Los consejos no tienen quien les escriba

18 agosto, 2016 • Medio Oriente, Opinión, Portada • Vistas: 10216

EFEMaysun

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 Activismo, tanseeqiyat y asistencia humanitaria en Siria

avatarDefault José Ciro Martínez

Agosto 2016

El funcionario abrió el saco de harina y comprobó que no había más que un manojo. Sacó su móvil de un estuche y con manos temblorosas mandó un mensaje en que solicitaba provisiones urgentes. Mientras esperaba la respuesta de sus camaradas en Turquía, sentado frente a una pizarra cubierta de organigramas en una actitud de afligida expectativa, Hassan experimentó una sensación bien conocida: llegaba el final del mes. Una mañana laboriosa que sortear, aun para un hombre como él que había vivido tantas madrugadas parecidas. Durante cuatro años -desde que comenzó la represión del régimen del presidente sirio Bashar al Assad contra las fuerzas revolucionarias sirias-Hassan había aprendido a esperar. El final del mes, además del hambre que asiduamente lo acompañaba, era una de las pocas cosas que siempre llegaba.

La historia de Hassan, a quien he cambiado el nombre para no comprometerlo, es una de muchas. El joven de 26 años es funcionario en uno de los comités de coordinación local (CCL) conocidos en Siria como tanseeqiyat, en su pueblo natal en la provincia de Idlib. Los CCL son integrados por activistas con presencia en el terreno y suelen ser responsables por el recibo y la distribución de raciones de comida y medicinas esenciales para la supervivencia de la población local. En muchos casos, los comités funcionan como la única fuerza gubernamental a nivel local en las áreas «liberadas» del país. Han llenado un vacío institucional con implicaciones para la gobernanza, la administración y la distribución de recursos públicos en las regiones en que operan. Los CCL han sumado estos logros a pesar de la falta de solidaridad política y de asistencia material por parte de la comunidad internacional, quien los ha abandonado a su suerte en una lucha desigual en contra del régimen de Bashar al Assad.

Desde los primeros días del levantamiento en contra del Presidente, se establecieron estos consejos en pueblos, barrios y vecindarios a lo largo y ancho del territorio sirio. En muchos casos, estos consejos fueron el núcleo de la resistencia ciudadana en contra del autoritarismo que surgió en 2011. Organizados horizontalmente, la gran mayoría fueron compuestos por militantes jóvenes e incluyeron sirios de todos los grupos étnicos y religiosos del país. A principio, subcomités organizaban demostraciones que criticaban los fracasos del régimen de al Assad, junto a campañas de desobediencia civil y paros en universidades y fábricas. Estas organizaciones nutrieron y sostuvieron el levantamiento, documentando actos de resistencia mientras incitaban a conciudadanos a que se unieran a las protestas. Para una generación criada en las entrañas de un Estado policiaco y opresivo, tales esfuerzos fueron el primer paso en romper el asidero del régimen autoritario que por más de 40 años reprimió a la sociedad civil siria.

«El que espera mucho espera lo poco»

A mediados de 2011, grupos disidentes se unieron para exigir la renuncia del presidente al Assad y el desmantelamiento del sistema político que encabezaba. La respuesta violenta y feroz del régimen de al Assad a tales esfuerzos pacíficos fue una oleada de terror sin marcha atrás posible. Durante los próximos meses, muchos de los activistas involucrados en estos grupos fueron detenidos y luego torturados. Otros fueron blanco de amenazas y de intimidación por grupos radicales. Mientras la revolución se militarizaba, muchos decidieron abandonar el país. Pero miles se quedaron, y continúan su malagradecido trabajo. La «lógica de la mordaza» no pudo silenciar a los activistas, sino que les sirvió de acicate.

