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¿Y si empezamos por no comprar ahí?

Zara estrena su tienda insignia en A Coruña, la más grande de Galicia

Jose A. Pérez Ledo

Resulta que vivimos en un mundo tan complejo que uno puede estar sentado en el sofá, glosando por Twitter las maravillas del programa de Évole, sin saber que los vaqueros que lleva puestos en ese mismo momento pueden haber sido teñidos por uno de los migrantes salvados por el Astral. Que el pantalón en cuestión puede haber pasado por un taller de Estambul donde los trabajadores, algunos ilegales, cobran algo así como un euro a la hora. Que quizá lo tiñó ese tipo que no puede evitar romper en lágrimas cuando, en pleno Mediterráneo, un cooperante le grita por el megáfono “Welcome to Europe!”.

No existe una fórmula para llegar a ser el hombre más rico del mundo (o el segundo, depende del día), pero está claro que mitigar la conciencia y relativizar las cuestiones morales es una ayuda. La clave, sin duda, pasa por centrarse en el día a día, en lo inmediato, en lo que uno puede ver con sus propios ojos (su despacho, su casa, su calle como mucho). Porque, según parece, no se puede levantar un imperio textil y uno ético al mismo tiempo.

Dicen en Inditex que ellos realizan continuas inspecciones a sus proveedores, también a los turcos. Que hacen lo que pueden, aseguran, pero que no hay manera de estar en todo. Que nuestra demanda de pantalones, faldas, vestidos, camisas y camisetas baratas es tan enorme que tenemos a la pobre industria asfixiada de trabajo. Y claro, al final se les cuelan dos o tres empresas díscolas, de esas que explotan a personas, refugiados incluidos, niños incluidos. Pero la esclavitud, sostienen ellos, la ejerce quien sostiene el látigo, no quien lo financia. Lo mismo o parecido dicen también las otras marcas a las que la BBC ha sacado los colores por este mismo tema: Mango, Marks & Spencer, Next y Asos.

A los ciudadanos de a pie nos pasa algo parecido a la gran industria textil. Que llegamos a donde llegamos y no damos para más. Tenemos trabajos, parejas, amigos e hijos, queremos ver la última de Black Mirror y la de Oliver Stone, queremos echar un ojo al nuevo de Pérez-Reverte y cenar fuera el sábado, gimnasio, ir al súper, visitar a mamá. No nos da la vida para la vida que llevamos, ponte tú a investigar la trazabilidad de una camiseta para saber si, en algún punto del proceso, un empresario sin escrúpulos ha tirado de mano de obra esclava.

Y, sin embargo, algo sí podemos hacer. Podemos, por ejemplo, castigar a las marcas que sabemos fehacientemente que anteponen el beneficio económico al social. Dejar de comprar sus productos durante un tiempo y recordar a quienes siguen haciéndolo que esos vaqueros, esas camisas representan lo peor de nuestro sistema. Intentar, en la medida de nuestras posibilidades, que el consumo adquiera la dimensión ética que merece.

En Ciudadano Kane, que resiste el paso del tiempo como una de las mejores radiografías del capitalismo más depravado, un personaje le dice a otro: “Hacer dinero no es tan difícil como la gente cree cuando lo único que se desea es hacer dinero”. No sería un mal eslogan para Inditex, Mango y compañía.

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