Cuadernos de Hiroshima, por Kenzaburo Oé. (Primera entrega)

Por Francisco Laborde

Sería reconfortante
que todas las criaturas vivas
del cielo y la tierra
hubieran de perecer
en total desconsuelo.

Takeo Takahashi[1]

Panorámica de Hiroshima luego del impacto. Octubre de 1945. Foto: Shigeo Hayashi
Panorámica de Hiroshima luego del impacto. Octubre de 1945. Foto: Shigeo Hayashi

Introducción

Después de seis meses de intensos bombardeos sobre 67 ciudades del Imperio del Japón, Harry Truman, presidente de los Estados Unidos, en uso del Proyecto Manhattan, ordenó los ataques nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki. El 6 de Agosto de 1945, un lunes, la bomba de Uranio Little Boy fue soltada sobre Hiroshima, seguida por la detonación del arma de Plutonio Fat Man, el jueves, sobre Nagasaki. Científicos japoneses de diversos ámbitos entraron en las ciudades bombardeadas poco después de las explosiones. El 10 de agosto, en una reunión de la Marina celebrada bajo el auspicio del Mando Central Imperial, Japón confirmó que EE.UU había arrojado bombas atómicas. El 15 de agosto de 1945, el Imperio anunció su rendición incondicional.

kenzaburo_oeKenzaburo Oé, además de un consagrado escritor de ficción, trabajó como cronista, y en ese rol visitó Hiroshima, anualmente, para el aniversario de la explosión atómica, a la que considera la mayor tragedia humana. En su opinión, la bomba atómica es el monstruo más terrible e ignorado: “mientras la realidad del holocausto perpetrado por los nazis en Auschwitz contra los judíos es conocido en el mundo entero, la experiencia de Hiroshima no lo es tanto ni tan profundamente, a pesar de haber causado un sufrimiento que excede en mucho lo acaecido en los campos de concentración.”[2]

Crónica: literatura a ras del suelo, cuento de verdad, pormenorizado retrato, altavoz de las víctimas. En los Cuadernos de Hiroshima (1965), Oé nos acerca el testimonio de los hibakusha, los que sobrevivieron al bombardeo atómico. Son historias de gente común, de japoneses medios, principalmente pacientes del Hospital de la Bomba Atómica, sacrificados médicos, o simplemente jóvenes creciendo a la sombra de la leucemia.

Oé refleja en estas cónicas el carácter moral de los habitantes de Hiroshima. Le impresionaron su vida y su pensamiento humanista. Ve en los hibakusha a seres humanos auténticos, y en sus testimonios la repetición de un tema: la dignidad humana. Las personas que habitan los Cuadernos de Hiroshima, “y todas las víctimas que han hablado de sus amargas experiencias, aunque lo hayan hecho con modestia y en voz baja, poseen una inequívoca dignidad.”[3]

Niño en Nagasaki, con su hermano menor muerto a su espalda; está de pie ante una pira de cremación, preparándose para incinerarlo. (foto de Joe O'Donnell, 1945)
Niño en Nagasaki, con su hermano menor muerto a su espalda; está de pie ante una pira de cremación, preparándose para incinerarlo. (foto de Joe O’Donnell, 1945)

Son crónicas sobre el silencio y el coraje ante “una preocupación desesperada”, en las que destaca la enorme paciencia y humildad de los sobrevivientes, la elegancia sin aspavientos de su sacrificio. Oé rescata del sufrimiento de Hiroshima a los seres humanos honrados, generosos, auténticos, que “a pesar de la dificultad y los recelos”, debieron afanarse y luchar incansablemente, incluso sosteniendo su fe en la humanidad. En la dignidad que emana de estas historias, en la repetición de conductas estoicas, hay una contención, un refrenamiento, que ya fue señalado como un atributo estético y ético de la sociedad civil japonesa.[4]

“Cuando hablo con las víctimas de la bomba atómica en los distintos hospitales donde están ingresadas, en sus casas o en las calles de Hiroshima, cuando escucho lo que han pasado y cómo se sienten, me doy cuenta de que cada uno de ellos tiene unas dotes únicas para observar y expresar lo que significa y representa el ser humano. Soy consciente de que comprenden de manera muy concreta palabras como coraje, esperanza, sinceridad e incluso muerte trágica, palabras todas ellas con un profundo contenido moral. Es decir, ellos son moralistas. Moralistas en el sentido que se le daba antiguamente a la palabra en japonés, que se puede traducir hoy como comentarista de la vida humana.”[5]