A medida que el Estado se desplomaba y las fuerzas gubernamentales eran derrotadas, los consejos informales se convirtieron en los llamados CCL. Gradualmente, expendieron su papel en los pueblos y en los barrios liberados para poder administrar el diario vivir de los residentes de dichas comunidades. Poco a poco, los CCL se convirtieron en estructuras de gobierno apoyados por la población civil. Lograron abrir escuelas, organizar servicios de salud, distribuir comida, establecer tribunales de justicia y reasentar a miles de sirios desplazados dentro de su propio país. Coordinaban con camaradas en municipios cercanos, creando así una estructura disgregada de consejos revolucionarios y redes de solidaridad inesperados. A principios de 2013, cientos de consejos habían puesto en práctica la visión del anarquista sirio Omar Aziz y la activista Razan Zaitouneh. Dos militantes claves que concibieron estas organizaciones populares, formadas espontáneamente, como el inicio de una revolución social a nivel local, regional y nacional.

APMohammad Hannon

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Los triunfos más notables de los tanseeqiyat se dieron en la provincia de Dar’a, al sur del país y en el noreste, donde primero retrocedieron las tropas del régimen de al Assad a principios de 2012. Este desalojo fue acompañado por el cese de servicios gubernamentales. Los comités asumieron la tarea poco documentada de suplir las consiguientes carencias. Por los próximos 2 años, en partes de las provincias de Alepo, Idlib, Homs y otras áreas fuera del control del régimen o de grupos islamistas radicales, administraron y condujeron la vida diaria de los habitantes. Pero la devastación del país, el desplome de su infraestructura, el colapso de su economía y la militarización del conflicto han contribuido a que hoy, los CCL vivan casi exclusivamente a la espera de recursos del extranjero. Estos suelen estar más interesados en financiar grupos armados efectivos, a menudo extremistas, para poder debilitar a al Assad y a sus aliados. La gestión gubernamental, el bienestar ciudadano y las aspiraciones revolucionarias no les interesa o concierne. Los consejos no tienen quien les escriba.

 

«Nunca es demasiado tarde para nada»

Un ejemplo notable es Manbij, un poblado que está ubicado en la provincia de Alepo. Una red de activistas operó en secreto durante el primer año de la revolución, antes que la ciudad fuera liberada de fuerzas gubernamentales en julio de 2012. Su enfoque fue organizar protestas en contra del régimen y mantener informados a los medios y a secuaces de los sucesos en el municipio. Al mismo tiempo, los activistas se prepararon para el repliegue de las tropas gubernamentales. Querían asegurar la continuación de servicios públicos vitales después de logros militares por grupos rebeldes contra el gobierno sirio. Cuando por fin retrocedió el ejército gubernamental, funcionarios municipales continuaron sus trabajos, hospitales insistieron en tratar a pacientes y policías prosiguieron con sus tareas diarias. El comité también logró organizar un sistema de seguro médico y emprender una red de respuesta inmediata para auxiliar a víctimas y remover escombros después de bombardeos aéreos que diariamente intentaban destruir sus esfuerzos. Algunos meses más tarde, el comité logró convocar elecciones en uno de los primeros comicios democráticos vistos en Siria en más de cuarenta años. Para principios de 2013, los CCL en barrios, vecindarios y pueblos en las partes liberadas del país trazaron las misma ruta que Manbij, y consolidaron su transformación de núcleos espontáneos de resistencia civil a entes gubernamentales íntimamente involucrados en el diario vivir.

El comité local de Manbij, como muchos de sus homólogos, se financió por medio de impuestos locales y donaciones de expatriados sirios. Gradualmente, a medida que la situación humanitaria se deterioraba, sus responsabilidades y necesidades aumentaron, y se vio obligado a recurrir a organizaciones no gubernamentales y gobiernos extranjeros para sufragar sus gastos y enfrentar problemas colectivos como el desempleo, el hambre y el crimen.

