez que se sitúa en un contexto político determinado. Sobre esta ambigüedad, puede consultarse a Dahl (1996). 121 122. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre la recepción política, lo cual nos permitiría contar con la capacidad interpelatoria como un indicador de la claridad o vaguedad de una posición ideológica determinada. Puesto en estos términos, el problema amenaza seriamente con revertirse. Observemos la siguiente reflexión que Escárzaga ofrece como explicación a la derrota del candidato "liberal" Vargas Llosa frente a su oponente "populista" Alberto Fujimori: Las deficiencias de la campaña y del candidato son expresión de un fenómeno viejo: la incapacidadpolítica e ideológica de la derecha peruana, su debili- dad e incapacidadpara apelar a las masas étnicamente diferentes de la élite e incorporar sus demandas históricas a su programa. Los orígenes y la persistente tradición oligárquica de la derecha peruana dan como resultado una gran distancia entre gobernantes y gobernados que se refuerza por las diferencias étnicas, sociales y regionales entre indios y mestizos, frente a los criollos; entre pobres y ricos, y entre la sierra andina y la costa urbana.P Se podrá objetar a esta observación el hecho de que existe una distancia entre lo que constituye la ideología liberal como tal y su traducción política y doctrinaria. Es posible. Pero si ello es así, ¿por qué habría que oponer analíticamente populismo e ideología liberal?; ¿no será más adecuado oponerla al nivel de las prácticas políticas propiamentales? Resulta un hecho, reconocido por todos, que el fenómeno populista constituye más un fenómeno de la realidad que un contenido ideológico. Por lo tanto, mal pudiera constituir la doctrina filosófica liberal un criterio de medición de la vaguedad ideológica populista. Mucho más pertinente, por supuesto, es la comparación con formas políticas equivalentes. En concreto: ¿resulta la doctrina ideológica liberal en acto más consistente que el populismo? Al parecer, la respuesta debería ser categóricamente negativa. 17 Las cursivas son mías. Carlos Durán Migliardi • Como observa Escárzaga en el ejemplo expuesto, la identificación de la "derecha peruana" con un sector particular de la sociedad es testimonio de una incapacidad para trasmitir adecuadamente los principios ideológicos de un liberalismo que supone su carácter universal. Frente a dicha ambigüedad se presentaba una propuesta política que al ser mayoritariamente apoyada por el electorado peruano mostró capacidad de interpelación, es decir, de recepción adecuada de su discurso. Creo posible sostener que la ambigüedad ideológica atribuida al populismo sólo es posible de analizar si se sostiene la posibilidad de atribuir al campo de la producción discursiva un carácter prístino, no mediado por los contextos de su producción ni por los contextos de recepción de los cuales es parte. Por otro lado, y si se evalúa la ambigüedad ideológica con lo que debiera ser una incapacidad para generar una adecuada recepción discursiva, resulta claro que el populismo no manifestaría capacidad alguna para ser "acogido" discursivamente. Por último, y si suponemos que precisamente es dicha ambigüedad la que dota al populismo de una capacidad interpelatoria en ocasiones mayor a discursos "no populistas", se debería concluir entonces que dicho atributo, lejos de ser una forma inadecuada o anómala de producción de significantes políticos, se encuentra en el corazón mismo de una política eficiente y con capacidad de interpelación. Si la ambigüedad ideológica, por lo tanto, resulta sustancial al momento de lograr una adecuada recepción, ¿cómo distinguir entonces entre una ambigüedad ptopia del populismo y la ambigüedad no populista? Pareciera ser que, si no se cuenta con un criterio de delimitación externo a la detección misma de este rasgo, las posibilidades de decidir resultan sumamente ambiguas. Clientelismo En Latinoamérica, la existencia de relaciones clientelares entre la clase política y la ciudadanía ha sido una constante independiente a los fines, 123 124. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre doctrinas o ideologías dentro de las que estas relaciones se han desarrollado. Respecto a este hecho hay que indagar en dónde está el vínculo clientelar específico a la política populista. La pregunta será entonces la siguiente: ¿por qué situar al clientelismo como un aspecto característico del populismo? Para responder a esta pregunta, sólo contamos con la distinción que Auyero (2001, 1998) establece entre la dimensión material y la dimensión simbólica del intercambio clientelar. Atendiendo a esta distinción es que, para el autor, la diferencia entre el clientelismo populista y las formas clientelares no populistas debe buscarse ya no en su significado material sino más bien en su dimensión simbólica: Los patrones y los mediadores no intercambian explícitamente votos por favores] ...] Ellos se erigen a sí mismos como sinónimos de las cosas y sinónimos de la gente: implícitamente se vinculan con la continuación de la distribución de favores o de un programa de asistencia social específico]...] Para que este chantaje o clientelismo institucional funcione y se reproduzca a través del tiempo, los beneficios deben ser otorgados de cierta manera, con cierta representación adherida a ellos, con cierto peiformance que públicamente presente a la cosa dada o al favor otorgado no como chantaje sino como amorpor elpueblo, como lo que debemos hacercomo referentes, o como lo que Evita hubiesehecho, o como Peronismo. Es por esto que las prácticas clientelares deben ser entendidas no simplemente como intercambios de bienes por votos, sino como conteniendo cosas y palabras, acciones distributivas y peiformances (Auyero, 1998: 91). ¿Qué conclusiones extraer de este argumento? Dos son las posibilidades: o bien 1) el populismo vincula el clientelismo con mecanismos de alta significación simbólica, de manera contraria al clientelismo no populista, o bien 2) todo clientelismo contiene una dimensión simbólica, por lo que sus expresiones populistas y no populistas sólo se dife- Carlos Durán Migliardi • rencian en cuanto a la forma en que se genera la relación clientelar. Como vemos, las alternativas no son tan claras, y resulta difícilmente determinable la diferencia entre el clientelismo populista y el no populista. Ahora bien, las diferencias que pudieran establecerse con el objetivo de indagar en la especificidad del clientelismo populista sólo se encuentran en quienes adscriben a la estrategia histórica de negación del neopopulismo. En otras palabras: quizás si la única distinción categórica entre el clientelismo populista y el clientelismo no populista puede encontrarse en quienes, paradójicamente, se niegan a denominar como populistas a las experiencias políticas desde las cuales se constituye el contexto de debate que he reseñado. Observemos brevemente. Vilas (2004: 143), por ejemplo, señala que los populismos clásicos, lejos de inaugurar las formas clientelares e instrumentales de relación política, constituyen un momento de superación del clientelismo en la medida en que la relación patrono-cliente, propia de los contextos políticos oligárquicos, fue diluida en función de la centralidad de las figuras del ciudadano y del pueblo: El fuerte encuadramiento organizativo de un pueblo que adquiría identidad política a partir del mundo del trabajo y de las políticas estatales diferenció también al populismo de las variantes tradicionales del clientelismo. La típica relación individualizada patrón-cliente de la sociedad oligárquica[...] fue sustituida por una relación fuertemente mediada por esas organizaciones; la típica imagen populista del dirigente hablando desde un balcón a una plaza saturada de simpatizantes era el instante periódicamente reiterado de una relación construida ante todo con las organizaciones categoriales y políticas [...] el populismo contribuyó así a la transformación de un pueblo de clientes o de súbditos en pueblo de ciudadanos, a lo largo de un proceso de fuerte conflictividad (Vilas, 2004: 143). 125 126. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre Como vemos, en esta lectura se enfatiza en la alteración de las relaciones individuales entre "patrón político y elector" y la configuración de un campo político colectivo en el cual la participación activa de las masas pasaba a constituir el aspecto central en la relación con el líder populista y, por consecuencia, el vínculo clientelar se subordinaba a la generación de una identidad política que definía el lazo populista. Me interesa destacar, en relación a esta lectura ofrecida por Vilas, que, de manera independiente a sus contenidos, su argumento se encuentra fortalecido por la detección de un aspecto central en el populismo (su carácter democratizador e integrador) respecto al cual los rasgos que lo definen quedan subordinados analíticamente. Esto queda claro en la siguiente afirmación de Lynch (1999: 73), quien, en la línea trazada por Vilas, subordina el clientelismo populista a su rasgo constitutivo: Ciertamente, en el populismo clásico existe el clientelismo como una forma de relación mediada por prebendas, pero ésta no es la característica que define al populismo, sino que está más bien subordinada a la participación vía la movilización social, donde también importa la creencia en un discurso y un líder carismático que lo enarbola, que define el significado del movimiento y su posible consecuencia democratizadora. ¿Cómo evaluar entonces a los nuevos liderazgos denominados neopopulistas? Desde esta perspectiva, los nuevos liderazgos se constituyen centralmente bajo la forma clientelar, pero precisamente a causa del hecho de que ya no pueden ser denominados como liderazgos populistas en la medida en que operan bajo una forma de relación no participativa con la población. En palabras de Lynch (1999: 77): Una relación que busca destruir todas las formas de asociación y acción colectivas [...] para privilegiar la ilusión o realidad del contacto individual y la con- Carlos Durán Migliardi • dición de espectador, las más de las veces a través de los medios masivos de comunicación [...] ¿Cómo zanjar el desacuerdo entre quienes acentúan el rasgo clientelar como un aspecto característico de los nuevos liderazgos y quienes ven en dicho rasgo un argumento claro para dejar de pensar en la actualidad del populismo? Creo que la respuesta es clara: precisamente a partir de la evidenciación del lugar que dicho rasgo ocupa al interior del concepto populismo. No obstante, no es posible descubrir dicha evidenciación en las definiciones descritas en el presente trabajo. ¿Se podrá diferenciar entonces entre el clientelismo populista y el clientelismo no populista?: difícilmente; lo cual nos ubica frente al dilema entre: 1) extender el concepto de populismo a la totalidad de las dinámicas políticas en cuyo seno operen dinámicas clientelares, o 2) excluir este rasgo de la unidad descrita como populismo. Luego de esta breve introducción en el significado de algunos de los rasgos atribuidos al populismo, queda preguntarse: si el fantasma delpopulismo es cuerpo y espíritu al mismo tiempo, ¿cómo distinguir la corporeidad del fantasma?; ¿de qué manera establecer una línea demarcatoria clara y precisa entre ambos componentes? Puesto en los términos de nuestro debate: si el populismo deviene en fantasma que adquiere cuerpo al interior de la materialidad democrática, ¿cómo establecer lo que de fantasma tiene la democracia?; ¿cómo indicar categóricamente dónde comienza el populismo y dónde termina la democracia? A partir de lo analizado en este apartado, creo posible sostener que en la totalidad de las estrategias de conceptualización referidas al fenómeno neopopulista existe una matriz común consistente en su comprensión en tanto fenómeno político compuesto por uno o más rasgos propios de la democracia liberal que, sin embargo, se acrecentan o devalúan, según sea el caso. 127 128. