CRÓNICA

Nos lo cuenta el viticultor pionero

Un secreto sobrevuela el txakoli

Un dron supervisa un viñedo de txakoli

Cómo unos drones que retratan a las viñas de la uva vasca desde las alturas logran disparar la producción del singular vino en la zona de Las Encartaciones.

Cerrará la cosecha con 11.000 botellas más este año

Al levantar la mirada se le puede ver sobrevolando las cabezas. Y las vides. Por cuarta vez, el Sensefly eBee Ag, valorado en 35.000 euros, sobrevuela los viñedos de José Domingo Txabarri en Las Encartaciones, Vizcaya, cerca de la frontera con Burgos y Cantabria. El dron, un caso único porque se desplaza con una mini hélice, estuvo en febrero, volvió en junio, en agosto y hace pocas fechas dio sus últimas pasadas, poco antes del tiempo de la vendimia del txakoli. Y en esos cuatro vuelos, y en el mimo con el que el viticultor vasco trata a las vides indicadas por la aeronave, radica el secreto de la nueva y, se prevé, fructífera cosecha de Txakoli Txabarri, la bodega y embotelladora de José Domingo.

Ésta es, a ras de tierra, la historia de cómo un viticultor vasco que antes trabajaba de operario en una fábrica de papel ha conseguido aumentar la producción de sus viñedos de 65.000 botellas (la cosecha anterior) a las 76.000 previstas para esta recolección. Con mucho trabajo. Con mucha exigencia. Y con las fotografías de colores del amigo dron, que son las que retratan el estado clorofílico de las vides y terminan contando al vinatero vasco con qué cepas tiene que emplearse a fondo para que den el 100% de sus racimos de hondarribi zuri, la uva blanca del txakoli.

Si la historia del caldo vasco se remonta al siglo IX, en los campos alaveses, la de José Domingo y los drones arranca en diciembre de 2015. Una reunión de amigos, una de tantas. Un sábado. A él le hablaron de Drone By Drone, una empresa vasca pionera en España dentro del mundo de los drones. "Me dijeron que unos chavales podían ayudarme a mejorar mi txakoli gracias a un dron. Y nos pusimos en contacto con ellos, la idea me pareció bonita". Ahora, más que hermosa: productiva. Por eso José Domingo, cuando habla con Crónica, tiene claras sus preferencias. "Otra gente tiene, por ejemplo, la pasión por el fútbol, por el Athletic. La mía son estos viñedos. Soy agricultor. Y ahora también uso drones".

Vecino de Zalla, José Domingo, que tiene 64 años y está prejubilado, no siempre se dedicó a hacer vino. Trabajaba en una fábrica cuando decidió convertir los terrenos abandonados de su padre en un improvisado viñedo. De eso hace ya más de 20 años. Tenía una cruzada personal y estaba obsesionado con llevarla a cabo. "Quería recuperar la identidad perdida del txakoli", dice mientras sostiene en su mano derecha, marcada por el trabajo de tantos años, una copa de Txabarri rosado. Confiesa que son pocos los que se atreven a probarlo, que la clientela es exclusiva. La mayoría prefieren el clásico txakoli blanco.

Nos explica que una vid sana le puede llegar a dar entre 23 y 28 racimos. "Tres o cuatro kilos de uva", calcula. Y sin embargo, si la cantidad de abono es excesiva o la planta no está bien tratada, la calidad y la producción descienden. Los racimos obtenidos pueden reducirse a la mitad. Por eso es tan importante la labor de los drones.

En Avellaneda, a escasos seis kilómetros de Zalla, situamos una de las parcelas que conforman las ocho hectáreas de Txakoli Txabarri. Allí están Ander García Barroso y Jordi Monedero. El primero es ingeniero aeronáutico, el segundo piloto de drones. Ambos, miembros de Drone By Drone y listos para un nuevo vuelo sobre el viñedo Txabarri. Fue en 2014 cuando la Agencia Estatal de Seguridad Aérea (Aesa) convirtió a esta empresa vasca en la primera de toda la comunidad autónoma con permiso para operar con drones. Y ya ese mismo año la novedosa técnica del dron agricultor se puso en práctica sobre las preciadas vides riojanas y navarras. Hoy también se extiende al sector hortofrutícola de Lérida o a las viñas de Txakoli Txabarri en Vizcaya.

Parte del trabajo lo traen hecho de la oficina. El dron cuenta con piloto automático y vuela de manera autónoma una vez diseñado el plan de vuelo. Ya en el viñedo, montan el equipo informático y Jordi se encarga de hacerlo despegar. El Sensefly eBee Ag es realmente exclusivo. Únicamente hay dos unidades en toda España. Una de ellas sobrevuela el viñedo Txabarri tomando fotografías y analizando el terreno. Gracias a él, este año la cosecha será más abundante y el gasto de producción menor. ¿Dónde está el secreto? En los objetivos fotográficos de alta resolución que lleva a bordo.

