“La edad de hierro”, de J. M. Coetzee

Cadenas, guerreros y cáncer

Es posible que reseñar a Kazuo Ishiguro –último Premio Nobel de Literatura- hubiera tenido más lógica que reseñar a John Maxwell Coetzee –galardonado con el mismo Premio en 2003-
Sin embargo, me habían hablado y recomendado tantas veces al escritor sudafricano que he optado por leer esta novela que narra con toda la crudeza del mundo la desgracia que supuso, quizá todavía supone, el apartheid.
El argumento presenta a la señora Curren enferma terminal de cáncer, cansada, fatigada, al límite de sus fuerzas pero con ganas de escribir un testamento a su hija emigrada a Estados Unidos.
No se trata de un testamento de bienes; sino del sedimento y la enseñanza que le ha aportado toda una vida dedicada a la Literatura y su docencia.


Junto con eso, su día a día. La amistad con Verceil –un vagabundo que se le cuela en el soportal- Empieza siendo un intruso borracho, odiado por los hijos de la mujer que le ayuda. De hecho, se lleva una paliza del hijo y su amigo porque el otro lado del apartheid también es duro. Supone un rechazo de los jóvenes guerreros frente a los ancianos improductivos que estorban a su progreso.

Por su parte, la preocupación de la señora Curren va en aumento. Ella fue a vivir a Sudáfrica con la idea de una tierra prometida. Un lugar en el que podría realizar una buena labor. La cruda realidad es que los jóvenes prefieren morir a estudiar. Tienen, casi textualmente, la sangre caliente del guerrero. Ese instinto animal que pasa por encima de conocimientos, política y diálogo que lo entrega todo a la fuerza.

Pese a las advertencias de la señora Curren, ambos jóvenes terminan mal. Uno muerto y el otro gravemente herido. Remontándonos a los orígenes del género, tiene mucho de aviso contra malos hábitos este libro.
Desde luego, presenta un Locus Eremus en el que no hay lugar para la felicidad, ni para la alegría, solamente queda el dolor, la lucha y la muerte.

Verceil se convierte al final en un Ángel de la Guarda al que ama. Llega a decirle que necesita una mujer, alguien que le cuide a él cuando ella falte. Pero él no termina de entender. Está instalado en la soledad, en el desamparo y su único refugio es el alcohol. No conoce otra realidad, de ahí su reacción <¿Necesito una mujer?>
Formalmente, se trata de un libro de auténtico bolsillo que transcurre rápido. A veces histérico, otras deprimido, siempre sabio. Literatura que denuncia las cadenas que presiden la cubierta en negro sobre blanco. Que lo disfruten.

Adolfo Caparrós

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