España Rural

Los 100 pueblos más bonitos de España

Los expertos de Viajes National Geographic seleccionamos las coordenadas rurales imprescindibles de nuestra geografía.

Estos 100 pueblos llegan para reivindicar su papel protagonista en la España más rural. Algunos llevan años en recibiendo a viajeros de todo el mundo. También hay que siguen siendo secretos muy bien guardados, mientras que otros son realmente peculiares o muy curiosos. Sea como fuere, todos ellos están ligados por dos características: su pequeño tamaño y por su riqueza cultural y paisajística. La España menos poblada tiene muchas maravillas en miniatura que conviene marcar en el plano de las escapadas por su patrimonio, urbanismo o por su relación con el entorno.

Los 100 pueblos más bonitos de España

Esta selección es un viaje por la España menos poblada y por sus principales pueblos, donde encontrar lugares Patrimonio de la Humanidad y degustar algunos de los principales platos de nuestra gastronomía. Realizada bajo los criterios editoriales de los diferentes miembros de Viajes National Geographic, esta es nuestra lista completa de los 100 pueblos más bonitos de España:

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Santillana del Mar, Cantabria

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Santillana del Mar (Cantabria)

Un monasterio fundado el año 870 se convirtió en el siglo XII en la Colegiata de Santa Juliana, alrededor de la cual creció la hermosa localidad de Santillana del Mar, hoy situada 31 km al este de Santander y designada como una de las más bellas de España. El pueblo preserva el trazado y la fisonomía medievales, con vías empedradas flanqueadas por casonas blasonadas y algún palacio barroco. Estos edificios se alinean principalmente en las calles de La Carrera, Cantón y del Río, por las que se llega a la Colegiata, Monumento Histórico-Artístico desde 1889.

Los siglos han pasado pero el corazón de Santillana del Mar sigue siendo la plaza presidida por su iglesia románica. El pueblo conserva ejemplos de la arquitectura medieval y montañesa, como casas con vigas y balcones de madera atestados de geranios, y también edificios de épocas posteriores, como palacetes con escudos y torres barrocas. La mayoría de estos últimos surgieron los siglos XVI y XVII, cuando muchos cántabros que habían emigrado a América en busca de fortuna los construyeron al regresar a su tierra natal.

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Ayllón, Segovia

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Ayllón (Segovia)

Su pasado más remoto lo evidencian los restos celtíberos descubiertos en lo alto de su cerro y, una vez dentro del pueblo, comienza el flashback hacia otros tiempos. Al cruzar el puente medieval se llega al único arco que queda de los tres que tuvo su muralla, uno de los símbolos más característicos de la villa junto con la iglesia románica de San Miguel Arcángel del siglo XII, ubicada en su extraordinaria plaza Mayor y reconocible por su campanario conformado por una única pared y un gran pórtico con rosetones labrados en piedra.

Al mismo periodo histórico pertenece la iglesia del antiguo Convento de la Concepción Franciscana,  que en la actualidad sirve de alojamiento rural, y la iglesia de San Juan. Del gótico se conserva el Palacio de los Contreras y la Casa de la Torre, el edificio civil más antiguo del pueblo, dos construcciones cuyas portadas están reproducidas en el Pueblo Español de Barcelona. Y del neoclásico la Iglesia de Santa María la Mayor, cuyo campanario de 40 m de altura se vislumbra a lo largo y ancho de la villa, y una de las casas señoriales más conocidas por su espectacular escudo con forma de águila de San Juan, la Casa del Águila.

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iStock-1147650932. Buitrago de Lozoya (Comunidad de Madrid)

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Buitrago de Lozoya (Comunidad de Madrid)

Un río y un recinto amurallado de la época medieval en muy buen estado de conservación dan la bienvenida a todo el que decide adentrarse en esta localidad madrileña. Todo este legado se le debe a Abderramán III quien, con la intención de controlar las rebeliones internas y vigilar las incursiones cristianas a través del Sistema Central, mandó levantar una muralla para reforzar sus fronteras. A día de hoy, esta construcción de 800 m de recorrido y tres puertas de acceso a su interior lo convierte en uno de sus mayores atractivos.

Uno de los secretos mejor guardados de este pueblo de no más de dos mil habitantes es que, en el entramado de su casco histórico, se esconde el Museo Picasso de Buitrago del Lozoya. Un espacio donde se recoge una peculiar colección de sesenta piezas, entre las que se incluyen bocetos, pinturas, carteles y documentos que el artista Pablo Ruiz Picasso realizó durante las décadas de los años 50 y 60 en el exilio francés. A tan solo unos pasos del museo, se encuentra la Iglesia de Santa María del Castillo, fundada por el Marqués de Santillana, el único templo medieval que se mantiene en pie dentro del recinto amurallado. 

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Sigüenza, Guadalajara

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Sigüenza (Guadalajara)

Al principio todo es un castillo. Y es que, se llegue por donde se llegue, lo primero que llama la atención son los muros impertérritos de esta enorme construcción hoy transformada en un Parador Nacional que no maquilla su pasado bélico. Aunque las empinadas cuestas que preceden a esta fortificación empujan a lo contrario, conviene ir zigzagueando por las travesañas que comunican la parte alta con la baja de la ciudad. Es la única manera de dar con rinconcitos que son puro Medievo como la Plazuela de la Cárcel, la Puerta del Hierro, el Arco del Portal Mayor o la Casa del Doncel. Y la gravedad acaba guiando los pasos hasta la plaza Mayor, notable por sus dimensiones, por sus soportales y por la sempiterna sombra que proyecta la catedral. 

El templo es único por su aspecto militar que se explica por el uso de las torres como parte de la defensa del municipio. También por su piedra arenisca que se enrojece al caer el sol y por guardar algunas joyas como un cuadro de El Greco y una escultura, la del Doncel, que es la máxima expresión del gótico castellano. 

Laguardia, Álava

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Laguardia (Álava)

Sucede que cuando la retina se va aproximando a la capital de Rioja Alavesa, por la cabeza pasan muchos conceptos: el vino, la loma, las bodegas modernas que asoman en sus pagos e, incluso, el desafío que plantean sus campanarios a la Sierra de Cantabria. Y sin embargo, cuando se deja el coche, el modo de empleo de esta localidad se torna medieval. Para entrar a su almendra central hay que hacerlo a través de sus accesos fortificados y entonces todo se vuelve de piedra. Esta metamorfosis se produce en cualquiera de sus puertas, siendo la de Carnicerías la más concurrida por conectar el siglo XXI con la Plaza Mayor. 

Merece la pena la visita guiada al pórtico de Santa María de los Reyes (siglo XIV), un prodigio de la escultura gótica que se conserva policromado gracias a un atrio que se le agregó en el siglo XVI. La torre abacial anexa, la casa de Félix María Samaniego, el estanque celtibérico del siglo I a.C. de La Barbacana y la iglesia de San Juan Bautista, notable por sus retablos y por su planta octogonal, completan el inventario de monumentos históricos de esta localidad. Eso sí, sería un delito obviar la presencia del vino y de los numerosos calados que hay bajo las casas y que hoy se han adaptado para recibir visitas o para servir vinos y pintxos.

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shutterstock 607319117. Castrillo de los Polvazares (León)

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Castrillo de los Polvazares (León)

El verde de puertas y ventanas y un marrón rojizo presente en los muros de las casas contrasta con el cielo azul y otorga a esta localidad la aparente condición de haberse detenido en el tiempo. Situada en la comarca de la Maragatería, sus calles empedradas de acabado irregular interpelan al visitante desde otra época, aquella en la que los arrieros eran los habituales del lugar. Hoy siguen llegando hasta aquí peregrinos del Camino de Santiago buscando un descanso antes de emprender las etapas finales. El trazado original discurre por el puente viejo y sigue por la calle Real, descubriendo un auténtico pueblo maragato.

Algunas de sus casas arrieras conservan los escudos familiares sobre las puertas, la mayoría con una entrada amplia que permitía el acceso de los carros. Estas viviendas típicas fueron construidas con gruesos muros que protegían y atemperaban el interior.

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Olvera, Cádiz

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Olvera (Cádiz)

En las tierras gaditanas donde ondula el horizonte, se despliegan los campos de olivos y las laderas se tiñen discretamente de blanco, emergen el monumental castillo de Olvera y la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación. Ambos resguardan una mole de luz a 640 m sobre el nivel del mar, haciendo de Olvera un excelente mirador de la Sierra de Cádiz. En el primitivo casco de la ciudad se asienta el barrio de la Villa, con un característico trazado laberíntico y lienzos de muralla que recuerdan su pasado andalusí. De la plaza del Ayuntamiento se puede salir por un arco pegado a la calle Calzada, que conduce por una rampa escalonada hasta la amplia plaza de la iglesia. A un lado, Nuestra Señora de la Encarnación, al otro, el castillo y, en medio, un mar de sierras y campos de olivos que producen el aceite Denominación de Origen Sierra de Cádiz.

La percepción del entorno mejora todavía más cuando se accede al mirador de la iglesia, sobre el cual se alza la construcción neoclásica. En la plaza, también se encuentra el edificio de la «Cilla», que se usó como granero y cárcel y que ahora alberga la sede del Museo la Frontera y los Castillos. Precisamente a un paso se alcanza la fortaleza musulmana del siglo XII donde se mantienen en pie la torre del homenaje y el aljibe. 

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shutterstock 1362194438. Calatañazor (Soria)

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Calatañazor (Soria)

En lo alto del cerro que domina la vega del río Abión y rodeada por una fortaleza que es, a su vez, su seña de identidad, se encuentra esta pequeña villa soriana de origen medieval. Sus calles empinadas y pedregosas transportan al viajero hasta el siglo X, cuando Calatañazor alcanzó la fama en plena Reconquista. En este enclave que separaba la España cristiana de la musulmana fue donde los sorianos vencieron al caudillo al-Mansür bi-llah (el Victorioso), castellanizado como Almanzor, en el año 1002.

Pasear por sus calles es prácticamente como detenerse en el tiempo, pues su trazado se ha mantenido sin grandes cambios desde la Edad Media. El pueblo, de no más de 50 habitantes, consta de una calle principal empedrada que finaliza en la plaza Mayor, justo en la base del castillo. A ambos lados crece una pequeña localidad con casas construidas con madera de sabina y adobe. Entre los monumentos que se pueden visitar en su casco urbano se encuentra la Iglesia románica de Nuestra Señora del Castillo y la Ermita de la Soledad. Y, en las afueras, la Reserva Natural del Sabinar de Calatañazor, uno de los bosques de sabinas mejor conservados del mundo.

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Bandujo, Asturias

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Bandujo (Asturias)

El perfil de la aldea asturiana de Bandujo asoma en un rincón del Valle del Oso, rodeada por la imponente visión de las cumbres de escarpadas montañas como el pico Gorrión, ubicado en la sierra del mismo nombre. Este valle es uno de los destinos predilectos de los visitantes, con la Senda del Oso como principal referente, sin embargo todavía se encuentran pequeñas joyas como Banduxu -en asturiano-, apartadas de las rutas turísticas más populares.

Precisamente el aislamiento geográfico de esta localidad de 40 habitantes, adonde la carretera no llegó hasta el siglo XX, ha permitido que su patrimonio arquitectónico permanezca bien conservado. Declarada Bien de Interés Cultural, en un primer vistazo destaca la robusta torre, construida entre los siglos XI y XIII. El palacio y la iglesia completan uno de los conjuntos medievales mejor conservados de la región. En esta aldea se puede sentir cómo se detuvo el paso del tiempo en la arquitectura popular que descubre un paseo por sus calles: tradicionales hórreos y paneras, casas de madera deshabitadas que luchan contra el olvido, el antiguo lavadero y otras viviendas de piedra cuyas señas de vida en invierno emergen en forma de humo por las chimeneas.

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Mogarraz, Salamanca

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Mogarraz (Salamanca)

A finales de los años 60, Alejandro Martín, alcalde de esta localidad salmantina, creó un archivo fotográfico de todos los vecinos del pueblo que no habían emigrado a la ciudad, en una época en que la industrialización tomaba el protagonismo frente a la vida rural. El objetivo era que estos pudieran formalizar su documento de identidad. Pocos podían imaginar que, 50 años más tarde, aquel archivo convertiría a Mogarraz en «el pueblo de las mil caras» gracias a la obra de un artista local. Florencio Maíllo recuperó las fotografías del antiguo alcalde y las reprodujo a gran tamaño, fijándolas en las fachadas donde vivían sus antiguos propietarios.

Debido al aislamiento que proporcionan los bosques que la circundan, en Mogarraz uno tiene la sensación de que aquí se detuvo la historia. Sus tradiciones siguen vivas en la confección de joyas artesanales y en sus bordados y trajes típicos. Durante las fiestas patronales, los mogarreños los exhiben orgullosos en sus balcones. Es posible conocer su técnica, su historia y algunos de los mejores ejemplares en La Casa de las Artesanías, el museo etnográfico del pueblo. Plácido y sosegado, Mogarraz aguarda a los visitantes. Las casas serranas con entramados de madera, piedra y adobe seguirán ocupando su lugar impasibles al transcurso del tiempo.

Lastres, Asturias

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Lastres (Asturias)

La brisa marina entra por el puerto, se cuela entre las estrechas calles del núcleo urbano, trepa por las empinadas y adoquinadas cuestas y asciende hasta la parte alta de esta villa. Desde allí, el mirador de San Roque ofrece unas espléndidas vistas al Cantábrico. Precisamente a este mar debe casi toda su historia y esplendor Lastres, pueblo pesquero por excelencia. Un espigón de 55 m protege del embate marino un puerto que es referencia en la región, cuya actividad encuentra el momento cumbre en la subasta diaria que tiene lugar en la lonja. Antiguamente el fortín de El Castillo, del que hoy solo se conservan algunos restos, actuaba como defensa contra los ataques piratas.

Dejando atrás el batir de la olas, la belleza del casco antiguo conquista a todo aquel que decide pasear entre sus calles. Aquí es imposible perderse, pues el mar es siempre el mejor guía. La Torre del Reloj también actúa como una buena referencia para orientarse. De planta cuadrada, fue levantada en el siglo XV y remodelada en el XVIII, y cumplía las funciones de campanario y torre de vigilancia del puerto. Ningún visitante debería marcharse de Lastres sin detenerse en alguna de sus sidrerías y degustar un rico plato de pescado fresco.

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Valldemossa, Mallorca

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Valldemossa (Mallorca)

George Sand y su amante Frédéric Chopin llegaron a bordo del vapor El Mallorquín a Mallorca en noviembre de 1838. No viajaban para hacer de turismo, sino buscando un lugar saludable para la tuberculosis de Chopin. Se alojaron en la cartuja de Valldemossa y como era de esperar, no acabaron de encajar entre los habitantes, para nada acostumbrados a las prácticas «modernas» de la pareja. A partir de aquellas vivencias, George Sand escribió Un invierno en Mallorca, un libro en el que los lugareños salían peor parados que el paisaje; pero aquello se convirtió en un bestseller que atrajo a muchos otros viajeros románticos que querían ver con sus propios ojos lo descrito por la novelista francesa.