La explosión atómica

A la detonación le siguió un gran resplandor, causante de numerosos casos de ceguera. Sobrevino una onda de choque abrasadora, y después se formó el hongo gigantesco.[6] En el valle de Hiroshima, media hora después de arrojada la bomba, la gran concentración calórica desató una tormenta de fuego. Entre las 11 de la mañana y las 3 de la tarde, en el punto álgido de los incendios, se generó un tornado en la zona norte de la ciudad. Los sobrevivientes, heridos, ciegos o mutilados, pedían agua a gritos o se arrojaban a los sietes ríos. Muchos murieron ahogados. El humo y las nubes condensadas dejaron caer, finalmente, la lluvia negra, que precipitó la radioactividad. Era una lluvia literalmente negra, espesa y cargada de radiación. Los peces murieron en los ríos, los animales que comieron la hierba impregnada sufrieron envenenamientos y graves problemas de diarrea, todos los seres vivos se vieron afectados de una u otra manera por la explosión o la radioactividad.

            En el estanque (…) las carpas nadaban entre los cuerpos muertos.

            Había una golondrina con las alas abrasadas que no podía alzar el vuelo; tan sólo daba saltitos de un lado a otro.

            Cuando volví en mí, vi a mis compañeros saludando aún en posición de firmes. Les llamé, «¡Eh!», y le di a uno una palmada en el hombro. Se desmoronó en cenizas.[7]

Las primeras enfermedades derivadas de la radiación, que solían desembocar en fatales hemorragias internas, aumentaron enormemente en los primeros seis meses posteriores a la bomba. “En el momento en que empezaban a sangrar, las víctimas de la bomba atómica ya estaban al borde de la muerte. En el invierno que siguió al bombardeo atómico, la mayor parte de los pacientes con síntomas agudos de radiación habían muerto y, aparentemente, el nivel crítico de enfermedades por radiación se había superado.”[8]

Este breve descanso sugirió que los efectos de la radiación habían remitido, pero luego, en 1946, se produjo un notable incremento de los síntomas: caída del pelo, fiebre, hemorragias subcutáneas, etc. La primera evidencia de que las enfermedades no habían desaparecido fueron las cicatrices queloides, especie de segunda piel que nace durante el proceso regenerativo de la quemadura. Estas cicatrices, que comenzaron su aparición a finales de 1945, constituyeron un grave problema para los hibakusha.

Consecuencias de la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima. 1945.
Consecuencias de la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima. 1945.

En 1963, casi 20 años después, el señor Miyamoto, paciente del Hospital de la Bomba Atómica, declaraba: “aún hoy muchas personas sufren a causa de la leucemia, de la anemia, de desórdenes gástricos, y luchan mientras se encaminan a una muerte terrible”,[9] queriendo significar: deben luchar todo el tiempo que les resta hasta que les alcance una muerte terrible. “Si ataca la leucemia, un paciente puede llegar a vivir entre seis meses y un año. Las terapias médicas pueden ofrecer un respiro temporal, pero no por mucho tiempo. Cuando aumentan los leucocitos resulta fatal.”[10]

Además de “médulas carcomidas, cánceres en cualquier parte del cuerpo, un asombroso número de leucocitos en sangre”,[11] en general la radiación hizo de una población saludable, seres humanos abatidos, débiles, postrados. “A menudo las víctimas me han explicado de forma confidencial que antes del bombardeo no padecían ninguna enfermedad, y después no sufrían esos síntomas específicos definidos por el ministerio, a pesar de lo cual no gozaban de buena salud.”[12] Los efectos secundarios de la bomba parecen erosionar la capacidad de resistencia del cuerpo humano a las enfermedades en general. En muchos casos, la salud súbitamente empeora, provocando un desenlace fatal casi inmediato. Dada la enormidad y complejidad de los daños experimentados en la salud de los hibakusha, ningún síntoma puede excluirse como posiblemente relacionado con la bomba atómica.

Tampoco sería razonable excluir de los efectos de la bomba atómica a las enfermedades mentales producidas por su explosión. Un hombre se suicida saltando por la borda de un ferry al Mar Interior de Seto. No deja una nota, únicamente una cartilla sanitaria, la libreta de salud que acredita que es una víctima de la bomba atómica. “El hombre no presentaba ningún síntoma evidente de padecer alguna enfermedad derivada de la bomba, pero durante mucho tiempo sufrió una intensa angustia, lo que se conoce como neurosis de la bomba atómica.”[13]

Sobrevivientes silenciados, olvidados.