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre Ahora bien, y para que este ejercicio de conceptualización se vuelva operativo, la lógica de nominación ya no puede accionar en función de una distinción categórica entre democracia liberal y populismo, puesto que los rasgos que componen a este último también son posibles de detectar en las democracias liberales. El ejercicio nominativo, más bien, debe hacerse efectivo en función de la construcción de una continua línea que nace en lo que podríamos denominar el ideal regulativo de la democracia liberal-representativa para irse alejando hasta concluir en un otro categórico de la democracia (ya sea totalitarismo, autoritarismo, democracia directa o cualquier otra categoría, valga la redundancia, "categóricamente distanciada de la democracia liberal-representativa"). Una vez construida esa línea, será posible detectar un lugar intermedio para situar la especificidad del populismo. Pero, ¿cómo decidir acerca de ese lugar?; ¿de qué manera establecer certeramente una línea divisoria al interior del contínuum? Es más, ¿cómo decidir cuando lo que se presenta es una combinación de líneas paralelas? Lo que no se deja ver en la decisión nominativa, creo, es precisamente esta decisron. o o, Conclusiones: el populismo y la "Nave de los locos" En los albores de la modernidad occidental, un nuevo fenómeno comenzaba lentamente a constituirse. Este fenómeno, objeto de un paulatino proceso de depuración y delimitación por parte del saber científico, llevará posteriormente el inequívoco nombre de locura. La relevancia de este acontecimiento de la razón moderna quedará plasmada en el célebre estudio con que Michel Foucault alcanzaría las credenciales de miembro del canon filosófico de la academia francesa, curioso gesto que ratifica la indisoluble ligazón entre la "razón moderna" y su reverso, la "locura". El libro de Foucault inicia con las siguientes palabras (1999: 13): Al final de la Edad Media, la lepra desaparece del mundo occidental. En las márgenes de la comunidad, en las puertas de las ciudades, se abren terrenos, como grandes playas, en los cuales ya no acecha la enfermedad, la cual, sin embargo, los ha dejado estériles e inhabitables por mucho tiempo. Durante siglos, estas extensiones pertenecerán a lo inhumano. Del siglo XIV al XVII van a esperar y a solicitar por medio de extraños encantamientos una nueva encarnación del mal, una mueca distinta del miedo, una magia renovada de purificación y de exclusión. ¿Qué "extraños encantamientos" son aquellos que solicitan una "nueva encarnación del mal"? Para Foucault, es la paulatina emergencia de la razón occidental moderna la que comienza a requerir nuevas formas de exclusión que, en última instancia, cumplen con la función de 130. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre pasar a ser la paradójica promesa de una plenitud humana. Y dicha función, muy lentamente, comenzará a encarnarse en la Locura, mal que junto con su antagonista (la Razón) pasará a constituir el núcleo mismo de nuestra modernidad occidental. Ya en el siglo xv, esta operación comenzaba a hacerse efectiva con el surgimiento de la simbólica figura de la Navedelos locos -Nefdesfous-, peculiar embarcación que cumplía con el objetivo de "retener" a los "locos" en el lugar sin tiempo de la navegación, pero haciéndolos visibles periódicamente en puertos en los que nuevos "locos" esperaban abordar. Peculiar combinación de encierro y exclusión es la que sometía a los "locos" de los siglos XV y XVI. Dice Foucault (1999: 25) al respecto: La navegación del loco es, a la vez, distribución rigurosa y tránsito absoluto. En cierto sentido, no hace más que desplegar, a lo largo de una geometría mitad real y mitad imaginaria, la situación liminar del loco en el horizonte del cuidado del hombre medieval, situación simbolizada y también realizada por el privilegio que se otorga al loco de estar encerrado en las puertas de la ciudad; su exclusión debe recluirlo; si no puede ni debe tener como prisión más que el mismo umbral, se le retiene en los lugares de paso. Es puesto en el interior del exterior, e inversamente. Cinco siglos más tarde, y en un escenario histórico rotundamente distinto, la "nave de los locos" vuelve a navegar. De la misma forma que los enajenados hombres del siglo XV, el populismo navega por complejas aguas históricas; igual que antaño, hoyes el tiempo en el cual "no se sabe en qué tierra desembarcará", pues sus posibilidades están puestas tanto en contextos de modernización estatista como neoliberal, en