Dejando de lado la polémica en torno a cómo tipificar la argumentación de Anselmo, es posible afirmar que su “prueba” o “argumento” posee la suficiente penetración intelectual y exquisita simplicidad que la convierten en un instrumento argumentativo poderoso. Dios es definido como “aquello de lo cual nada mayor puede pensarse”. Dios, en ese sentido, es aquello que concebimos como lo más grande (o perfecto) entre toda grandeza, en grado infinito.
San Anselmo considera, además, que algo existente en la realidad es siempre más grande que aquello que solo existe en el pensamiento; en consecuencia, “aquello de lo cual nada mayor puede pensarse”, es decir, Dios, debe existir realmente. Si no es así, entonces cabe pensar en algo mayor, y si fuese ese el caso, acto seguido, tendríamos que pensar en Dios, porque sólo de Él es posible afirmar “que no hay nada mayor”.
Hijo de María, teólogo al servicio de la Iglesia
En 1078 Anselmo fue elegido abad de Bec, lo que lo obligaba a viajar con frecuencia a Inglaterra. Tras la muerte de Lanfranco (1089), Anselmo fue nombrado Arzobispo de Canterbury, el 4 de diciembre de 1093, pese a que en un primer momento el rey Guillermo el Rojo (Guillermo II de Inglaterra) se opuso a su nombramiento. El rey Guillermo había sido muy hostil con los católicos en general, y lo fue luego, de manera particular, con Anselmo. En más de una ocasión, dada la influencia del monje, lo desterró de la isla. Detrás estaba la controversias sobre las investiduras: Guillermo quería ser quien nombre a los obispos en su reino y no el Papa.