En marzo de 2013, la Coalición Nacional de la Oposición en el exterior estableció la Unidad de Apoyo para los Consejos Administrativos Locales con miras a institucionalizar el respaldo a los tanseeqiyat. No obstante los constantes pedidos de ayuda y asistencia, estos esfuerzos no han logrado sus propósitos. La gran mayoría de estos fondos provienen de gobiernos occidentales cuyo apoyo para la revolución siempre ha sido calculado, inconsistente y poco entusiasta. Por ejemplo, el Departamento de Estado estadounidense ha contribuido con cerca de mil millones de dólares para respaldar a la oposición moderada en el país, recursos que han patrocinado a todas las causas menos la administración local en áreas liberadas. Estados Unidos ha destinado más de cinco mil millones de dólares a gastos humanitarios, pero rara vez llegan a organizaciones sirias revolucionarias que operan dentro del país. Cantidades desconocidas pero seguramente exorbitantes han sido consignadas a financiar entrenamientos y armas para entidades militares que no buscan aliviar las necesidades básicas de aquellos que pretenden representar. Los consejos no tienen quien les escriba.

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«Nos estamos pudriendo vivos»

En varias entrevistas, funcionarios de los CCL en las provincias de Idlib y Alepo repetían las dificultades provocadas por la incertidumbre de la ayuda extranjera, un grifo temperamental que repetidamente ha quedado desenchufado justo cuando habían logrado algún ímpetu. A mediados de 2013, los CCL chocaron también con un nuevo rival quien los ha hostigado con la misma tenacidad que las fuerzas del régimen de al Assad.

En Manbij, el consejo revolucionario fue víctima del Estado Islámico, quien lo consideraba secular y ateo, y, por ende, una institución sin futuro concebible. La batalla crucial se liberó en torno al pan de cada día. El control del trigo fue y es clave en la ciudad, tanto por su centralidad en la dieta de los ciudadanos como por los impuestos que provienen de su venta. En ese entonces, varios miembros del consejo local desesperadamente buscaban fondos para financiar la compra de cereales que carecían debido a una cosecha desfavorable y pugnas militares que habían afectado el cultivo del trigo. Las ayudas extranjeras llegaron, pero en cantidades irrisorias, demasiado tarde para socorrer a los revolucionarios. «Cuando llegó la asistencia, ya el Estado Islámico había consolidado su control tanto de los molinos de harina como de los silos de trigo.» Me confesó un miembro del consejo, exiliado desde el 2014 en Turquía. «Siempre era la misma historia, la solidaridad y ayuda extranjera era muy poca y llegaba muy tarde.»

Mientras la militarización del conflicto procedía, la sustentabilidad y la legitimidad de la estructuras de la oposición civil se comprometían. Sometidos a bombardeos constantes y atrincherados en zonas en estado de sitio, la escasez de recursos ha llevado a algunos de los CCL a someterse a la influencia de grupos armados, dada la imposibilidad de mantenerse independientes de aquellos que buscan consolidar su autoridad sobre el terreno. Otros han suspendido sus trabajos. Los efectos han sido devastadores.

Después de varias escaramuzas, el Estado Islámico expulsó a los rebeldes moderados y otros grupos islamistas para apoderarse de Manbij en enero de 2014. Por los próximos 2 años impusieron su visión de la ley islámica y gobernaron a la población local con la crueldad que les caracteriza. Los zocos del pueblo se convirtieron en un centro del tráfico en objetos históricos saqueados. Más inquietante aún, Manbij se encuentra en una ruta crucial de suministros que conecta la frontera turca con la ciudad de Raqqa, la llamada capital del Estado Islámico. El control de Manbij ha abierto el camino para que el grupo islamista extienda su trafico de petróleo, acelere la llegada de provisiones comerciales y aglomere combatientes provenientes del extranjero.

Hoy, los residentes de Manbij se encuentran, otra vez, a la merced de maquinaciones fuera de su control. Fuerzas occidentales parecen haber decidido eliminar al Estado Islámico, un esfuerzo que los ha llevado a aliarse con las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), un grupo compuesto por milicias kurdas de las Unidades de Protección Popular (YPG) junto a combatientes árabes, turcomanos y asirios. Apoyados desde el aire por aviones de la coalición internacional contra los terroristas del Estado Islámico, la SDF inició el 1 de junio de 2016 una ofensiva con cerca de 12 000 combatientes para liberar a Manbij. Por el momento, los insurgentes han rodeado la ciudad en tres puntos, en un esfuerzo que ya ha expulsado a más de 200 000 civiles de sus hogares. No debe de asombrarnos que la SDF logre expulsar al Estado Islámico. Pero pocos anticipan que los nuevos conquistadores confieran poderes y recursos al comité de coordinación local que ya fue abandonada en ocasiones anteriores. Escaso daño les haría a los patrones geopolíticos de la SDF preguntarse si los esfuerzos actuales serían necesarios si previamente hubiesen subvencionado unas migas de pan.

