Miércoles, 13 Enero 2016 13:15

Colonia Mascias, una postal santafesina de la desigualdad

Escrito por  Germán Mangione
    Colonia Mascias, una postal santafesina de la desigualdad

    Una semblanza del pueblo que convive con el olvido, la desidia estatal y la pobreza a pesar de estar rodeado de las mejores tierras del norte provincial, hoy en manos de propietarios extranjeros. Las inundaciones y la lucha por “lo que corresponde”.

    Las inundaciones no solo hacen subir el agua, sino también las desigualdades que afloran y quedan de manifiesto más descarnadas que nunca. Ya desde el comienzo del recorrido por la ruta provincial Nº1 “Teófilo Madrejon” que une la capital provincial con San Javier y repasa la zona costera, comienzan los indicios.

    Los ranchitos de chapa se van amontonando al borde de la ruta. Literalmente al borde. Escapando de la creciente del San Javier de un lado y del Saladillo del otro, las construcciones van dibujando los primeros trazos de esa pintura de la desigualdad santafesina. Los ranchitos construidos de chapa y nylon, amontonados y soportando el cruento sol del enero santafesino, no son mejores que las viviendas a las que pueden acceder en épocas “normales”.

    Como un símbolo de lo que falta en la zona, la estructura que otrora contenía el monumento al ídolo popular santafesino Carlos Monzón, se aparece vacía y solitaria a la vera del asfalto.

    Pero la pintura va cambiando de color con el andar. Al avanzar sobre el hermoso paisaje costero y verde que ofrece el margen de nuestra provincia, comienzan a aparecer los countries y casas de fin de semana. Tras los terraplenes de la vieja defensa construida al borde de la ruta durante el gobierno de Carlos Reutemman, asoman los chalets y las cabañas (hoy sumergidas en agua) convertidas en lo que se transformó en un circuito turístico internacional. Turismo que atrae a los constructores y visitantes extranjeros (principalmente franceses, portugueses y estadounidenses). Los cabañeros franceses llegan a construir complejos y brindar servicios de caza y pesca, pero no es lo único que ofrecen.

    Según denuncian los vecinos, las redes de prostitución infantil son parte del paquete turístico. “La oferta se ve notoriamente superada por la demanda y por el poder adquisitivo de los extranjeros. Aquí no hay redes, aquí hay necesidad y las chicas se exponen a eso porque así se pueden comprar un par de zapatillas de marca o un teléfono celular de última generación”, dice Hugo, un habitual cazador de la zona en una entrevista recogida por el diario Clarín en 2009. Y el panorama según afirman no ha cambiado.

    Cada tanto, un agujero en la cordillera de tierra que acompaña a la ruta, da paso a los complejos, casas de descanso y al río, principal atractivo. “El socialismo se pensó que hasta acá no iba a volver a llegar y permitió que se abrieran. Hoy están desesperados tapándolas con topadoras porque el agua está ahí nomás”, nos cuentan en el lugar los pobladores, con una tranquilidad que solo tiene aquel que conoce el poder de la tragedia cíclica y de la impotencia que produce la impericia estatal repetida.

    La misma defensa que hoy tapan con premura las máquinas y que muestra los tapones de tierra recién colocados (reconocibles por su color a diferencia de la “tierra vieja”) ya había causado otros problemas a la zona. Poblados como Helvecia quedan sumergidos en agua ante cada precipitación cuantiosa. “En la época del gobierno de (Carlos) Reutemann nos plantearon que las defensas había que hacerlas sobre la ruta, y nosotros protestamos y dijimos que la defensa tendría que ir por la vera del río. Entonces hoy nos quedó esa franja sin defensa”, explicaba en 2010 Víctor Flores, presidente comunal de la localidad.

    La isla en el mar de campo

    Unos 30 kilometros antes de llegar a San Javier, y dejar atrás el departamento Garay se encuentra Colonia Mascias. En el camino, el paisaje se va transformando desde las casas de fines de semana a las cabañas rodeadas de desiertos verdes y amarillos. Allí las estancias de los dueños de los campos de soja y las plantaciones de arroz se imponen como símbolos de la concentración de la tierra. Pocos kilómetros antes de visualizar el pueblo aparece la estancia San Enrique, propiedad de Adecco Agro, la firma liderada por el multimillonario húngaro-norteamericano George Soros, propietaria de más de 200 mil hectáreas en nuestro país, de las cuales una gran parte se encuentran sembradas de soja o arroz, en esta zona.

