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Decenas de venezolanos están supliendo la falta de mano de obra en la cosecha cafetera. Ingenieros, abogados, contadores, taxistas y hasta un neurocirujano han llegado al Eje Cafetero en busca de oportunidades laborales en el campo. No quisieron mostrar su rostro a las cámaras por temor a represalias contra sus familias en Venezuela.

MIGRACIÓN

La historia de los venezolanos que hoy recogen café

Ante la necesidad de mano de obra en la cosecha cafetera, Risaralda se ha convertido en un polo receptor de venezolanos que huyen de la crisis humanitaria de su país. Pero las restricciones migratorias afectan la solidaridad de los caficultores. La cosa va para largo.

18 de noviembre de 2017

Tienen la cara llena de ronchas, la piel tostada y la ropa de trabajo un poco rota. No están acostumbrados al diminuto mosquito del café, ni al sol que arde tras los fuertes aguaceros, ni a caminar en medio del monte. Solo llevan tres días recogiendo la cosecha y ya consiguieron el equivalente a un salario mínimo y medio de Venezuela. Hacen parte del casi medio millón de venezolanos (prácticamente la misma población de Pereira) que, según Migración Colombia, residen hoy en el país. Apenas conocen las labores del campo, pero en los cafetales colombianos apuestan por un futuro mejor, sobre todo sin hambre.

Marco tiene 50 años y ha perdido 12 kilos de peso. Ya no sabía qué más hacer para sostener a su familia en Mérida, pues trabajaba en un taxi que ya no funciona. La crisis impacta todos los sectores, y el desabastecimiento trasciende los supermercados y las farmacias. No se consiguen llantas ni repuestos automotores, y sus paisanos ya no gastan en transportarse los pocos bolívares que ganan, que cada día valen menos ante la imparable hiperinflación.

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Por eso él y 4 familiares, en un recorrido largo e incómodo, decidieron migrar hacia el Eje Cafetero. Tomaron 5 buses para atravesar un total de 1.200 kilómetros: de Mérida a San Cristóbal, a San Antonio del Táchira, a Cúcuta, a Bogotá, a Pereira y, finalmente, a Marsella (Risaralda). Para esas 38 horas de viaje, cada uno tuvo que conseguir 2 millones de bolívares, es decir, alrededor de 6 salarios mínimos de su país (unos 200.000 pesos colombianos).

Para conseguir esa cantidad de billetes en Venezuela, hay que pagarle a un intermediario que cobra el 20 por ciento de comisión. Y luego deben cuidarse de que las autoridades no los pillen con tanto efectivo, porque se lo podrían decomisar.

En la cordillera

El año pasado, la Federación Nacional de Cafeteros calculaba un déficit nacional de 60.000 recolectores, y aunque este año la cosecha será menor, con 14,6 millones de sacos por unos 8 billones de pesos, el gerente de Fedecafé, Roberto Vélez, afirma que conseguir suficiente mano de obra siempre es “el karma de los cafeteros”.

En Risaralda, por ejemplo, los productores necesitan en promedio 50.000 recolectores, pero solo 20.000 viven en la zona. Por eso, este departamento lanzó el Plan Cosecha, una estrategia conjunta entre los productores, la Gobernación, las Alcaldías, la Policía y el Ejército para convocar recolectores foráneos. La campaña tuvo tanto éxito que la mano de obra comenzó a cruzar la frontera.

Mientras el desempleo en Cúcuta ronda el 16 por ciento, en Pereira solo llega al 8,6 por ciento; y mientras en las cabeceras municipales es de 10,5 por ciento, en las zonas rurales es de 5,3 por ciento. Además, según reportes del Dane, el sector agropecuario ha contribuido más que ningún otro a bajar las tasas de desocupación en el país en los últimos meses.

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Y cómo no, si en el campo colombiano desde hace varios años se está hablando de falta de relevo generacional. Los jornaleros procuran que sus hijos estudien o busquen trabajo en las ciudades, lo cual no solo hace que las zonas rurales pierdan población, sino que también impacta el mercado laboral. Por ejemplo, en el sector cafetero, el promedio de edad de un recolector es de 61 años.

Por eso, desde el año pasado decenas de venezolanos han visto en el Eje Cafetero las oportunidades que no encuentran en su país ni en las zonas fronterizas. Vélez le dijo a SEMANA que esta situación “es un gana-gana, pues entre el 50 y el 60 por ciento del costo del café es la mano de obra. En la medida en que tengamos más disponibilidad, el precio será menor”, así que hay beneficios tanto para los inmigrantes como para los productores.

En las fincas cafeteras se trabaja a destajo, es decir, el empleador paga por la labor contratada, en este caso entre 450 y 500 pesos por kilo de café recogido. Algunos, como Marco y su hermano Pedro, en su primer intento lograron recoger más de 60 kilos al día, o sea unos 30.000 pesos, con los cuales pagan 10.000 pesos por las 3 comidas. Con un promedio de 20.000 pesos diarios (aunque a veces hacen mucho más), un venezolano puede terminar el mes con más de 600.000 pesos, 20 veces el salario mínimo de su país, que hoy en el mercado libre oscila entre los 7 y los 10 dólares.

Pero muchos de los venezolanos que llegan a las fincas jamás han trabajado a la intemperie y, como le contaron a SEMANA varios caficultores, “unos se aburren, y otros hasta salen llorando porque aunque necesitan el trabajo, no son capaces de conseguir ni lo de la comida del día”. Esto ha representado gastos extras para los cafeteros, pues además de que deben hacer esfuerzos adicionales para enseñarles la técnica de recolección, a veces deben regalarles la comida.

