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Doctorandos: investigar y dar clases gratis en la universidad como forma de vida

Gabriela Pinheira, estudiante de tesis e investigadora precaria.

Daniel Sánchez Caballero

Dedicarse a la investigación en España es una profesión de alto riesgo. No físico, claro. Pero sí mental y económico. Si lo es para los investigadores titulares, con más razón para los predoctorales, estudiantes de tesis que en muchas ocasiones realizan su labor docente y/o investigadora en las universidades españolas de manera totalmente gratuita y, en el mejor de los casos –salvo aquellos que se consigan una de las poquísimas becas privadas que hay–, como mileuristas.

Un camino este que, sumado a las nulas perspectivas de futuro, casi aboca a los jóvenes a dejar el país por la falta de perspectivas laborales, con la pérdida que eso supone en capital humano y de dinero invertido en formarles.

Para protestar por esta situación –que viven principalmente los doctorandos– y empezar a buscar soluciones en grupo se realiza hasta este martes en Madrid el I Foro de la Dignidad Investigadora, donde estudiantes de tesis (en cursiva, porque no está claro que alguien con un grado y un máster deba ser considerado estudiante) comparten (malas) experiencias, precariedad y propuestas de soluciones de futuro.

Labores burocráticas y administrativas, horas de docencia en grados o exigencias de producción investigadora y publicaciones se encuentran entre las tareas habituales que debe realizar un doctorando esté en la situación que esté.

La mayoría lo hace sin beca de ningún tipo (ahora tienen la figura jurídica de un contrato). Algunos, con una beca FPU (de formación de profesorado universitario) o FPI (formación de personal investigador). Y unos poquísimos con otro tipo de beca, privada, que conceden instituciones como La Caixa. Pero se conceden unas 2.000 becas oficiales al año y en el curso 2014-15 había 28.546 personas cursando el doctorado, según datos del Ministerio. Dado que las becas duran cuatro años, hay unas 8.000 personas disfrutando de algún tipo de ayuda pública, menos del 30%.

“Vivir y estudiar sin ingresos”

Durante cuatro años, un joven (para cursar el doctorado hay que estar licenciado y tener un máster, lo que mínimo te pone con 23-24 años) sin beca debe buscarse la vida para vivir y a la vez dedicarle 6-8 horas al día al doctorado. “Y con las mismas exigencias tengas beca o no”, explica Gabriela Pinheiro, 30 años, doctorando en Ciencias Políticas sin ayuda de ningún tipo.

Pueden ser exigencias formales, asociadas al doctorado, o no. Pero en ambos casos son imprescindibles. “Si no las cumples no haces currículum”, cuenta, y en este mundo eso equivale a no tener nada.

“Tienes que ir a congresos internacionales, conseguir publicar, etc”, señala. Y pagarte la matrícula, de unos 400 euros anuales. Todo a cuenta de uno mismo. “Yo siento que estoy haciendo un trabajo productivo que no se me reconoce en absoluto”, afirma. ¿De qué vive Gabriela? “Doy clases de portugués y tengo ayuda de mis padres”, cuenta. Su manera de ganarse la vida es flexible, tiene compañeras sin tanta suerte “echando ocho o diez horas en una tienda”. Y luego, la tesis.

Los hay con más suerte, como Paula Medina. Esta joven conquense, de 24 años, está cursando el primer año del doctorado en la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Se siente “privilegiada” respecto a sus compañeros porque ha obtenido una beca FPU del Ministerio de Educación (formación de profesorado universitario), que le permitirá ingresar algo menos de mil euros al mes durante los cuatro años que durarán sus estudios (las FPI dan algo más). “Sin ella estaría trabajando en la hostelería, como hago en verano... y ganando más”, añade con sorna.

Pero cuando se elimina el elemento comparador, porque siempre hay alguien peor que uno, la satisfacción desaparece. “Al final somos mileuristas, ni eso”, cuenta Medina. Y con prácticamente nulas perspectivas de futuro. Salvo milagro, esos mil euros escasos deben dar para todo: para cubrir gastos personales, pero también los viajes y el trabajo de campo, habitual en las ciencias sociales, que requiere una tesis. En su caso, además, no todo son alegrías. La precariedad tiene los tentáculos muy largos. Medina tiene despacho, pero no ordenador.

