El ejercicio de la educación no contó hasta ahora con el suficiente reconocimiento de nuestros Estados para desempeñar la profesión docente con la dignidad y en las condiciones que corresponden a su naturaleza e importancia social.
Se da a menudo una cuestión contradictoria: por un lado, los pueblos y las diferentes sociedades reconocen muchas veces la importancia de la educación y frecuentemente atribuyen a los maestros características humanas sobresalientes como forma de agradecer el papel tan fundamental que cumplen en el desarrollo de la humanidad, pero por el otro… las políticas de Estado consignan la profesión docente a espacios de inferior jerarquía, que se traducen a veces en bajos salarios y a menudo en pobres condiciones para su cabal desempeño.
El Gobierno y ciertos medios de comunicación oficialistas presentan los paros y las movilizaciones docentes como atentados contra los derechos que tienen los niños a la educación.
Es importante desencadenar un proceso de búsqueda de alternativas a la crisis de un sistema educativo que no tiene capacidad para responder con la calidad y evolución necesaria a sus actuales y futuros educandos, y que tampoco posee capacidad inclusiva para lograr sumar a segmentos de la población que quedan al margen de la instrucción, en muchos casos permanentemente.
La propuesta debe basarse en un pensamiento innovador. Y se requiere un plan de acción, un nivel de conciencia distinto, un gran esfuerzo y energía al servicio de la mejora y transformación.
En América Latina se reafirma cada vez más la convicción que sin educación no habrá cambio posible, que la educación es un instrumento fundamental para el desarrollo humano, para el crecimiento económico, para la competitividad, para la profundización de la democracia, para la recreación y contacto de las culturas, para la generación de ciudadanía y para el ejercicio de los derechos.
La educación no es un fin en sí misma, es un camino. Pero también es un espacio para la concertación y generación de acuerdos.
Para que la educación aporte con su benéfica influencia se requiere de muchas condiciones, de las que sobresalen al menos tres básicas:
a) Que la educación forme parte y apoye a un proyecto nacional
b) Que la educación sea considerada una prioridad en la agenda política de los
Estados.
c) Que las políticas educativas de cambio sean consensuadas y asumidas por
todos los sectores, en especial por los maestros.
En buena parte de América Latina la educación está divorciada del destino de la gente y de su país.
Una educación de este tipo tiene un impacto marginal en los procesos de cambio.
La calidad educativa deja mucho que desear. Es más, en la mayoría de países estos indicadores muestran la gravedad de la crisis educativa y del fracaso de las reformas.
Buena parte de las reformas impulsadas en los noventa respondieron a un formato adaptado a los requerimientos del modelo de ajuste neoliberal, entonces prevalecieron políticas diseñadas bajo la óptica de la gestión, la eficiencia, la gerencia y de la reducción del Estado e impuestas a las espaldas o contra los movimientos docentes.
En las actuales circunstancias, la educación no aporta significativamente al cambio, sino más bien me parece que refuerza el status quo.
Los gobiernos son responsables de esto, pero también son responsables aquellos maestros, que por múltiples razones, han colaborado también al reforzamiento del conservadurismo de los sistemas educativos.
El maestro, por su alta responsabilidad en el aula, se erige como uno de los elementos esenciales de los cambios, pero también puede constituirse en factor de estancamiento.
Podemos preguntarnos: ¿Qué rol han estado jugando los sindicatos?
Varios estudios sobre la conflictividad docente en América Latina señalan que las acciones de hechos y las estrategias políticas de los gremios, con algunas excepciones importantes, se han circunscrito o limitado a la cuestión salarial.
Esta visión limitada o reduccionista no permitió que los docentes aporten e incidan en las políticas educativas de una manera sustancial y trascendente.
Es decir, los sindicatos no exigieron fuertemente otras cuestiones… se quedaron en el tema salarial, lo cual es muy importante y básico, pero no suficiente para salir de la crisis educativa.
Por otra parte, la pérdida de prestigio social del docente, la falta de atractivo económico y otros aspectos profesionales y políticos han redundado en una baja de autoestima del profesorado.
Todas estas condiciones han generado un grupo humano y profesional cada vez más presionado, desestimulado, estresado y con poca motivación al cambio.
Todo lo cual por supuesto también redunda en la crisis del sistema educativo.
Los sindicatos docentes deberían -me parece- ampliar sus agendas hacia propuestas que impliquen incidir en las políticas educativas y en la puesta en práctica de alternativas pedagógicas innovadoras.
Se hace necesario que amplíen la base social de alianzas y que apunten a incorporar a todos los sectores sociales y políticos a una agenda común por el cambio en la educación.
Pero todo esto pasa también por crear y ejecutar políticas educativas con activa participación de los profesores.
El núcleo inspirador tienen que ser los niños, niñas y jóvenes.
Tiene que ser el ejercicio pleno del derecho a una educación de calidad.
Tienen que ser el bien común y la realización integral del individuo y de la sociedad.
¡Sin docentes comprometidos, los cambios educativos no son posibles!
Un educador motivado pero poco cualificado no tiene mucho radio de acción.
Y lo contrario también: un educador cualificado sin compromiso ni motivación, no contribuirá de modo firme a construir aprendizajes en el aula.
Sin gobernantes realmente decididos y con voluntad política, tampoco.
Y los padres, por supuesto también tienen su rol importante aquí.
He ahí el mayor desafío político de los procesos de transformación educativa actual y futura: lograr la participación activa y comprometida de todos los sectores sociales… de toda la comunidad educativa.
¿Para qué? Para cumplir con la ineludible demanda histórica de ir hacia un cambio educativo. Requerimos urgentemente no sólo colocar a la educación en la agenda prioritaria de nuestros países, sino articular la lucha por la educación en el marco de la reconstrucción de un nuevo proyecto nacional, donde lo nacional sea pensado desde una perspectiva sudamericana o latinoamericana.
Proyecto que apunte a la integración, justicia social, equidad, interculturalidad, desarrollo humano, crecimiento económico y fortalecimiento de la democracia.
(Redactado en base a textos de Revista Prelac | «Protagonismo docente en el cambio educativo»).