liderazgos movilizadores o desmovilizadores o en procesos políticos de cualquier signo ideológico. Así, el populismo no alcanza nunca un lugar definitivo, no llega nunca a desembarcar en las sólidas tierras del contexto histórico o de la aprehensión categorial. Pero continúa acechando, Carlos Durán Migliardi • cual fimtasma, tanto a la gramática política como a las concretas realidades históricas de las democracias liberal-representativas. Y es que, en definitiva, y tal como en la relación ambigua de los locos protornodernos con la tierra firme, el fantasma del populismo se presenta como una entidad que vive tanto dentro como fuera de las tierras democráticas, excluida al mismo tiempoque aprehendida por la gramática política. ¿Qué condiciones se han debido cumplir para que esto sea posible?; ¿cómo fue que las sólidas tierras históricas que vieron nacer las concepciones clásicas del populismo fueran capaces de trasladarse a escenarios tan heterogéneos? En este texto he querido sentar las bases para una respuesta posible a estas interrogantes. En concreto, creo que lo que es específico del populismo, tanto en su definición como estilo, como en su definición como estrategia, no se deja apreciar claramente. En todas las definiciones los rasgos constitutivos de la política populista tienden a confundirse o bien con la política democrática, o bien con la política autoritaria, en un lugar intermedio de indeterminación que plantea, a mi juicio, severos problemas para establecer categóricamente la particularidad de este fenómeno político. ¿Será posible entonces escribir la historia del populismo?; ¿será posible aprehender con certeza su especificidad?Jacques Derrida (1989), evaluando la viabilidad del proyecto foucaultiano de relatar la génesis de la locura, se interrogaba acerca de la posibilidad de historiar la locura, entendiendo a la historia como un sentido sólo pensable al interior de los parámetros de la razón. Difícil proyecto el de Foucault, plantea Derrida. Difícil, precisamente a causa de la necesidad de escribir la historia de la locura con los instrumentos de su opuesto: la razón. Yes que, a juicio de Derrida (1989: 52), el trabajo crítico debe asumirse como una labor que intente: Escapar a la trampa o a la ingenuidad objetivista que consistiría en escribir, en el lenguaje de la razón clásica, utilizando los instrumentos que han sido los 131 132. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre instrumentos históricos de una captura de la locura, en el lenguaje pulido y policiaco de la razón, una historia de la locura salvaje misma, tal como ésta se mantiene y respira antes de ser cogida y paralizada en las redes de esta misma razón clásica. De la misma manera, podríamos preguntarnos en relación a nuestro tema: ¿es posible pensar en una definición categorial estable acerca del populisrno, si por éste se entiende todo aquello que se opone, que altera, acosa y resiente la gramática política formal de las democracias liberales?; ¿esposible categorizar aquello que precisamente se caracteriza por ser algo al mismo tiempo que su negación? Dany-Robert Doufour (2002), en una sugestiva reflexión acerca de la relación entre democracia y locura, plantea la existencia de una recurrente tendencia autista en el saber moderno. Esta tendencia se encontraría caracterizada por el rechazo y la desconfianza hacia aquellas expresiones deícticas que desestabilizan la claridad de un referente o significante. Ello, por cuanto los autistas: No se dejan seducir por el señuelo espacial o la inversión temporal[...] quieren un tiempo y un espacio no deícticas, y la salida más apropiada para ellos es volverse hacia una temporalidad y una espacialidad que existen independientemente de quien las utiliza, como por ejemplo, el tiempo calendárico y el espacio cartográfico (Doufour, 2002: 124). Pues bien, la empresa de nominación del populismo bien podría corresponder a ese característico ejercicio autista de "delimitación" de una categoría que pretende ser construida en un mds alld de toda inscripción específica en su aquí y ahora. Y es que, probablemente, el populismo bien podría