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Y es que para muchos venezolanos la crisis generada por el régimen del presidente Nicolás Maduro puede resumirse en una sola palabra: hambre. Quienes llegan preguntan inmediatamente cómo enviar dinero a sus familiares que se quedaron al otro lado de la frontera y, sobre todo, cómo mandarles alimentos. “El año pasado me llegaron un cardiólogo, un abogado y un ingeniero civil a trabajar como recolectores. Y cuando les servían en el ‘alimentadero’ se les salían las lágrimas porque sus familias no pueden comer así de bien”, cuenta un cafetero de Pereira.

Costales de zozobra

Históricamente, el Eje Cafetero ha sido uno de los principales emisores de migrantes colombianos que, tras la crisis y los terremotos de los años noventa, decidieron probar suerte en Europa y Estados Unidos. Por eso, una caficultora le dijo a SEMANA: “Uno recibe a los venezolanos sin todos los documentos por solidaridad porque yo, que tuve que emigrar a España, sé que vivir como inmigrante es horrible”. Pero eso no elimina la zozobra que produce recibir extranjeros que aún no tienen todo en orden.

Según cifras del Comité Departamental de Cafeteros, actualmente en Risaralda hay 90 venezolanos registrados que trabajan como recolectores y que tienen visa de extranjería, de trabajo o el Permiso Especial de Permanencia (PEP), un mecanismo de flexibilización creado por la Cancillería para que aquellos que entraron al país legalmente antes del 28 de julio y estaban dentro del tiempo permitido o lo habían superado recientemente se regularizaran y cotizaran en seguridad social.

No obstante, para nadie es un secreto que han llegado muchos más a trabajar en la cosecha cafetera, que aunque entraron de manera legal al país, solo tienen el sello del pasaporte con el Permiso de Ingreso y Permanencia (PIP) que les permite estar en Colombia como turistas. Por miedo a las represalias, los extranjeros prefieren mantenerse en la invisibilidad, pues no tienen el presupuesto para pagar una visa (alrededor de 300 dólares) y el plazo del PEP no contempla a quienes apenas están llegando.

Christian Krüger, director de Migración Colombia, dijo a SEMANA que el gobierno está evaluando opciones para regularizar a los venezolanos. “Hemos analizado la posibilidad de extender el PEP algunos meses –registramos 68.337 permisos– o que tengan requisitos más flexibles para obtener las visas”. Sin embargo, las medidas migratorias requieren un análisis transversal del impacto que producirían en la salud, la educación, la seguridad y lo laboral, por lo cual toman tiempo. Tiempo del que carecen tanto los inmigrantes como los productores cafeteros.

“Ante la escasez de mano de obra, que amenaza con que al caficultor se le caiga el grano, la llegada de los venezolanos va a ser difícil de manejar. El gobierno nacional debe plantear soluciones para que en vez de un problema la situación ofrezca una oportunidad”, opina el gobernador de Risaralda, Sigifredo Salazar. Los venezolanos llegan a municipios como Santuario y Marsella y cuando la cosecha se acaba siguen hacia Antioquia o el Valle del Cauca. Pero muchos también se están instalando en Pereira para trabajar en lavaderos de carros, bares, peluquerías o en el mercado informal, lo cual pronto impactará la economía de la capital del departamento.

La Asociación de Venezolanos en Colombia estima que en el país hay alrededor de 1,2 millones de ellos. Migración Colombia calcula unos 470.000 entre los legales y quienes llegaron por trochas. Por eso es tan importante una coordinación entre los gremios y las autoridades migratorias (ver recuadro), pues no solo podría dispararse el desempleo, sino también la inseguridad y los sentimientos xenófobos ante la competencia laboral.

Drama humano, impacto económico, solidaridad y café. La historia de los venezolanos que deciden emprender un largo viaje hacia las fincas cafeteras tiene muchas aristas, y es probable que este solo sea el comienzo de una diáspora que ya no solo se concentra en la frontera, la capital y la costa, sino que va a extenderse por todo el país.

La situación en Venezuela lleva meses insostenible, y ante el default económico y la escasez, el panorama puede agravarse cada día más. Sin duda, cientos de venezolanos seguirán cruzando la frontera, y aunque para algunos las fincas cafeteras solo son la primera etapa para conseguir otros trabajos en el occidente colombiano, lo cierto es que para muchos, como Marco, el futuro sí huele a café.

Agro con acento venezolano

El café no es el único sector del agro que ha comenzado a sentir la llegada de migrantes del país vecino. El gremio de los cultivadores de plantas ornamentales, Colviveros, por ejemplo, explicó que “aunque el sector no está buscando mano de obra, trabajadores venezolanos están empezando a tocar las puertas, especialmente en municipios como Fusagasugá, Pereira y Rionegro”. Asimismo, el presidente de Asocolflores, Augusto Solano, le dijo a SEMANA que cuando supieron que había venezolanos pidiendo trabajo en el sector, fueron “el primer gremio en acercarnos a Migración Colombia para averiguar los procedimientos y nos dijeron que nos ayudarían a agilizar los trámites en caso de necesitar mano de obra”. La coordinación entre los gremios y las autoridades migratorias es esencial, particularmente ante la constante diáspora de venezolanos, para proteger sus derechos laborales, pero mantener la competencia leal por el empleo.

El dilema cafetero

Como dice el presidente del Comité Departamental de Cafeteros, Luis Miguel Ramírez, muchos caficultores quieren recibir a los venezolanos, pero temen que a los duros requisitos laborales se añadan líos migratorios. “Los recolectores de café son mano de obra ambulante, trabajan unos días o unas horas y se van”, afirma. Por eso los cafeteros esperan que el Congreso apruebe el proyecto de ley 123 de la Cámara de Representantes, que dignifica la situación del campesino con seguridad social y un jornal diario integral, cosa que beneficiaría a los trabajadores colombianos y a los inmigrantes.