En noviembre de 1945, en los albores de la ocupación, el equipo de cirujanos del ejército de los Estados Unidos emitió esta rotunda declaración: “Todas las personas que podían morir a causa de los efectos radioactivos de la bomba atómica ya han muerto. Por lo tanto, no surgirán más casos de efectos fisiológicos atribuibles a la radiación residual.” El pronunciamiento norteamericano era falso: para muchos hibakusha comenzaba un verdadero calvario, el lento envenenamiento de la exposición radioactiva.

Hibakusha: Tsyuo Kataoka, Nagasaki, 1961. Foto: Shomei Tomatsu
Hibakusha: Tsyuo Kataoka, Nagasaki, 1961. Foto: Shomei Tomatsu

Las fuerzas aliadas obligaron a las víctimas de la bomba atómica a guardar silencio. Finalizada la ocupación (1952), y finalizada la censura, las víctimas habían sido olvidadas. Si bien comenzaron algunos trabajos de investigación por autoridades japonesas nacionales en Hiroshima y Nagasaki, hubo poca discusión pública, al menos hasta que Estados Unidos llevó adelante el Bikini day (1954)[14]. Entonces la población japonesa comenzó a preocuparse por los efectos de la radioactividad en los seres vivos, y aparecieron las primeras, rudimentarias, políticas oficiales de ayuda a las víctimas de la bomba atómica. Fue “ese ensayo nuclear” [el Bikini day] lo que provocó un interés renovado que concluyó en la Primera Conferencia Mundial por la Paz del año siguiente.”[15] Es el año 1955, y los hibakusha pueden brindar, por primera vez, un relato. Habían pasado diez años de censura u olvido en los que “… [p]ersonas sometidas a las restricciones de la ocupación (…) hubieron de guardar silencio, y unos años más tarde fallecieron sin hacer ruido.”[16]

En virtud de la promulgación de la Ley de Atención Médica para las Víctimas de la Bomba Atómica, entre 1954 y 1964 se realizaron 367.413 chequeos médicos, de los cuales 70.309 fueron exámenes completos, y los pacientes tenidos por beneficiarios. Recibían con ello una certificación de padecer problemas médicos derivados de las bombas, y se les hacía entrega de un libro de salud con tratamientos a su disposición. Ninguna ayuda económica, ningún otro complemento o diferenciación.

Brindar tratamiento médico como única subvención a un enfermo, muchas veces solitario, puede ser muy poco. Por ejemplo, de una columna de un diario de Hiroshima, el Yomiuri Shinbun, edición de la tarde del 19 de enero de 1965, Oé rescata esta historia: 

Una chica de diecinueve años se suicidó y dejó una nota: “He causado muchas molestias, así que moriré como había previsto.” Estuvo expuesta a la bomba cuando aún no había salido del vientre de su madre, que murió años después del bombardeo. Ella padecía varias enfermedades derivadas de la radiación; tenía el hígado y los ojos afectados desde su más tierna infancia. Por si fuera poco, el padre abandonó la casa después de que muriera la madre. Vivía con su abuela de setenta y cinco años, con una hermana mayor de veintidós y otra más pequeña de dieciséis. Las cuatro mujeres lograban vivir por sus propios medios. Las tres hermanas tuvieron que ponerse a trabajar nada más acabar la escuela secundaria. La chica que se suicidó no tenía el tiempo suficiente para recibir un tratamiento adecuado, a pesar de que disponía de un libro de salud de víctima de la bomba atómica.