Tras pasar a manos privadas después de la Desamortización de Mendizábal, y gracias a la posterior labor de mecenazgo de la familia Sureda, por las habitaciones del complejo se pasearon artistas de la talla de Rubén Darío, Santiago Rusiñol o Jorge Luis Borges. Hoy no hay que preguntar demasiado para encontrar la Real Cartuja. Basta con seguir la torre rematada en azulejo verde que se eleva sobre los tejados como una indicación infalible. Destaca su claustro y el jardín de cipreses, además de la colección de antigüedades. 

Besalú, Girona

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Besalú (Gerona)

Besalú puede presumir de ilustre pasado. Su monumento y acceso peatonal más evocador es el puente románico fortificado sobre el río Fluvià, símbolo de la que fue la capital de un próspero condado en el siglo XI. A pie por el puente, dos torres de defensa dan acceso a este conjunto medieval, uno de los mejor preservados de Cataluña. Entre sus calles empedradas uno imagina el ir y venir de nobles, soldados, monjes y judíos. De estos últimos se hallaron en 1965 cerca del río los restos de una sinagoga que incluía un baño de purificación (mikvé) del siglo XII, uno de los pocos que se conservan en Europa.

A través de calles sinuosas, llenas de tiendas de artesanía y de productos gastronómicos tradicionales, se llega al corazón del casco antiguo, la plaza Prat de Sant Pere, hoy un espacio con soportales, que ya aparecía mencionado en un documento del siglo XI como un prado donde había un cementerio. A la plaza se asoma el antiguo monasterio benedictino de Sant Pere, fundado el año 977. De la construcción primigenia se conserva la iglesia, en cuya parte frontal hay una vidriera con un león a cada lado. En la Edad Media, los leones eran símbolo de la fuerza, el poder y la protección que ofrecía la Iglesia frente al mal y el paganismo, representados con un simio y un hombre.

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Campo de Criptana, Ciudad Real

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Campo de Criptana (Ciudad Real)

Los gigantes a los que Don Quijote acometió lanza en ristre perfilan el paisaje de Campo de Criptana. Declarados Bien de Interés Cultural, los diez molinos que perviven, de los 34 que llegaron a existir, se alzan sobre el Cerro de la Paz, fueron un avance tecnológico en tiempos de Cervantes y han sido vitales para el desarrollo de la comarca al permitir la molienda del grano. 

Antes de que el municipio pasara a formar parte del Reino de Toledo, los musulmanes se asentaron en él cincelando un pasado que perdura radiografiado en las casitas de teja árabe pintadas de blanco y añil tan típicas del barrio con espíritu manchego del Albaicín. Sus calles pronunciadas, sinuosas y empedradas cobijan casascueva excavadas en la roca. Antaño fueron viviendas y almacén para los vecinos; en la actualidad algunas operan como museos –es el caso de la Casa Cueva del Cerro de la Paz– y otras como establecimientos hoteleros. En su corazón se halla la plaza del Pósito y más de una decena de iglesias, conventos y ermitas.

Olivenza, Badajoz

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Olivenza (Badajoz)

Al poner un pie en Olivenza, el viajero se ve rodeado de aires lusos que, con el paso del tiempo en territorio castellano, han creado  una seductora mezcla. Además de esa cercanía con el país vecino, gran parte de la historia de esta localidad extremeña está dividida entre ambos lados de la frontera, desde antaño claramente marcada por las aguas del Guadiana. Los edificios de baja altura, los adoquines blancos y negros en el suelo de las calles y la icónica iglesia de Santa María Magdalena, con su impresionante interior decorado con azulejos conforman la herencia portuguesa más palpable.   

De su convulso pasado son un privilegiado testigo los restos de las antiguas murallas. En Olivenza se llegaron a construir hasta cuatro, pues como población fronteriza la protección fue siempre una prioridad. Para comenzar un viaje hacia la época medieval, basta con cruzar los robustos muros a través de la impresionante Puerta del Calvario, la de Alconchel o la de Los Ángeles, y a continuación dejarse llevar por el entramado urbano, en cuyo interior se descubren numerosos templos religiosos y palacetes nobiliarios.

Pollença, Mallorca

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Pollença (Mallorca)

Que todo un paisajista como el pintor Joaquín Sorolla se paseara por este pueblo certifica que Pollença tiene lo necesario para acabar perdidamente enamorado del lugar, aunque sea mientras se suben los 365 peldaños empinados y seguidos del Calvario, su monumento de referencia. Sirva de consuelo que más de un pintor lo subió cargado con caballete y que las vistas desde arriba forman un magnífico punto de fuga con toda la escalera y sus cipreses, y con las montañas detrás como telón de fondo. Hoy se puede acceder también en coche, pero entonces la experiencia pierde épica.

Por aquí también pasó Santiago Rusiñol, quien describió certeramente el pueblo en una frase: «Pollensa es una decoración para representar misterios o para servir a las procesiones de Semana Santa», se refería así a la concentración de arquitectura religiosa que reúne. Además del Calvario, hay numerosas iglesias y el Santuario del Puig de Maria, al que se llega tras 45 minutos de camino y desde el que contempla,  espléndida, la Sierra de Tramuntana.

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Zahara de la Sierra, Cádiz

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Zahara de la Sierra (Cádiz)

Pinceladas sueltas de verdes, pardos y blancos colorean el lienzo que conforma el embalse Zahara-El Gastor a los pies de este pueblo gaditano. Visible desde sus aledaños y desde las balconadas de sus callejuelas, el trazo impresionista refleja en el agua una colmena de casas blancas encaramadas en la ladera de la sierra del Jaral. Construcciones que reposan al abrigo de la torre del Homenaje que, junto a algunos tramos de muralla, conforman la herencia de la antigua fortaleza nazarí.

Al descender por los angostos callejones, uno se cita con miradores como el de la calle Olvera o el del Jardín de los Pinsapos, desde donde contemplar el Parque Natural de la Sierra de Grazalema. También con la iglesia de Santa María de la Mesa, el Ayuntamiento y la imprescindible Torre del Reloj, anexada a la ermita de San Juan Letrán. Su arco de medio punto y las tres campanas que coronan la fachada presiden la plaza de San Juan, llena de vida gracias a los bares que se extienden por su vía homónima. Paralela, discurre la calle Ronda, con tabernas y tiendas de artesanías.

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Ayna, Albacete

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Ayna (Albacete)

En la profunda garganta tallada por el río Mundo, las imponentes paredes de la Sierra del Segura acogen con su vertiginosa altura el pueblo manchego de Ayna. Son los mismos muros de roca que han obligado a sus habitantes, desde siglos atrás, a cultivar la tierra en terrazas, moldeando la montaña con la acción humana. La panorámica del pueblo agarrado a la falda del monte San Urbán se contempla a la perfección desde el Mirador del Diablo. 

Desde ese punto también se puede ver el conjunto de la Ermita de los Remedios. Después de un paseo por el núcleo urbano descubriendo cómo las serpenteantes calles se han adaptado a la orografía del terreno, el visitante llega a la calle Mayor, donde se encuentra la actual parroquia. Las ruinas del castillo de Yedra, una fortaleza de origen musulmán construida en el siglo XII, custodian el pueblo e invitan a descubrir los alrededores, donde se encuentra la Cueva del Niño y sus pinturas de arte del Paleolítico en los que se distinguen diversas representaciones animales que han sido fechadas alrededor del 16.000 a.C.

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Liérganes, Cantabria

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Liérganes (Cantabria)

Este municipio de poco más de 2000 habitantes conserva un centro histórico bellísimo, declarado Conjunto de Interés Histórico-Artístico nacional en 1978, de esos en los que es agradable deambular tranquilamente. La riqueza monumental de su patrimonio se debe en gran parte a que Liérganes fue un importante centro industrial que se desarrolló alrededor de la Real Fábrica de Artillería desde el siglo XVII. La fábrica se nutría del combustible aportado por los bosques de la zona y de la energía del río.

Fruto de aquel auge económico, hoy en El Mercadillo, que coincide con la parte más antigua, se puede disfrutar de un conjunto patrimonial de lo más interesante. Entre las joyas, se encuentra el Palacio de Cuesta-Mercadillo, el Palacio de Rañada, la iglesia de San Sebastián, la iglesia de San Pedro ad Vincula, las casas de los Setién y los Cañones o las capillas del Humilladero y el Carmen. De todas formas, el edificio que atrae más visitantes hoy es el emblemático balneario. Rodeado de una magnífica finca, es la estación termal más antigua de Cantabria. Aunque presume de estar activo desde 1717, fue en los siglos XIX y XX cuando disfrutó de su mayor desarrollo e incluso el rey Alfonso XIII vino a darse sus baños aquí.

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Guadix, Granada

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Guadix (Granada)

Sorprende que a solo 40 km de Granada se extienda el territorio con la mayor concentración en Europa de viviendas trogloditas habitadas. Se trata de la comarca de Guadix, situada en un extenso altiplano a 1000 m de altitud, en el declive norte de Sierra Nevada. Solo en la ciudad, más de dos mil casas-cueva albergan a la mitad de la población. Asomados al mirador Padre Poveda en Guadix, rodea un escenario de casas con puertas y chimeneas encaladas donde no existen las ventanas, por lo que es fácil adivinar que se adentran en la tierra. 

Un primer contacto con este mundo de aspecto irreal es la visita a la cueva-museo del Centro de Interpretación de  Guadix. La casa permanece como la dejó la familia Cruz-Úbeda en 1980. Recorriendo las estancias y viendo los enseres, el tiempo se detiene y la imaginación del visitante se inunda de risas, pasos y voces. Además del Barrio de las Cuevas, en Guadix no puede faltar un paseo por la terrosa Alcazaba del siglo XI y la exuberante Catedral y sus palacios señoriales, para acabar en la plaza de la Constitución, saboreando un típico tocinillo de cielo.

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Zuheros, Córdoba

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Zuheros (Córdoba)

El entorno natural es el mejor aliado de Zuheros que, a caballo entre el Parque Natural de la Sierra Subbética y la campiña cordobesa, emerge del mar de olivos que se extiende a sus pies. Una ubicación privilegiada que ya desde el neolítico abrigó a sus pobladores y durante la época musulmana supo adaptarse con creces a sus necesidades. Su legado se palpa entre las casas revestidas de cal, las calles repletas de recovecos y curvas y el castillo que las cobija.

Al descender por sus calles juguetonas, uno se encuentra con el Ayuntamiento, la plaza de Abastos, el Museo de Costumbres y Artes Populares Juan Fernández Cruz y el Museo Arqueológico Municipal de Zuheros. En este último se revive el pasado de Zuheros desde el paleolítico, con especial hincapié en el yacimiento neolítico de la Cueva de los Murciélagos, que se puede visitar a escasos kilómetros del pueblo, en pleno Geoparque de las Sierras Subbéticas, donde se pueden contemplar pinturas rupestres y un bosque de estructuras pétreas: estalactitas y estalagmitas creadas por la filtración del agua y banderolas esculpidas por las corrientes de aire donde habitan murciélagos.

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shutterstock 522946024. Ezcaray (La Rioja)

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Ezcaray (La Rioja)

Al sureste de la región, justo donde La Rioja parece esconderse entre montañas, asoma este coqueto pueblo a orillas del río Oja. Un municipio con mucha historia, tal y como atestiguan sus abundantes edificios palaciegos y señoriales y sus bellas plazuelas porticadas. En el siglo XVI, Ezcaray se convirtió en un destino importante marcado por sus talleres de manufactura lanera y su Real Fábrica de Paños, convertida ahora en Ayuntamiento y albergue. Una actividad que, a día de hoy, sigue siendo un reclamo para algunas de las marcas de moda más conocidas en todo el mundo, pues allí se elaboran artesanalmente mantas, bufandas, chales y pañuelos para firmas como Loewe, Carolina Herrera o Hermès.

Su centro histórico destaca por la plaza de la Verdura y la del Quiosco (donde se ubica el palacio del Arzobispo Barroeta), epicentros de la vida social. Es una visita imprescindible la Parroquia de Santa María la Mayor, ejemplo único de estilo gótico aragonés en La Rioja. En términos de gastronomía, destaca El Portal del Echaurre, dos estrellas Michelin.

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Betancuria, Fuerteventura

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Betancuria (Fuerteventura)

Que el pueblo más bello de la isla sea el más vacío explica los cambios acaecidos desde que en 1404 Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle establecieron aquí la capital de la tierra que estaban conquistando (actualmente, la capital de Fuerteventura es Puerto del Rosario). Solo el interior proporcionaba seguridad, pues la costa –la isla cuenta con 325 km de litoral, de los que nada menos que 77 corresponden a playas– era una fuente de peligros. Por ella irrumpían los piratas –África se halla a 100 km– y las incursiones esclavistas.

Hoy, para quien se aloja en un hotel de la costa, llegar a la vega del río Palmas, encajada entre montañas, implica atravesar un paisaje semidesértico en el que Betancuria aflora casi como un espejismo. Pero la visión se materializa al pasear por sus calles empedradas, a menudo entre casas de sólidos muros con balcones de pino canario. La iglesia Matriz de la Concepción atesora excelentes  retablos  e  imágenes  muy veneradas, aunque ninguna como la Virgen de la Peña (la Peñita), cuyo santuario se halla 5 km al sur y protagoniza una gran romería cada mes de septiembre.

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Altea, Alicante

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Altea (Alicante)

Bajo los primeros rayos de sol, Altea se levanta con el graznar de las gaviotas, acompañadas fielmente por unos barcos que duermen en el puerto y otros que, desvelados en la lejanía, recuerdan que este pueblo alicantino una vez fue de pescadores y de labradores. Hasta hace poco, la calle del Sol todavía olía a pescado y a saladura, y de las puertas colgaban cortinas negras, indicando que se estaba en el barrio marinero. Ahora, esta calle se enfila por el barrio de El Fornet, con sus callejuelas empedradas y sus casas blancas engalanadas con la algarabía cromática de geranios, jazmines y buganvillas.

Subiendo por la calle Major, sin saber cómo, uno se topa con el primer peldaño de la escalera de la iglesia, toda embaldosada de una piedra negruzca que conduce hasta Nuestra Señora del Consuelo. Sus dos cúpulas, cubiertas de tejas vidriadas azules, raciman a su alrededor las calles blancas tan típicas del Mediterráneo, rodeadas por la Torre de Galera y la de Bellaguarda y los accesos de Portal Nou y Portal Vell. En cada balconada hay un mirador en el que detenerse desde donde se alcanzan a ver las sierras de Aitana, de Bèrnia y el Puigcampana a un lado, y la Punta de l’Albir, el Morró de Toix y el Penyal d’Ifac envolviendo la bahía por el otro. 

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Frías, Burgos

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Frías (Burgos)

Su imponente silueta es fácilmente reconocible gracias a la fortaleza que la culmina, el Castillo de los Duques de Frías o Castillo de Velasco. Una construcción del siglo XII de gran valor estratégico, realizada sobre el cerro de La Muela y que fue ampliándose en los siglos posteriores. Este bastión se completaba con una muralla que rodeaba la villa en lo alto y otra más baja que pasaba frente a las casas construidas en la roca. Unos vestigios que todavía se pueden apreciar en sus tres accesos: la Puerta de Medina, la del Postigo y de La Cadena.

