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El Discípulo no batalla en sus fuerzas sino en las del Espíritu Santo


(Lección 10 – Nivel 3)

El Discípulo no batalla en sus fuerzas sino en las del Espíritu Santo (Lección 10 – Nivel 3)

Conocer a Cristo fue para Judit una experiencia maravillosa. Reconoció que emprender una nueva vida de la mano de Jesús el Señor era enriquecedor en todas las áreas de su vida. Los verdaderos problemas surgieron cuando debió enfrentar los retos de vivir en una sociedad sin principios ni valores. “Pensaba que ser cristiana era sumamente difícil y no niego que muchas veces tuve la inclinación de darme por vencida”, relató.

Ella no es la única. Quizá usted mismo conoce personas que libran luchas enormes para mantenerse dentro de los márgenes de comportamiento previsibles para quien profesa fe en Jesucristo. “En la práctica ser cristiano es complicado”, me dijo un joven que hoy— a pocos meses de salir de la universidad— se ve confrontado con un mundo en el que beber, compartir experiencias extremas, vivir en promiscuidad y estar inmersos en las drogas es común y ha sido legitimado por la sociedad como “normal”.

¿Cuándo podemos vencer? Cuando dejamos de depender de nuestras fuerzas y comenzamos a movernos en la dimensión del Espíritu Santo.

Nuestro amado Salvador Jesucristo lo enseñó a sus primeros discípulos y a nosotros hoy: “Y yo le pediré al Padre, y él les dará otro Abogado Defensor, quien estará con ustedes para siempre. Me refiero al Espíritu Santo, quien guía a toda la verdad. El mundo no puede recibirlo porque no lo busca ni lo reconoce; pero ustedes sí lo conocen, porque ahora él vive con ustedes y después estará en ustedes.” (Juan 14:16, 17. NTV)

Sólo cuando aprendemos a vivir conforme lo dispuesto por Dios y dependemos de Su Espíritu, alcanzamos la victoria. No hay otro camino. Y a la Iglesia le corresponde la tarea de enseñar a los nuevos creyentes los fundamentos del discipulado cristiano para que sus pasos diarios se orienten a la victoria.

Un equipo de estudiosos del tema escriben: “En los Evangelios es evidente que Jesús les enseñaba a las multitudes, las sanaba y hacía todo tipo de cosas en su favor pero sólo convivía con un grupo especial de hombres escogidos y mujeres que tomaron la decisión de seguirlo a cualquier parte que fuera y en todo momento. A esos es a quienes Él llamaba Sus discípulos, a quienes les explicaba las parábolas que les relataba a la multitud, y con quienes sostenía una comunión profunda que les permitía experimentar en su propia vida y persona las grandezas de Dios.” (Biblia del Discípulo. Editorial Unilit. EE.UU. Pg 1409)

El discipulado, es decir, la decisión de seguir los pasos del amado Salvador, va de la mano con la dependencia de Dios porque en nuestras fuerzas siempre terminaremos frustrados y sumidas en una profunda derrota No podemos olvidar que en nuestro interior batalla la naturaleza humana y carnal que se inclina al pecado y que solamente podemos vencer cuando vamos de la mano de Dios a través de Su Espíritu Santo que nos guía, anima y fortalece.

El apóstol Santiago escribió a los creyentes del primer siglo para advertirles sobre la necesidad de permanecer firmes y no fluctuar. Por supuesto, Él sabía que no era en las fuerzas de cada uno sino dependiendo de Dios como podían vencer.

Él escribió: “Si necesitan sabiduría, pídansela a nuestro generoso Dios, y él se la dará; no los reprenderá por pedirla. Cuando se la pidan, asegúrense de que su fe sea solamente en Dios, y no duden, porque una persona que duda tiene la lealtad dividida y es tan inestable como una ola del mar que el viento arrastra y empuja de un lado a otro. Esas personas no deberían esperar nada del Señor; su lealtad está dividida entre Dios y el mundo, y son inestables en todo lo que hacen.” (Santiago 1:5-8. NTV)

Podemos asegurarle que si decide hacer un alto en el camino y evaluar las veces que terminó rendido por el pecado, encontrará sentido a la necesidad de depender a partir de hoy de Dios y no de sus conocimientos teológicos o espiritualidad, por alta y fortalecida que considere que se encuentre.

El Espíritu mora en quien camina en fidelidad a Dios

¿Por qué muchas personas encuentran algo difícil mantenerse firmes, asidos del Espíritu Santo, cuando vienen los embates de la tentación y como consecuencia, el pecado? Por una razón elemental: Han procurado conciliar la vida de Discípulos con la mundanalidad. Es como si se encontraran en una frontera, con un país puesto en un país y el otro en su nación de origen. Y delante de Dios reviste singular importancia tomar decisiones firmes y mantenernos en ella.

Nuestro amado Señor Jesús instruyó a sus Discípulos sobre la necesidad de mantenerse afincados en Sus enseñanzas: “Jesús le dijo a la gente que creyó en él: — Ustedes son verdaderamente mis discípulos si se mantienen fieles a mis enseñanzas; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.” (Juan 8:31, 32. NTV)

Un auténtico Discípulo de Jesús vive la Palabra, y si vive la Palabra, el Espíritu aviva su vida en todas las áreas.

