«Mientras seamos jóvenes», una buena novela de José Luis Correa

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He leído en estos días una novela del canario José Luis Correa que me ha proporcionado más de una agradable sorpresa. Varias. La primera es que me ha parecido una novela bien armada en todos los sentidos, lo cual siempre se agradece. La segunda es sólo una sorpresa a medias, porque la otra mitad es un interrogante: ¿cómo es posible que no hubiese leído nada de este autor de mi tierra, que lleva años publicando y, por lo que he comprobado, publicando bien?

No es que yo sea un buscador impenitente de críticas literarias, pero creo que más o menos me mantengo al día con la nueva literatura e intento acercarme a las obras de los escritores canarios de una manera preferente. Sin embargo, nunca he leído en estas islas un artículo ni he visto u oído una entrevista que resaltara lo suficiente la figura de Correa como escritor de género negro ni de ningún otro. Su novela “Mientras seamos jóvenes” la he leído porque la encontré por casualidad en la web de la Casa del Libro, donde suelo comprar mis e-books con frecuencia. Sí, confieso que he terminado por leer en los cacharros electrónicos; por comodidad y economía, sobre todo.

¿EL HAMMET CANARIO?

El estilo de Correa es de frases super cortas, que disparadas página tras página en párrafos que parecen ráfagas de ametralladora, podrían parecer al lector no avisado que se halla ante una novela escrita por aquel viejo colectivo que dio en llamarse Marcial Lafuente Estefanía que redactaba novelas del Oeste también con frases cortas y párrafos escuálidos. Pero no. José Luis Correa sigue la tradición de novelistas norteamericanos del género negro con detectives privados que narran más o menos descarnadamente sus aventuras, a veces sucias aventuras, en primera persona. Simplificando mucho su adscripción literaria, se trata de un Dashiell Hammet isleño que nos hace recorrer Las Palmas de Gran Canaria desde la Isleta al Refugio y al Muelle Grande, y nos obliga a seguirle por las terrazas de Las Canteras y los pubs de Vegueta hasta Tafira Baja, y aun hasta Valsequillo a las tantas de la madrugada para comer un plato de carne mechada con un vaso de vino pirriaca en un bar de mala muerte. Un detective criollo que se come las pastillas de Almax a puñados.

LAS COMPARACIONES NUNCA SON BUENAS

El siguiente párrafo de la novela «Cosecha roja», de Hammet, puede servir de punto de referencia:

“–Una broma. –Se apoyó en el respaldo de la silla para reírse–. Mire. Quería sacar a la luz asuntos poco claros. Yo tenía alguna información: documentos y cosas que había guardado por si algún día valían algo. Soy muy curiosa. Conservé esos papelotes. Cuando Donald empezó su cruzada moral, le ofrecí mi mercancía. Vino a verla y comprobó que era canela fina. Sin duda. Hablamos del precio. Se mostró roñoso, aunque no tanto como usted. Hasta ayer estuvo el negocio abierto.”

De punto de referencia de este u otro párrafo de “Mientras seamos jóvenes”, de Correa:

“A mal árbol se arrimaba. Yo entendía poco de relaciones. Mantenía una desde hacía tiempo con una farmacéutica guapísima, vital, fuerte, pero de casi el doble de edad que la italiana. Me limitaba a vivir ese amor día tras día como si se fuera a acabar el mundo. Me limitaba a ser feliz. Pero ni siquiera entendía por qué Beatriz Guillén continuaba a mi lado. Así que ya podía imaginarse el profesor mi capacidad de entendimiento en amores.”

Creo que no hace falta comentar la similitud en la construcción de los dos textos citados que se parecen no sólo en la sintaxis sino en el tono narrativo aunque, como es natural, en el libro de Correa se nota la influencia estilística de escritores posteriores a Hammet. Y lo que acabo de decir es un elogio, porque no es fácil construir un “Krimi” ubicado en la actual ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, narrado en primera persona con ese tono de detective más quemado que el palo de un churrero, sin hacer el ridículo más espantoso. José Luis Correa lo consigue y, además, logra que el lector llegue al final sin aburrirse. Incluso, lo logra si se trata de un lector canario que, por esa familiaridad confianzuda que proporciona la vecindad geográfica, puede caer en la tentación de buscar los errores reales o imaginados de la novela y quedarse únicamente en eso.

SOCIAL Y CRÍTICA

Además de negra, “Mientras seamos jóvenes”, tiene aspiraciones a ser novela psicológica y es sin duda alguna una novela social que realiza un repaso rápido de los males que aquejan la sociedad. Bien es verdad que el detective Ricardo Blanco se limita a una crítica general y bonachona sin entrar a saco en asuntos o personajes políticos, pero deja bien claro en qué parte del campo juega el partido, lo cual es de agradecer en un tiempo en que los aduladores del poder se prodigan en publicaciones de cualquier especie.

MUCHO CUENTO EN LAS VENAS DEL RELATO

La obra de José Luis Correa es una novela, pero subterráneamente corre hacia el final como si se tratara de un cuento de Poe o de Cortázar: jamás se pierde el hilo conductor que lleva a la solución del enigma ni los personajes actúan fuera de los carriles paralelos que acompañan a la vía principal. Cuando más, las expediciones del autor hacia los aledaños del relato principal sirven para robustecer la personalidad de los protagonistas: el presunto asesino, el detective y el cadáver.

Como en otros relatos criminales, a los lectores nos da por pensar que el verdadero asesino debió recibir alguna pincelada más: una pincelada tenue pero suficiente para que en el último párrafo dijésemos: “¡Tenía la prueba delante de mis narices y no supe verla!” Sin embargo, esta conclusión es una falacia, porque cada lector necesita un brochazo diferente para caer en la cuenta de que podría haberlo sabido antes de que el autor se lo dijera de forma clara. Sólo en contadas novelas han logrado los maestros del suspense deslumbrar a todos los lectores con el escamoteo del asesino hasta la última página, después de presentarles con la antelación suficiente pruebas evidentes de su culpabilidad.

PÁGINA A PÁGINA, LA NOVELA MEJORA

A medida que avanza la novela de Correa los párrafos se van consolidando y se fortalecen sus cimientos estilísticos. Al contrario de lo que sucede en la mayoría de las obras publicadas actualmente en las que los errores de todo tipo se multiplican en las últimas páginas por descuido o por cansancio de los autores y de sus correctores, cuando los tienen. No es el caso de esta obra, desde luego, cuyo final está especialmente cuidado, aunque parezca cortado con navaja de afeitar y de un solo tajo.

Con estos párrafos apresurados, no tengo ni la más remota intención realizar una crítica literaria detallada ni dilatada de todos los aspectos del libro de Correa, que tiene muchos prismas. En absoluto. En primer lugar, porque no me considero sino un aprendiz de lector de un género literario que tiene sus propios mecanismos. Simplemente, esbozo alguna pincelada para despertar la curiosidad y recomendar su lectura tanto a quienes gusten de las novelas de detectives como a los que no lean este género con frecuencia –como es mi caso–, porque estoy seguro de que descubrirán con sorpresa a un escritor ameno y con muchas cosas que decir, cuyas novedades literarias no conviene perder de vista.

 

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