Su arquitectura se adaptó a lo escaso del terreno y su construcción, de toba y madera, les permitió aprovechar el reducido espacio sobre el que se asienta la parte más alta de la villa. Muy cerca de allí, junto al cortado rocoso, se localiza la iglesia de San Vicente Mártir. En su interior el templo esconde varias capillas de estilo gótico y renacentista y tres retablos, entre los cuales destaca  uno del pintor Juan de Borgoña, realizado en el siglo XVI. En la parte baja del pueblo se encuentra el puente fortificado medieval de Frías, con 9 arcos, 139 m de longitud y una torre defensiva ubicada en la parte central, construido con el fin de salvar el curso del río Ebro. Todo un patrimonio monumental que pone en el mapa turístico de Burgos a la ciudad más pequeña de España.

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Haría, Lanzarote

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Haría (Lanzarote)

La forma más espectacular de llegar a Haría es desde el sur, por la carretera que parte de Teguise. La ruta gana altura progresivamente, hasta que de pronto se asoma al valle de Malpaso. Antes de descender, encadenando cinco curvas de herradura, conviene detenerse en el Mirador de los Helechos para contemplar un bucólico paisaje que ya no se olvida: el Valle de las Mil Palmeras. El mayor oasis de palmeras canarias envuelve las casas encaladas de los pueblos de Haría y Máguez. Al norte se eleva La Corona (609 m), un volcán de formas perfectas, en cuya cueva de 6 km con forma de túnel se ocultaba la población de los piratas, y donde hoy pueden visitarse los Jameos del Agua y la Cueva de los Verdes, dos grandes hitos del norte de la isla.

Emplazado en la cornisa de El Risco, es un pueblo de rica tradición campesina y artesanal, como se comprueba en el mercadillo que tiene lugar los sábados por la mañana. César Manrique eligió Haría para vivir cuando la fama y el aumento del turismo en la isla mermaron su tranquilidad. La casa en que residió hasta su muerte es hoy un museo. En sus amplias estancias pueden admirarse su estudio-taller, numerosas obras de arte y sobre todo esa simbiosis entre arquitectura tradicional y talento para innovar respetando la naturaleza.

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Tazones, Asturias

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Tazones (Asturias)

Los barcos pesqueros que llegan al puerto de Tazones cada mañana revelan una historia íntimamente ligada al mar. Les da la bienvenida a tierra firme un puerto arropado entre pliegues caprichosos de la roca, junto al que se ubican la cofradía y varias instalaciones marineras. Desde aquí, se percibe un pueblo colorista y prácticamente simétrico que cae suavemente al mar dibujando una red de callejuelas. Por su vía principal se respira el olor a pescado y marisco que emerge del puerto y de todos los locales gastronómicos que la flanquean. Poco a poco, toma el relevo el olor a sidra que emerge de los chigres, los establecimientos por excelencia donde probar esta bebida tradicional asturiana.

Tazones fue lo primero que conoció el emperador Carlos V en su primer viaje a la Península, en el año 1517. Entonces era una sencilla aldea de pescadores. Hoy se puede pasear por barrios marineros. Junto al puerto se encuentra la playa de Tazones, que permite disfrutar de un baño y adentrarse en otro de los atractivos de la zona: los yacimientos de huellas de dinosaurios. A escasos metros del panel indicativo de la playa se encuentran icnitas tridáctilas que se extienden por la llamada Costa Jurásica asturiana, como parte del Yacimiento de Icnitas de Asturias, uno de los más importantes de Europa. 

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Horta de sant Joan, Tarragona

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Horta de Sant Joan (Tarragona)

Picasso transformó en una composición cubista la colina por la que se encaraman las casas de Horta de Sant Joan. Si Picasso volviera hoy apenas descubriría cambios. La plaza por­ticada de la iglesia conserva la calma de siempre, con su templo del siglo XIII ampliado en el XVIII y el Ayuntamiento renacentista. Las calles, estrechas y empinadas, conservan el trazado medieval y las señoriales Casa Pessetes, Casa Clúa o casa Pitarch y la Casa del Delme –residencia del cobrador de impuestos en la época hospitalaria–, o la que hoy aloja el Centro Picasso y el Ecomuseo del parque de El Ports.

Horta de Sant Joan estuvo bajo dominio templario y después hospitalario tras la reconquista del territorio a los musulmanes en el siglo XII. Su influencia no solo se notó en la legislación local –se guardan documentos de 1296– sino también en la sobriedad y el aspecto fortificado de la iglesia de Sant Joan, del convento dels Àngels y de la torre del Prior, estos dos últimos en las afueras. Hacia 1570, el estilo renacentista aportó a las fachadas pórticos y ventanales con arcos como los del Ayuntamiento o Casa de la Vila.

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Guadalupe, Cáceres

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Guadalupe (Cáceres)

Guadalupe aparece al dejar atrás hectáreas de bosques y el embalse de Valdecañas. Hasta aquí llegó Cristóbal Colón tras los Reyes Católicos en busca de apoyo para su proyecto de ir a las Indias. En aquella época no estaba el embalse, pero el pueblo ya tenía su principal icono en el Real Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, hoy Patrimonio de la Humanidad. Construido a lo largo de los siglos, el monasterio cuenta con un precioso claustro gótico, once cuadros de Zurbarán, obras de Goya, El Greco y una joya del barroco como es el Camarín de la Virgen. El monumental conjunto cuenta con tres museos diferentes y bien merece un viaje por sí solo. 

Se pasa por el Arco de las Eras y la casa de Gil de Cordero, el pastor al que se le apareció la Virgen en el siglo XIII. Se dejan atrás casas blancas para llegar a la escénica plaza de Santa María de Guadalupe, donde destaca la fachada neogótica del monasterio. A un costado, la iglesia barroca de la Santa Trinidad. Luego, uno puede pasar por la calle Pasión y perderse por tantos rincones como desee. Así se podría estirar el día, parando para probar alguna tapa de queso o de la afamada morcilla.

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Almagro, Ciudad Real

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Almagro (Ciudad Real)

Almagro es puro teatro y lo respira por los cuatro costados. Una de sus principales atracciones turísticas es su corral de comedias, un teatro público del siglo XVII único en su género, que se ha mantenido intacto y activo desde su origen. Con más de 400 años, su interior acoge cada verano uno de los eventos culturales más conocidos del mundo teatral: el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro. Otra visita indispensable es su plaza Mayor, que está considerada como una de las más bellas de España y es la única acristalada de estilo centroeuropeo en todo el país.

Siguiendo el recorrido a pie por las calles de Almagro se encuentran tesoros ocultos como su Parador, que ocupa el espacio de un convento franciscano del siglo XVI con un antiguo claustro y 14 patios interiores decorados al detalle. Tampoco se quedan atrás edificios sacros como la Iglesia de San Agustín o el Monasterio de la Concepción Bernarda utilizado como sala de exposiciones. Ni las edificaciones palaciegas llamativas por sus portadas, como el Palacio Maestral, que en la actualidad acoge la sede del Museo Nacional de Teatro, o el de los Condes de Valparaíso, utilizado como sede de congresos. De vuelta a la plaza, aguarda un delicioso aperitivo manchego: berenjenas de Almagro.

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shutterstock 1937335939. Chinchón (Comunidad de Madrid)

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Chinchón (Comunidad de Madrid)

Son varios los motivos que invitan a recorrer sus calles, comenzando por su plaza Mayor, uno de los mayores atractivos del pueblo por la historia que carga en sus espaldas. De planta irregular y estilo medieval, llama la atención por sus 234 balcones, sus galerías y soportales de madera –muchos de ellos intactos desde su construcción.  En la actualidad esta plaza vestida de blanco y verde, que en su día se utilizó como lugar de celebración de ferias de ganado, autos sacramentales, proclamaciones reales, corral de comedias y ferias taurinas, está llena de tascas y restaurantes que atraen cada fin de semana tanto a locales como a foráneos.

En una de las calles que dan a la plaza se encuentra el conjunto del Monasterio de los Agustinos, fundado en el siglo XVII por los Condes de Chinchón. En el lado opuesto a la plaza se ubica la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Allí se encuentra la auténtica joya de Chinchón, pues su interior acoge una de las obras religiosas más importantes que del pintor Francisco de Goya, La Asunción de la Virgen (1812). 

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Peñaranda de Duero (Burgos)

Empezando por su plaza Mayor, de planta trapezoidal, en la que se sintetiza lo mejor de la arquitectura tradicional de la región. En un frente, las casas de entramado de madera. En el otro, la majestuosa fachada de la excolegiata de Santa Ana (siglo XVI). Y en el tercero, el Palacio de los Condes de Miranda (siglo XVI), una de las mansiones renacentistas más notables a este lado del Duero que esconde en su interior un precioso patio porticado y unas salas coronadas por exuberantes artesonados. Y en el corazón de este ágora, un rollo medieval que ejerce de obelisco preside el espacio.

El instinto viajero fija la brújula en el castillo, pero de camino merece la pena buscar dos puertas de la antigua muralla que siguen en pie y la Botica, una farmacia del siglo XVIII cuyas reliquias y utensilios se exhiben a modo de museo. En lo alto, el castillo recompensa el esfuerzo de la subida con unas vistas del pueblo y el río con las que poner el broche de oro a la visita.

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Calaceite, Teruel

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Calaceite (Teruel)

Situado en el noreste de la provincia de Teruel, su proximidad geográfica a la frontera catalana y valenciana ha convertido esta villa en un punto de encuentro de culturas, tradiciones e historia que se materializa, entre otras cosas, en la lengua, pues también se habla catalán. El trazado urbano de esta localidad turolense no engaña y sus estrechas calles desvelan un entramado medieval. En un paseo por las calles Maella y San Antonio se descubren las típicas casas solariegas de esta localidad, declarada Conjunto de interés Histórico-Artístico. Los soportales dominan la plaza Mayor y la plaza España, auténtico corazón de Calaceite.

Eel laberinto de callejuelas crea fuertes pendientes que discurren a través de plazas como la de los Artistas, un homenaje a personajes como José Donoso, Ángel Crespo o el arqueólogo Juan Cabré, que recalaron en este rincón del Matarraña. Antigua línea ferroviaria ahora en desuso, la Vía Verde es un itinerario ideal para entrar en contacto con la naturaleza que rodea Calaceite, pues uno de sus tramos transcurre cerca del pueblo. Entre campos de olivos, almendros y pinares, este sendero recorre los paisajes del Matarraña en poco más de 18 bucólicos kilómetros.

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Montefrío, Granada

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Montefrío (Granada)

En Montefrío confluyen barrancos con sus respectivos arroyos desde varios puntos cardinales, esculpiendo el paisaje como si fuera un bajorrelieve. En el centro del nudo fluvial se yergue la imponente peña que Abú Abdalá Yusuff coronó con una alcazaba nazarí en el siglo XIV. Tras la conquista del enclave en 1486, lo que abría el camino hacia Granada, la fortaleza fue demolida. En su emplazamiento se erigió la iglesia de la Villa, un espacio cerrado al culto que hoy acoge el Centro de Interpretación de la Última Frontera de Al-Andalus.

Hacia esa peña miran, hechizados, los cinco miradores que jalonan el perímetro de Montefrío, rivalizando entre sí. La esbeltez de la roca, el templo que la culmina, las casas que se encaraman por la montaña a través de sinuosas cuestas buscando su protección... En el centro, destaca la iglesia de la Encarnación, construida en el siglo XVIII por Lois de Monteagudo inspirándose en el Panteón de Roma, sorprende con su planta redonda y una cúpula de 30 m de diámetro. Da gozo pasear por las calles que ascienden a la antigua fortaleza. Cada casa aporta su toque genuino al conjunto, como teselas de un mosaico donde los monumentos megalíticos vecinos, el Mons Frigidus de los romanos, la arquitectura árabe o el arte andaluz de vivir se entretejen con humildad y acierto más allá del tiempo.

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Calella de Palafrugell, Girona

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Calella de Palafrugell (Gerona)

Este enclave marinero se sitúa a 3,5 km de Palafrugell, del que en su origen no era más que un barrio de pescadores, con sus casitas agrupadas frente al mar y protegidas desde una loma por la blanca iglesia de Sant Pere. Desde varios miradores anclados en la costa se contempla la sucesión de calas separadas por suaves elevaciones rocosas que penetran en el mar: El Golfet, Els Canyers, Port Pelegrí, La Platgeta, Calau, Port Bo, Malaespina y Canadell, siempre con los islotes de las Formigues en el horizonte.

Al sur, la prominencia del Cap Roig limita el pueblo, coronada por un castillo de aspecto medieval que, en realidad, fue erigido a inicios del siglo XX, cuando un matrimonio ruso se instaló aquí huyendo de la revolución de 1917. Junto a la cala de Port Bo, donde se siguen resguardando las barcas de los pescadores, arrancan Les Voltes, un resguardo en invierno y en verano transitados por visitantes y pintores que colocan allí sus caballetes. «El mar visto a través de una arcada… ¿Existe algo más prodigiosamente bello?», escribía Josep Pla, nacido en 1897 a escasos kilómetros y asiduo de estas playas.

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Cambados, Pontevedra

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Cambados (Pontevedra)

Las miradas en Cambados se concentran en la Torre de San Sadurniño y en Santa Mariña de Dozo. Sus vestigios son sutiles, evocan más que muestran. De igual forma ocurre con los vinos albariños de la región, que más que mostrar, evocan tierra y paisaje. El Mirador Monte da Pastora confirma la privilegiada ubicación de Cambados junto a la ría de Arousa. A la izquierda, más allá de la desembocadura del río Umia, incluso se divisa la isla de La Toja y el puerto de O Grove. A pocos metros del mirador se halla el espectáculo de Santa Mariña Dozo, una construcción de estilo gótico marinero que es una de las ruinas más fotogénicas de España. 

La villa se ve en el plano como una constelación formada por tres estrellas: Fefiñáns, Cambados y Santo Tomé, núcleos originales que se unieron. Destaca la calidad de su arquitectura y un considerable número de pazos, como el de Torrado –hoy museo–, uno de los mejores ejemplos de arquitectura civil del siglo XVIII, o el Pazo de Bazán, que perteneció a los antepasados de la escritora Emilia Pardo Bazán y que desde 1966 es el Parador de Cambados. Otro de los platos fuertes lo sirve la Plaza de Fefiñanes, dicen que la segunda más bella de Galicia, después de la compostelana.

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Bocairent, Valencia

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Bocairent (Valencia)

Habitado desde el Neolítico, fueron los árabes quienes aportaron a Bocairent su peculiar entramado urbano de callejuelas y casas encaramadas. En lo alto erigieron una fortaleza árabe, sobre la cual en el siglo XVIII se estableció la actual parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, que aparece imponente al final de la calle de la Abadía. Un edificio anexo da la bienvenida al Museo Arqueológico municipal con una clase de historia que va desde el Paleolítico superior hasta la Edad Media. Bien cerca, la plaza del Ayuntamiento da inicio a la conocida Ruta Mágica, que recorre todo el perímetro del casco histórico en un juego de a dos con el visitante.

Las callejuelas de Bocairent abrazan sus plazas, se encuentran con las ermitas de San Juan Bautista, de la Virgen de los Desamparados y de Agosto, y se cubren bajo portales y antiguos accesos como el de Agosto, el de San Blai o el de la Calzada Excusada. También conducen hasta casas de origen medieval excavadas en la roca que, tras ser halladas en 2008, se han convertido en la voz narrativa del pasado textil de la zona, que le llevó a ser reconocida con el título de Real Fábrica de Paños en 1587. Y todo ello aderezado con regalos en forma de fuentes y de flores que decoran los balcones.

