Distopía de un desengaño

La ciencia ficción desde el litoral santafesino

La ciencia ficción es un género que ha acompañado la historia del hombre desde que la utopía positivista le arrancó a nuestro planeta el último suspiro de fanatismo y fe ciega. Era la certificación de una poderosa confianza en la tecnología, como señal de que el hombre dominaría la naturaleza e incluso a la muerte. Sin embargo el siglo XX se encargaría de desmentir la esperanzas desmesuradas de los visionarios, y también de corroborar que la imaginación del hombre pre-figura la realidad, donde muchos de aquellos inventos descritos en novelas y cuentos acabarían haciéndose realidad: las aeronaves, los submarinos, los viajes al espacio, y muchísimo más.

Hacia nuestros días los géneros que proyectan un futuro imaginario han sido muy prolíficos. Especialmente durante la segunda mitad del siglo pasado se han escrito, dibujado y filmado una gran cantidad de historias. Esta experiencia ha transformado la visión de este género que nacía en el anhelo de la capacidad humana por evolucionar, y lo ha convertido en un espacio libre y metafórico, de reflexión sobre la condición y la calidad humana.

Este es el punto de partida de este corto cuento que presentamos hoy y que agrega una nueva dimensión: ¿Es posible pensar la ciencia ficción desde el litoral Santafesino?

Distopía de un desengaño

*Agradecemos la ilustración original de Enzo Rodriguez Suarez

Screen Shot 2016-08-11 at 10.52.35 PM¿En qué momento empezamos a perder contacto? Hubo muchos signos que aliaron a nuestros dos pequeños planetas cercanos, muchos colores que se compartieron, transbordadores que llegaban y se iban. Los recuerdos de mi abuela que aparecían con unas palabras simples:

-Cuando llegue tía Doriana le preguntaré cómo es la receta de croquetas de Quasimore.

Y si no, eran los torneos. Las tardes que pasábamos al sol jugando a la vascongada.

Recuerdos fragmentados de una vida juntos. Yo apenas era un gürí, un muchachito de la siesta. Me gustaba ver las turbinas de las naves al atardecer, creando esas aureolas magentas en el cielo.

A veces Quasimore estaba más cerca, ¿Sería por la impresión y los anhelos de vivir juntos? El planeta era una estrella que brillaba con colores que parecían latir hacia nosotros; tengo esa impresión bien grabada de mi abuelo enseñándome la constelación y el punto brillante de Quasimore.

Pero el nono, y sus largas tardes de música venustiana, se fueron apagando con nuestro crecer. Él había conocido a unos venustianos en persona, y recordaba el “dos hileras” con que se presentó aquella vez el conjunto Laralero, allá lejos en sus años mozos. Adoraba la música y todo lo que le pareciese distinto, nunca visto.

Una mañana en el campus de la cosmoversidad se me acercó un joven y me dijo:

-Hay noticias para usted, parece que su abuelo está embarcando en una nube fría, tiene permiso para retirarse.

Entré en un estado alterado de realidad que se mantendría durante todo el mes, aunque a decir verdad siento que se ha mantenido incluso hasta hoy.

Yo podía intuir que el viaje de mi abuelo se llevaría también aquellos atardeceres morados y la brecha infinita que se crea en la asociación de un paisaje con su música.

Corrí, corrí, todo el tiempo, no dormí hasta llegar. Mi abuelo estaba allí, desnudo, con su piel más pálida pero sonriendo. Me abrazó con muchísimo cariño y me dijo:

-Ahora serás vos el que deba recordar estas melodías y mantener unida a nuestra familia ¡No te olvides de tus primos y tíos de Quasimore!

Me lo dijo aún a sabiendas de los nuevos estilos de vida, de las angustias de la nona Romana que llevaba meses sin recibir noticias de nuestros parientes.

Los rumores eran cada día más comunes; Quasimore resultaba una amenaza terrible, pretendían apropiarse de nuestra laguna Totora, estaban comenzando a robarnos el nitrógeno y, lo peor de lo peor, habían firmado un acuerdo con el imperialismo juglar de Coliflornia.

¡Ay abuelo! Pensé. Hacía mucho tiempo que le había tocado participar en la guerra de la Triple Poronga, allá por la época del Añá Memby; y en aquellos días él apenas era un niño. ¿Sería por eso que toda su vida se había dedicado a reunir amigos, a organizar juegos, como si todavía no quisiese abandonar la infancia?

La tarde se puso oscura y el obituante nos dijo que ya era hora de subir, mi abuelo frunció el seño, primero, y luego dibujó una sonrisa enorme y crepuscular. Empezó a elevarse rodeado de rotondas de almidón de óxido de litio, y cuando llegó a cierta altura la última luz de la tarde hizo brillar su cabellera, y la nube se fue aclarando. Luego el sol se ocultó y todos nos abrazamos con mi abuela.Screen Shot 2016-08-11 at 11.01.34 PM

Al día siguiente Quasimore anunció la invasión. Estaba yo mandando las notificaciones de la partida de mi abuelo a mis primos, aún cuando mi abuela ya les había enviado un holograto, personalmente, días atrás.

El cielo, después de casi cien añadas volvió a teñirse de magenta y morado, sólo que ahora las samphonias venustianas y el aroma de las croquetas de Quasimore se hallaban únicamente en mis recuerdos.

Autor: Facundo Torrieri

Graduate from National School of Experimental Film, Buenos Aires, Argentina. He has a wide career with more than ten years in the audiovisual field, as a filmmaker, screenwriter and in the area of ​​postproduction. He has worked in television, commercials and film festivals as well as visual anthropology, documentary and fiction. Currently he has made about twenty short films and two feature films as an independent filmmaker. Several of these productions have been part of the selection of international festivals.

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