La clase de la profesora Laura Cervera no es diferente a las demás. La mayoría de las alumnas llegan puntuales, toman asiento y repasan los últimos signos aprendidos en la clase anterior. Saben que Laura preguntará. Silencio.

A partir de ese momento, la expresión oral queda relegada por la expresión facial, los signos y los gestos. Ha llegado la hora de adentrarse en un mundo fascinante, complicado pero no más que el de otras lenguas que se aprenden.

Para algunas alumnas, estas clases son una oportunidad profesional, para otras, la posibilidad de comunicarse con sus padres. Para todas: conocer el mundo de las personas sordas y poder interrelacionarse sin problemas con ellas.

Saben que no es una tarea sencilla, porque la lengua de signos cuenta con gramática propia. Según reconoce la profesora, entre lo más complicado están los clasificadores “porque hay de muchos tipos”. Para otros, lo difícil está en aprender los números o la sintaxis de esta lengua que no se escucha, pero se ve.

Pese a ello, lo más llamativo es que lo que más suele costar al alumno y es algo tan sencillo como perder la vergüenza de expresarse ante los demás sin tapujos. “Es verdad que se tienen muchos reparos a la hora de hacer expresiones faciales. Pero, para nuestro colectivo, es importante, ya que, es como la entonación en el lenguaje oral”, reflexiona Laura.

Al igual que pasa en otras lenguas, la profesora reconoce que siempre existen trucos para hacer el camino más fácil. Y, en este caso, es la dactilología “la que permite unir el signo a lo que queremos expresar y, por tanto, allanar muchísimo el aprendizaje”.

La clase de iniciación, que cuenta con un total de 24 alumnas que acuden dos veces por semana al Espai Jove, es “muy aplicada”, según Laura.

Por delante les quedan todavía varias sesiones para conocer los elementos básicos de esta lengua, así como las características propias del colectivo de sordos que lucha por una verdadera integración social.

El reto está sobre la mesa. Laura sabe que sus alumnas no le van a defraudar. H