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Aquí también hay que leer compulsivamente (LFC)

Mi Perro Se Comió El Trencadís

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¡YUMMY!

¡YUMMY!

“¿Cómo se pueden hacer siete de las más grandes estaciones de tren del mundo si, como he oído, mis obras son poco funcionales? ¿O ser elegido, entre 15 aspirantes, para construir la iglesia griego-ortodoxa de la Zona Cero de Nueva York? Nadie hace algo mal y repite”

Así empieza Santiago Calatrava una entrevista en El País –acompañado por sus abogados, nos dicen. Sería para no sentirle solo- que nos deja perlas de incuestionable valía. Se lleva uno la sensación de que el perro de Don Santiago se comió los deberes… y el trencadis y de que tiene el arquitecto suizo más cintura esquivando que Keke Rosberg en su monoplaza. Nos surgen, eso si, algunas cuestiones sobre las que nos atrevemos a opinar de forma muy personal. Ya saben, nosotros somos así.

Para esta primera frase, por empezar, podríamos emplear el refrán sobre las moscas y lo que comen. Remitirnos a las cifras de ventas de Justin Bieber o, incluso, recordar que Belén Esteban ha estado numero uno de ventas muchas semanas. No obstante, y por mantener la cosa en una efervescente actualidad, quizá sea bueno traer aquí al pequeño Nicolás, que no es el mágico niño de Sempé y Goscinny, sino una suerte de conseguidor que se la ha colado a políticos de toda especie. Quizá el pequeño Nicolás no hubiera conseguido triunfar en un congreso de ingenieros. En uno de cirujanos. O miren, incluso, en uno de arquitectos. Pero con políticos ya se sabe que lo interesante es poder cantar “Americanos” vestidos de corto. Y nada viste de corto (O vestía) como un edificio con firma, cueste lo que cueste.

Vayamos por preguntas, que es la forma de ir paso a paso:

Reflexiones a la primera:

Aparte del sobrecoste, lo que llama más la atención de la CACV es que todo se lo encargaran a un solo arquitecto sin mediar –aparentemente- procedimiento de licitación abierto alguno (libre, universal y público, ya sabén) y empleando de forma habitual el procedimiento negociado sin publicidad. Somos conscientes en esta santa casa de que los contratos parecen aducir “razones artísticas de conjunto” para emplear esa figura, lo que no es en nuestra opinión sino una trampa de la peor especie. Veamos cómo en un ejemplo sencillito.

Se le encarga a uno el primer edificio (O lo que sea menester) por razones artísticas, esto es, porque consideran –así lo establece la LCSP- que es uno el licitador único posible, y así se empieza maquillando la realidad hasta que parece Joan Collins en un mal día.

Y ello porque no es Don Santiago Calatrava el único con capacidad para proyectar un auditorio. Un museo. Un umbráculo. Un acuario o lo que se tercie. Es, eso si, el único capaz de proyectarlo firmándolo con ese nombre (Obviedad a todas luces idiotizante y aplicable a TODOS los arquitectos del mundo).

Este hecho (absurdamente evidente), al convertirse en extensivo, pervierte las razones “artísticas” del artículo 170. Apartado d) de la LCSP (Que replica artículos similares en las legislaciones anteriores) y el espíritu de la ley, pues convierte –y podría de hecho convertir- todas las licitaciones “universales” en “privadas” dado que siempre podría aducirse que un auditorio de Manolo Mengánez sólo lo puede firmar Manolo Mengánez o que uno de Zutano Pérez sólo lo puede firmar Zutano Pérez.

Hecha la recta astuta con teorema del punto gordo y tres con las que saques, y teniendo ya un edificio construido, a las razones artísticas se les añade el “de conjunto”. O en politiqués: para que nos quede todo parecidito. De la primera perversión derivan las siguientes. De nuevo excesivamente contrario al espíritu de una ley que pretende tener carácter universal y que la aplicación de este procedimiento convierte en un mero chiste.

En cualquier caso, al tratarse de dinero público, debe existir un presupuesto de licitación de obras. Y las constructoras otra cosa no serán, pero hormiguitas a la hora de guardar papeles son un rato. Las preguntas claras, por tanto, serian: ¿Cómo se gestionaron los modificados de cada edificio, de haberlos? ¿Cuál era el PEM original de cada uno, y cual el PEM final al cierre y liquidación? ¿Qué causas se emplearon para –es obligatorio hacerlo, al menos en buena ley- justificar los modificados?

