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Turismofobia: Patologizar el malestar social

Pintada en el barrio de Gràcia, Barcelona. Foto: Esmeralda Gogó

Horacio Espinosa Zepeda

El secretario general de la Confederación Española de Hoteles y Alojamientos Turísticos (CEHAT), Ramón Estalella, alertó acerca de una escalada de la llamada “turismofobia” en algunas ciudades españolas, incluyendo Barcelona. Este no es más que el último episodio de entre una oleada de artículos, declaraciones y encendidos debates que se incrementaron con la masiva manifestación del pasado 10 de Junio que, bajo el lema Barcelona no está en venta, fue convocada por colectivos como la Asamblea de Barrios por un Turismo Sostenible (ABTS), la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona (FAVB) o el Sindicat de Llogaters de Barcelona. El acto fue una muestra de repulsa popular contra un modelo turístico que está ahogando a los barceloneses como consecuencia del incremento dramático en los precios de los alquileres, subproducto de la compra masiva de vivienda barata por parte de fondos de inversión, que después destinan las fincas al mercado turístico con un incremento sustancial de su precio, reduciendo así la oferta de vivienda asequible.

En general, ante la ola de malestar ciudadano, los beneficiados del modelo turístico (lobbistas del gremio, políticos y grandes empresarios) han hecho circular con total desparpajo el término “turismofobia” con la clara intención, al menos para quién escribe, de descalificar un movimiento social usando la sempiterna estrategia de la psicopatologización de los individuos descontentos. De entre todas las ciencias humanas, la psicología es probablemente la que ha sido mas funcional con el sistema hegemónico, ya se hable de los diversos servicios políticos prestados a la CIA como proveedora de técnicas de tortura o de su uso como herramienta para la manipulación de masas por medio de la publicidad y el marketing, como muestra Adam Curtis en su documental “The century of the self”.

Pero son los postulados de la psicología mainstream en sí y su reproducción acrítica los que acarrean una mayor peligrosidad, socialmente hablando. Por ejemplo: el énfasis puesto en las capacidades adaptativas de los sujetos como indicadores de salud mental. La adaptación como Piedra Rossetta de la psicología es socialmente nociva ya que patologiza aquello que no encaja, etiquetándolo de comportamiento anormal. Tener la capacidad de adaptarse a las circunstancias siempre cambiantes de la vida es un logro individual, sin lugar a dudas. El problema empieza cuando una herramienta se transforma en una norma, y de esta norma se elaboran protocolos para estigmatizar a quien no encaja en ella. Así, el disenso, la crítica o el malestar, desde una versión burda de los procesos psicológicos, puede interpretarse como una falla del sujeto. 

El término “turismofobia” tiene esta capacidad de ocultar el contexto socio-económico en el cual surge el rechazo a la masificación turística, señalando directamente al individuo como alguien fóbico. Es decir, que tiene un rechazo irracional, totalmente desproporcionado y producto de su inhabilidad para manejarse frente a un objeto (el turista) totalmente inocuo. Bajo esta línea de pensamiento no cabe pensar que probablemente el fallido sea el sistema y no el sujeto. Esta tendencia a buscar explicaciones individualistas a problemáticas que tienen un origen social se encuentra claramente en la línea dominante de la ideología neoliberal y su frenesí por las técnicas de superación personal, la celebración de la personalidad emprendurista, los sujetos resilientes y otras formas de voluntarismo mágico, que persiguen mostrar la realidad psíquica como única realidad factible bajo eslóganes como el “cambio está en uno mismo”.

El recientemente finado Mark Fisher en “Realismo Capitalista ¿No hay alternativa?” (Caja Negra, 2016), un libro que dejó para la posteridad y debería ser leído por todo mundo, llama a repolitizar el malestar psíquico individual como una de las medidas urgentes de la izquierda si “quiere desafiar un realismo capitalista” que dictamina la imposibilidad de transformación del modelo, por lo que solo nos queda la adaptación, cuyas expresiones paradójicas serían la depresión (ningún cambio es posible, solo queda conformarse) o el sujeto estresado (la autoexplotación precarizante).

Es en este marco que debe entenderse el termino “turismofobía”: un intento más por despolitizar el malestar subjetivo. Así, el incremento exponencial de los alquileres, la expulsión de los habitantes de sus barrios, la destrucción de redes sociales como causa de esta misma expulsión, el secuestro turístico de amplias zonas de la ciudad o la subida del valor de los bienes y servicios, son situaciones que producen estrés, enfado, desasosiego, pero que no son síntomas de un descontrol individual, sino muestras de un malestar que es necesario repolitizar.

Pero hablar de “fobia” no solo es inadecuado, sino que también es incorrecto. Claudio Milano, miembro del OACU y profesor-investigador de la Escuela de Turismo Ostelea lo señala: en Barcelona no se odia al visitante, y no hay registrado ni un solo caso de agresión que pudiese ser calificada de “turistofóbica”, más allá de algunas pintas altisonantes todo no es más que un bluff de la prensa. El descontento es político y no contra el turista de carne y hueso. Habría quizás que distinguir entre turistofobia que si tendría un carácter xenófobo, frente a turismofobia que hablaría ya no de una aversión al turista sino al turismo en tanto actividad económica, como sugirió Manuel Delgado, adelantándose una década al “boom” del término.

En este mismo sentido apunta Sergio Yánez en el dossier de la Asamblea de Barrios por un Turismo Sostenible (ABTS) publicado por la revista Marea Urbana: “los turistas no masifican, son ellos los masificados”, por lo que también deberían (y deberíamos, ya que también somos turistas en otras ciudades) ser considerados carne de cañón de una industria sin escrúpulos que genera procesos de explotación nocivos para las poblaciones, pero también para los turistas los cuales se ven sin posibilidad de escape ante una oferta cada vez más homogeneizante. En este sentido, y para no hacer caso omiso de Bertolt Brecht, quien decía aquello de “el capitalismo es un caballero que no le gusta ser llamado por su nombre”, sugiero llamarle por su nombre a este malestar que nos acoge: capitalismo. El turista no nos enferma, sino la industria capitalista que lo sostiene.

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