-Hace 14 años ya publicó un ´Mensajes secretos´, pero en catalán. ¿En qué se diferencia de este?

-Ahora conozco mucho más el tema que entonces. Aquello fue una primera introducción que para la época fue bastante digna. Lo que hemos hecho hasta ahora ha sido recoger información y hacer un esbozo de la evolución de la criptografía, desde los inicios hasta la actualidad. El problema con la criptografía es que se considera alto secreto y en muchos casos es prácticamente imposible conseguir información. Puedes tirarte medio año esperando para obtener algunas informaciones de las que luego a lo sumo puedes escribir 10 líneas. Llevo 12 años aguardando, por ejemplo, recibir una carpeta de cifrados y telegramas del Archivo del Aire desde el año 1936 a 1940. Estoy a la espera de que lo desclasifiquen.

-Precisamente en el libro justifica que detienen la investigación en los años 50 porque incluso les es difícil obtener esa documentación de los años 30 a 40, aún retenida por el Estado. Vamos, que mucha transparencia no hay. En este caso ¿cree que es lógico pese a que ha pasado tanto tiempo?

-Uno de los problemas fundamentales que hay en España es que no existe una desclasificación automática de los fondos como ocurre en otros países, con lo cual se tiene que pedir su desclasificación. Sufre un proceso verdaderamente largo. Conseguir esa información puede llegar a ser una locura. Hay falta de legislación. Si algo está clasificado de alto secreto, nadie se atreve a desclasificarlo. Sé que en el crucero ´Canarias´ había una Enigma gracias al diario de la expedición alemana. Llevo años persiguiendo el diario de a bordo del ´Canarias´, pero no hay manera. En este libro nos paramos en los años 50, pero sabemos muchas más cosas...

-De las que es mejor no hablar.

-Hay tal indefinición de lo que puede ser un secreto de Estado que no está claro si se pueden publicar. No es que nos podamos buscar nosotros un problema al publicarlo: es que a lo mejor le buscas un problema a algún organismo del Estado sin quererlo. Hay actuaciones de los años 50 y 60... Ya sabes aquello de vigila a tu enemigo por serlo y a tu amigo por si deja de serlo. Por si acaso. Durante el mandato de Pétain en Francia teníamos un experto criptoanalista como asesor de la embajada.

-Otra diferencia con el libro de hace 14 años es que es coautor Francisco Javier López-Brea Espiau, que no es un don nadie.

-Es teniente coronel, especialista en criptografía del Estado Mayor del Ejército. Dentro de lo que son las máquinas de cifra es uno de los mayores expertos de este país. Se ha encargado de catalogar las máquinas Enigma que hay en España, las que tiene el Ejército.

-Usted es profesor en la Escuela de Turismo e informático. ¿Qué le lleva a interesarse tanto, hasta ser una pasión, por la criptología?

-La culpa la tuvo Llorenç Huguet, el rector de la Universitat de les Illes Balears. Cuando yo estudiaba, él daba, dentro de una asignatura que se llamaba Teoría Matemática de la Información, un apartado de criptografía. Huguet es uno de los pioneros de la criptografía en este país. Me gustó el tema. Y como siempre me gustó también la historia, me puse a buscar lo que había. Me encontré con que prácticamente no había historia de la criptografía española. Y lo poco que había estaba escrito por autores extranjeros que nos ponían a parir. Me di cuenta de que no podía ser así. Tenía que haber algo más. La criptografía siempre ha tenido una característica muy clara: la potencia criptológica de un país siempre es acorde a su poder como Estado. Por eso no me cuadraba que la criptografía fuera mala en la época de Felipe II o Carlos I. Chirriaba por todas partes. Y así era, pues no era cierto: España fue la primera potencia criptológica de esas épocas, con diferencia.

-No debió de ser fácil hallar esa información.

-En el plano militar me han ayudado muchísimo tanto oficiales de la Marina como generales del Ejército de Tierra. Se han portado muy bien conmigo.

-Tiene una Enigma, entre otros juguetitos. ¿Cómo la consiguió?

-Es una Enigma NEMA (Neue Maschine), de diez rotores, y que data de 1945. Es la que iba a sustituir a la Enigma del Ejército suizo. Fue una casualidad y una suerte conseguirla. Quien la tenía no sabía lo que vendía. La compré por casi nada. La mayor parte del material que tengo son regalos.

-¿Qué otras joyas tiene?

-Por ejemplo, una Clave Norte, que es una de las que utilizaba Francisco Franco. De estas hay poquísimas. A la venta no hay. Tengo además un código Aslet [acrónimo de su creador, Antonio Sarmiento León), firmado por su autor. Me la regaló su hijo, junto con su archivo.

-¿La Enigma era tan buena o es solo un mito?

-Era buena. Su problema no era la máquina en sí. Era la forma en que se utilizaba. Tenía un par de fallos. Uno de ellos fue el que la hizo caer. Cuando creas una cifra, es muy difícil que te la rompan si modificas continuamente las claves. En el caso de la Enigma, uno de sus principales problemas fue que el cableado de los rotores siempre era el mismo. Era muy difícil cambiar lo rotores de las 100.000 máquinas que había funcionando. Hay que imaginar la complicación de enviar rotores para cada una. Bien usada era absolutamente segura. Pero en general se empleó mal. Se usaban diferentes grados de seguridad, diferentes Enigma, unos las manejaban mejor que otros... Si no hay una estandarización y una gestión de claves y de funcionamiento definido, acaban rompiéndola.