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Morella, Castellón

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Morella (Castellón)

Cuando el escritor Vicent Andrés Estellés describió Morella lo hizo con la piedra como motivo central. Aparece insistente entre los versos de Document de Morella haciendo honor a su ubicación a los pies del Parque Natural dels Ports, al promontorio en el cual reposa, a su castillo y a sus impresionantes murallas. Con casi dos kilómetros de baluarte, dieciséis torres y seis portales, no cabe duda de que este pueblo del Maestrazgo es un enclave especial. Ya lo fue para los primeros pobladores que pasaron por aquí y en sus faldas pintaron escenas de caza rindiendo culto a la vida, en lo que hoy son las pinturas rupestres de Morella La Vella. Más tarde, los íberos se asentaron en el cerro, donde se escucha el eco de los romanos y de Hispania, de Al-Andalus y las taifas, de la Corona de Aragón y los templarios, de pugnas dinásticas, revoluciones, invasiones y guerras.

La historia ha construido la Morella actual, en la que el castillo racima a su alrededor un centro histórico donde varias iglesias abren sus puertas al visitante. Descendiendo por las angostas callejuelas, se suceden casas solariegas y palacios entre restaurantes, bares y tiendas antes de alcanzar las murallas, las torres y los portales. El acceso principal al pueblo se hace por las Torres de San Miguel, donde se encuentra una exposición de juegos tradicionales, aunque también se puede entrar por el Portal de San Mateo, el del Rey y el del Consell. Cerca de esta última torre se halla uno de los tesoros mejor guardados de Morella: el Jardín de los Poetas, que homenajea a grandes figuras de la poesía como Vicent Andrés Estellés.

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Pampaneira, Granada

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Pampaneira (Granada)

Precediendo a sus vecinos Bubión y Capileira y en pleno corazón de la Alpujarra, Pampaneira dibuja una postal de casas blancas con sus terraos grises, chimeneas de sombrilla y balcones floreados. Desde dentro, el protagonista sigue siendo el blanco, que serpentea y se amolda al desnivel de unas callejuelas que ponen a prueba el físico de los visitantes con sus subidas y bajadas. Otra recompensa son algunas de sus numerosas fuentes conocidas por sus aguas medicinales y que, junto a los lavaderos, narran su pasado morisco.

Aunque su origen se remonta a la época romana, su urbanismo y arquitectura son bereberes, pues fue durante el período árabe-andalusí cuando Pampaneira experimentó su mayor desarrollo agrícola, marcado por la producción de seda. Una herencia que permanece en los bancales de cultivos de patatas y viñedos salpicados por frutales, nogales y castaños que tapizan las laderas del barranco, a uno y otro lado del río Poqueira y al sur de Sierra Nevada. No en vano, la etimología de Pampaneira procede del latín pampinus (pámpano), en relación a la frondosidad de sus tierras y a la vid que tantos años las ha acompañado.

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Cardona, Barcelona

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Cardona (Barcelona)

Cuentan que cuando le mos­traron las imágenes del castillo de Cardona, Orson Welles no lo dudó. Aquella fortaleza de gruesas murallas y baluartes poderosos sobre el cerro del valle del río Cardener le pareció perfecta para rodar Campanadas a medianoche, ambientada en la Inglaterra del siglo XV. Hoy es un Parador Nacional que sigue transportando al viajero a otros tiempos. De estilo románico y gótico, es uno de los mayores castillos de Cataluña. 

Cardona creció alrededor de un enorme domo subterráneo de sal sódica y potásica que fascinó en su día a Marco Porcio Catón por crecer a medida que se extraía sal. Hoy, el Parque Cultural de la Montaña de Sal propone un recorrido por las antiguas instalaciones y permite internarse a 86 m de profundidad, al encuentro del espectáculo geológico de la sal cristalizada. Los portales de las casas nobiliarias del centro histórico son representativas de la bonanza que vivió la localidad gracias al tesoro salado. 

Trujillo, Cáceres

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Trujillo (Cáceres)

Su origen hay que buscarlo en el asentamiento primitivo de Turgalium y su disposición actual en un pasado dividido en dos sectores: el de origen árabe, que conforma la villa medieval, y el esplendor de la ciudad correspondiente a los siglos XV y XVI, motivado por su importante papel en el descubrimiento de América.

Su espléndida plaza Mayor es el lugar idóneo para comenzar un recorrido por la villa. Este lugar ya era antaño el epicentro comercial, de espectáculos y celebraciones del pueblo y, hoy en día, sigue siéndolo con la Feria del Queso y la fiesta de El Chíviri. En ella convergen casonas solariegas con palacetes como el Palacio de San Carlos, alzado junto a la iglesia de San Martín, llamativa por su portada plateresca y sus chimeneas mudéjares. En una escapada a Trujillo también hay que admirar el Palacio de los Marqueses de la Conquista o el Palacio del Marqués de Piedras Albas. De camino al castillo se encuentra la Puerta de Santiago, circundada por restos de la muralla árabe y flanqueada por el Palacio de Luis de Chaves el Viejo y la iglesia románica de Santiago.

Bárcena Mayor, Cantabria

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Bárcena Mayor (Cantabria)

Ubicado en el corazón del Parque Natural Saja-Besaya, el pueblo de Bárcena Mayor presume de ser uno de los caseríos más antiguos de Cantabria y de España. En el mapa apenas es un rectángulo de casas apiñadas. Construcciones de sillería, con sus tejados rojos y sus mamposterías típicas dan la bienvenida. Sencillez montañesa, pero de tanta perfección y esmero que le valió la declaración como Conjunto Histórico-Artístico en 1979.

Sus calles empedradas, los artesanos que trabajan el mimbre y la madera, las casonas solariegas con balcones con geranios y soportales donde aún se guarda la leña para el invierno, la sonoridad del río Argoza acompañando el paseo, el lavadero que parece salir de otro tiempo ya pasado y un entorno natural de gran belleza son méritos más que suficientes para dedicarle a Bárcena Mayor una jornada completa. No hay que dejar de entrar en la iglesia de Santa María, donde aguarda un tesoro en forma de bello retablo barroco. Y, por supuesto, no es menor la fama de su gastronomía, con un buen cocido montañés como estrella rutilante en toda mesa.

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Alcalá Júcar, Albacete

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Alcalá del Júcar (Albacete)

Surcada por el cauce de los ríos Júcar y Cabriel, la comarca de La Manchuela, en la provincia de Albacete, exhibe un aspecto diferente al resto de la comunidad. Los ríos han modelado el paisaje creando un juego de contrastes que se mueve entre los desniveles de los valles y las planicies del llano. En un meandro del río se asienta Alcalá del Júcar, un puñado de casas coronadas por tejados anaranjados que se agrupan en la ladera de la peña sobre la que los almohades construyeron un castillo en el siglo XII. 

Una de las estampas más bellas de esta localidad se refleja en las aguas del río, sobre las que cruza el puente romano que conecta la zona moderna con el casco antiguo. Entre las estrechas y empinadas calles de la parte vieja se levanta la esbelta torre de la iglesia de San Andrés, cuyos elementos góticos brillan con una luz especial al caer la tarde.  La roca caliza que sustenta el pueblo ha permitido que se hayan excavado en ella numerosas cuevas. Algunas atraviesan la montaña y cuentan con más de 700 años de historia. Su uso era muy diverso: desde establos a escondites clandestinos. Constituyen una visita impresionante.

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Tejeda, Gran Canaria

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Tejeda (Gran Canaria)

La imponente caldera de Tejeda tiene unos 15 km de diámetro y se formó por hundimiento del terreno, en el que la erosión labró luego profundos barrancos. En ese telón de crestas desmanteladas sobresalen hoy dos monolitos de basalto que desafían la verticalidad y que constituyeron enclaves sagrados para los isleños. Se trata del Roque Nublo (1813 m) y el Roque Bentayga (1404), que se alzan al sur y al sudoeste de Tejeda respectivamente.

Encaramado a más de mil metros, Tejeda  es  un  gran  mirador  a  la  tempestad petrificada que asombró a Unamuno. Pero, además, el pueblo respeta la arquitectura tradicional canaria y conserva todavía viviendas-cueva, como en los tiempos de antes de la conquista. Se puede visitar el Museo de las Tradiciones de Tejeda, que rinde homenaje a quienes vivieron en el lugar a lo largo de los siglos, en obligada simbiosis con la naturaleza. 

Comillas, Cantabria

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Comillas (Cantabria)

La hermosa Comillas es el resultado del sueño cumplido de algunos indianos que, al regresar de América con fortuna, se dedicaron a embellecer su lugar de origen. Uno de los artífices de su embellecimiento fue el indiano Antonio López del Piélago. Entre sus encargos se hallaba el Seminario de Comillas (1881), que llegó a ser Universidad Pontificia. En este edificio magnífico, que despunta sobre la colina que preside el pueblo, arquitectos de moda por entonces como Joan Martorell y Lluís Domènech mezclaron estilos de todas las épocas. 

Pero si por algo es conocida Comillas es por El Capricho de Antoni Gaudí. En 1883, Máximo Díaz de Quijano, otro indiano enriquecido, encargó al arquitecto catalán una villa de veraneo. El resultado fue este famoso edificio con torres de  minaretes. Además de la visita a estos edificios, Comillas bien vale un paseo por sus calles empedradas, por ejemplo hacia la Plaza el Corro de Campíos o hacia la de los Tres Caños, rodeadas de casas solariegas y mesones, o hasta su propia playa, de arena fina y dorada.

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Ochagavía, Navarra

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Ochagavía (Navarra)

A vista de águila, Ochagavía parece un pequeño embalse de tejados marrones y fachadas blancas estancado en un valle de verdes pinos y hayas. Ya a pie de calle se confirman la sospechas: este pueblo es la postal perfecta que sintetiza el Pirineo navarro. La ermita románica de Muskilda del siglo XII, a la que se asciende en una caminata de 4 km, parece contemplar, indulgente, la belleza del pueblo que, cada 8 de septiembre, celebra una romería en su honor. Pocos días antes, la villa entera se transforma. En lo que parece un auténtico viaje en el tiempo, sus habitantes convenientemente ataviados reproducen oficios desaparecidos y el estilo de vida que se llevaba en estas calles un siglo atrás. 

Situada a escasos kilómetros de la frontera francesa, las empinadas calles de esta localidad navarra ponen a prueba las piernas de cualquier visitante que se aventure a descubrir el centro histórico, entre el que se encuentran palacios medievales y casas blasonadas. Como si de un espejo se tratara, el río Anduña devuelve la imagen de las viviendas tradicionales que caracterizan Ochagavía. Y su topónimo también refleja la naturaleza y el entorno salvaje entre el que esta villa ha prosperado: Otsa-gabia, nido de lobos. 

Peñíscola, Castellón

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Peñíscola (Castellón)

Visto desde el mar, el núcleo antiguo de Peñíscola parece un islote. Y lo fue en el pasado, cuando los temporales borraban la estrecha franja de arena que lo conectaba con tierra firme. Desde lo alto de la peña sobre la que se erige la ciudad, el castillo templario domina la bahía de Peñíscola y el horizonte azul. Construida entre 1294 y 1307, esta fortaleza fue la residencia y biblioteca extraordinaria del papa Luna –Benedicto XIII por la Iglesia de Aviñón–, desde 1411 hasta su muerte en 1423. 

Al otro lado se abre un núcleo abigarrado de callecitas que desembocan en escaleras o frente al mar y, de vez en cuando, en una placita como la de San Roque o la del Mercado. El paseo de Ronda, en la parte alta de las murallas de la plaza Santa María, ofrece vistas de las playas que abrazan el peñón, la Nord y la Sud. Otro mirador magnífico es el parque de la Artillería, desde el que se contempla toda la bahía. Aquí se ubicaban los cañones de la fortaleza y ahora se extiende un jardín botánico con palmeras, matas de espliego y flora del litoral castellonés.

shutterstock 1473428672. San Vicente de la Sonsierra (La Rioja)

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San Vicente de la Sonsierra (La Rioja)

Geográficamente, San Vicente de la Sonsierra desafía a la lógica por estar en suelo riojano, pero en ribera alavesa. Por eso extraña la ausencia de un ongi etorri cuando se cruza el viaducto moderno que atraviesa el Ebro en paralelo al antiguo puente medieval. He aquí la primera imagen idílica del pueblo. Una instantánea en contrapicado con la sierra de Cantabria como telón de fondo que se conquista en sus calles. Paseando por ellas se disfruta de un maridaje perfecto de restos medievales, bodegas y bares de vinos.

Antes de entregarse a una cata, merece la pena visitar el recinto amurallado, partiendo de la Plaza Mayor hasta el castillo, desde donde las viñas se divisan en plenitud. En las afueras, es recomendable desviarse a la ermita de Santa María de la Piscina, una joya románica rodeada de hallazgos arqueológicos entre los que destaca una necrópolis rupestre medieval.

Roda de Isábena, Huesca

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Roda de Isábena (Huesca)

El eslógan aquí está claro: Roda de Isábena es la localidad con sede catedralicia más pequeña de España. Y los datos lo avalan, ya que según el INE, actualmente viven aquí 49 habitantes. Una población que se multiplica los fines de semana y en verano, sobre todo a las horas en las que se programan las visitas guiadas a la Catedral de San Vicente. Una experiencia que merece mucho la pena, ya que es la única manera de descubrir su sorprendente cripta románica que, al no poder ser excavada por la dureza del terreno, se tuvo que levantar al mismo nivel del suelo, obligando a colocar el altar encima de esta, a una altura superior.

No importa la dirección que se escoja para callejear: siempre se llega a un mirador. Su ubicación, en lo alto de un monte en el valle del río Isábena, hizo que durante la Reconquista se levantara aquí una plaza fuerte que fue perdiendo relevancia con la recuperación cristiana de los territorios. Eso sí, de aquella época aún quedan otros edificios notables como el palacio fortificado del Prior o el puente románico del siglo XII.

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Alquézar, Huesca

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Alquézar (Huesca)

Alquézar mantiene el equilibrio al filo del barranco del río Vero, mientras por el otro lado se extienden olivares y viñedos de la D.O. Somontano que aún beben de acequias de origen musulmán. Al franquear el arco que da paso al núcleo medieval –la única de las cuatro puertas que quedan– conviene estar pendiente de los detalles para descubrir blasones en los dinteles, o pasajes cubiertos que saltan sobre las calles, o bares con terrazas asomadas al vertiginoso barranco del río Vero.  

Tres largas calles cruzan el pueblo. En el centro del cogollo se abre la porticada Plaza Mayor, que en 1528 obtuvo el privilegio del rey para acoger un mercado semanal. Será por ese motivo que sus hostales y restaurantes ofrecen recetas suculentas que aprovechan los productos de la sierra de Guara y de las huertas de Barbastro o de Graus. Desde la plaza Mayor caben dos opciones: subir a la colegiata de Santa María la Mayor (siglo XVI), el antiguo alcázar del siglo IX; o bien descender a las pasarelas del Vero por el barranco de la Fuente. Ambas pueden realizarse el mismo día, aunque es preferible bajar al río por la mañana para darse un refrescante baño, y realizar por la tarde una visita guiada a la colegiata, admirar su claustro románico y contemplar las vistas del pueblo, del cañón del Vero y de los montes de Guara.

