Felipe VI y su discurso: no valen para nada, por A. González


Felipe  VI, el rey exprés, se ha estrenado con su discurso navideño. Tras una intensa y obsesiva campaña mediática creando expectación e interés por lo que pudiera decir en su discurso -en realidad, una campaña publicitaria para potenciar la moribunda monarquía-; en un escenario falso y prefabricado dónde hasta el más mínimo detalle fue estudiado con detenimiento, apenas duró trece escasos minutos;  tres folios con 1051 palabras fueron todo su contenido para no decir absolutamente nada de interés como no podía ser de otro modo.

Hablando de la corrupción dijo: «Debemos cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción«…, «Los responsables de esas conductas irregulares están respondiendo de ellas, eso es una prueba del funcionamiento de nuestro Estado de derecho«…,  «Las conductas que se alejan del comportamiento que cabe esperar de un servidor público provocan, con toda razón, indignación y desencanto«. Ni una mención de qué medidas sugiere o tomará para cortar esa corrupción. Miente sobre el funcionamiento de la justicia ignorando las descaradas injerencias del ejecutivo sobre el judicial, el creciente malestar de jueces progresistas que denuncian las corruptelas del poder judicial y la actuación vergonzante de los fiscales absolutamente ligados al poder ejecutivo. Y se aleja del comportamiento que cabe esperar de un servidor público al no hacer siquiera mención de la podredumbre que tiene en su propia familia: empezando por su padre y terminando con su hermana y cuñado. Frases falaces, esencia borbónica.

Las  palabras más usadas por Felipe VI han sido futuro (nueve veces), España (otras nueve) y alusiones a la democracia (hasta en cinco ocasiones) y ni una sola mención a la pérdida de derechos civiles y laborales, a la pobreza, a la desigualdad, a la sanidad, a la educación o a los desahucios. ¿Qué futuro le espera a los 5,5 millones de parados -casi 3 millones sin ningún tipo de ayuda-; a los 2,5 millones de jóvenes que, a pesar de tener formación suficiente, se ven abocados, en el mejor de los casos, a trabajos precarios o a emigrar; al 25% de los niños que viven bajo el umbral de la pobreza o, dicho de otro modo, a esos tres de cada diez niños que sólo pueden hacer una comida al día por poner algunos ejemplos de los más sangrantes, que no únicos? ¿Qué España está mencionando?¿la España de esos “patriotas” que tienen su capital –de dinero- en Suiza y paraísos fiscales?¿De la España que aun mantiene bases extranjeras –yanquis para mas señas- en su territorio? ¿La España que sigue los dictados de ajustes económicos y sociales del gran capital europeo sin importarle las consecuencias para la mayoría de su pueblo? Y, ¿de qué democracia consolidada nos habla? Al parecer no oye el clamor de las calles que en cada manifestación, concentración o acto popular siempre grita “lo llaman democracia y NO lo es”.

Felipe VI da por buenos los datos y tesis economicistas del Gobierno y según sus estimaciones, «es un hecho que las principales magnitudes macroeconómicas están mejorando y que hemos recuperado el crecimiento y la creación de empleo”. No podía ser de otro modo, no va a morder la mano del que le da de comer. Defiende a los sátrapas que le sostienen como jefe de estado aunque trate de disimularlo queriendo dar falsas esperanzas con lo de la creación de empleo que solo puede ser precario, indigno y sin derechos tal y cómo está establecida en la legislación laboral hoy en día, orientada a crear un nuevo esclavismo. Lo único que demuestra con esa actitud es la evidente sumisión de la monarquía a los mercados, a la oligarquía financiera, al gran capital.

Miente cuando dice: «debemos seguir garantizando nuestro Estado de bienestar, que ha sido durante estos años de crisis el soporte de nuestra cohesión social«. Precisamente las políticas económicas y sociales del gobierno que da por buenas son las que han destruido, aniquilado y privatizado todo ese estado de bienestar a favor de grandes fortunas, multinacionales e intereses religiosos. El pueblo trabajador español no necesita referencias comprensivas o lastimeras ante las dificultades económicas y sociales que le impone su monarquía; los trabajadores, el pueblo español, lo que necesita son soluciones que, obviamente, ni Felipe VI ni su decrépita monarquía podrán dar, porque su naturaleza es todo lo contrario a servir al Pueblo.

Significativa es la única mención al camandulero de su padre, Juan Carlos I, para agradecer su «ejemplo de seriedad y dignidad» durante el proceso de abdicación exprés. Sería hilarante si no fuera porque es un insulto a la inteligencia ya que el Borbón padre nunca ha sido ni serio ni digno, solo hay que mirar las hemerotecas de medio mundo para cerciorarse de sus juergas, golferías, queridas y escapadas entre otros despropósitos.

En definitiva, lo que subyace en todo el discurso del rey es el miedo a un levantamiento popular que mande a la monarquía dónde le corresponde: al trastero de cosas inservibles. Cuando dice «no debemos dejarnos vencer por el pesimismo, el malestar social, o por el desánimo» es, en realidad, un llamamiento a la desmovilización, a aguantarse y no protestar o te aplican la ley Mordaza.

Por todo ello, el discurso de Felipe VI, ha sido, es, un discurso huero, de una de cal y dos de arena, de parecer grandilocuente aunque esté vacío de contenido. Es el ADN mismo de la monarquía. Quién esperase oir algo importante, ver algún atisbo de cambio, que se convenza de una vez por todas que las soluciones para nuestro pueblo pasan necesariamente por la instauración de una República Democrática y Popular.

Felipe VI, su monarquía y su discurso, al pueblo trabajador, no nos valen para nada.