-¿Cree que algún día se sabrá quiénes eran esos siete españoles que posiblemente llegaron a trabajar con la Enigma durante la Segunda Guerra Mundial como miembros de grupos dedicados al criptoanálisis en los Post Commande?

-Siempre que los franceses lo digan algún día. He pedido varias veces información al respecto. Me sale más barato ir a París para conseguir el expediente que el envío de las fotocopias correspondientes. Al menos sabemos el nombre de uno, Faustino Antonio Camazón Valentín, y espero en breve saber cuáles son los demás. Es casi seguro que debían de ser algunos de los que estaban dentro de la sección de criptografía del Estado Mayor de la República. Los archivos españoles contienen poca cosa al respecto. Sabemos quiénes estaban allí, pero no quiénes consiguieron huir a Francia u otros países durante la Guerra Civil. Hay casos, como el de Camazón, que son delicados, más bien muy curiosos.

-¿Por qué?

-Huyó a Francia y como al resto de exiliados lo metieron en un campo de concentración. De repente envió una carta y fueron a buscarlo los servicios secretos galos para llevárselo a él y a su compañero. Camazón era el jefe de los servicios técnicos del SIM (Servicio de Investigación Militar), por lo que es posible que conociese a gente de los servicios secretos franceses a través de la embajada. Estos, sabiendo que era una persona válida, fueron a buscarlo inmediatamente. Pero es uno de los casos más raros que he visto, porque el resto de los del SIM permanecieron encerrados hasta que fueron a buscarlos a través del jefe de los servicios de escucha franceses, que sabía de ellos por el jefe de los servicios de escucha republicanos. Ese grupo formó el núcleo de los servicios de criptoanálisis de Francia durante toda la Segunda Guerra Mundial. Incluso hay un informe americano en el que se dice que la base fundamental de esos servicios galos eran los españoles.

-Todo el mérito de la rotura de Enigma se lo llevan británicos de Bletchley Park y los polacos. ¿Y los españoles?

-No está aún claro si los españoles rompieron Enigma. Pero sí está claro que rompieron otra clase de códigos. Supongo que sí se dedicaron a romper Enigma, pero al final de la guerra. El trabajo de los polacos fue fundamental: si no hubieran roto Enigma gracias a un esfuerzo intelectual brutal, pues medios tenían pocos, seguramente los británicos habrían tardado más, bastante más, en romperla. Los ingleses consideraban inicialmente que esa máquina, la Enigma militar, era irrompible. Lo lograron con la comercial, pero con la militar no. Al ver que los polacos lo habían hecho varios años atrás y después de que les explicaran los métodos para hacerlo, empezaron a investigar hasta mecanizar el trabajo para poder romper las Enigmas. Los españoles se dedicaron principalmente a romper códigos italianos, alemanes y los navales y militares de la España de Franco.

-¿Para qué?

-Más que nada porque había temor entre los Aliados a que Franco se implicara en la guerra. Franceses e ingleses estuvieron encima durante mucho tiempo.

-Entonces sí que hubo grandes expertos patrios en criptografía.

-Muy buenos. A José María Íñiguez, los alemanes le enviaban en un avión los mensajes para que los descifrara. Le consideraban un experto. Baltasar Nicolau, capitán de la Comandancia de Balears, era un genio. Igual que Ramanujan era un matemático por intuición, Nicolau era un criptoanalista por intuición. Íñiguez era más sistemático. Juan Solabre rompió en la posguerra una decena de códigos de países como El Vaticano, Reino Unido... Hemos tenido criptoanalistas y criptógrafos muy buenos toda la historia.

-Pero hay una leyenda negra.

-En el siglo XVI, todos los representantes de la Corona tenían su secretario de cifras, expertos criptoanalistas. Había un montón. Por una chorrada, hay la creencia de que España no era una potencia criptológica en la época de Felipe II. Cuando Felipe II se enteró de que Françoise Viète estaba rompiendo los códigos españoles para los franceses le acusó ante el Papa de brujería y de pacto con el diablo. Era la única manera de acabar con él. Le salió mal la jugada. El Papa también rompía los códigos españoles, por lo que desestimó la denuncia. La noticia se divulgó entre los expertos de cifras de varios países, de manera que los criptógrafos españoles se convirtieron en el hazmerreír de Europa: eran tan malos, decían, que pensaban que era el diablo el que descifraba sus mensajes. Todo lo contrario: eran buenísimos.

-¿Qué clave le gustaría romper? ¿Qué mensaje descifrar?

-El manuscrito de Voynich. Más que nada porque me forraría. Es una clave del siglo XV que sigue sin descifrarse.

-Es un experto, da frecuentemente charlas sobre este tema. ¿No ha querido ficharle el CNI?

-El espionaje es menos romántico de lo que parece. Es gente que se la juega. Pero también se la juegan los criptoanalistas. En caso de guerra, es a los primeros a los que se apunta. ¿Por qué? Porque son un arma. Si está identificado, se lo cargan. Ya hubieran querido los alemanes quitarse de en medio a Alan Turing o a William Welchman. De haber sabido en qué casas vivían y lo que hacían, habrían mandado toda su flota aérea para bombardearlas.