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Combarro, Pontevedra

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Combarro (Pontevedra)

Piedra gris del granito con toques de líquenes, las maderas pintadas, el olor a mar, a campo, a pulpo a feira y a crema de orujo…  el conjunto histórico de Combarro, declarado Bien de Interés Cultural, es una suma de sensaciones. Como buena villa marinera, la plaza de Chousa junto al puerto es el punto de partida. Allí se verán los primeros hórreos de Cambados. Lo singular es que la mayoría están tan cerca del agua que sus pilares llegan a cubrirse con la marea alta, casi como si fueran a zarpar en cualquier momento.

La rúa do Mar es la calle más popular y pintoresca del conjunto histórico. Es la máxima apoteosis del hórreo gallego, con el mayor número de estos y los más hermosos. A un lado, estos almacenes elevados sobre pilones de granito; al otro, las tiendecitas de recuerdos y las tabernas marineras con buenas vistas y mejores manjares, en forma de pulpo a feira, mejillones, almejas o zamburiñas acompañando un xato de vino blanco. El paseo continúa hasta la plaza de la Fuente y, finalmente, desemboca en la playa de Padrón.

Albarracín (Teruel)

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Albarracín (Teruel)

Hogar de tan solo mil habitantes, esta localidad que en su día fue reino de taifas se encuentra fortificada por una muralla del siglo XI; aún se conservan algunos de sus torreones y las rutas de subida hacia lo alto son más que recomendables, pues se obtiene una maravillosa panorámica del pueblo. Sus muros arropan el conjunto de edificios de interés y casas que parecen asomarse por abruptos precipicios y encierran el entramado de calles adoquinadas. En uno de sus extremos se halla el Castillo de Albarracín, una fortaleza encaramada en lo alto de un peñasco asociada al origen islámico de la ciudad que aún se puede visitar. Más abajo, su plaza Mayor esconde mucho encanto, casi tanto como la Catedral de El Salvador, que data del siglo XVI y fue construida sobre un anterior templo románico o mudéjar.

El telón de fondo es espectacular y el cambio de estaciones surte auténticas maravillas en él. El invierno es de postal, aunque la primavera no se queda corta, y el río Guadalaviar que la rodea tiene parte de culpa. Constituye un fantástico destino para el turismo activo, siendo ideal para la escalada boulder –grandes bloques, sin cuerda– y el senderismo se ajusta a todos los gustos y edades. También se puede disfrutar de turismo gastronómico, ya que en las montañas que lo envuelven se hallan multitud de queserías que producen queso con nombre propio y gran prestigio. Y en busca de platos más contundentes, las migas, el gazpacho serrano y las gachas son unas magníficas apuestas.

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Covarrubias, Burgos

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Covarrubias (Burgos)

Junto a un meandro del río Arlanza se encuentra esta villa de Burgos, conocida como «la cuna de Castilla» por haber sido uno de los señoríos monásticos más importantes del Reino. En la plaza del Obispo Peña y en la de Doña Sancha se encuentran los mejores ejemplos de edificios agropecuarios típicos de Covarrubias, construidos a base de piedra en la planta baja y con entramados de madera y adobe en los pisos superiores. Los soportales y las balconadas cubiertas que exhiben son una de las particularidades de las casas rachelas que se levantaron en el pueblo durante la Edad Media.

Entre los edificios de arquitectura sacra se encuentra la ex-Colegiata de San Cosme y San Damián, cuyo museo muestra obras de arte como los retablos de Berruguete y Van Eyck, capiteles románicos y el Tríptico de la Adoración de los Reyes Magos, atribuido a un discípulo de Gil de Siloé. En cuanto a las construcciones defensivas, el Torreón de Fernán González alberga una de las mayores exposiciones sobre armas de asedio de Europa. De la muralla tan solo se conservan algunos restos debido a que para combatir la peste que asedió el pueblo en siglo XVI se vieron obligados de derribarla.

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Deià, Mallorca

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Deià (Mallorca)

Llegando por la carretera, Deià aparece encaramado en la montaña, con sus casas apiladas, entre el verde propio de un vergel. En 1893, a Santiago Rusiñol el pueblo le pareció como un belén. El famoso pintor y escritor volvió fascinado por el paisaje de la Sierra de Tramuntana. No fue el único. Años más tarde, Deià fue el lugar que escogió Robert Graves para decir adiós a toda una vida anterior. Detrás suyo fueron llegando artistas, escritores, bohemios y, en general, gente que quería vivir en contacto directo con la naturaleza.

Fueron años mágicos, de los que algo queda. Se nota en el ambiente, hay cierta vibración en los detalles y en la decoración de los restaurantes, tiendecitas y hoteles. Hoy la casa de Graves se ha convertido en un museo situado en la carretera. Es la ruta por la que pasan los cicloturistas que disfrutan de las curvas hasta el Cabo de Formentor. Para refrescarse, el pueblo cuenta con una calita de rocas casi secreta equipada con dos chiringuitos.

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Estella, Navarra

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Estella (Navarra)

En un gran meandro del Ega, entre Pamplona y Logroño, se abre paso esta villa nacida en sus orillas gracias al trasiego de los peregrinos del Camino de Santiago. Es la llamada «Toledo del norte», por ser una de las grandes ciudades monumentales de la España septentrional, un calificativo que empezó a fraguarse en la Edad Media cuando se decidió desviar la Ruta Jacobea para establecer allí una población con una importante presencia judía. A partir de ese momento, Estella-Lizarra comenzó a llenarse de palacios, castillos, casas señoriales, iglesias y conventos que a día de hoy hacen de este pueblo uno de sus mayores atractivos.

En los alrededores de lo que fuera la judería se puede vislumbrar la iglesia de San Pedro de la Rúa, un templo del medievo de aspecto ascensional provocado por la verticalidad de su torre. A él se accede a través de una escalinata que comienza frente al Palacio de los Reyes de Navarra, conocido también como el Palacio de los Duques de Granada de Ega, una edificación que sirvió en el pasado de prisión y que, en la actualidad, acoge un museo dedicado al pintor Gustavo de Maeztu, máximo exponente de la Escuela Vasca de pintura del siglo XIX. Muy cerca también se encuentra la iglesia del Santo Sepulcro. Aunque dejó de funcionar como parroquia a finales del XIX, el estilo gótico de su arquitectura la hace merecedora de una visita.

Fornalutx, Mallorca

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Fornalutx (Mallorca)

La fama como uno de los pueblos más bellos de España precede a Fornalutx. La belleza del conjunto hace que, aunque vinculado a la cercana y modernista localidad de Sóller, Fornalutx no quede eclipsado. Hay que prepararse para subir y bajar por sus callejuelas estrechas y empedradas y no morir de envidia ante cualquiera de las preciosas casas de porticones verdes que contrastan con el color de la piedra.

Aunque parezca contraproducente, de vez en cuando se debe caminar mirando hacia arriba, pues los aleros de Fornalutx guardan secretos. Según una tradición, las tejas acogían diferentes dibujos de elementos geométricos, vegetales, animales o humanos. La calle Metge de Mayol–en realidad, una escalera– es el epítome de la belleza tocada por el viento de la Tramuntana. Para recuperarse de este síndrome de Stendhal mallorquín nada como reposar al fresco de las terrazas de la Plaça d’Espanya.

Taüll, Lérida

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Taüll (Lérida)

La tecnología ha hecho posible que los muros desnudos del ábside de Sant Climent de Taüll cobren de nuevo vida. Un estudiado juego de luces descubre una de las mayores obras pictóricas del románico: el Pantocrator, un tesoro que se conserva en el Museu Nacional d’Art de Catalunya, en Barcelona. Esta iglesia es uno de los nueve templos del Valle de Boí reconocidos por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad el año 2000. Pero el pequeño pueblo de Taüll no tiene una sino dos joyas del románico: la iglesia de Santa Maria, en la plaza central, que exhibe una pintura mural de la Epifanía.

Ambas son de la misma época, consagradas con un día de diferencia en diciembre de 1123. Su estilo lombardo las hermana con el norte de Italia, de donde procedían los maestros que edificaron los templos de Boí por orden de los señores de Erill. En esa época Taüll era uno de los accesos más transitados al valle, de ahí su nombre, que deriva de la expresión vasca Ata-Uli, «el pueblo del puerto». La localidad llegó a tener una tercera iglesia, Sant Martí, de la que solo quedan algunos restos.

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Siurana, Tarragona

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Siurana (Tarragona)

Último reducto musulmán en tierras catalanas, Siurana logró resistir un asedio de meses gracias a su emplazamiento en lo alto de un risco, una atalaya de roca calcárea a la sierra del Montsant, el macizo de la Gritella y las montañas de Prades. La carretera que asciende hasta el pueblo no deja tiempo de tomar aliento entre curva y curva. Exigencias del desnivel y del terreno, dominado por las rocas que hacen las delicias de escaladores y de excursionistas que disfrutan caminando al borde de precipicios.

La localidad es fácil de explorar. La calle Mayor, flanqueada de casas de piedra a la vista y techadas con tejas de barro cocido cruza el núcleo y deposita al visitante frente a la iglesia románica de Santa María, construida entre los siglos XII-XIII poco después de la conquista de Berenguer IV en 1154. Tras el templo, el suelo de roca se acerca al acantilado como una pasarela y se asoma al pantano de Siurana, un tentador lago azul rodeado de bosques de encinas y pinos que en verano puede navegarse en kayak. Hacia el otro lado de la villa, alejándose del precipicio, pequeños bancales de viñas y huertos preservan el aspecto intemporal de Siurana.

Cadaqués, Girona

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Cadaqués (Girona)

La silueta encalada de la iglesia de Santa María preside desde el siglo XVII el cautivador pueblo de Cadaqués. El templo es tan marinero que fue edificada con su fachada mirando al mar. Pero los orígenes de este enclave son más lejanos. Se sabe que en el siglo X estaba habitado por pescadores tributarios de los monasterios de Sant Pere de Rodes y de Santa María de Roses, instalados aquí por la bondad del lugar como puerto de pesca y de coral.

La bahía de Cadaqués se encaja entre la Punta de Cala Nans al sur, presidida por un faro, y la isla de S’Arenella al norte, en dirección al Parque Natural del Cap de Creus. Hoy día es una delicia pasear por las calles empedradas y blancas que ascienden hacia la iglesia, entre tiendas, galerías de arte y algún hotel con encanto. O descender hasta el puerto, para comer mirando al mar. La luminosidad mediterránea de Cadaqués lleva décadas atrayendo a artistas que han pintado o escrito sobre sus rincones. El personaje más icónico es Salvador Dalí quien, nacido en la cercana Figueres, ya venía de niño. El Museo Municipal muestra obras suyas y exposiciones de pintores actuales.

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Frigiliana, Málaga

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Frigiliana (Málaga)

Tierra de luz radiante y suelo fértil, La Axarquía se extiende en el oriente de la provincia de Málaga, entre el Mediterráneo y las sierra de Alhama, Tejeda y Almijara. Sus lomas están salpicadas de luminosos pueblos blancos y en ellas crecen la vid, el olivo y el almendro, junto a especies tropicales como la chirimoya, el mango y el aguacate introducidos en las últimas décadas. La generosidad de este territorio hizo que en él se asentaran diversas culturas a lo largo de la historia. Por aquí pasaron fenicios, griegos y romanos, aunque fueron los árabes quienes más imprimieron sus trazos tanto en la arquitectura, con pueblos de calles estrechas, sinuosas y empinadas, como en la gastronomía. 

Cuenta con la iglesia de San Antonio, cuyo campanario es el alminar de una anterior mezquita. El Barribarto, su núcleo antiguo, invita a pasear por calles de paredes encaladas adornadas con tiestos de flores, mientras se descubren escalinatas, pasadizos y patios escondidos, y rincones con azulejos que narran historias y leyendas locales. El pueblo se aferra a un cerro donde se confunden los restos de un castillo erigido en el siglo IX.

Getaria, Guipúzcoa

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Getaria (Guipúzcoa)

Una roca en forma de ratón advierte de la llegada a Getaria. Lo hace imponente al final del puerto, rompiendo el trazo que dibuja la costa cantábrica a su paso por el País Vasco, entre Zarautz y Zumaia. En lo alto de la cabeza del ratón se alza el faro desde donde antaño se avistaban las ballenas y al que se puede acceder gracias a un tómbolo que hizo que el monte de San Antón dejara de ser una isla en el siglo XVI. De esa unión surgió la cola del Ratón de Getaria, que divide el litoral en dos pequeñas playas. A un lado, la tranquila y familiar Malkorbe. Al otro, Gaztetape, popular entre los surfistas. Entre ambas, cerca de donde los viñedos rozan el mar, se asoma amurallado el casco histórico.

Al fondo de su calle principal (Kale Nagusia) emerge la iglesia gótica de San Salvador, con su suelo inclinado y presbiterio elevado como consecuencia del terreno rocoso. Desde su torre, custodia los numerosos palacios góticos, barrocos y neoclásicos, entre los que destaca el de Aldamar. Ubicado en la parte alta, vio crecer al diseñador internacional Cristóbal Balenciaga, y su obra permanece allí, en un edificio anexo que hoy acoge su museo. Getaria también vio nacer a Juan Sebastián Elcano, el primer navegante que dio la vuelta al mundo en la famosa expedición de hace 500 años.

Hervás, Cáceres

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Hervás (Cáceres)

Pocos pueblos pueden presumir como lo hace Hervás de albergar una maravillosa judería, declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1969. Aunque su origen se remonta al siglo XIV, todavía hoy es una de las mejor conservadas de España y ejerce de emblema de la localidad. Su corazón se ubica en la plaza de la Corredera, donde su fuente de piedra del siglo XVI se lleva la mayor parte del protagonismo. De ella parten coquetas callejuelas hechas para perderse e ir descubriendo lugares como la Travesía del Moral, reconocida como la calle más estrecha de España, con 50 cm de ancho, la pintoresca iglesia de San Juan Bautista o el Museo Pérez Comendador-Leroux, orgullo del pueblo.

Alzando la mirada se aprecian sus casas y fachadas balconadas tan típicas de la zona que aún conservan su arquitectura tradicional a base de adobe con entramados de madera. En muchas de ellas son visibles los emblemas y adornos con la simbología judía que dan fe de los habitantes que ocuparon esas viviendas siglos atrás. Fue tal la huella que dejaron y el peso demográfico que tuvieron que quedó reflejado en el dicho «En Hervás, judíos los más». Decorando las calles también es frecuente toparse con grandes macetas de plantas con exuberantes hojas que llenan la escena de color y tanto ayudan a suavizar las temperaturas cuando aprieta el calor.

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Setenil de las Bodegas, Cádiz

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Setenil de las Bodegas (Cádiz)

La geología y la arquitectura hicieron un pacto para moldear el trazado urbano de Setenil de las Bodegas, un pueblo en el que las casas se dan cabida tanto encima como debajo de la roca, lo que lo convierte, no solo en bellos, sino también en uno de los pueblos más curiosos de España. Y el responsable es su incansable diseñador, el río Guadalporcún, que ha dejado su huella a su paso por la Sierra de Cádiz. Hubo un tiempo en el que el río era la calle principal de esta localidad gaditana, donde los vecinos limpiaban las ropas y se daban baños. A su manera lo sigue siendo, con las riberas del cauce aprovechadas por los habitantes para instalar sus hogares.

