Edificios de Barcelona tienen fósiles de 12 millones de años

Historia en las piedras

Un geólogo de la UB realiza un notable hallazgo paleontológico en inmuebles de Enric Sagnier

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Un geólogo de la UB realiza un notable hallazgo paleontológico en inmuebles de Enric Sagnier

Atardece en Barcelona. Decenas de turistas se hacen fotos bajo el Arc de Triomf, buscando una originalidad imposible. Mañana otra legión de visitantes repetirá las mismas fotos en el mismo sitio, sin imaginarse lo cerca que está la singularidad que persiguen.

En el suelo que pisan o en las fachadas de los alrededores hay trazas fósiles de hace más de 12 millones de años. Un viaje en el tiempo al mioceno, en la era cenozoica. Para que se hagan una idea: en aquel entonces, Montjuïc estaba bajo las aguas y en lo que hoy es Europa había tigres dientes de sable, pero aún faltaba mucho para que aparecieran los primeros Homo sapiens.

El hallazgo de fósiles urbanos es muy frecuente. En las piedras utilizadas para construir la catedral de Girona, conocidas como las piedras de sant Vicenç, pueden encontrarse restos de foraminíferos todavía más antiguos. Este tipo de protistas ( los primerísimos, en griego) u organismos unicelulares marinos, propios del eoceno, tienen al menos 40 millones de años. “Es decir, son de anteayer: 12 o 40 millones de años no son nada en términos geológicos. La tierra tiene una antigüedad estimada de 4.600 millones de años”, dice Zain Belaústegui, doctor cum laude en Geología y profesor lector de la facultad de Ciencias de la Tierra de la Universitat de Barcelona (UB).

El doctor Belaústegui, de 35 años, acaba de entrar en la pequeña gran historia de la ciencia porque ha descubierto en cuatro edificios del arquitecto Enric Sagnier (1858-1931) un nuevo icnotaxón, una huella fósil de un antiquísimo ser vivo. Lo ha bautizado como Lapillitubus montjuichensis, que se podría traducir como “tubo de piedrecitas de Montjuïc”. Sus orígenes datan de cuando esta montaña era un delta, una zona de transición entre el mar y el continente. Centenares de gusanos marinos que construían sus madrigueras tubulares en aquel lecho murieron, sus cuerpos se descompusieron, sus hogares abandonados se rellenaron de sedimentos y comenzó su lento proceso de fosilización. Pasaron los milenios, entraron en erupción volcanes, hubo terremotos, el mar se retiró de algunos valles e invadió otros. Y Montjuïc emergió de las aguas.

Durante siglos la montaña abasteció de material de construcción a Barcelona. Para un lego en la materia, algunas de aquellas piedras tenían –y tienen– estrías o extraños dibujos. Un experto en icnología y tafonomía, precisamente las materias sobre las que versó la tesis doctoral de Zain Belaústegui, sabe la apasionante historia que se oculta en estas figuras: son los restos de guaridas de organismos prehistóricos. La icnología es una rama de la paleontología que estudia las madrigueras, los nidos y toda huella del comportamiento de los seres vivos que quede registrada sobre materiales naturales. La tafonomía, por su parte, se ocupa de los procesos de fosilización.

La ciencia ya había descubierto siete icnotaxones muy parecidos al de la variedad de Montjuïc, pero en todos los casos los constructores de estas madrigueras reforzaban las paredes con conchas de bivalvos, espinas, escamas o pequeños huesos, entre otros elementos. El gusano del Lapillitubus montjuichensis, sin embargo, utilizaba piedrecitas de cuarzo para el revestimiento y como material aglutinador. Ello ha permitido que esta construcción se conozca a partir de ahora con un nombre (el icnogénero) y un apellido propios (la icnoespecie), siguiendo los criterios que estableció la taxonomía de Linneo para los seres vivos (también con género y especie, pero aquí con el prefijo icno que denota que no estamos ante un organismo vivo sino ante su huella fosilizada).