Este aparato, de un metro de envergadura y un kilo de peso, tiene una autonomía de vuelo de una hora. Sobrevuela a 120 metros de altura extensiones de hasta 10 km cuadrados de terreno al mismo tiempo que hace fotos con las cámaras multiespectrales que lleva acopladas. Al aterrizar, las imágenes se descargan de su memoria y se procesan por medio de un software de restitución fotográfica. Y la tecnología hace el resto. Tras varias horas de trabajo interno, el programa facilita una serie de mapas. Ander y José Domingo se fijan en el que refleja el índice de vegetación de diferencia normalizada (NVDI, por sus siglas en inglés), que determina la cantidad, calidad y grado de desarrollo de las plantas observadas. Una escala de cinco colores donde el verde muestra la máxima calidad y el rojo la menor, dependiendo de la cantidad de clorofila que procesa cada planta. Cuanto más verde, mejor será su rendimiento. El objetivo es que el mapa se llene de verde.

En junio, las fotos de la plantación mostraban el rojo y el naranja como colores predominantes. Así, el vinatero vasco detectaba zonas con carencias o necesidades adicionales. "Se trata de ver qué partes de la plantación están trabajando bien y cuáles no. Y destinar todos los recursos a aquellas que no", explica Ander García. Dos meses después, en agosto, el mapa se teñía de tonos totalmente diferentes. Tras el siguiente vuelo, José Domingo pudo comprobar que la imagen había evolucionado hacia el amarillo y el verde, sinónimo de gran rendimiento. Sus cuidados específicos sobre las vides que lo necesitaban habían tenido el efecto deseado.

La jornada le cuesta a José Domingo una media de entre 1.200 y 1.500 euros, pero "la inversión merece la pena", confiesa. Y tiene razón. Los 7.500 euros que cuesta aproximadamente el servicio anual de Drone By Drone son ampliamente cubiertos por las ganancias que dará la nueva cosecha. "Y todo se vuelve a invertir", explica el agricultor.

José Domingo está convencido de que los drones son el futuro y que dentro de unos años el Gobierno obligará a los empresarios agrícolas a utilizarlos. "¿Que por qué? Es muy sencillo. Si me dicen que la viña está fuerte y no necesita abono, no echaré. Es bueno para el medio ambiente y para mi bolsillo. Ganamos todos", justifica, convencido. Y tiene motivos para ello: este año ha gastado un 30% menos de abono.

El agricultor se despide. Debe colgar el teléfono para atender a unos compradores que acaban de llegar. Está seguro de sí mismo. Es una venta más. Y es que tiene un ingrediente secreto: los drones.

29 Comentarios

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@reyesfgb #21 La palabra chacolí tiene un innegable origen vasco, pero es espanola, y en espanol se escribe así. Yo escribo fútbol, y no football. Yo escribo espaguetis, y no spaghetti. Por cierto, en Santona (Cantabria) yo conozco a Fidel Jaso Beracoechea (fallecido) y a su hijo José Ramón Jaso Mendiguren (68), procedentes de Bermeo.

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@caramelochino #24 Son drones que se usan desde cierta altura para grabar a los cazadores en sus lances. Yo lo he visto hace tres años en una suelta de palomas, pero tengo entendido que se hace incluso en jornadas más abiertas de caza de campo aunque eso no lo he llegado a ver.

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En Elche y comarca, se esta combatiendo al Picudo,insecto que ataca la palmera, con drones,que sobrevuelan y descargan insecticida en la copa de la palmera. Por tanto las novedades estan en todas partes.

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@umbral #20 Estaban cazando con aves? He escuchado que también se está investigando el control de drones utilizados con fines non sanctos por medio de rapaces y me parece alucinante, que conviva un arte milenario como el de la cetrería con alta tecnología como los drones...

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@reyesfgb #19 Vamos a dejar que cada uno dé su opinión. El chacolí de ahora (el de antes era como los posos del fondo de una cubeta) no tiene profundidad en el sabor ni diversidad de aromas por lo que se bebe muy a gusto acompañando pescados o de picoteo. Pero, ejem, ejem....me costaría mucho sentarme a degustar a palo ese vino en una mesa; me aburriría, salvo que sea para quitar la sed. Para que no se ofenda en su localismo, es como comparar el Ribeiro joven, ese que se tomaba en tazas, con el Albariño elaborado ahora. Cada vino tiene su momento, y el chacolí de ahora claro que lo tiene; pero no nos pasemos, oiga. Además cansa; no me tomo yo más de una botella.

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