En este mágico escenario jalonado de tajos destaca la calle Cuevas del Sol, donde las casas comparten espacio con las terrazas de los bares que reposan al abrigo de la roca. En paralelo y al otro lado del río Trejo, en el callejón Cuevas de la Sombra, el cielo queda completamente cubierto bajo la roca. Ambos forman parte de un trazado de origen medieval almohade, que rezuma también en la fortaleza que corona Setenil de las Bodegas en lo alto de la angosta Calle Villa. Desde él, la piedra caliza que vertebra el terreno se abre paso hacia una de las mejores postales del pueblo: las casas de cal blanca, los olivos de fondo y una monumental torre del Homenaje junto a la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación.

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Hondarribia (Guipúzcoa)

La desembocadura del río Bidasoa y la Bahía de Txingudi son la frontera natural entre España y Francia, entre Fuenterrabía, su denominación en español, y Hendaya. Su ubicación estratégica ha determinado la configuración de la villa y ha dejado para el recuerdo una muralla transitable que rodea la ciudad vieja y que cuenta con bellas puertas de entrada como la de San Nicolás y Santa María. A esta última se llega a través de la arteria principal del casco viejo, Kale Nagusia –calle Principal, en euskera–, un paso estrecho y adoquinado que recuerda su antiguo trazado medieval. En la misma dirección se encuentra la Iglesia de Santa María de la Asunción y del Manzano y el Castillo de Carlos V, reconvertido en Parador de Turismo.

Las plazas de Armas, del Obispo y Gipuzkoa se convierten en los puntos neurálgicos de la villa. La Marina, antiguo barrio de pescadores, está ubicado extramuros y es conocido por sus casas de colores, pintadas así debido al aprovechamiento de la pintura sobrante de los barcos. En la alto del Jaizkibel, con magníficas vistas, se yergue la Ermita de Guadalupe, a la que los locales peregrinan cada 8 de septiembre por la promesa de sus antecesores tras un ataque que sufrió Hondarribia.

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Elizondo (Navarra)

Serpentea y se transforma en saltos de agua a lo largo del valle de Baztán, pero el magnetismo del río Bidasoa aumenta cuando se topa con los pueblos navarros de la zona. A su paso por Elizondo, su cauce halla cobijo en los puentes que entrelazan los barrios de la capital del valle, cada uno con su personalidad y oficios, pero siempre con el blanco y el marrón de las casas como protagonistas. En los márgenes del río se alzan las casas más antiguas del barrio viejo, coronadas de buhardillas y tejados a la sombra de grandes aleros. Son casas revestidas de cal blanca, adornadas con sillares rojizos, geometrías de madera y balconadas floreadas.

En las calles Jaime Urrutia y Braulio Iriarte se concentra el mayor número de casas nobles y palacios, entre los que destaca el de Arizkunenea, erigido en el siglo XVIII por Miguel de Arizcun, caballero de Santiago y marqués de Iturbieta, y que hoy alberga la Casa de la Cultura de Baztán. Cerca, en la plaza de los Fueros, el Ayuntamiento muestra el símbolo de lo que fue y sigue siendo el valle y su capital, con un escudo donde se puede leer «Noble Valle y Universidad de Baztán», título que muestra el papel protagonista de Elizondo en la historia de Navarra. Entre sus calles, museos y espacios naturales, las esculturas de Jorge Oteiza y Xabier Santxotena rompen con el estilo rural y montañés. 

Mundaka, Vizcaya

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Mundaka (Vizcaya)

Mundaka se enclava en un entorno privilegiado: la Reserva de la Biosfera y el Área de Conservación de Urdaibai. Su casco viejo actual es la fiel representación de la villa en el medievo, pues el pueblo de Mundaka se desarrolló en torno al mar. Tanto es así que el puerto es el centro del municipio y desde allí nacen las calles irregulares que forman su núcleo histórico. En la parte vieja se localiza la biblioteca, un antiguo edificio portuario que antaño hizo las veces de hospital de peregrinos del Camino de Santiago, además de servir en otros tiempos como lonja de pescadores y de matadero.

Extramuros, se localiza sobre una atalaya con vistas al horizonte la iglesia de Santa María. Un templo gótico renacentista que figura adscrito a la villa desde 1071, igual que la ermita de Santa Catalina. Ubicada en la punta que lleva su nombre, se trata de un edificio de transición entre el Gótico y el Renacimiento que se emplaza sobre un pequeño promontorio. El mirador de la Atalaya y el de Portuondo son dos de los mejores parajes para disfrutar de las panorámicas de la ría de Mundaka. Dos lugares que mezclan la imponente belleza del mar con la naturaleza que inunda sus montañas. 

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iStock-1250684544. Pedraza (Segovia)

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Pedraza (Segovia)

El conjunto patrimonial de Pedraza lo forman sus casas porticadas presididas por escudos nobiliarios, el Ayuntamiento y la iglesia de San Juan Bautista, cuya torre se hace notar desde varios puntos del pueblo. Una riqueza que muestra la relevancia de esta villa en los siglos XVI y XVII, cuando se convirtió en un referente de la industria textil por sus tejidos de lana merina. La espina dorsal es la calle Real, imprescindible para conocer las construcciones nobiliarias y las tradicionales casas pedrazanas, que conecta la entrada a la localidad con su famosa plaza Mayor que, de forma irregular y sin un diseño claro, se encuentra en la lista de las plazas más bellas de España.

Desde ella se abre paso la vía hacia el castillo, a través de la calle Mayor. A medio camino se pueden contemplar las ruinas de la iglesia de Santa María y al final aparece la fortaleza, originaria del XIII, donde la segunda torre se ha convertido en el Museo Zuloaga, donde se expone la obra del pintor Ignacio Zuloaga y parte del patrimonio familiar, como un cuadro de El Greco, otro de Goya y bodegones de pintores flamencos.

Aínsa (Huesca)

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Aínsa (Huesca)

El castillo de Aínsa es lo primero que ve el visitante en cuanto es capaz de apartar la vista del murallón del Monte Perdido, esa legendaria cumbre que se eleva por el norte anunciando un mundo de roca y nieve. Otro mundo, en este caso medieval, se abre al cruzar el puente que conecta el aparcamiento con el casco histórico a través de su milenaria fortaleza. De aquella inexpugnable construcción quedan los muros y el gran patio de armas, una antesala de lujo para uno de los núcleos medievales mejor preservados de Aragón.

La Plaza Mayor, triangular y porticada, se transforma en el escenario de la fiesta de la Morisma. A lado y lado del Ayuntamiento salen sendas calles que confluyen en la encantadora plaza de Santo Domingo: la Mayor y la de la Santa Cruz, que lleva a la iglesia de Santa María, del siglo XIII. Aínsa sigue disfrutado de un emplazamiento único, en la confluencia de los ríos Cinca y Ara, con la sierra de Guara al sur y el túnel de Bielsa al norte, puerta a las maravillas pirenaicas del Parque Nacional de Ordesa y el Monte Perdido. 

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Vejer de la Frontera, Cádiz

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Vejer de la Frontera (Cádiz)

Es el Mirador de la Cobijada desde donde se disfruta de una de las mejores panorámicas del pueblo. Es buen lugar donde comenzar a recorrer el que para muchos es el más bello de los «pueblos blancos» de Andalucía. Una aventura entre calles laberínticas, fachadas encaladas y azulejos de estilo nazarí. Enclavado a orillas del río Barbate, durante un poco más de cinco siglos, Vejer fue dominio musulmán, de ahí su entramado de calles al modo de una medina. El casco antiguo, amurallado y elevado a 200 m de altura, está declarado Conjunto Histórico-Artístico. No existe un rincón al que le falte su correspondiente maceta. Aquí, patios y balcones son motivo de orgullo.

Enfrente del mirador está el Arco de la Puerta Cerrada, uno de los cuatro accesos a la zona amurallada. Más arriba, el Castillo remata la silueta del pueblo. Adosado a la cara exterior del Convento de las Monjas Concepcionistas (actual Museo de Tradiciones y Costumbres vejeriegas), se halla uno de los rincones más fotografiados, el Arco de las Monjas. Se sigue recorriendo el barrio de la Judería, lleno de artesanías locales y galerías de arte, para llegar a la puerta de la Villa. Cerca espera la siempre animada plaza España.

iStock-1298579603 (1). Maderuelo (Segovia)

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Maderuelo (Segovia)

No es una exageración decir que Maderuelo está como estaba. Las poderosas murallas que lo protegían en lo alto de un meandro del río Riaza no tuvieron que ser desmanteladas, de ahí que hoy en día permanezca incorrupto. El acceso desde el sur, el más cercano a Madrid y a las grandes carreteras, se realiza por la puerta de la Villa, un arco del siglo XII que hasta hace un siglo aún conservaba su foso y su puente. Toda una declaración de intenciones, pues lo que viene después es un viaje en el tiempo.

El paseo por las calles de Maderuelo es corto pero pausado. Su pavimento empedrado y sus casas antiguas regalan decenas de rinconcitos con encanto, como la plaza de San Miguel y su iglesia-palacio homónima, que sorprende por su delicada y acertada restauración. Más adelante espera la antigua cárcel, el ayuntamiento, la plaza del Baile con su característica Casa Porticada y la iglesia de Santa María del Castillo, notable por sus dimensiones y su imponente espadaña. A esta altura ya se empiezan a intuir las vistas que se abren por completo en el mirador del Alcarcel, en este caso sobre el pantano, y en la puerta de Barrio, que se asoma a un pequeño valle. 

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Tarazona, Zaragoza

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Tarazona (Zaragoza)

Hay lugares en los que todo pivota en torno a un monumento. Y eso es lo que le sucede, de algún modo, a Tarazona con su catedral. No hay rotonda en esta localidad que no anuncie este templo, así que las expectativas que genera son tan altas que podría amenazar con no complacerlas. Pero no es el caso ya que, cuando se llega a la Plaza de la Seo, la elegancia mudéjar del exterior de este edificio sorprende y embelesa. Es como si, de repente, el ladrillo se transformara en mármol por la lucidez y las filigranas de la torre. Dentro espera un amalgama de estilos, mucha luz y un claustro repleto de celosías.

Otra muestra de que este enclave a medio camino entre Navarra, Castilla y Aragón fue siempre un objeto de deseo comercial es la herencia sefardí. Su judería hoy conserva un trazado nervioso y ratonero, así como la constancia de la ubicación de una sinagoga importante. Pasear estas calles supone dar con otros monumentos históricos como las Casas Colgadas, unas mansiones edificadas en saledizo que resisten estoicamente el paso del tiempo y el empuje de la gravedad; la renacentista Plaza de España o el fastuoso Palacio Episcopal, evidencias del pasado relevante de esta localidad. 

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Medinaceli (Soria)

Parece que su emplazamiento en el valle del Jalón estaba destinado a ser un objeto de deseo para muchas civilizaciones. Todo comenzó con un poblado celtíbero que fue conquistado por los romanos y después por los musulmanes, que le dieron el nombre de Medina Slim, «ciudad segura», antes de ser tomada por los cristianos.

De esas culturas quedan maravillosas reminiscencias que hacen de Medinaceli un municipio monumental. Ejemplo de ello es el castillo, antes alcázar árabe y ahora cementerio. O la plaza Mayor, que acogía el foro romano. Pero lo que realmente destaca en Medinaceli –y además da la bienvenida a la villa amurallada–, es su arco romano de triple arcada erigido en el siglo I, la única edificación de este tipo que se conserva en la Península Ibérica. Entre la arquitectura religiosa sobresale la Colegiata de Nuestra Señora de la Asunción, donde se guarda la réplica de la talla del Cristo de Medinaceli, pues la original está en la iglesia madrileña que lleva su nombre.

Mondoñedo, Lugo

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Mondoñedo (Lugo)

De la comarca de A Mariña Lucense se conoce su costa, tan fotogénica como abrupta. Sin embargo pocos saben que su interior es una amalgama irresistible de prados, ríos, montañas y bosques. En esta explosión de naturaleza asoma Mondoñedo, una villa que consigue robarle a su entorno algo de protagonismo gracias a sus callejuelas y monumentos. Parada ineludible para aquellos peregrinos que caminan por la ruta del norte del Camino de Santiago, esta villa fue antigua sede episcopal. La plaza de la Catedral, donde confluyen prácticamente todas las calles del pueblo, está presidida por la fachada del templo construido en el siglo XIII, en cuyo interior destacan pinturas murales del gótico.

El pintoresco barrio dos Muíños revela la vertiente más popular y tradicional de esta localidad. En él se descubre la presencia esencial del agua, pues los canales en los que se bifurca el río Valiñadares discurren entre y bajo las antiguas casas de piedra. Aparecen como un recuerdo de la importancia de este recurso natural, que antaño ponía en funcionamiento los molinos de la zona. La Fonte Vella, construida en el siglo XVI y que antiguamente abastecía a todos los habitantes del municipio, es otro testimonio de aquel tiempo en el que el agua proporcionaba vida, trabajo y sustento a los mindonienses.

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Puebla de Sanabria, Zamora

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Puebla de Sanabria (Zamora)

Sería asturiano si no fuera porque está dentro de la provincia de Zamora, pero este pequeño pueblo de media montaña se acerca más a lo bable que a lo castellano. Y no se debe únicamente a sus costumbres, también manejan un lenguaje indefinido e híbrido similar al que practican sus vecinos norteños. Por todo ello, uno tiene la sensación de que aquí no ha pasado el tiempo, algo sobre lo que sus calles empedradas tienen mucho que contar. En la cima, el Castillo de los Condes de Benavente del siglo XV se convierte en un balcón con vistas al río Tera y a la localidad.

Pero en la villa, lugares como la iglesia de Santa María del Azogue, erigida a finales del siglo XII –con un órgano datado en el año 1780 en su interior– y el Ayuntamiento, ubicado en la plaza Mayor, son también edificios dignos de admirar. Como lo son los diez gigantes y 33 cabezudos que guarda y exhibe su museo, una tradición que se remonta hasta 1848 y cuya comparsa está considerada la mejor de España.

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Atienza, Guadalajara

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Atienza (Guadalajara)

El paisaje es medieval, pero Atienza fue una vez Troya. Sucedió en 1970, cuando el director griego Michael Cacoyannis lo escogió como escenario para Las troyanas. Tres meses de rodaje fueron suficientes para que Katharine Hepburn se enamorara del pueblo. De aquella época, hay una foto de la estrella y del director frente al arco Arrebatacapas, que forma parte de la primera muralla. Atienza se encontraba protegida por dos líneas de murallas que se adaptaban al cerro como un guante. De ahí que el Cid Campeador, que pasó por estas tierras de la Serranía de Guadalajara en su camino hacia el destierro, dijera de Atienza y su castillo que era «peña muy fuerte».

Cerca del castillo se encuentra la iglesia de Santa María del Rey. Fue una de las catorce que hubo durante la Edad Media. La iglesia-museo de San Gil guarda una colección de arte sacro de aquellos templos. Parte de ese esplendor se siente aún paseando por las callejuelas del casco viejo que gira en torno a la plaza de España y del Trigo, descubriendo antiguas casas señoriales blasonadas.

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Montblanc (Cataluña)

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Montblanc (Tarragona)

El paseo por lo alto de la muralla de 1500 m que rodea Montblanc es toda una lección de historia. El tramo visitable es el del portal de Sant Jordi, uno de los cuatro accesos al núcleo medieval de la capital de la Conca de Barberà, declarado Patrimonio Mundial por la Unesco en 1988. La muralla se levantó en el siglo XV como defensa frente a los ataques de Pedro I de Castilla, pero Montblanc fue fundada mucho antes, en 1163, en una colina desprovista de vegetación, de donde le viene el nombre. El primer vestigio de población se remonta al asentamiento íbero de los siglos IV y I a.C., cuyos habitantes probablemente vieran pasar los elefantes del ejército de Aníbal rumbo a Roma.

