Incertidumbre. Es el sentimiento generalizado que provoca un misterio que mantiene en vilo a científicos, instituciones y apicultores de todo el mundo: la creciente incidencia de mortalidad en las abejas.

«No sabemos contra qué luchamos, así que no sabemos cómo hacerlo», relata José Antonio Babiano, presidente de la Sectorial Apícola en las Cooperativas Agro-Alimentarias de Extremadura.

La región produce el 70% del polen español y es la segunda comunidad autónoma con mayor número de colmenas, 571.990 según el censo del Ministerio de Agricultura. Así que no es en absoluto ajena a este problema global. Al contrario, los apicultores ven cómo tienen que redoblar esfuerzos para mantener su modo de vida.

«Se dan casos de pérdida masiva de individuos. Colmenas despobladas que terminan muriendo», afirma Babiano.

Ante este panorama, el apicultor no tiene otro remedio que comprar nuevos enjambres para la siguiente temporada, con todo el gasto que ello conlleva.

Un problema que empezó a aflorar con fuerza en el año 2004 y que a día de hoy todavía no ha encontrado solución.

Así lo explica Antonio Prieto, portavoz de UPA-UCE, quien cuenta cómo cada año, cada zona y hasta cada colmena sufre la mortalidad de las abejas de manera diferente.

«Hay veces que se puede alcanzar hasta el 25 o el 30% de mortalidad. Otras veces la incidencia es menor», dice.

Una vez más, la falta de una causa concreta y definida es la que impide una solución eficaz.

«Diferentes instituciones, universidades de todo el mundo están investigando. Hay miles de causas: la utilización de ciertos productos químicos, diferentes enfermedades que debilitan a las abejas, la climatología en la que no hay una floración continua. También está el tema del abejaruco, muy bonito pero también muy cabrón, con perdón, que las mata y se las come. Además se pone en la puerta y no las deja salir, lo que causa estrés para toda la colmena», cuenta Prieto.

Con todas estas amenazas, la abeja es un animal que está «embotado», apunta Juan Metidieri, presidente de Asaja.

La corta primavera y las sucesivas olas de calor son otros de los factores que Metidieri añade para la mortalidad de estos insectos.

«El año pasado fue regular, por no decir malo. La producción baja, como es de esperar», dice el dirigente agrario, quien añade que Extremadura está siendo una de las zonas más afectadas del país.

Un dato que concuerda con los aportados por el Ministerio de Agricultura, que hace referencia a una mayor incidencia de este mal en el oeste peninsular.

«La abeja es imprescindible para la agricultura y la ganadería pero es que además no es posible un mundo sin abejas. Son las mediadoras del ecosistema», advierte Metidieri.

Al rescate de la abeja/ Tal es la importancia de este insecto que desde diversas instituciones globales se han puesto en marcha diferentes iniciativas para identificar las causas y aplicar las soluciones pertinentes.

Entre ellos ‘Epilobee’, una serie de estudios que fueron promovidos por la Unión Europea y con cuya filosofía continúa a día de hoy el Ministerio de Agricultura, en la búsqueda de respuestas para este problema.

En ello trabaja David Quesada, responsable técnico del Departamento de Patología Apícola en el Laboratorio de Sanidad Animal de Zafra.

«Lo que nos gustaría a todos es que haya una causa concreta y dar una solución general, pero por el momento no la hay», lamenta Quesada.

Este científico reitera que el mayor escollo es la presentación «muy dispersa y muy irregular» del problema.

«Cada caso se da por un motivo diferente. Cuando se aplica un remedio en el laboratorio puede que no funcione igual en el campo. Se dan problemas de eficacia, se desarrolla resistencia a un producto... El apicultor lo que observa mientras tanto es que se mueren sus colmenas», relata.

Algunas de las conclusiones que sí se han conseguido extraer es la influencia letal de otro de los grandes enemigos de la abeja: la varroa.

Se trata de un parásito de origen asiático que recaló en Europa Occidental a finales de los años 80 y que poco a poco destruye toda la colmena.

«Fue un desastre, pero al menos estaba identificado. Lo que ocurre es que con los años se ha ido haciendo resistente», explica Quesada.

La abeja como símbolo/ La alta mortalidad de las abejas no es única a su especie, sino que es una catástrofe que se viene repitiendo también en otros polinizadores.

Lo explica Guillermo González Bornay, doctor en Biología y profesor en la Universidad de Extremadura, quien alude al peligro que corren también otros cientos de polinizadores salvajes.

Bornay habla de una mejor gestión del campo como primer paso para tratar de frenar la sangría: «debemos cortar con ciertos usos drásticos, no podemos matar moscas a cañonazos», afirma.

Apunta al uso de insecticidas a escala global e incluso también a los que usamos en el jardín de casa, que van mermando a toda la población de insectos.

«Hay que eliminar la simplificación en los cultivos y quizás volver a usos agrícolas de antaño, como la labranza o el uso de bestias para quitar las malas hierbas», argumenta.

«Mal decimos malas hierbas, pues son fuente de alimento para ellas. Les dan néctar que es su combustible, y generan polen, que exportan», añade.

Una vuelta a la agricultura más tradicional que también defiende Pablo Ramos, coordinador de Ecologistas Extremadura.

«El uso y abuso de fitosanitarios debe quedar reducido a su mínima expresión. Tampoco se debe fumigar masivamente. Hay que promover la agricultura ecológica», defiende.

Ramos advierte de que todo el equilibrio del sistema depende de que las poblaciones de abejas, tanto de miel como silvestres, así como de otros polinizadores, insectos y aves, se mantegan, formando una cadena a la que la pérdida de cualquiera de sus miembros puede llevar al desastre. Y la abeja es un pilar fundamental.

Desde grupos ecologistas advierten también de la posible incidencia de otros factores, como las antenas móviles o el cultivo de transgénicos.

Sin embargo, la falta de evidencia científica abre todo un campo de posibilidades a debate.

Por ello, Quesada reconoce que este es un tema polémico y que genera opiniones controvertidas.

«Ciertos tipos de pesticidas neonicotinoides han sido incluso prohibidos en Europa, pero nosotros no hemos detectado resultados concluyentes de que su presencia sea preocupante. Lo que ocurre es que hay miles de estudios, miles de casos y factores», argumenta.

menos alimentos/ En cualquier caso, Quesada es un ejemplo de cómo la comunidad científica ha unido fuerzas con apicultores para tratar de encontrar todas las piezas que den solución al, por el momento, indescifrable puzzle de la creciente mortalidad de las abejas.

En la región, más de 1.100 familias dependen de la apicultura, un sector que ha conseguido dar salida y generar empleo sostenible en comarcas tradicionalmente desfavorecidas como lo son las Hurdes, Sierra de Gata, Villuerca-Ibores o la Siberia extremeña.

A escala global, se calcula que hay entre 25.000 y 30.000 especies de abeja. En países como Estados Unidos, el número de colmenas se ha reducido a la mitad en dos décadas, de 5 millones a finales de los 80 a 2,5 en 2015. Una reducción que si continúa creciendo podría desencadenar un desastre ecológico irreversible.

Como dato clave, el 84% de las 264 especies de cultivo y 4.000 variantes vegetales existentes en Europa son polinizados en más de un 95% por las abejas.

La desaparición de éstas generaría un efecto dominó en los ecosistemas: la falta de plantas dejaría sin alimento a los animales hervíboros, lo que afectaría por consiguiente también a los carnívoros y, en última instancia, a toda la especie humana.

Parece que el cuidado con las abejas va más allá del huir de estas por miedo a una picadura. La supervivencia de la vida en el planeta depende de ellas.