Como víctima certificada, tenía derecho a ciertos complementos médicos; pero el sistema de atención médica a las víctimas no ofrece asistencia para los gastos cotidianos, por lo que la chica no podía recibir el tratamiento que necesitaba sin dejar de preocuparse por cómo llegar a fin de mes. Esa carencia en la asistencia representa un espacio muerto en las actuales políticas de ayuda a las víctimas de la bomba. Agobiada por la carga del sufrimiento y por la pobreza, su joven vida estaba demasiado exhausta como para seguir adelante.[17]

A finales de la década de 1970, se estimaba que en Tokio había unas 10 mil víctimas de la bomba atómica. El gobierno metropolitano de Tokio ofreció desde 1962 algunas ayudas a las asociaciones de víctimas de la bomba, y más tarde emprendió diversos programas, como los exámenes de salud (1970), gastos de enfermería (1973) y chequeos para hijos de las víctimas (1974). Esa asistencia local fue excepcional, y la única que se brindó afuera de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, cuando es muy probable que el éxodo desde las ciudades bombardeadas, devastadas y sin infraestructura, haya tenido lugar hacia otros lugares y zonas además de la capital. Hay miles de casos no registrados, víctimas que nunca recibieron apoyo alguno, muertes tan silenciosas como olvidadas.

Hoy nadie conoce el número final de muertes que tuvieron como causa la radiación de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, y menos se sabe de las víctimas de Okinawa, que fallecieron sin atención médica.

Las marcas en la piel de un Hibakusha en Nagasaki. Foto: Kikujiro Fukushima
Las marcas en la piel de un Hibakusha en Nagasaki. Foto: Kikujiro Fukushima

El deseo de silencio

Además de los silenciados u olvidados, están los que prefirieron morir sin hacer ruido. Las víctimas, de una bomba nuclear o de cualquier otra tragedia, pueden sentir deseo de silencio.

Entre las cartas que llegaron a la redacción de la revista Sekai, que fue donde se publicaron originalmente estas crónicas, hubo una, en particular, que el propio Oé destacó como representativa de quienes prefieren permanecer callados. Su autor, Yoshitaka Matsusaka, médico dermatólogo e hijo de Yoshimasa Matsusaka, también médico y al que nos referiremos más adelante, escribió en esa carta:

“La gente de Hiroshima prefiere guardar silencio hasta el momento de enfrentarse a la muerte. Quiere sentirse dueña de su propia vida y de su propia muerte. Evitar que su tragedia personal se convierta en un dato o excusa para las luchas políticas, como las que se producen en torno al movimiento para la prohibición de bombas atómicas y de hidrógeno. No quieren dar la imagen de que mendigan por el hecho de ser víctimas. Es evidente que denunciar su tragedia para obtener ayuda económica es una necesidad más urgente que hacerlo simplemente para luchar contra las bombas atómicas y de hidrógeno. (…)

“(…) La mayoría de los intelectuales y escritores no están de acuerdo con que las víctimas callemos, y nos instan a denunciar nuestra tragedia. Detesto a quienes no comprenden nuestro deseo de silencio. Nosotros no podemos conmemorar el 6 de agosto. Lo único que podemos hacer es pasarlo en silencio junto a nuestros muertos. (…) Las personas que conocimos de primera mano el horror de la bomba atómica, preferimos callar. O al menos decir tan sólo unas cuantas palabras que queden registradas en documentos históricos. Es natural que los intelectuales contrarios a la guerra y a la proliferación nuclear que vienen a la ciudad sólo ese 6 de agosto no comprendan los sentimientos de las víctimas.

“(…) Siempre me he dicho a mí mismo que, a pesar de ser víctima de la bomba, no me puedo permitir caer en el victimismo, en la autocompasión. He intentado recuperarme, volver a ser una persona normal. Aunque sufrí la explosión [Yoshitaka Matsusaka se encontraba a 1.7 kilómetros del hipocentro de la explosión aquel día y presentó inmediatamente algunos síntomas de radiación], quiero una muerte que no sea consecuencia de la radiación, igual que cualquier otro ser humano que no la haya experimentado en su carne. (…)

“Quiero recordar también que hay víctimas que no desarrollan síntomas, que tienen el deseo optimista de volver a ser personas normales antes de verse convertidas en un dato más en la lucha contra las armas nucleares.”[18]

En varios pasajes de sus crónicas, Oé nos recuerda a estas víctimas silenciosas. Son las personas “que aseguran preferir olvidar y no quieren hablar más de la imponente explosión y el resplandor. (…) Necesitan olvidar para poder continuar con su vida diaria. (…) Tienen derecho al silencio. Derecho, si eso es posible, a olvidar todo lo relacionado con Hiroshima. Ya han tenido bastante. Algunas víctimas, aún a sabiendas de que los mejores tratamientos médicos para las enfermedades y síntomas derivados de la bomba están disponibles en esta ciudad, eligen a pesar de todo vivir en cualquier otro lugar porque quieren alejarse de lo que representa la ciudad tanto íntima como externamente. Tienen derecho a huir de ella.”[19]

La mirada puesta en la víctima.