La historia medieval se despliega por toda la ciudad, en sus edificios civiles, religiosos y militares, en las pocas calles de la judería –un recinto con sus propias puertas– que aún quedan, en el románico Pont Vell que cruza el río Francolí y en el molino de los Capellans. Entre las construcciones más señoriales destaca el Palacio Real, donde se alojaba el rey de Aragón cuando visitaba Montblanc, y el Palacio del Castlà, residencia del representante militar de la Corona. El patrimonio religioso cuenta  con tres conventos –en uno se alojó san Francisco de Asís–, la iglesia románico-gótica de Sant Miquel y la de Santa Maria, de origen gótico y añadidos barrocos. En cuanto a obras más «recientes», sobresale la bodega modernista.

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La Alberca (Salamanca)

A cobijo del Parque Nacional de Las Batuecas, el santuario mariano Virgen de la Peña vigila, desde lo alto de un pico, el pueblo salmantino. El laberinto de calles angostas y empedradas que dibuja el entramado urbano es el escenario donde vive suelto, entre el 13 de junio y el 17 de enero (San Antón), un cerdo que es alimentado por los alberqueños, y que se sortea de forma benéfica en la segunda fecha. En algunas calles el sol apenas llega al suelo, pues los pisos superiores de las casas serranas sobresalen más que los inferiores, como si pretendieran tocarse.

El centro neurálgico de esta localidad es la plaza Mayor. Las columnas de granito sustentan los pórticos sobre los que se levantan las casas, cuyos balcones de forja lucen los alegres colores de los geranios cuando el temporada lo permite. Bajo ellas, se instalaba el mercado. Ahora se degusta embutido ibérico en los restaurantes en los que se han transformado.

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Moratalla, Murcia

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Moratalla (Murcia)

Encaramado en lo alto de la sierra,  Moratalla  emerge  como un bosque de piedras ocres y blancas rodeado del verde agreste que tanto caracteriza la comarca murciana que colinda con Andalucía y Castilla-La Mancha. Su encanto reside precisamente en su entorno y en el ritmo que se respira en el pueblo y que impregna sus calles angostas. Una vida sosegada, donde aún late la esencia morisca. Hay mediodías en la taberna con vino de la tierra y tardes en la plaza. Reminiscencias del medievo que se aprecian en sus callejuelas y arquitectura –tan palpable en sus balcones de forja–, que conserva también algunos monumentos emblemáticos que merecen una visita.

Su castillo del siglo XV es uno de ellos, una visión que aparece coronando el horizonte del pueblo con su Torre del Homenaje con una altura de 30 m. En el otro extremo del centro histórico, se encuentra la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, cuya construcción se remonta al siglo XVI. Sin dejar el templo, es una buena idea dirigirse al mirador que descansa sobre el valle del río Alhárabe y ofrece una bella panorámica. Otras paradas que no se deberían eludir son la iglesia del convento de San Francisco –el templo es lo único que sobrevivió del total de la estructura tras los siglos y demoliciones– y las ermitas de Santa Ana y Casa de Cristo. 

Guadalest, Alicante

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Guadalest (Alicante)

La voz del escritor alicantino Gabriel Miró resuena entre los muros que conducen al centro histórico de Guadalest, un «túnel con puertas clavadizas y poyo de sal». Al atravesarlo, las palabras que dejó en Años y Lenguas se hacen eco por lo que describió como «galerías que corren por rocas verticales, donde se descuelgan los cactos, los algarrobos...». Guadalest fue moldeado por la mano del hombre y por la fuerza de la naturaleza después de los terremotos de 1644 y 1748, cuando el defensivo castillo de San José quedó prácticamente destruido. Sin embargo, hoy pervive orgulloso cerca del cielo con varios pedazos de muralla y la inconfundible torre del homenaje.

Le acompaña un blanco campanario y el castillo de la Alcozaiba, que recuerda el origen medieval del pueblo y desde donde se vislumbran las sierras de Xortà y Serrella, la de Aitana y la de Bèrnia. Entre estos colores pardos y verdes de sus aledaños, se hace hueco el azul turquesa del embalse de Guadalest. Vistas similares se obtienen desde la plaza del Ayuntamiento, presidida por la estatua de San Gregorio y donde se puede visitar la prisión medieval bajo la casa consistorial. O la Casa de los Orduña, familia ligada al pueblo desde el siglo XVI hasta 1934 tras la muerte de Carlos Torres de Orduña.

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Valderrobres, Teruel

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Valderrobres (Teruel)

El río Matarraña discurre por su bella garganta hasta la entrada de Valderrobres, donde se ensancha y entra triunfal en la localidad para partirla en dos, marcando el límite entre la parte vieja y la moderna. Un majestuoso puente de piedra de la época medieval y de estilo gótico constituye la entrada a la villa y pone en situación a todo aquel que lo atraviesa pues, arquitectónicamente hablando, el pueblo es un museo al aire libre.

La mejor manera de descubrir este pueblo turolense es deambular por las calles del casco antiguo. Tras penetrar en su interior a través del Portal de San Roque, el principal acceso, en un entramado urbano de típica factura medieval se suceden rincones con encanto, palacios, ermitas, plazas y construcciones que pertenecieron a las antiguas murallas, como el Portal Vergós. Situados en la parte alta del núcleo urbano, los verdaderos emblemas de Valderrobres se distinguen a primera vista. Antiguamente intercomunicados, la iglesia de Santa María la Mayor y el Castillo definen el perfil de esta villa medieval. Del templo religioso, ejemplo del gótico levantino, destacan el pórtico principal y la esbelta torre del campanario. Las torres almenadas del Castillo rematan los robustos muros a cuyas espaldas se abre un mirador desde el que se contempla el Matarraña.

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Olite, Navarra

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Olite (Navarra)

La tierra se cubre de viñedos, los pueblos abrazan las laderas y, de repente, un castillo emerge en el horizonte. Su majestuoso perfil almenado, torrecillas de ángulo y torreones circulares dotan a Olite de un aire medieval que hace volar la imaginación a quien lo admira. Sobre un pequeño cerro, a orillas del río Cidacos, Olite actuó como fortaleza de la Zona Media de Navarra con el imponente castillo-palacio que Carlos III de Navarra mandó construir a finales del siglo XIV. 

El Palacio Real ocupa un tercio del casco urbano medieval, en el que se entrelazan estrechas calles al abrigo de nobles casas donde permanecen grabados los escudos de armas, como en el Palacio del Marqués de Rada, arcos góticos, iglesias y el recinto amurallado de origen romano. Como si fuera una extremidad del palacio, a su vera se encuentra la iglesia de Santa María la Real, utilizada por los monarcas para celebrar actos solemnes. Frente al castillo, el Museo del Vino de Navarra describe otra de las grandes historias de Olite: su tradición vinícola, con vestigios de producción del siglo I d.C. y una Edad Media marcada por el cultivo de la vid.

Pals, Girona

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Pals (Girona)

Desde la base del barrio antiguo de La Vila, donde se halla la Casa de la Cultura y museo Ca la Pruna, se asciende a pie por calles adoquinadas que muestran restos de muralla, torres vigía (Ramonet, Xinel.lo, Rom...), garitas, aspilleras y hasta dos sepulturas antropomorfas; también masías de los siglos XVI y XVII bellamente restauradas como residencias particulares o convertidas en tiendas de recuerdos y rústicos restaurantes.

Desde la plaza Major arranca el callejón homónimo, que tiene un tramo cubierto por un arco con balcón que es uno de los rincones más fotografiados del pueblo, justo donde se abre el pasaje de Ca la Rufina, con sus dos lados unidos por arcos. La ensoñación de Pals se completa al alcanzar el mirador del Pedró, junto a la torre del castillo destruido en 1478. Desde esa explanada Josep Pla ya afirmaba que se contempla la vista más amplia y hermosa de todo el Empordà. Pals disfruta de una playa ininterrumpida de 3,5 km, un arenal dorado que incluye dunas protegidas y mira a las Islas Medes.

Zafra, Badajoz

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Zafra (Badajoz)

Por su fisionomía llena de patios, conventos, coloridas fachadas y suelos empedrados, Zafra es conocida como «Sevilla la Chica». Su arquitectura urbana, con retorcidas callejuelas de herencia árabe y un omnipresente color blanco, completa la importancia de su pasado mercantil. En pleno casco histórico, cerca de la plaza Grande, se encuentra el Palacio de los Duques de Feria, que acoge en la actualidad el Parador de Turismo. Frente a él se encuentra el Convento de Santa Clara, cuyo interior alberga un museo que permite al visitante conocer cómo es la vida en el convento, así como la historia de su fundación. 

En torno a la plaza Chica y la Grande, se localiza el Hospital de Santiago, la primera residencia señorial de Zafra, en el que destaca la representación de la Salutación del Arcángel Gabriel en su hornacina. Muy cerca se ubica la Colegiata de La Candelaria conocida, sobre todo, por atesorar algunas de las obras de arte del pintor del Siglo de Oro, Francisco de Zurbarán, como su fabuloso retablo mayor. Pero Zafra también fue una ciudad amurallada que contaba con decenas de puertas, como la puerta de Badajoz y la de Jerez.

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Peñalba de Santiago, León

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Peñalba de Santiago (León)

Un puñado de casitas de piedra coronadas por techos de pizarra y agrupadas en mitad del valle del Silencio, en pleno Bierzo leonés, dibujan la idílica imagen con la que Peñalba de Santiago recibe al viajero. Quienes llegan hasta aquí encuentran un entorno privilegiado que ofrece la tranquilidad y el silencio que promete el topónimo de su entorno. Según la leyenda, san Genadio (865-936), fundador del pueblo, en su búsqueda de aislamiento mandó callar las aguas del río Oza con un golpe de bastón. Hoy, se pueden visitar las cuevas donde se dice que encontró su lugar de retiro.

De la belleza de este pequeño pueblo disfrutan a diario sus apenas 15 habitantes. Las construcciones del casco antiguo son un ejemplo de la auténtica arquitectura tradicional berciana, aquí presentadas en un entramado de callejuelas que discurre entre empinadas pendientes. La diminuta iglesia del siglo X, cuya hermosa entrada está precedida por un doble arco de herradura, exhibe elementos propios de la época musulmana, convirtiéndola en una pequeño tesoro del arte mozárabe.

Teguise, Lanzarote

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Teguise (Lanzarote)

Teguise, la hija de Guadarfía, el último rey aborigen de Lanzarote, dio nombre a la que sería capital de la isla desde su conquista por los aventureros normandos Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle hasta 1847, cuando Arrecife, con su puerto, adquirió más relevancia.

Ese pasado se difumina para quien pasea por el centro de Teguise –La Villa, para los lanzaroteños–. Todo respira calma: las blancas casas coloniales con esquinas de piedra desnuda, la carpintería de balcones y puertas pintada de verde, las calles adoquinadas sin  tráfico...  La iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, reconstruida tras el incendio de 1909, posee el mayor patrimonio religioso de la isla. El convento de Santo Domingo acoge el Ayuntamiento, y el de San Francisco el Museo de Arte Sacro. Pero las mañanas de domingo Teguise se transfigura en un laberinto de puestos de artesanía, souvenirs o alimentos ecológicos del mayor mercadillo de Canarias. 

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Ribadavia, Ourense

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Ribadavia (Ourense)

Próxima al punto de encuentro del río Avia con el Miño, es el enclave en el que se asentaron celtas y romanos, no solo por lo bello del lugar, sino por las riquezas minerales de las aguas y las montañas que lo rodean. Ribadavia es la capital de la Denominación de Origen Ribeiro, la más antigua de Galicia. Aquí el vino lo explica todo. El geógrafo y escritor griego Estrabón ya alabó la elaboración en la zona de estos caldos allá por el siglo II antes de Cristo; fue el primer vino en viajar a América de la mano de Colón; se sirvió en las mesas más opulentas de los reyes de Europa… Se encuentran un sinfín de menciones históricas y literarias sobre una de las zonas vitivinícolas con más solera de Europa.

Fue durante la Edad Media cuando la villa adquirió la topografía que ahora se disfruta y en la que destaca una colección compuesta de fortificaciones, ermitas románicas, una rica judería y un casco histórico, declarado en 1947 Monumento Histórico-Artístico. Los clásicos soportales gallegos sirven de refugio de lluvia o sol al paseante rural en su recorrido por el municipio. En la zona alta de la villa destaca el principal icono de Ribadavia, las ruinas del castillo de los Sarmiento. Abandonado en el siglo XVII, aún conserva la grandeza de haber sido una de las mayores fortalezas gallegas durante la Edad Media.

San Martín de Trevejo, Cáceres

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San Martín de Trevejo (Cáceres)

Las razones para visitar San Martín de Trevejo son muchas. Es difícil elegir por cuál empezar porque este pequeño pueblo es la joya de la Sierra de Gata. Situado en la provincia de Cáceres y a escasos kilómetros de Portugal –con una lengua propia del valle, a fala o mañegu, que deriva del galaico-portugués–, es uno de los mayores atractivos de la zona. Sin embargo, pronto se descubre que el idioma no es su única singularidad, pues este pueblo no solo se escucha, sino que también se contempla. 

Comenzando por las casas tradicionales de tres alturas, con entramado de madera y adobe que caracteriza su belleza arquitectónica y que le ha valido el galardón de Bien de Interés Cultural. Pero no debe pasarse por alto ni su plaza Mayor porticada, ni la torre del campanario y menos aún la iglesia de San Martín de Tours, un edificio compuesto por tres naves cuyo interior esconde tres tablas del pintor pacense Luis de Morales, El Divino, que se remontan al siglo XVI. Perderse por sus calles también conduce a coquetos palacios como el del Comendador, que harán el viaje aún más especial.

Sos del Rey Católico, Zaragoza

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Sos del Rey Católico (Zaragoza)

Historia y encanto es lo que envuelve al lugar que vio nacer al rey Fernando el Católico, un punto geográfico que sirvió de línea fronteriza entre los antiguos reinos de Aragón y Navarra. Declarado Conjunto Histórico-Artístico, atesora uno de los mejores patrimonios medievales del país. Su villa se conserva amurallada y en su interior, escudos, ventanas góticas y renacentistas y sillares decoran las fachadas. Sus calles empedradas y retorcidas conducen a lugares como la bonita plaza de la Villa. Allí se ubica el Ayuntamiento, uno de sus edificios más emblemáticos junto con el Palacio de Sada, la casa natal de Fernando el Católico, que en la actualidad cumple las funciones de oficina de turismo y Centro de Interpretación.

Otros rincones para descubrir son la Lonja –antaño mercado de la villa, ahora biblioteca municipal–, la iglesia de San Esteban, con una cripta y unos murales góticos que son todo un espectáculo para la vista, y la recogida ermita de Santa Lucía. Además del Barrio Alto, que en su día albergó la judería medieval. Durante el divagar, no hay que pasar por alto sus miradores, que aparecen repartidos estratégicamente por el pueblo y desde los que se puede recorrer todo el paisaje con la mirada.

