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Zoé Valdés

'Amacronismos'

Francia sigue en expedito despeñamiento, por un vertedero cada vez más maloliente y sin perspectivas de recuperación.

La enorme popularidad con la que se dijo –encuestas que ya conocen mediante– que contaba el presidente francés Emmanuel Macron ha bajado en menos de una semana a un 10 por ciento, por lo visto va por el mismo camino que su antecesor, François Hollande. Barranca abajo y sin frenos.

El pecado o error de Macron ha sido el de desarmar el Ejército, rebajarle el presupuesto a niveles insospechados, lo que provocó la dimisión del tan aclamado y admirado jefe de los militares, Pierre de Villiers.

Tras los atentados de Charlie Hebdo y de los más recientes, Toulouse, Bataclán, Niza, etc., el Ejército y la Policía contaban y cuentan con una admiración y un afecto entre los ciudadanos nunca antes vistos. Ha sido una falta mayúscula del jefe de Estado tratar a los militares como a una pata de puerco, y ahí está cobrando la parte de la cuenta que le han pasado, y que le seguirán pasando si no rectifica. Lo que seguramente no hará, conociendo como conozco el orgullo francés, y más específicamente el acuartelamiento emocional de cada uno de los presidentes franceses casados con señoras de armas tomar.

El caso es que los anacronismos en política ya de por sí molestan bastante, pero este amacronismo de Macron ha dado el puntillazo a la paciencia de sus votantes, y ahí están los pésimos resultados macheteándole las cifras de entusiasmo y simpatías.

Por otro lado, al parecer el nivel de autoritarismo del presidente supera índices inesperados.

Macron se mete en todo, es un metementó que no sólo quiere controlar a la prensa, además pretende convertirse en el jefe supremo de las Fuerzas Armadas y de todo lo que le pase por delante y se le ponga a tiro.

Ni el tan acusado y vilipendiado presidente Nicolas Sarkozy, por inmiscuirse en el menor detalle de su primer ministro, François Fillon, se comportaba con ademanes y acciones tan cazueleros como el actual. Y lógicamente eso también pasa factura.

Entre tanto, Francia sigue en expedito despeñamiento, por un vertedero cada vez más maloliente y sin perspectivas de recuperación. Debo señalar por lo demás que no se vislumbra un rostro entre la multitud de la marrullería política que pueda parecer el más indicado para drenar y limpiar semejante lodazal. A no ser que ocurra un milagro.

Cartesiano, un milagro cartesiano, que es como sólo lo aceptaría ese pueblo, tragándolo por un gaznate ya demasiado atorado.

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