Baleares

RUIDO DE FONDO

Mónica Carrillo, 'El culo de España'

Mónica Carrillo. ÁNGEL NAVARRETE.

Sólo hay algo peor que el desprecio: la condescendencia. Y en eso, en aguantar desprecio y condescendencia, las mujeres somos expertas. La última en soportarlo ha sido Mónica Carrillo, la periodista de Antena 3 que ha quedado reducida a la caricatura en este artículo de Ramón Palomar en el diario Las Provincias.

«Hay algo en ella, esos pómulos, esos ojos de avellana, ese tono moreno de piel, esas caderas de fuego, ese trasero pistonudo, como de india Pocahontas en versión palmeral de Elche», escribe Palomar en un alarde insoportable de prosa cipotuda. Se supone que el autor va a hablar del nuevo libro de Carrillo, pero sólo lo menciona al final, de pasada, para decir que ni siquiera lo ha leído. Deja claro que un machote como él, antes muerto que leer una novela de chicas. Porque a él, lo que Carrillo le transmite es «imagen de fertilidad».

Lo peor de toda esa sarta de sandeces machistas es, sin duda, los conatos de halago. Cuando, en arrebatos de escritura babosa, se refiere a ella como «nuestra Mónica». Como si Carrillo fuera aún una niña de pecho y no la mujer adulta y profesional que es. Esa complacencia es más peligrosa que el insulto. Esas palabras falsamente amables son el veneno que nos infantiliza a las mujeres. Defenderse de un insulto directo es fácil. De un halago, no.

Esos «ojos color avellana», esas «caderas de fuego», son las zonas grises de las que habla Lena Dunham en el capítulo de la serie Girls, American Bitch (La zorra de América). Las palabras, los momentos, las actitudes que nos despistan, que pueden interpretarse de otra manera. Porque un piropo puede ser sólo una palabra bonita o una agresión. Porque si no reaccionas en el momento a una impertinencia machista, quizá no te ha molestado tanto.

Ese episodio de Girls es importante. Siembra dudas y subraya en fluorescente zonas grises en las que, de una forma u otra, todos hemos estado. Te preguntas si como feminista tu discurso es radical y como espectador te dejas embaucar por el mismo hombre que se está camelando a Hannah (la protagonista de la serie), tan confundida que acaba por bajar la guardia.

En American Bitch, Hannah visita a un famoso novelista sobre el que ha escrito una dura crítica tras las acusaciones de acoso sexual a dos estudiantes. Ella es mucho más joven, con evidente menos éxito que él, y encima le admira. Él la acusa de haber sido injusta; ambos se defienden y argumentan.

Te sitúan como espectador en una zona gris, te hacen dudar, porque él también te está encandilando a ti. Llama a Hannah «cara bonita», «divertida»... Podría haberle soltado eso de «trasero pistonudo», sin pestañear.

La chica se va tragando el camelo poco a poco, hasta que ocurre la agresión. Sucede cuando ya no se la espera. En pleno shock, ella comprende la terrible verdad que la saca de esa zona gris: el machismo siempre gana. Algunas lo descubren muertas. Otras, como Hannah, con un pene en la mano.