La suma puede ser tremendamente sencilla. Debe serlo con la ley en la mano, verbigracia:

1.- Se licita el edificio A por X dinero.

2.- Se presenta el proyecto de A, donde dice PEM pone: X dinero. [Precio de licitación]

3.- Durante la obras X pasa a ser Y (Donde X<Y). Las causas de este incremento son 1,2 y 3.

En otras palabras: A, X, Y, 1, 2 y 3 son datos. Hard data. Valores reales y datos comprobables. O al menos deberían serlo… a menos que empecemos a cuestionar en contrario:

1.- ¿Podía A construirse por X dinero?

2.- ¿Se superviso el proyecto de A, donde en PEM ponía: X dinero, para comprobar efectivamente que A costaba X?

3.- ¿Existen oficialmente 1,2 y 3? ¿Justifican que X pase a ser Y? ¿Es esa justificación válida o produce vergüenza ajena?

Las alusiones al coste de vida, a la inflación, al numero de gobiernos o a los incrementos totales por aumento de edificios están muy bien… pero para una novela. Lo importante son los datos. Edificio por edificio. Obra por obra. PEM por PEM. Modificado por modificado.

A la segunda:

Obviaremos las cuestiones relativas a persecuciones políticas, y las dejaremos para el agente Mulder, que es más lo suyo. La propiedad, al menos en España, no tiene función en obra. Su única función es –básicamente- pagar. La frase:

El arquitecto no es el único responsable de la obra, de su evolución, calidad y costo final.

No se ajusta a la realidad desde la perspectiva de la LOE. El arquitecto –y demás agentes autorizados, entre los que no se encuentra la propiedad, que no es en general competente- es –caso de ser director de las obras- responsable de las mismas. Es evidente que hay otros agentes: Constructora, contratas etc, y que pueden influir en el coste final, pero si hablamos de RESPONSABILIDAD es evidente también que es la dirección facultativa (Director de Obra + Director de Ejecución] la responsable final del desarrollo del proyecto, lo que traducido en términos puramente legales es:

Para el Director de Obra,

  1. El director de obra es el agente que, formando parte de la dirección facultativa, dirige el desarrollo de la obra en los aspectos técnicos, estéticos, urbanísticos y medioambientales, de conformidad con el proyecto que la define, la licencia de edificación y demás autorizaciones preceptivas y las condiciones del contrato, con el objeto de asegurar su adecuación al fin propuesto.

El proyecto que la define, que (y más siendo obra pública) incluye el presupuesto. (Vease explicación anterior sobre X, Y, 1, 2 y 3).

[Podría ocurrir que la propiedad pidiera más obra. Los incrementos de obra con dinero público deben justificarse, solicitarse por escrito o de forma fehaciente y suponen modificaciones de proyecto que deben quedar reflejadas y aprobadas por el director de obra, la contrata y la propiedad. Suponen, según el caso, modificados o reformados de proyecto y están a su vez limitados por la LCSP en un porcentaje del PEM]

Para el Director de Ejecución,

  1. El director de la ejecución de la obra es el agente que, formando parte de la dirección facultativa, asume la función técnica de dirigir la ejecución material de la obra y de controlar cualitativa y cuantitativamente la construcción y la calidad de lo edificado.

En la LOE ni el promotor (Propiedad) ni el constructor, poseen ninguna de estas atribuciones relativas al control cuantitativo ni cualitativo de las obras.

A la tercera:

Si el problema es de ejecución, es decir que está mal ejecutado en obra y no sigue las prescripciones establecidas en proyecto, el responsable es –probablemente- el director de la ejecución. Aun así, una buena praxis indica que el director de obra debería haberlo consignado en el libro de órdenes e incidencias. (Ignoramos si esta anotación u otra similar existe).

Si se ejecuto estrictamente conforme a proyecto y aun así ha presentado problemas, la responsabilidad pertenece al proyectista (Que suele ser a su vez –y así parece en este caso- el director de obra). Incluso en caso de que no fueran la misma persona jurídica el director de obra debe reseñar su disconformidad con el procedimiento o la solución y anotarla en el citado libro de órdenes e incidencias si prevé posibles fallos.

No tenemos muy claro qué mantenimiento necesita una cubierta no transitable adherida de piezas cerámicas que no tiene sistema de evacuación de aguas salvo la caída libre de estas, pero parece poco eficiente que una cubierta con ocho años de antigüedad necesitara tal nivel de mantenimiento que la haga inviable en tan corto periodo de tiempo (De nuevo, hablamos de dinero público). Por otra parte ¿Qué se mantenía exactamente? ¿El trencadis? Los problemas parecen derivados de la lámina interpuesta, de difícil acceso con el anterior pegado encima.