Cuando cayó la bomba atómica, ni siquiera existían los tipos móviles de imprenta para escribir las palabras “bomba atómica” o “radioactividad”. Toshihiro Kanai, dueño y editorialista del Chugoku Shinbun, un periódico regional publicado en Hiroshima, se cuenta entre las víctimas que no prefirieron el silencio. Oé nos hace llegar su retrato durante la Conferencia Mundial por la Paz de 1964, casi 20 años después: “lleva encima la carga del espíritu sobrio propio de los samuráis de rango bajo de la época de la Restauración Meiji.”[20]

La indignación le crece en el rostro desde hace 19 años de resistencia, diez años soportando la censura, y otros nueve de discusión pública en torno a la bomba atómica. A este editorialista le debemos, nada menos, el esfuerzo de tener la mirada puesta en la víctima: durante esa conferencia de 1964, el Sr. Kanai iniciará la elaboración de un “Documento en blanco sobre las víctimas y daños de la bomba atómica”. Allí desarrollará esta idea central: que la comprensión de la bomba atómica debe hacer hincapié en el sufrimiento que provoca en las víctimas, y no en la fascinación que provoca su efectividad bélica.

Según el Sr. Kanai, se conoce más el inmenso poder de la bomba atómica que el sufrimiento humano que provocó. Hiroshima y Nagasaki son el nombre de una demostración bélica, sinónimos del efecto devastador del arma de destrucción masiva más aterradora, y esta mirada no excluye cierto embeleso por los grados calóricos concentrados en su explosión:

[T]odas las naciones del mundo tienden a ignorar u olvidar el inmenso sufrimiento humano provocado por esas bombas más pequeñas [las atómicas, en relación a las de hidrógeno]. Los debates se centran en identificar a los enemigos de la paz y, por tanto, el esfuerzo fundamental de mantener informado al mundo sobre la experiencia original de ser bombardeado por un arma de este tipo se está descuidando. En este momento, el ferviente deseo de las víctimas, en nombre de todos los muertos y supervivientes, es asegurarse de que las personas de este mundo comprendan en toda su amplitud la naturaleza y el alcance del sufrimiento humano que provoca un bombardeo atómico y no sólo su capacidad destructiva.[21]

El “Documento en blanco sobre las víctimas y daños de la bomba atómica” fue pensado como un llamamiento al mundo, mientras principalmente Estados Unidos, Rusia y China comparaban los resultados de sus respectivos ensayos nucleares. Para el editorialista Kanai, el documento debía incluir “la supervisión de los problemas sin resolver de las víctimas de la bomba, así como la adopción de políticas de salud para su tratamiento y auxilio. Las palabras sin resolver tienen implicaciones muy amplias.”[22] El documento debía servir además a una función expresiva, contener las voces de rencor y queja, incluyendo a las “víctimas secundarias de la radiación que entraron en las dos ciudades poco después de la explosión”, y el problema acuciante de la segunda generación: los descendientes, nacidos deformes o muertos, de quienes habían estado expuestos a la radiación.

 Una Puerta Sagrada (Torii) sigue de pie sobre el área completamente destruida de un santuario sintoísta en Nagasaki. Octubre de 1945.
Símbolo de esperanza. Una Puerta Sagrada (Torii) sigue de pie sobre el área completamente destruida de un santuario sintoísta en Nagasaki. Octubre de 1945.

Palabras finales

En esta primera entrega, hemos dado con un primer acercamiento a la tragedia de la explosión atómica desde el punto de vista de sus sobrevivientes. Hemos compartido unos primeros testimonios morales, o sea, singulares descripciones de la realidad, y hemos intentado alcanzarles un mínimo de información sobre el crimen de la guerra nuclear.

En la siguiente entrega compartiremos más historias de sobrevivientes nucleares. Completaremos así nuestro acercamiento a las Crónicas de Hiroshima, de Kenzaburo Oé, un libro que reflexiona sobre el sufrimiento y la dignidad humana, y nos alerta sobre la necesidad imperiosa de alcanzar el desarme nuclear y construir y consolidar una paz mundial y duradera.