El apóstol Pablo podríamos decir que refuerza esta enseñanza cuando escribió a los creyentes de Galacia: “Los que pertenecen a Cristo Jesús han clavado en la cruz las pasiones y los deseos de la naturaleza pecaminosa y los han crucificado allí. Ya que vivimos por el Espíritu, sigamos la guía del Espíritu en cada aspecto de nuestra vida. No nos hagamos vanidosos ni nos provoquemos unos a otros ni tengamos envidia unos de otros.” (Gálatas 5:24-26. NTV)

¿Cómo puede ser posible vencer la naturaleza pecaminosa y dar pasos sólidos hacia el crecimiento diario? El texto responde ese interrogante: Porque vivimos por el Espíritu Santo, en el cual debemos movernos cada día.

Preparándonos para grandes tareas

Un Discípulo que depende del Espíritu Santo se prepara para grandes tareas, porque esa es su meta final: Ser partícipe de la extensión del Reino de Dios. Y logramos esa solidez para servir al Señor cuando dependemos de Él, oramos, confiamos en su poder y caminamos firmes.

Tenga presente que el Espíritu no lo reciben aquellos que todavía no tienen a Cristo en su corazón. Lo reciben quienes aceptan a Cristo y como Discípulos, se disponen a permitir que Él obre en su ser. Hacerlo es la mejor decisión que jamás podamos tomar porque nos habilita para servir.

¿Quién nos prepara? El propio Espíritu de Dios, como escribe el apóstol Pablo: “No obstante, él nos ha dado a cada uno de nosotros un don especial mediante la generosidad de Cristo. Por eso las Escrituras dicen: «Cuando ascendió a las alturas, se llevó a una multitud de cautivos y dio dones a su pueblo». Fíjense que dice «ascendió». Sin duda, eso significa que Cristo también descendió a este mundo inferior. Y el que descendió es el mismo que ascendió por encima de todos los cielos, a fin de llenar la totalidad del universo con su presencia. Ahora bien, Cristo dio los siguientes dones a la iglesia: los apóstoles, los profetas, los evangelistas, y los pastores y maestros. Ellos tienen la responsabilidad de preparar al pueblo de Dios para que lleve a cabo la obra de Dios y edifique la iglesia, es decir, el cuerpo de Cristo. Ese proceso continuará hasta que todos alcancemos tal unidad en nuestra fe y conocimiento del Hijo de Dios que seamos maduros en el Señor, es decir, hasta que lleguemos a la plena y completa medida de Cristo.” (Efesios 4:713. NTV)

Ningún creyente nace a una nueva vida para permanecer sentado en la banca de la iglesia. Al recibir a Jesús dispone su corazón para el Señor y para que, a través de los dones y talentos que recibimos de Él, podamos alcanzar otras personas para el Reino de Dios.

Esa es la posibilidad y al mismo tiempo oportunidad que se desprende de ser hijos de Dios por la obra redentora de Jesucristo, como explicó el apóstol Pablo a los creyentes de Éfeso: “No olviden que ustedes, los gentiles, antes estaban excluidos. Eran llamados «paganos incircuncisos» por los judíos, quienes estaban orgullosos de la circuncisión, aun cuando esa práctica solo afectaba su cuerpo, no su corazón. En esos tiempos, ustedes vivían apartados de Cristo. No se les permitía ser ciudadanos de Israel, y no conocían las promesas del pacto que Dios había hecho con ellos. Ustedes vivían en este mundo sin Dios y sin esperanza, pero ahora han sido unidos a Cristo Jesús. Antes estaban muy lejos de Dios, pero ahora fueron acercados por medio de la sangre de Cristo.” (Efesios 2: 11-13. NTV)

Somos Discípulos para crecer en Jesús. Lo logramos cuando caminamos conforme a Sus enseñanzas y permitimos que el Espíritu obre poderosamente en nuestra existencia. Y cuando hemos seguido esa ruta, nos hacemos partícipes del crecimiento de la Iglesia como explican especialistas en el tema: “… no creemos estar exagerando al sostener que el futuro de la iglesia, y el de la humanidad entera, dependen de una intensa labor de multiplicación de discípulos que continúan su obra en el amor y en el poder de Cristo, guiados por el Espíritu Santo y con mentalidad como la de David en medio de un mundo como Goliat.” (Biblia del Discípulo. Editorial Unilit. EE.UU. Pg 1410)

La experiencia del Espíritu es para todos nosotros. No es propia de súper ungidos sino de quienes se disponen a vivir para Cristo. Y usted puede dar esos pasos hoy porque ha dispuesto su corazón para servirle. ¡No se arrepentirá, decídase hoy a ser un Discípulo conforme a la voluntad de Dios!

Tareas para la semana:

Las tareas que ocuparán esta semana mi proceso de Discipulado en el Nivel III son:

a.- Haré un alto en el camino para evaluar si estoy dependiendo de mis propias fuerzas o de las que provienen del Espíritu Santo para librar las batallas diarias.

b.- Haré una evaluación diaria de mi vida para identificar en qué estoy fallando y disponerme a corregir con ayuda de Dios y de Su poderoso Espíritu que mora en mí.

c.- No descuidará la dinámica diaria de leer las Santas Escrituras con el propósito de identificar qué tienen para enseñarme sobre el mover y obrar del Espíritu Santo en nuestras vidas.

Versículo para memorizar durante la semana:

“Y yo le pediré al Padre, y él les dará otro Abogado Defensor, quien estará con ustedes para siempre. Me refiero al Espíritu Santo, quien guía a toda la verdad. El mundo no puede recibirlo porque no lo busca ni lo reconoce; pero ustedes sí lo conocen, porque ahora él vive con ustedes y después estará en ustedes.” (Juan 14:16, 17. NTV)

Publicado en: Escuela de Discipulado


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