La experiencia propia nos hace pensar que pegar juntitos dos materiales que se comportan térmicamente de forma muy distinta (Acero y piezas cerámicas) es una receta para el desastre dado que dilataran o se contraerán de forma completamente diferente en superficies tan descomunales. El acero lo hará antes, la pieza cerámica más tarde, y su estabilidad dependerá de la integridad de la lamina de pegado interpuesta (Caucho, parece ser, en este caso) que debe absorber tales diferencias comportándose de forma elástica.

Decía Cano Laso que no hay malos materiales, hay materiales mal empleados. El trencadis lleva empleándose más de cien años, afirma el interesado… pero no para este tipo de soluciones y probablemente no pegado sobre una cubierta de chapa de acero de tales dimensiones. La referencia al auditorio de Tenerife es engañosa. En este, el “ala” es de hormigón armado, un material que se comporta térmicamente de forma muy similar al trencadis por lo que las dilataciones diferenciales entre base y cobertura son menores (Lo mismo ocurre en la arquitectura de Gaudí, o en la tradicional, donde se aplica sobre piedra, hormigón o material cerámico). Se trata por otra parte de una cubierta de menor tamaño y una zona en la que la estabilidad térmica es mayor:

[Para las máximas y mínimas (Tomando como ejemplo 2012): Tenerife: 38º y 10º / Valencia 38,2º -3º. Una diferencia de 18º y de 41,2º respectivamente. A mayor diferencia, mayor inestabilidad, mayores dilataciones y contracciones, más arrugas]

La alusión a los vientos y los temporales atlánticos es poética como pocas. Digna de Espronceda incluso, pero el problema de la cubierta del Palau no parece producido por la acción de estos dos agentes meteorológicos. Los abombamientos y “arrugas” que se apreciaban en las imágenes son propios de un comportamiento térmico diferencial entre cobertura y soporte: se calientan y se enfrían de forma diferente y a diferentes velocidades y es esa diferencia en sus dilataciones y contracciones lo que abomba el trencadís.

Igual es la edad. O la dilatación diferencial, lo que llegue antes.

Igual es la edad. O la dilatación diferencial, lo que llegue antes.

La mención al coste para los valencianos entendemos que huelga. Por norma general en el periodo de 10 años de responsabilidad decenal (Y según parece estamos en el octavo), de apreciarse que el defecto proviene de proyecto o del control de la dirección facultativa,  es el seguro de estos agentes el que debe hacerse cargo de la cuestión. (A su vez podrá derivarlo, si así lo estima conveniente, repitiendo contra cuantos otros agentes considere necesario –tradicionalmente: La constructora-)

A la cuarta:

Mover una parte de un edificio no es barato. Debe estar convenientemente justificado. En la línea, y del mismo autor, iluminar, mantener y encender el movimiento… emmh… ¿Vibratorio? del obelisco de Plaza de Castilla costaba -según informaciones públicadas- unos 150.000 euros anuales lo que estando como estamos se antoja caprichoso y, ciertamente, prescindible. [Para el caso del museo de Milwaukee, el movimiento se limita a una entrada excesivamente espectacular (Y cara) que da acceso a unas arquitectónicamente cuestionables salas de exposiciones]. No se trata por tanto de que se mueva o deje de moverse, sino de limitar la calidad de una obra de arquitectura a estos juegos de artificio superpuestos y efectistas que no conducen a nada, salvo a engrandecer egos.

A la quinta:

Las cosas de los señores que cobran en Suiza y sus clientes privados no son de nuestro interés. Cada uno duerme en las camas que se hace.

A la sexta:

El puente italiano resulta una de las obras más entretenidas de Don santiago. Ya escribimos mucho al respecto en su día sobre ella. Sobre su sobrecoste y sobre las costaladas (magníficas) que parecían chufarse algunos de los atrevidos transeúntes que cruzaban la magna obra. Cosa de poner los escalones de vidrio, ese material que tiene la mala costumbre de resbalar, el muy puñetero. Lo peculiar –y significativo de las relaciones entre arquitectos estelares / artísticos y sus clientes políticos- es que en una obra que acumuló semejante retraso, y semejante sobrecoste, a nadie se le ocurriera pensar en ningún momento del proceso en esta circunstancia: la de combinar humedad –o lluvia- vidrio, escalones y peatones cruzando.