[1] Takeo Takahashi (1897-1973), poeta que perdió el 6 de agosto de 1945 a sus tres hijas, la mayor de ellas embarazada, y al marido de ésta. Este poema fue compuesto en el primer aniversario de sus muertes.
[2] Kenzaburo Oé. Cuadernos de Hiroshima. Yoko Ogihara y Fernando Cordobés Trads.. Barcelona: Anagrama, 2011, p. 176.
[3] Kenzaburo Oé. Cuadernos… p. 122.
[4] En la segunda entrega sobre José Watanabe, Pequeños Universos dedicó unas líneas a su «elogio del refrenamiento». Para el poeta Nikkei peruano, el Bushido con sus enseñanzas influyó en la conducta de la sociedad civil, imprimiendo características como la contención y el control ante situaciones terribles. Para más, click aquí.
[5] Kenzaburo Oé. Cuadernos… p. 83.
[6] Robert Lewis, copiloto del Enola Gay, bombardero B-29 que lanzó a Little Boy sobre Hiroshima, escribió en su diario: “un punto de luz purpúrea se expande hasta convertirse en una enorme y cegadora bola de fuego. La temperatura del núcleo es de 50 millones de grados. (…) La cabina de vuelo se ilumina con una extraña luz. Era como asomarse al infierno. A continuación llegó la onda de choque, una masa de aire tan comprimida que parecía sólido (…) Cuando la onda de choque alcanzó el avión, Tibbets [el piloto] y yo nos aferramos a los mandos. El [piloto] nos llevo a la máxima altura. El hongo alcanza una milla de alto, y su base es un caldero burbujeante, un hervidero en llamas. La ciudad debe estar debajo de eso. Dios mío. ¿qué hemos hecho?” En Kenzaburo Oé. Cuadernos… p. 192.
[7] Testimonio tomado de los Cuadros de la bomba atómica. En Kenzaburo Oé. Cuadernos… p. 189.
[8] Kenzaburo Oé. Cuadernos… p. 142.
[9] Kenzaburo Oé. Cuadernos… p. 71.
[10] Kenzaburo Oé. Cuadernos… p. 48.
[11] Kenzaburo Oé. Cuadernos… p. 65.
[12] Kenzaburo Oé. Cuadernos… p. 83.
[13] Kenzaburo Oé. Cuadernos… p. 91.
[14] El 1° de marzo de 1954, Estados Unidos realizó un ensayo nuclear en el atolón Bikini, en las islas Marshal del Pacífico Sur. La radioactividad afectó gravemente a los 239 habitantes de tres atolones situados en el área, de los que 49 murieron en los doce años siguientes. Asimismo, fallecieron 28 observadores meteorológicos norteamericanos, y 23 tripulantes del pesquero japonés Dragón de la Suerte V, que faenaba en la zona.
[15] Kenzaburo Oé. Cuadernos… p. 206.
[16] Kenzaburo Oé. Cuadernos… p. 77.
[17] Kenzaburo Oé. Cuadernos… pp. 170-171.
[18] Kenzaburo Oé. Cuadernos… p. 15.
[19] Kenzaburo Oé. Cuadernos… pp. 118-119.
[20] Kenzaburo Oé. Cuadernos… p. 69.
[21] Toshihiro Kanai. “Presentación del Documento en blanco sobre las víctimas y daños de la bomba atómica.” En Kenzaburo Oé. Cuadernos… p. 71.
[22] Kenzaburo Oé. Cuadernos… p. 71

5 comentarios en “Cuadernos de Hiroshima, por Kenzaburo Oé. (Primera entrega)

  1. Carlos Leiva

    Creo que es uno de los hechos que me hace sentir una especie de vergûenza de ser humano, ya que si hay hombres que son capaces de hacer tanto daño…Lo escrito por Oé es despojado, preciso, son crónicas zen. La fuerza y el horror de lo que se narra nos atraviesa como un arma de filo helado y deja un tajo abierto en el corazón de la humanidad.
    Carlos Leiva
    Gracias Pequeños Universos por publicar este texto.

  2. Eliz Palom

    Estoy leyendo Cuadernos de Hiroshima y el artículo me aclaró algunas dudas. Después de tantos años y tanta lejanía aun duele tanto horror.
    Eliz Palom.

  3. Pingback: Aniversario de Hiroshima y Nagasaki

  4. Antonio Colell Beltran

    Hay una poesía, titulada : Oda a Robert Lewis. Alguien me puede ayudar a localizarla. No se donde la puedo encontrar. Agradecería enormemente cualquier información

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