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Lecciones de libertad de un viejo maestro del cine documental

Frederick Wiseman retrata en ‘National Gallery’ el día a día del museo londinense

Gregorio Belinchón
Frederick Wiseman, en una clase magistral en la Cineteca de Bolonia en febrero.
Frederick Wiseman, en una clase magistral en la Cineteca de Bolonia en febrero.Roberto Serra (Getty Images)

El anciano entra en el Grand Hotel de París. Enjuto, doblado sobre sí mismo, se mueve a pasos cortos. Mira perdido a través de la gente del vestíbulo y el periodista se acerca para acompañarle: "Señor Wiseman, sígame, que yo le llevo a la suite. Su primera entrevista es conmigo". En el ascensor habla resignado: "Hay días en que me siento cansado". Masculla para su bufanda. Frederick Wiseman tiene 85 años (nació en Boston en 1930), un rostro que asemeja los valles del Antiguo Testamento y un cuerpo con aspecto frágil. Tras recibir los parabienes de una legión de publicistas, a las que responde en un francés pausado -vivió a finales de los cincuenta en París-, pide un café y se sienta delante de la grabadora. Entonces posa los ojos delante del entrevistador y uno entiende muchas cosas: que sea uno de los mejores documentalistas de la historia del cine, que siga trabajando a su edad -su primer largo es de 1963-, que su estilo mantenga frescura y modernidad, que capte cada pequeño debate que se cruce en su camino...Tiene fuego en la mirada.

Wiseman ha retratado hospitales, institutos, clubs de cabaret, departamentos de policía, el Ballet de la Ópera de París, la industria cárnica del Medio Oeste estadounidense, el neoyorquino Central Park o un gimnasio. "Me considero profundamente americano". Sea cual sea el ambiente retratado el estadounidense cumple fielmente sus reglas: nunca interactúa con lo que ocurre delante de su cámara, no cree que exista "la verdad" ni la busca, rehuye todo tipo de ideologías. Rueda de cuatro a seis semanas, acumulando de media 100 horas y monta el material -él mismo- durante un año, después de ver todo el material. "Cuando acabo, vuelvo a revisar todo lo descartado, por si se me ha pasado algo". Busca una estructura dramática para el material, no un arco narrativo, sino "ritmo  y estructura, obligatorio en cualquier filme".

Y ahora le toca a un museo. No uno cualquiera, sino la londinense National Gallery, uno de los mejores del mundo, aunque de un tamaño más manejable que otras grandes instituciones, como el Louvre o el Prado. "Hace unas décadas, en los ochenta quise hacer algo parecido con el Metropolitan de Nueva York, pero me pidieron dinero", cuenta con su voz profunda. "Y yo nunca he pagado para filmar una de mis películas. Así que lo dejé de lado. Me dediqué a otros proyectos hasta que en otoño de 2011 conocí a una trabajadora del departamento de Educación de la National Gallery que me propuso el proyecto. Me pareció atractivo y conocí a Nicholas Penny, el director del museo, que me insistió con la propuesta. Solo pedí libertad y tiempo". Wiseman rodó allí casi todos los días durante 12 semanas entre enero y marzo de 2012. La película, titulada casi obviamente National Gallery, se estrena esta semana en España, y dura tres gloriosas horas.

Libertad. No hay adjetivo más certero para definir la obra de Wiseman. "No entiendo el cine de otra manera. No sé hacerlo de otra manera. Y he tenido mucha suerte, porque controlo por completo todo mi trabajo. Desde mis inicios logré libertad en la forma y en la materia retratada". En National Gallery se ha enfrentado a 170 horas de película filmada. "Cada plano es importante y merece su tiempo, aunque en la primera criba ya me deshice del 70% de lo filmado. En eso soy muy rápido". En este su último trabajo también encontró "en solo cuatro o cinco días" la estructura, y tuvo un primer montaje. "Después toca pulir, entender que hay dos ritmos, el interno de lo contado y el exterior por su forma, y deben de encajar".

Con mi trabajo dejo constancia de un tiempo y de un lugar”

En la primera secuencia de National Gallery un guía muestra una naturaleza muerta de un maestro holandés y señala que la clase de langosta que aparece retratada ya no existe. Curiosa metáfora sobre el arte efímero que es el cine, que captura momentos irrepetibles. "Bueno, no lo había pensado, pero parece casi un guiño a mi carrera, ¿verdad? Con mi trabajo dejo constancia de un tiempo y un lugar". Y en un plano más material, ¿le preocupa la conservación de sus películas? "Sí, y ahí me está ayudando la digitalización. La defiendo como defiendo la nueva tecnología si facilita el proceso artístico". A su ojo no se le escapa nada, ni siquiera una protesta de Greenpeace por el patrocinador de un evento. "La vida de fuera entra en el museo, como sus visitantes. Eso no se me podía olvidar".

En otra secuencia, un conservador explica, emocionado, lo que se esconde detrás de un retrato de Rembrandt, un imagen fantasmal que sorprende al científico y al espectador. Como el cine de Wiseman: historias detrás de las historias. "Es su interpretación", corta el cineasta. ¿Y la suya? "Estoy de acuerdo".

La vida de fuera entra en el museo, como sus visitantes. Eso no se me podía olvidar"

Más momentos gloriosos de National Gallery: la discusión sobre si aceptan la propuesta de que la maratón de Londres acabe delante de su entrada. La reunión fascina porque la reflexión no es coyuntural. "Fue de las primeras en rodar. Es importante porque ¿necesita la National Gallery más público? ¿Hay que atraer a los turistas? Para mí ha sido toda una experiencia. He disfrutado con lo que he visto entre bambalinas, con el cuidado y cariño de la gente de restauración. Espero que la película tenga esa estructura dramática y que a su vez refleje todo lo que he aprendido".

Wiseman ve poco cine: "Es todo horrible y yo trabajo mucho". Es más recuerda que el año pasado vio tres. Apoya los festivales "porque son necesarios", y va a ellos lo que puede. ¿Y ahora? "Estoy trabajando con un coreógrafo, James Sewell,  para crear un ballet basado en una película vieja mía, Titicut follies [de 1967]". ¿Vuelta al ballet, que tanto aparece -en el corazón o tangencialmente- en sus últimas películas? "Me parece una idea arriesgadísima porque aquel filme se centraba en un manicomio. Me fascina el reto. De la danza me encanta su irrealidad, la sensación que emana de ella de algo completamente alejado del mundo actual. Veremos cómo resolvemos el asunto".

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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