“Una situación bien planteada”

Eddy Sánchez, profesor asociado en la UCM, explicó durante la sesión de la mañana del Foro su visión de por qué la investigación está como está en España. “Estamos ante una situación muy bien planteada, que no se limita a una situación coyuntural por los recortes, es estructural”, expuso.

Sánchez explica que se ha creado un discurso articulado en torno a cuatro ejes que han llevado al panorama actual: la (supuesta) masificación en la universidad, el mantra de que la investigación debe adaptarse a las necesidades productivas, la (falsa) situación de “privilegio” que se supone vive el doctorando y el (perverso) discurso de la “excelencia”. Cuatro elementos ideológicos que, combinados, “pretenden diseñar un país subalterno en el capitalismo europeo”.

El discurso de la masificación en la universidad (demasiados centros, demasiados alumnos), “puede ser el concepto con más tradición del país”, explica. Con tintes estratificadores, la idea que subyace es que “una universidad pública que llegue a muchos no es necesaria en un país de servicios”. Que la investigación no se adapte a las necesidades productivas es directamente “mentira”, afirma Sánchez. “Es justo al revés, la investigación solo está pensada para las multinacionales. Los grandes países basan su i+d en la ciencia básica, pero aquí los programas, desde su propia convocatoria, incentivan la investigación de proceso”, explica. O lo que es lo mismo, cómo adaptar la tecnología extranjera, no crear nuevas tecnologías. Y todo con el 'mérito' que tiene ser el único país europeo que recortó en i+d cuando vinieron mal dadas.

El privilegio y la búsqueda de la excelencia se mezclan en unas prácticas que acaban con los jóvenes investigadores en labores administrativo-burocráticas (dentro del propio equipo de investigación u organizando congresos, por ejemplo), o dando las clases que al tutor de turno no interesan mucho para que este se dedique a sus intereses y pueda seguir haciendo currículum, según relata Sánchez.

Un futuro fuera de España

Con estos mimbres, ¿tienen Pinheiro y Medina alguna expectativa de futuro en el mundo investigador? “Me gustaría trabajar en la universidad en investigación y docencia”, responde Pinheiro, “pero en España es casi imposible”. “Te llegas a plantear si dejarlo, aunque al final optas por hacerlo. Da rabia tanto tiempo, tanto dinero, tanta dedicación para algo que no sabes si tendrá resultado”, reflexiona.

Medina pinta un futuro similar. “Es frustrante pensarlo. Me veo haciendo un máster habilitante para ser profesora de instituto. Lo idea sería investigar y ser docente, pero la media de edad de los departamentos es de 40 ó 50 años y las nuevas contrataciones son o temporales o de profesor asociado”, cuenta. La figura del profesor asociado está pensada para profesionales de otros sectores que pueden dar algunas clases en la universidad por ser expertos en su tema y para ello hay que ser autónomo (falso autónomo cuando se convierte en tu única ocupación). Suelen cobrar 300 ó 500 euros al mes. Una perspectiva poco halagüeña.

Entre los retos de futuro, superar el “qué hay de lo mío”, típico de este mundo, según explicaba un oyente. Juntarse y hacer fuerza en conjunto. De momento tienen ideas sobre las que debatir: subir la financiación a la investigación, aumentar la tasa de reposición para que las universidades no sigan masificándose y puedan asumir a los doctores que forma, que se cree un estatuto que garantice los derechos profesionales y acabar con la precarización o buscar mecanismos para que exista financiación como un derecho del doctorando. Prometen lucha, en cualquier caso. “Si nos juntáramos y parásemos todos a la vez...”, fantasea uno de ellos.

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* El artículo ha sido editado a las 12.03 para aclarar que el número de estudiantes de tesis con ayudas es de unos 8.000, no 2.000 como se daba a entender.

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