A la séptima:

No entraremos en la cuestión estética, a Don Santiago el puente le parece un ejemplo, a nosotros una chufa con ínfulas. Los cables que aparentan sujetar el tablero desde el arco no trabajan en algunos casos (Pueden verse si se visita algunos levemente destensados cuando de estar sometidos a tracción deberían estar más tensos que Zaha Hadid apretando el F8) lo que supone un maquillaje estético impropio en una estructura excesivamente torturada para la escasa luz que salva.

Respecto al vidrio, repetimos lo de Cano Lasso: El capricho es mal consejero y los pavimentos de vidrio son un ejemplo claro de mala utilización de un buen material. Que el acabado sea rugoso es simplemente hacerle una judiada a algo que debe funcionar de otra manera. El equivalente absurdo de apomazar un mármol blanco para ponerlo en el suelo porque resbala, condenándolo a un mantenimiento excesivo para su limpieza. Los arquitectos no solo parimos estampas, objetos fotografiables suspendidos en el tiempo. Debemos tener en cuenta sus mantenimientos y los costes que acarrean, máxime cuando se trata de obra pública.  Si la justificación es que se ilumine desde abajo, es casi peor por lo escasamente práctico – e incomodo- de semejante tramoya luminosa (Prueben a llevar falda larga y vaporosa en verano, al pasar por el puente).

Resulta no obstante interesante que Don santiago ofrezca su apoyo al Ayuntamiento… después de haberlos demandado por la bonita cantidad de tres millones de euros (Que, a menos que en Bilbao tengan una máquina de imprimir billetes, hubieran pagado sus sufridos ciudadanos, dueños a la postre del puentecito de marras). ¿El motivo? La unión con una pasarela de Arata Isozaki en su extremo que –siempre según el valenciano- vulneraba su “derecho moral a la integridad de la obra”. De la integridad de los peatones (física en este caso) no tenemos noticia de si se comento algo durante el juicio que –de forma surrealista- condenó al ayuntamiento a pagar 30.000 euros al vulnerado artista.

Y este es el problema, en nuestra opinión. Se está tratando de casar dos cosas que maridan mal. El arte, que solo responde ante si mismo y puede no necesitar justificación, y la arquitectura que no es, en absoluto, arte y que responde a cuestiones múltiples: Uso, mantenimiento, servicio, proyecto, legalidad, costes, verdad estructural, espacial y funcional, poética (entendida como producción) etc. La tónica absurda de contratar algo “por razones artísticas” (Sean estas de conjunto o no), es decir, por la firma que acompaña a un objeto independientemente de su propia verdad y proceso, oculta y enturbia la realidad de una praxis –la arquitectura- cuya verdad es infinitamente más seria, y muchísimo más compleja. Y de aquellos polvos estos lodos, estas madejas tan complejas de desentrañar.

Y si bien Don Santiago parece un alumno remolón pero espabilado, armado con justificaciones para todo que despacha con una soltura digna de encomio… lo cierto es que es sólo el síntoma de algo mucho más preocupante. Sólo el contratado por unos poderes públicos que se olvidaron de lo de “públicos” y se quedaron en lo de “poderes”. Y ya sabemos todos lo que pasa con el poder absoluto, que se empieza poniendo iconos y “jitos” y se acaba comprándole lencería fina a la churri con una tarjeta black. A costa del contribuyente, claro.

Written by Jose María Echarte

octubre 30, 2014 a 11:36

3 respuestas

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  1. […] Mi Perro Se Comió El Trencadís […]

  2. De acuerdo al ciento por ciento. Pero he echado de menos una mención a la iglesia ortodoxa de la Zona Cero, de cuyo diseño, al parecer, alardea. Busquen, busquen en Google.

    Ni el alumno más negado de la escuela de arquitectura en la que trabajo tendria el valor de entregar semejante «proyecto» a su profesor de Elementos de Composición de 2.º curso. No se atrevería. Sería consciente de que le iba a caer la del pulpo y le fallarían las fuerzas a las 5:30 de la mañana: mil veces mejor un «no presentado».

    Vamos, hombre, que somos profesionales.

    Uno que anda por aquí

    noviembre 12, 2014 at 1:53

  3. Se me olvidaba: cuando D. Santiago aclara que el diseño de la iglesia ortodoxa mencionada está inspirado en Santa Sofia de Constantinopla, no pude evitar acordarme de la inefable (y sin duda respetable como todas) opinión de una concursante de un controvertido programa de TV: «… la Alhambra está bien pero, al final, son cuatro jardines».

    Uno que anda por aquí

    noviembre 12, 2014 at 2:05


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