    Pasando la estancia y antes de llegar a Santa Isabel (otra estancia de Soros), se aparece a la vera de la ruta Colonia Mascias. La primera imagen impactante tiene que ver con la forma del pueblo, cuestión que no es solo un problema urbanístico sino que sella en su ADN una historia de latifundio.

    La población se extiende a lo largo de 8 km, partida en dos, la otra parte es Colonia San Joaquín. Lo sorprendente es que el “ancho” del pueblo no es más grande que el ancho de una ruta, y en los fondos de las casas se puede divisar un enorme mar de soja que lo rodea.

    La forma de Mascias, pueblo joven constituido como comuna en 1989, se debe a que esas tierras eran parte del viejo camino de los años en que se formó la colonia, allá por 1924 cuando llegaron los primeros colonos de apellidos Duarte, Trevignani, Schmidt y Vázquez, quienes comenzaron a labrar los campos.

    Las tierras pertenecían a grandes latifundios con más de 20.000 hectáreas cada uno, siendo propietaria de algunos de ellos Mercedes Mascías Losardi Sa Pereyra, quien en Septiembre del año 1931 “dona” al Presidente de la Nación Don Hipólito Irigoyen una fracción de terreno de 200 hectáreas. Como suele suceder, la colonia lleva el nombre de la estanciera, pero no solo el nombre tiene reminiscencias latifundistas.

    Schmidt y la Boloco

    “Como no hicieron las casas en la zona más alta, ahora le voy a tener que hacer la defensa a estos indios”, aseguran que recibieron como respuesta del presidente comunal un grupo de familias que en la punta de la colonia están asentadas en ranchos de adobe cuando fueron a pedir ayuda porque el agua brota desde el piso inundándolo todo.

    La protesta por las defensas vienen de la boca de Juan Rodolfo Schmidt, apellido con historia en Mascias, que detenta desde hace 27 años la presidencia de la comuna (hoy enrolada en el Frente Para la Victoria), que los vecinos aseguran maneja como su estancia. De hecho no hay maquinas propiedad de la comuna, sino que son propiedad de  Schmidt, quien asegura que las cede “solidariamente” a los trabajos del pueblo, así como lleva “solidariamente (¿?)” a trabajar a los empleados comunales a su estancia.

    El caserío, que según el censo del 2010 no supera las 200 viviendas, es el lugar donde residen 1.321 personas (Varones 738 – Mujeres 583). En su mayoría pescadores o peones de campo, que ante la crecida de los ríos ha quedado “a la buena de Dios”.

    “No se puede pescar, y estamos desesperados” asegura Mario, quien explica su necesidad: “Acá lo que hay es hambre, no estamos pidiendo que nos regalen nada, pero aunque sea que nos tiren unos pesos y vamos a hombrear bolsas para armar las defensas”. Y también cuenta preocupado que “encima ahora se viene el agua”.

    El agua que asecha tras las defensas, también brota desde el suelo a este lado de la ruta. Cruzando el pavimento y la ruta provincial, los campos de arroz están totalmente anegados y se sospecha que no va a poder recuperarse la cosecha. “A los gringos mucho no les importa, ya les dieron la pérdida total por el seguro, lo que saquen es todo ganancias”, asegura Gabriel quien vive en la punta más complicada de la comuna y reclama desde hace semanas que se arregle el camino de unos 30 mts que une su casa con la ruta para poder sacar a su padre invalido y con la necesidad de salir diariamente a hacer rehabilitación.

    “Para el arroz todo, para nosotros nada”, dice don Garay, el padre de Gabriel mientras matea en el patio en una silla de ruedas mirando la ruta como quien observa algo inalcanzable. Y la expresión no parece exagerada. Los vecinos aseguran que a los campos de soja que tienen a su espalda y a los de arroz que tienen enfrente les han llegado subsidios para arrendar otros campos y para el alimento de los animales, pero ellos todavía no reciben nada.