ser encarado como un aquí y ahora intraducible a una categoría posible de endosarle una estabilidad capaz de interrumpir sus circunstanciales y singulares manifestaciones. Carlos Durán Migliardi • ¿Es posible entonces categorizar al populismo, o sólo resta la renuncia a intentar domeñar algo cuya especificidad es indistinguible de la propia política democrática?; ¿existeel innombrable aquí y ahora populista? Por último, ¿dónde ubicar al populismo? El problema de la nominación populista, referida en este trabajo, es que ocurre con ella algo análogo a lo que Martin Jay cuestionaba a la obra de Adorno sobre el "tipo autoritario" y que Zizek (2003: 28) sintetizaba con las siguientes palabras: "[en la personalidad autoritaria] emerge la verdad reprimida de la personalidad liberal manifiesta; es decir, que la personalidad liberal es confrontada con su fundamento totalitario". De ahí que se vuelva posible suponer que, si algo hay de específico en el populismo, esto sea su capacidad para poner de manifiesto su reverso: las democracias liberales. En otras palabras: si hay algo útil en el concepto de populismo, probablemente sea justamente la posibilidad que nos otorga de conocer los miedos y fantasmas que habitan en el centro mismo del antipopulismo. Si el populismo no existe entonces a no ser como antipopulismo, ¿qué nos queda? Una respuesta posible es que sea su propia producción, el gesto nominativo de constitución de un peligro fantasmagórico que acosa la plenitud democrática, y que bien puede ser homologado con la constitución del enemigo judío por parte de la retórica hitleriana.Jf Como en el caso del judío, objeto de la nominación nazi, el populismo bien puede ser comprendido como el producto de un relato unificado acerca de los "males que acosan a la democracia", causa secreta de las 18 Obsérvese en este sentido la siguiente reflexión de Zizek (2003: 33): "¿Qué hizo Hitler en Mein Kampf para explicar a los alemanes las desdichas de la época, la crisis económica, la desintegración social, la decadencia moral, etc. 7 Construyó un nuevo sujeto aterrador, una única causa del Mal que 'tira de los hilos' detrás del escenario y precipita toda la serie de males: el judío [...] el judío es el punto de almohadillo de Hitler; la fascinante figura del judío es el producto de una inversión puramente formal; se basa en una especie de ilusión óptica". 133 134. Neopopulismo: la imposibilidad del nombre desgracias de un régimen político que permanentemente asiste a la revelación de sus límites. ¿Por qué este gesto de cierre narrativo?; ¿cuáles son sus efectos? Desde una perspectiva deconstructiva, la respuesta creo que es clara: mediante este acto de nominación del otro que interrumpe la plenitud de mi ser (mi ser alemán, mi ser democrático) es posible producir un cierre ideológico, un acto de sutura. Desde esta perspectiva, el populismo sería aquello que vuelve posible suturar la doctrina democrática liberal a partir de la invocación del Otro que impide su propia realización. Los males de la democracia, entonces, son ubicados en un lugar externo que paradojalmente convive en las entrañas mismas de la forma democrática. y sin embargo, llegar a estas conclusiones nos conduciría inevitablemente a pensar el populismo sólo a partir del antipopulismo. Entonces, falta indagar nuevamente en la pregunta relativa a la especificidad del populismo, desplazando la atención desde las estrategias descriptivas abordadas en este texto hacia estrategias de conceptualización de naturaleza teórica que probablemente puedan producir algunas luces más potentes • Bibliografía Aboy Carlés, Gerardo, 2004, "Repensando el populisrno", en Aboy Gerardo, Carlos Bobbio. Norberto, 1992, Elfuturo de la demo- cracia, México, FCE. de la Torre, Hernán Ibarra y Kurt Weyland, Burbano de Lara, Felipe, 1998, "A modo de Releer los populismos, Quito, CMP, pp. introducción: el impertinente populismo", 80-95. en Elfantasma delpopulismo. Aproximación Aguilar, Luis, 1994, Populismo y democra- cia, México, Porrúa. a un tema (siempre) actual, Caracas, Nueva Sociedad, pp. 9-24. 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