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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Progreso

¿Hacia dónde debemos avanzar? Esta es la cuestión que debe plantearse la izquierda

Josep Ramoneda

Decía el primer ministro francés Manuel Valls, en estas mismas páginas, que “la izquierda puede morir si niega el progreso”. Ciertamente, no hay izquierda sin progreso. La izquierda nació vinculada a esta idea hasta el punto que hizo de ella su razón de ser. Y acabó atrapada en una concepción escatológica de la historia que hizo del progreso camino de redención, con consecuencias catastróficas. La etiqueta de progresismo identificaba a la izquierda. Hoy está en desuso a fuerza de hacerse antipática por sus connotaciones de superioridad moral, por su carácter excluyente, todo el que no era progresista era reaccionario, y por la deriva totalitaria de algunas de las utopías gestadas en el siglo XIX. Progresar es avanzar en la buena dirección, pero ¿cuál es la buena dirección? ¿Hacia dónde debemos avanzar? Esta es la cuestión que debe plantearse la izquierda si quiere recuperar el hilo del progreso. Y tengo mis dudas de que Valls esté hablando de esto.

El progreso es defender a los ciudadanos de los abusos de poder. Y es incompatible con la humillación de las personas por parte del Estado

¿Qué es el progreso? El primer ministro francés nos dice que su prioridad es el crecimiento y el empleo. No basta con el crecimiento, todo depende de qué se hace con él; no basta con el empleo si este no garantiza una vida digna. El progreso, si la izquierda aspira a significar alguna cosa, debe medirse en función de la libertad y de la igualdad. Las lecciones del pasado están más que aprendidas: ya no hay lugar para la promesa de redención en una izquierda moderna. Y la plena armonía de valores no existe: siempre habrá roces entre la libertad y la igualdad. Pero si la izquierda quiere distinguirse de la derecha tiene que rechazar el fatalismo económico, reiteradamente expresado por el discurso del “no hay alternativa”. Me temo que cuando Valls pide que la izquierda abrace el progreso lo que está reclamando es la aceptación incondicional del modelo económico vigente.

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El pragmatismo es una virtud en política. Pero el pragmatismo no es la resignación ante la realidad, es el reconocimiento de la misma para cambiarla. El principio de la izquierda es el cambio social, para que mejoren las condiciones de vida de todos, en el sentido fuerte de la palabra vida: ejercicio permanente de pintarse a sí mismo (Montaigne). Por eso Michael Walzer dice que la izquierda es una actitud: “Seguir caminando”. El progreso es la disposición a mirar al futuro, pero se ejerce en el presente a través de la política, y la izquierda debe apoyarse en la ciudadanía para sacar a la política de su impotencia en tiempos de abrumadora hegemonía económica. El progreso es defender a los ciudadanos de los abusos de poder. Y es incompatible con la humillación de las personas por parte del Estado. Valls tiene aquí mala calificación por su comportamiento con los gitanos. De acuerdo, la izquierda morirá si renuncia al progreso, pero si por progreso Valls entiende mimetizar a la derecha, la izquierda morirá igualmente. ¿Quién ocupará su lugar?

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