Según apuntan algunos estudios, en Occidente, el 40% de los estudiantes graduados en arquitectura son mujeres. Aún así, se estima que menos del 12% llega a practicar la arquitectura de forma profesional. Así mismo una arquitecta cobra, de media, alrededor de un 40% menos que un hombre ocupando el mismo lugar de trabajo.

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Desde que Katherine Briconnet (1494-1526) ejerciera su influencia de forma notable en el diseño del Château de Chenonceau hasta que Theodate Pope Riddle (1868-1913) se licenciara como arquitecta en Nueva York y Connecticut, pasaron casi cuatro siglos de lucha femenina para intentar encontrar un papel dentro de una profesión que, como casi todas las demás, aún está muy masculinizada. Aunque hasta la fecha de hoy la lucha se ha intensificado y las mujeres pueden acceder a la misma formación que los hombres (desearíamos poder incluir aquí  que a las mismas oportunidades), la realidad es que la influencia femenina en este arte (o profesión) es más bien despreciable o despreciada.

Seguramente, entre los lectores de este artículo se encuentra algún profesional y/o estudiante relacionado con el mundo de la arquitectura; aún así, si enumeramos a una serie de arquitectas históricamente trascendentales en lo que a la presencia de la mujer en el mundo de la arquitectura se refiere, estos no serán capaces de reconocer a más de un par de ellas entre su bagaje histórico. Y es que Lady Elizabeth Wilbrahan, Mary Townley, Sarah Losh, Sophy Gray, Joseph Pariseau, Louise Blanchard Bethune, Emily Williams, Josephine Wright Chapman son solo algunos de los nombres femeninos más importantes en la arquitectura pero, a su vez, son también nombres que no escuchan para nada en ninguna de las clases o revistas y libros de arquitectura habituales.

Como se supone que vamos a tener una identidad propia si nadie nos enseña lo que nuestras precursoras propusieron? Como hemos sido capaces de quedarnos tan atras en la construcción de esta identidad propia, cuando hasta la industria comercial estadounidense de la musica ya ha absorvido y comercializado estas diferencias o reivindicaciones? Porque, conociendo de sobra los movimientos literarios, políticos, artísticos y sociales no hemos podido ni tan siquiera seguir su estela?

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Château de Chenonceau

Que el siglo XXI va a ser el siglo de las mujeres está ya fuera de toda duda o debate. Ha llegado el momento de ocupar nuestro sitio en la historia. Y es por eso que, como arquitectas, nos urge crear esa identidad. Tenemos la obligación y la responsabilidad. Para ello se necesita crear una arquitectura femenina; femenina y feminista; un movimiento que reivindique el lugar de la mujer en la arquitectura y su papel. Porqué el papel que esta ha desempañado hasta el momento (aunque en los últimos años in crescendo) ha sido poco más que anecdotico, y no es más que la asunción del rol del hombre, sin características propias, sin personalidad ni rasgos distintivos, limitándose a imitar las formas y metodologías impuestas históricamente por el genero masculino.

Mucha gente hace humor a cuesta del lenguaje inclusivo y cree que este es exagerado o ridículo; pero lo cierto es que este suscita debates (y abre cajas de Pandora) sobre temas que, la mayoría de veces, de otra forma, en esta sociedad masculinizada, nadie se hubiese cuestionado nunca. Entonces, porqué no llevar este lenguaje a la arquitectura de forma deliberada buscando crear un lenguaje arquitectónico propio? Muchos nos dirán que la arquitectura no es esto, que no sirve para estas cosas, que este es un discurso vacío y sin sentido, pero son los mismos que, aceptando y defendiendo otros discursos mucho menos importantes, niegan que la arquitectura es una forma de expresión que solo sirve para vivir en ella, y que todo lo demás es solo un añadido que se ha ido cargando históricamente; o los mismos que, muy legítimamente, hacen humor a costa del lenguaje inclusivo, solo porque les incomoda y porque les pone nerviosos la idea que algún día tengan que tratar a una mujer del mismo modo que a un hombre: sin benevolencia, sin condescendencia, sin tolerancia o sin transigencia.

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Otros pensaran que iniciar un movimiento feminista en la arquitectura es una gran absurdez, que no existe esta necesidad y, aún menos, en una sociedad que camina a pasos agigantados y de forma decidida hacia la abolición del género o hacia el androginismo (reacción probablemente de origen machista). Pero si preguntamos a cualquier mujer afectada por la discriminación sexual, si le parecería bien que la arquitectura, de una vez por todas, tome el papel decidido que han tomado las otras artes en referencia a esta cuestión, probablemente, ante su respuesta, nos daremos cuenta de que, una vez más, la arquitectura llega tarde otra vez.

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