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Fue una danza. Comenzó con un susurro que tomaba el viento y luego lo escondía. Fueron dos minutos y fue la eternidad. Entre ellos se hizo la nada y se hizo el fuego. Se hizo el hombre. Lo vieron corromperse, encontrarse y arrepentirse. Se hizo la esperanza, la idolatría y la venganza. Entre aquellos dos seres se contó una historia, que es toda historia, toda verdad y toda mentira.
El anciano se encontraba de cara a las montañas que se elevaban ante la cabaña, cuando sintió el peso a sus espaldas del que no se inmuta, del que no teme ni retrocede. Calló unos segundos. El peso se alivió. Temiendo la soledad, habló, “erré durante años, me traicioné y crecí. Celebré. Viví San Benito, San Isidro, Yare, Santiago y Barlovento. Me reuní con la vida, con la luz, con tu magia y con la nada. Fui curandero, fui exceso y fui asceta. De alguna manera todo, lo mismo. En fin, lo siento si te he defraudado. Sé que aún queda mucho allá afuera”
“Nadie me defrauda, solo soy”, susurró aquél desde la oscuridad.
“Ayer vino el sordo. Se acercó y dijo que no me quería más aquí”, sonrió, su expresión cambió y su mente se trasladó a otra historia, “hace tanto que se fue. Seguramente conoces todo lo que ocurrió, ¿lo recuerdas?”
“No hay nada que recuerde. Eso ya deberías saberlo”, para el anciano era difícil grabarle la voz, era un tono ronco, sucio y dulce a la vez. Ya le había escuchado hablar año tras año y siempre fue incapaz de reproducirle en sus pensamientos.
“Te lo contaré entonces. Siento que, a pesar de todo lo vivido, sería el inicio de nuestra historia” La madera del balcón gritaba junto con el viento.
“Claro. Cuenta ahora todo lo que quieras, sin embargo, debes saber que en realidad se trata del final”
El fraile bajó la cara y deslizó sus dedos sobre su bastón. Alzó la mirada como si recordara ver y comenzó su relato.
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