    Pero no solo la ayuda financiera tiene privilegiados, sino también la de la infraestructura. Los vecinos cuentan que no es la primera vez que con las bombas sacan el agua de los arrozales del otro lado de la ruta y la descargan de este, afluente que se suma al que llega desde los campos sojeros a espaldas del poblado. Mientras tanto, la única bomba que desagotaba el agua de las casas anegadas desapareció. “Se fue Defensa Civil de la provincia y la comuna la sacó y la llevó de nuevo a la arrocera”

    Dos pibas jovencitas que no superan los 17 años, se pasean entre el barro con sus hijos a cuestas yendo y viniendo a la comuna para ver si “llegó algo”. “Ayer vimos una chata llena de mercadería que llegó a la comuna, pero nos dicen que no hay nada, que en una de esas nos dan algo, pero sería lo que Schmidt ponga de su bolsillo”. Al cabo de algunas gestiones y tras la insistencia, las dos familias consiguen que la comuna les brinde ayuda: 27 pañales y un litro de lavandina para ambas.

    Las negativas a la ayuda no las da el presidente comunal, sino su pareja y secretaria administrativa de la comuna, Maria del Carmen Martin o “La Boloco” como los habitantes de Mascias la bautizaron por sus extravagantes gustos y vestimenta, que desentonan con la austeridad y pobreza del resto de los vecinos.

    “Desde que empezó a subir el agua, el presidente no nos atiende, no le vimos la cara”, asegura María Molina una pobladora humilde del lugar, con rasgos originarios y un carácter decidido, que en las últimas elecciones decidió junto a un grupo de vecinos armar una lista bajo la bandera del Frente Social y Popular y que sorpresivamente estuvo a punto de ganar la presidencia comunal.

    Por la Ley de Comunas y Municipios de Santa Fe, la segunda fuerza electoral debe tener derecho a tomar posesión del cargo de revisor de cuentas comunal o la vicepresidencia, cargo que María ostenta desde las últimas elecciones. “No me dejan ni entrar a la comuna”, asegura y comenta que históricamente a quien se animó a enfrentar electoralmente a Schmidt lo han comprado o hecho desistir. “Incluso en un momento me mandaban los milicos, pero como son todos compañeros míos de la escuela, protestaron y ahora no puede hacerlo”, asegura Molina, haciendo referencia a los 4 policías que posee la comisaría local.

     

    Cuando suena la chicharra

    Luego de varias negativas, los vecinos comienzan a juntarse a la sombra de un arbolito y evaluar que hacer frente a la desidia comunal y a la situación desesperante. Como suele suceder, una gran cantidad de mujeres son las protagonistas. Madres preocupadas por la comida de sus hijos y porque la creciente, aseguran todavía no llegó a su pico.

    Allí se escuchan los testimonios que afirman que antes de que la situación se agravara tanto, se reunieron con el presidente comunal y le propusieron un plan de contingencia que incluía despejar y preparar el club del pueblo para evacuar familias si fuese necesario. Compromiso que asumió la comuna antes de navidad, pero de la cual no han tenido avances concretos.

    Las propuestas que se escuchan son de las más variadas, desde una gran asamblea de todo el pueblo hasta cortar la Ruta 1. Mascias es un pueblo que no es novato en el arte de luchar, los pescadores están acostumbrados a tener que hacerse escuchar a la fuerza cuando vienen épocas malas o de veda y ningún funcionario local o provincial quiere atenderlos o acercarse para ver la posibilidad de ayudarlos. “Solo estamos pidiendo lo que corresponde”, aclara uno de ellos, como pidiendo disculpas por reclamar.

    En comunicación con funcionarios provinciales encargados de Defensa Civil y de comunas y municipios, los mismos aseguran que la ayuda fue enviada, pero la mercadería y las estaciones de bombeo no aparecen. Quizás para no alterar la imagen de que “todo está bajo control”, que los medios provinciales esparcen por las pantallas y los diarios de las grandes ciudades.

    Aquí mientras tanto, los vecinos siguen apostando a organizarse. Y como dice uno de ellos apoyado en un árbol mientras el ensordecedor ruido de las chicharras lo cubre todo, “Cuando suena la chicharra, canasta que hay sandia”. Como augurando que este puede ser el comienzo de una historia en la que Colonia Mascias deje de estar olvidado y abandonado.


    Fuentes:
    Entrevistas propias
    http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2010/02/13/regionales/REGI-01.html
    http://edant.clarin.com/diario/2008/10/19/policiales/g-01784528.htm