El paseo Lluís Companys, y en especial las inmediaciones del Arc de Triomf, son un museo al aire libre. En el paseo central se pueden apreciar las marcas (del icnogénero Bichordites) que dejaron en el sedimento unos erizos de mar prehistóricos. Las losetas calizas donde se grabaron los movimientos de estas criaturas proceden de Alicante y se han usado profusamente en la construcción, incluso en un centro comercial de Londres. El primer experto que detectó las riquezas ocultas en estas piedras fue el paleontólogo Jordi Maria de Gibert (1968-2012), que dirigió la tesis de Zain Belaústegui.

En el Palau de Justícia, sede del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya y frente al paseo central, hay varios ejemplares de Lapillitubus. Uno de los más visibles está entre la puerta principal y la calle Buenaventura Muñoz. Este edificio es uno de los muchos que se construyeron con piedras de las canteras de Montjuïc, que estuvieron activas más de 24 siglos y sirvieron, entre otras cosas, para levantar el Eixample de Cerdà. “Barcelona es hija de Montjuïc”, afirman expertos como el arquitecto Estanislau Roca. Las primeras extracciones de roca de la montaña se atribuyen a los íberos, en los siglos IV y III a.C. Los romanos protagonizaron posteriormente una explotación masiva, que se prolongó hasta la edad media y alcanzó su apogeo en el siglo XIX. Las últimas canteras se cerraron en el decenio de 1950.

En el edificio judicial del paseo Lluís Companys son visibles también las trazas fósiles de otros gusanos marinos, ya clasificadas y denominadas Dactyloidites ottoi. Se diferencian de las anteriores en que son madrigueras más complejas, con ramificaciones que le dan un característico aspecto radial. ¿Cómo eran los gusanos que las construían? A juzgar por el tamaño de sus guaridas deberían tener un diámetro de entre 8 milímetros y 1,5 centímetros. La longitud es más difícil de determinar. Si se comparan con los análogos más parecidos de la actualidad, como los del género Arenicola, deberían medir unos 15 centímetros.

Los seres que se hospedaban en los Lapillitubus se alimentaban de microorganismos en suspensión, lo que explica la sencillez de su madriguera: un simple tubo para asomarse a la espera de comida y esconderse ante el menor peligro. Por el contrario, los gusanos que excavaban los Dactyloidites abrían ramificaciones en busca del alimento que hallaban enterrado en el sedimento, lo que justifica sus pasillos y la mayor elaboración de sus construcciones. El investigador Zain Belalústegui ha detectado estos dos icnofósiles –e, incluso, un tercero, las madrigueras de tipo Ophiomorpha dono-sa– en cuatro obras de Enric Sagnier, uno de los arquitectos modernistas más prolíficos y uno de los autores predilectos de la burguesía de la Barcelona de finales del siglo XIX y principios del XX. Se trata de cuatro edificios catalogados como bienes culturales de interés local. Además del Palau de Justícia, la lista incluye la casa Pascual i Pons, sede de Catalana Occidente, en el paseo de Gràcia, 2; el edificio de la Aduana, delante del Port Vell, y el bloque de la calle Princesa, 58, esquina paseo Picasso.

El Lapillitubus mejor conservado u holotipo estaba en la casa Pascual i Pons. El investigador habló con los encargados de la restauración del edificio, con los responsables de patrimonio arquitectónico del Ayuntamiento y de la Generalitat y con el Museu de Ciències Naturals de Barcelona, que se hará cargo de la pieza. Gracias a sus gestiones, y tal como mandan las normas consuetudinarias de la ciencia, el sillar fue extraído y pondrá fin a su largo exilio lejos del mar. La sede del museo que lo custodiará y exhibirá se halla en el edificio Blau del Fòrum, donde el Lapillitubus se sentirá por fin como en casa, rodeado del azul infinito.

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