APMuhammed Muheisen

APMuhammed Muheisen

«Nosotros ponemos el hambre para que coman los otros»

Repetidamente, en momentos cruciales de la guerra civil, cuando los organismos e instituciones locales formados por sirios con miras a ampliar la revolución y remplazar el estado autoritario pudieron negociar en igualdad de condiciones con los grupos armados que hoy dominan el escenario político del país, fuerzas extranjeras aseguraron su declive. Prefirieron la vía militar y los barullos geopolíticos que los ejemplos democráticos y revolucionarios que resonarían en toda la región.

A partir de la intervención rusa en septiembre de 2015, poco ha cambiado. Mientras el mundo se ha unido para bombardear al Estado Islámico, y socialistas confundidos y liberales temerosos proponen apoyar al régimen de al Assad con el fin de estabilizar el país, hemos ignorado a los sirios que han puesto en marcha la única versión del Estado que no equivale ni a dictadura ni a califato represivo. Sin duda, los CCL tienen imperfecciones y defectos, y existen diferencias enormes entre ellos, tanto en ideología política como en sus capacidades administrativas. Algunos carecen de pretensiones democráticas, mientras que otros han sido secuestrados por fuerzas conservadoras o exclusivistas que discriminan por motivos de religión o de género. Pero a fin de cuentas, los CCL han sido el instrumento mediante el cual innumerables comunidades sirias han logrado resistir tanto los asedios del régimen de al Assad como la crueldad del Estado Islámico. Sus logros, que incluyen la administración sana, la movilización política pacífica e inclusiva, podrían haber formado los cimientos de un país libre y democrático. Hoy los CCL que quedan están a punto de desplomarse, víctimas de un optimismo revolucionario que alimenta, pero que no da de comer.

Hassan, a quien conocí como estudiante en la Universidad de Damasco antes de la revolución, era un hombre fornido, de huesos compactos, fijados a tuerca y tornillo. Hoy por videollamada parece un fantasma, la hambruna amenaza lo que resta de su aspecto esquelético. Al igual que muchos de sus compatriotas en la provincia de Idlib, sufre el impacto de la suspensión de ayudas humanitarias procedentes de Turquía, el fracaso más reciente de la comunidad internacional en relación a sus posibles apoyos a los CCL.

A principios de mayo de 2016, el gobierno de Estados Unidos paralizó la financiación de millones de dólares destinados a organizaciones que suministran harina a varios pueblos controlados por fuerzas rebeldes en el norte de Siria. Llevado a cabo por organizaciones no gubernamentales con fondos de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y otros donantes internacionales, los programas fueron suspendidos después de que la Oficina del Inspector General identificó prácticas de corrupción en catorce entidades que participan en programas de ayuda para sirios desde Turquía. Como era de esperarse, el precio del pan se duplicó en cuestión de días a través de toda la provincia de Idlib. Los CCL, encargados de la distribución de harina a las panaderías, se quedaron nuevamente huérfanos. Convertido en un hombre solo, sin otra ocupación que esperar sin suerte caravanas de abastecimientos todos los viernes, Hassan me comentó: «Pronto desayunaremos plantas, y cenaremos gatos.»

«¿Tú qué crees? Mientras tanto, ¿qué comemos?», me preguntó sonriendo. No supe que decir. Pero las fuerzas que luchan por controlar su país ofrecen a través de su desidia una respuesta: mierda.

JOSÉ CIRO MARTÍNEZ es estudiante doctoral en Ciencias Políticas y becario de la fundación Bill and Melinda Gates en la Universidad de Cambridge. 

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