Rupit i Pruit, Barcelona

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Rupit i Pruit (Barcelona)

Siguiendo la carretera, las paredes verticales de la región del Collsacabra preceden a la visión del campanario de la iglesia de Sant Miquel, que sobresale en la silueta de este pueblo de origen medieval, enclavado en un altiplano tapizado de hayedos. El primer aviso de su singularidad es su acceso tradicional, a través de un puente colgante de madera que solo admite a 10 personas a la vez. Se diría que el propio puente es una metáfora perfecta del municipio, que surgió de unir Rupit y Pruit en 1977. La piedra domina en la villa, confiriéndole un encanto especial. 

No hay que obsesionarse con seguir un rumbo determinado, es preferible deambular a partir de la calle Barbacana, que funciona como eje vertebrador del pueblo. Se va al encuentro de la antigua herrería, de la casa del boticario o de la notaría Soler, ejemplos los tres de casas con solera. En algún momento, habrá que dirigirse a la plaza Mayor, auténtico centro neurálgico, pasando antes por la Iglesia de Sant Andreu Rupit i Pruit y por la empinada Calle del Fossar, en la que se concen­tra toda la potencia fotogénica del pueblo.

Mora de Rubielos, Teruel

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Mora de Rubielos (Teruel)

En las calles de esta localidad turolense se respiran aires medievales. Estas reminiscencias resultan de lo más evidente cuando se contempla su castillo, visible desde casi todos los puntos del pueblo. Una de sus particularidades es su disposición en torno a un bello patio interior rodeado de pórticos a dos alturas diseñados en estilo gótico. Además de servir como baluarte defensivo, esta fortaleza contaba con todo lo necesario para actuar como residencia, de cuya amplitud y comodidad disfrutaron los Fernández de Heredia, artífices de su construcción en el siglo XIV. Las visitas guiadas muestran cómo desde el patio se accede a algunas de las principales estancias como la Sala de las chimeneas, las caballerizas, la habitación del señor del castillo, las mazmorras o la capilla.

Declarado Conjunto Histórico-Artístico, el casco antiguo esconde otro gran icono del patrimonio arquitectónico municipal, la excolegiata de Santa María la Mayor. La preciosa estructura de este edificio gótico presenta la fachada principal en la plaza de la Iglesia y se ve embellecida por sus robustos muros de piedra sillar y los contrafuertes en los que estos se apoyan. La Sierra de Gúdar-Javalambre se recorre a través de senderos que discurren entre valles y bosques descubriendo pueblos como Mora de Rubielos, Valdelinares, Puertomingalvo o Mosqueruela, muchos de ellos situados por encima de los mil metros. 

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Cazorla, Jaén

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Cazorla (Jaén)

Haberle prestado su nombre al Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas ha hecho que muchos viajeros asocien este topónimo a los bosques y pozas de este santuario verde. Y sin embargo, justo en la frontera entre los mares de olivos y los bosques de pinos, este coqueto municipio con aires de capital rasga con sus casas blancas y sus fortificaciones de piedra el skyline jienense. 

Desde el Balcón de Zabaleta, Cazorla se transforma en una postal perfecta y vertical formada por las almenas del castillo de la Yedra, las fachaditas blancas recostadas a sus pies y las copas de los árboles que emergen de la ribera del río Cerezuelo. Pero Cazorla es más que una panorámica. Paseando por sus arrabaleras y caprichosas callejuelas se descubren monumentos insólitos como la Iglesia de Santa María, en ruinas porque nunca llegó a terminarse, y la Bóveda del Río Cerezuela, un sistema de canalización ideado para transformar la garganta en plaza. En el resto del pueblo aguardan casas señoriales como la de las Cadenas, así como pequeños senderos que se adentran en el Parque.

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Casares, Málaga

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Casares (Málaga)

Este coqueto pueblo blanco malagueño es la cuna del andalucismo, pues fue el lugar de nacimiento del político, ideólogo y escritor Blas Infante en 1885. Por sus estrechas y serpenteantes cuestas centenarias, además de llegar al hogar donde el personaje pasó sus primeros años, se sube hasta el castillo de Casares. Coronando lo alto de la colina, esta fortaleza construida por los árabes en el siglo XIII fue creada como bastión defensivo del reino nazarí. Sus murallas, que delimitaban la extensión de Casares, son uno de los pocos vestigios que se conservan en pie, así como alguna torre del alcázar y dos imponentes arcos –el de la Villa y el de Arrabal–, que servían de acceso al castillo.

La iglesia de la Encarnación, que presume de campanario de influencia mudéjar, el templo parroquial de San Sebastián, en cuyo interior descansa la imagen de Nuestra Señora Del Rosario Del Campo –patrona de Casares– y la pintoresca ermita de Veracruz son otros de los atractivos del pueblo. Resulta difícil imaginar Casares sin sus miradores, desde donde se obtiene una panorámica teñida de cal que embelesa por la disposición de sus casas como terrones de azúcar apilado. 

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shutterstock 1199345515 (1). Taramundi (Asturias)

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Taramundi (Asturias)

Tan pequeña como cautivadora, la localidad asturiana de Taramundi, limítrofe con Galicia, vive inmersa desde tiempos inmemoriales en el reino del agua, entre ríos, arroyos y cascadas. Este elemento natural enciende de vida un paisaje en el que predomina el verde intenso y se ha ofrecido como una herramienta vital para el ser humano que ha habitado estas tierras y que aprendió a dominarlo para su propio beneficio. A 5 minutos del pueblo y a modo de museo viviente, el Conjunto Etnográfico de Os Teixois da testimonio de ello. 

Si bien la potencia del agua es la gran protagonista en este confín asturiano, el vigor del hierro tiene también una presencia fundamental. Taramundi es un lugar donde el pasado pervive en los oficios más tradicionales, algo que se puede comprobar en la dilatada tradición cuchillera. Convertida en un referente internacional, una visita a la cuchillería muestra como, ya desde mediados del siglo XIX, aquí se confeccionan navajas artesanales de alta calidad. Con poco más de 600 habitantes, este municipio fue pionero en el turismo rural en España de la mano de La Rectoral. Este establecimiento se ubica en la antigua casa del rector (siglo XVIII), que fue reconvertida en un encantador alojamiento desde cuya terraza se alcanzan las mejores vistas del pueblo y su entorno.

Aracena, Huelva

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Aracena (Huelva)

En el norte de Huelva, la tierra se pliega y gana altura. Encinas, alcornoques, robles y castaños alfombran el lugar donde acaba Andalucía, comienza Extremadura y el Alentejo portugués se extiende hacia el oeste. El pueblo de Aracena da nombre a la sierra y es la capital de la comarca homónima. La variedad de sus blancas y apiñadas casas y sus calles de suelo empedrado convierten cualquier paseo en una delicia. Desde las almenas y arcos de su castillo templario se contemplan los pueblos como motas blancas que destacan a lo lejos, entre altozanos, dehesas y praderas. 

El monte donde se alza la fortificación está horadado y se entra en él a través de la Gruta de las Maravillas. La primera sorpresa que depara la cueva es su ubicación, en pleno centro del pueblo. Descubierta en el siglo XIX, se abrió al turismo en 1914 –fue pionera en Europa–. Un itinerario circular guiado permite contemplar las asombrosas formaciones de roca y los lagos de sus diferentes niveles. Aracena atesora la iglesia de Nuestra Señora del Mayor Dolor y varias ermitas mudéjares. En su plaza Mayor hay bellos edificios decimonónicos, como el Casino de Arias Montano, del sevillano Aníbal González.

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Miravet, Tarragona

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Miravet (Tarragona)

A orillas del Ebro, el castillo de Miravet baila en el reflejo del agua como si quisiera desvanecerse, pero sin llegar a hacerlo nunca. Aquí, frente a una de las postales con más encanto de la comarca catalana de la Ribera d’Ebre, uno se cuestiona qué tuvo esta localidad para precisar tal fortaleza. Y la pregunta no es en vano, pues está considerado como uno de los mejores ejemplos de arquitectura templaria de toda Europa. 

Aunque se puede llegar por carretera, lo mejor es acceder hasta el castillo a pie atravesando el Cap de la Vila, el núcleo histórico de Miravet. Sus callejuelas se encaraman abrigadas por el bosque de ribera y flanqueadas por pórticos, casas antiguas y miradores. Merece la pena detenerse en la Iglesia Vieja, un templo renacentista que se ha convertido en un monumento cultural que alberga interesantes exposiciones sobre la historia de Miravet. También de la reconocida cerámica miravetana, una tradición documentada desde el año 1650. Por el Cap de la Vila, uno se encuentra con el Raval dels Canterers, donde en el siglo XIX se establecieron los alfareros. Hoy estos siguen abriendo sus puertas para mantener vivo un oficio centenario que, como el castillo, siempre sigue en pie.

Valverde de los Arroyos, Guadalajara

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Valverde de los Arroyos (Guadalajara)

Los primeros pasos por este pueblo confirman lo esperado: aquí el viajero va a ver más pizarra que en sus años de escuela. Es esta roca la que lo determina todo en este rincón del norte de Guadalajara. Al ser el material dominante y, por ende, el más asequible de toda la sierra, pronto se utilizó para levantar el tejado y las paredes de unas viviendas coquetas, achaparradas y humildes pero muy resistentes. Y de la homogeneidad nació la estética que ahora atrae a decenas de excursionistas que encuentran aquí una hospitalidad rural irresistible, especialmente cuando el frío aprieta y en las chimeneas baila el fuego.

Callejeando siempre se llega a la plaza de María Cristina, el epicentro de esta localidad y la estampa más henchida de todas. Aquí no sobresale ningún edificio, pero el conjunto que conforman la iglesia de San Ildefonso (siglo XIX), la sede del Ayuntamiento y la fuente sintetiza a la perfección la belleza magnética del lugar. Si se sigue el mapa de imprescindibles, el paseo lleva hasta un museo etnográfico en el que se explica cómo era la vida en estas duras coordenadas y hasta una ermita, la de la Virgen de Gracia, que tiene el encanto del silencio. Eso sí, el último mandamiento, y quizás el más sagrado de toda visita a Valverde de los Arroyos, es el de peregrinar hasta las Chorreras de Despeñalagua, una cascada por tramos que suma un total de 120 m de altitud.

Valle Gran Rey, La Gomera

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Valle Gran Rey (La Gomera)

No hay carreteras que bordeen la costa de La Gomera. Para ir de una localidad litoral a otra es preciso remontar un barranco rumbo al interior en la isla y, una vez en las alturas, descender hacia el mar por otro tajo entre las montañas. Cada barranco es diferente. Y el de Valle Gran Rey goza de unas condiciones excepcionales: soleado, al abrigo del viento y pródigo en manantiales de agua.

Valle Gran Rey no presenta un verdadero conjunto urbano, sino un paisaje de palmeras y peñascos, salpicado de bancales con huertos, caseríos o pequeños barrios. El idílico enclave atrajo hace ya medio siglo a un turismo hippie, que apreció la singularidad del valle y su aislamiento. En ese vergel donde desplazarse implica subir o bajar, la playa del Inglés devino un punto de encuentro entre cosmopolita y rastafari. Su negra arena, el profundo azul del mar y la espuma de las olas siguen deparando unos atardeceres inolvidables. El turismo rural ha tomado el relevo, con viajeros que simpatizan con la alimentación y el estilo de vida ecológicos.

Alarcón, Cuenca

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Alarcón (Cuenca)

Hay muy pocos lugares en el mundo en los que sea tan sencillo explicar el porqué de un emplazamiento como en Alarcón. Y es que esta hoz revirada y caprichosa trazada por el río Júcar lo tiene todo para ejercer de baluarte defensivo. Es muy probable que casi todas las civilizaciones que han poblado La Mancha se dieran cuenta de esta ventaja, pero fueron los árabes quienes, en el siglo VIII, levantaron una primera fortaleza en tan imponente ubicación y, además, le pusieron nombre al lugar. Eso sí, lo primero que se observa al llegar al mirador exterior del pueblo es una maqueta impoluta del perfecto castillo cristiano. Es entonces cuando el viaje se convierte en épica y la visita, en conquista. 

Pero Alarcón es mucho más que un castillo. Al abrigo de su protección, el pueblo fue creciendo bajo el control cristiano (siglo XII) y se empeñó en tener una de las mayores densidades de iglesias fascinantes de toda Castilla. La de Santo Domingo de Silos conquista por su pulcritud románica. La de la Santa Trinidad, por su desproporcionada portada plateresca. Y la de Santa María, por mezclar a la perfección el gótico con el renacimiento. Eso sí, la gran sorpresa viene al entrar en el templo antiguamente consagrado a San Juan Bautista. En su interior, el artista contemporáneo Jesús Mateo pintó unos imponentes murales que impresionan por su belleza, su lenguaje y su magnífico contraste con el edificio.

Cudillero, Asturias

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Cudillero (Asturias)

Hasta no hace mucho, la seña de identidad de Cudillero era el olor a mar y a salitre que provenía de los escualos que colgaban durante meses de la puerta de las casas de los marineros pixuetos. Todavía se pueden ver algunos gracias a su especialidad gastronómica, el curadillo, un escualo que se cura sin sal al viento del Cantábrico y que se guisa con patatas o con fabes. Los marineros también dejaron un lenguaje propio y exclusivo de Cudillero: el pixueto, un dialecto del bable que, de vez en cuando, se deja escuchar en boca de algunos locales y cada 29 de junio se reivindica en la fiesta de l’Amuravela dedicada a San Pedro. 

A este santo también está dedicada la iglesia del casco histórico, parada imprescindible para los visitantes que, entre subidas y bajadas, siguen su recorrido por la capilla del Humilladero, la Lonja o la Fuente del Canto, sin pasar por alto los miradores de El Pico, Cimadevilla, la Atalaya, el Faro y la Garita. Al subir a este último, las vistas se extienden por el faro, el puerto y la villa. A medida que se asciende por las laderas de los alrededores, el graznar de las gaviotas deja espacio al mugir de las vacas, y el aspecto de Cudillero muta del azul del Cantábrico al verde intenso de su interior. 

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iStock-1133015647 (1). Allariz (Ourense)

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Allariz (Ourense)

A Ourense siempre le ha marcado su orografía. El haber estado regada por ríos escultores ha hecho que sus colinas se volvieran más vertiginosas y bellas si cabe. Son tierras de viticultura heroica, de termalismo, de escarpados cañones y, también, de pueblos que no se conformaron con domesticar el entorno, sino que a menudo han querido rivalizar en belleza con él. Buena prueba de ello es Allariz, un pueblo enclavado en la Reserva de la Biosfera homónima y atravesado por la Vía de la Plata jacobea. Como otros muchos municipios gallegos, el paisaje de Allariz está íntimamente unido a un río. 

La que llegó a ser conocida como «Llave del Reino de Galicia» por Sancho IV y la que se convirtió en escenario de la educación de Alfonso X el Sabio, conserva todo su esplendor tras un largo trabajo de recuperación, que en 1994 mereció el Premio Europeo de Urbanismo. Entre las calles empedradas del centro de Allariz se suceden joyas pétreas una tras otra. Destaca una tríada de iglesias, la de San Esteban, la de Queiroás y la de Santiago, esta última situada en la Plaza de la Villa, levantada en roca viva junto al río. Otra plaza que no debería faltar al callejear es Campo da Barreira. Aquí se levanta el Santuario de San Bieito y el bello Monasterio de Santa Clara, fundado en el siglo XIII por la reina Violante, esposa de Alfonso X.

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