Fragmento del capítulo
I
Del
libro: Hacia la creatividad cuántica
Autora:
Lilia Morales y Mori
Durante mis
desordenadas lecturas en la librería de la calle de Matamoros en Monterrey,
donde mi padre era el gerente, un día descubrí a Leonhard Euler (1707-1783). No
está de más decir que este ilustre personaje, gran matemático y físico suizo
fue mi primer amor infantil. En el libro de la Historia de las Matemáticas, que
yo leía con gran interés, encontré un tema que no tardaría en enriquecer mi
inquieta y laboriosa imaginación. El argumento se refiere a un lugar llamado
Königsberg, antiguo nombre de una ciudad rusa de Kaliningrado que durante el
siglo XVIII formaba parte de Prusia. A dicha ciudad la atraviesa el río
Pregolya, el cual se bifurca para rodear con sus brazos a la isla Kneiphof,
dividiendo el terreno en cuatro regiones distintas. (figura 11) Tales regiones
en aquel tiempo estaban unidas mediante siete puentes llamados: Puente del
Herrero, Puente Conector, Puente Verde, Puente del Mercado, Puente de Madera,
Puente Alto y Puente de la Miel.
Figura 11. Los puentes de Königsberg
Dadas las características
del puente, el río y la ciudad, los intelectuales de la época formularon un
célebre problema matemático, que consistía en encontrar un recorrido para
cruzar a pie toda la ciudad, pasando sólo una vez por cada uno de los puentes,
y regresando al mismo punto de inicio. Creí qué si los grandes pensadores de
esa época se habían planteado este problema, por supuesto, tenía que tener una
solución. Y bueno, no tardé en darme a la expedita tarea de trazar infinidad de
recorridos posibles, todos completamente infructuosos.
Para mi tranquilidad
investigativa de niña perseverante, descubrí que Euler determinó, en el
contexto del problema, que los puntos intermedios de un recorrido posible,
necesariamente han de estar conectados a un número par de líneas. En efecto, si
llegamos a un punto desde alguna línea, entonces el único modo de salir de ese
punto es por una línea diferente. Esto significa que tanto el punto inicial
como el final serían los únicos que podrían estar conectados con un número
impar de líneas. Sin embargo, el requisito adicional del problema dice que el
punto inicial debe ser igual al final, por lo que no podría existir más de un
único punto conectado con un número impar de líneas.
Con este fantástico
argumento, aprendí muy a tiempo varias cosas que habría de utilizar una y otra
vez en el diseño de mis futuros juegos y modelos matemáticos. Aunque estoy
segura que el más importante aprendizaje sobre este problema, es que jamás se
debe decir: ¡No se puede!, lo significativo es argumentar por qué ¡No se puede!
Más adelante, a la edad de veinticuatro años habría de profundizar en la teoría
de grafos y en la topología, área de las matemáticas cuyo origen directo puede
situarse en la resolución de este problema.
Una tarde habitual
como todas, había sacado mis coloridos poliedros de cartón y los había alineado
sobre la mesa donde hacía mi tarea, al terminarla, como casi siempre solía
hacer, jugaba un rato con los triángulos del hexágono. Me llamaban mucho la
atención las diferentes figuras que podían formarse en el centro. Había
realizado una decena de ellas, aunque hermosas, eran irregulares, pero para mi
sorpresa, no tardé en encontrar otra figura regular. ¡El rombo! y no lo dudé
por ningún momento, pero preferí asegurarme. Me dirigí a la sala, estando
frente al librero, contemplé los doce tomos de la enciclopedia. Alcancé el
pesado libro que correspondía a la “R” pasé las páginas hasta que di con la
palabra que buscaba. Leí con atención: El
rombo es un cuadrilátero paralelogramo cuyos cuatro lados son de igual
longitud. Los ángulos interiores opuestos son iguales. Sus diagonales son
perpendiculares entre sí y cada una divide a la otra en partes iguales. No
cabía la menor duda, había encontrado una cuarta figura en el interior del
hexágono que se podía construir con los seis triángulos de mi elemental diseño.
El hallazgo me obligó
a pensar en la posibilidad de que pudiera existir otra figura regular, y para
fortuna mía, después de muchos intentos, encontré ni más ni menos, a la edad de
trece años: ¡El triángulo! No lo podía creer. Ese fue un día de fiesta que
celebré con Julia en la cocina, haciendo un pastel. Todos en mi casa sin
saberlo, participaron en el evento: el pastel era de forma triangular.
Las cinco figuras
regulares de mi hexágono (figura 12) permanecieron muchos años en el cajón del
olvido. No obstante, yo tenía la certeza que los modelos que había desarrollado
en mi infancia y mi adolescencia, podían darme alguna información respecto a la
actividad mental que desarrolla el pensamiento humano, a través de la búsqueda
de soluciones de un problema en particular. Debo decir entre paréntesis, que a
pesar de mi gran fascinación por las matemáticas, un día decidí estudiar la
carrera de Biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM, lo que me permitió
desarrollar algunos trabajos de investigación en el área biomédica. Por
supuesto, en uno de mis proyectos experimentales, en el departamento de
bromatología, desarrollé una fórmula matemática para leer las lecturas del
polígrafo que obtenía gráficamente, al estudiar segmentos de intestino de ratón
sometido a una dieta específica.
Figura 12. Transformaciones
de un módulo hexagonal polivariante.
Experimentar el modelo de
las cinco figuras regulares que se obtienen con los seis triángulos, con un buen
número de personas, me permitió descubrir varias cosas: generalmente, la
primera figura que se encuentra es el círculo seguida del hexágono y la
estrella. Como dato curioso, por lo general, los hombres encuentran primero el
hexágono y las mujeres el círculo. En cuarto lugar y con cierta dificultad
encuentran el rombo, y muy pocas personas tienen la paciencia para encontrar el
triángulo. Es importante entregarle a la persona que desee descifrar este
enigma los seis triángulos ordenados por ejemplo, de la forma que se ilustra en
la figura 13, y pedirle que forme un hexágono, cuidando que al centro se forme
una figura regular, es decir, que tenga todos sus lados iguales.
Figura 13. Los 6 triángulos
del módulo polivariante hexagonal
(Continuará)
Nota:
El índice de los capítulos de "Hacia la creatividad cuántica" se
encuentra en el cintillo izquierdo del blog.
Me parece encomiable tu trabajo, querida Lilia, pero me siento incapaz de comprender tanta sabiduría. Te admiro y me gustaría tener tu preparación matemática para corresponderte como sé que mereces. Desde mi concepto artístico nato, te deseo que continúes con tus grandes obras y tus grandes éxitos.
ResponderBorrarGracias por tus palabras Paco. Viniendo de un gran escritor y admirable artista, son un verdadero halago.
ResponderBorrar