<img height="1" width="1" style="display:none" src="https://www.facebook.com/tr?id=378526515676058&amp;ev=PageView&amp;noscript=1">
HISTÓRICO
Exaltación del lavaplatos
  • Óscar Domínguez Giraldo | Óscar Domínguez Giraldo
    Óscar Domínguez Giraldo | Óscar Domínguez Giraldo
Óscar Domínguez Giraldo | Publicado

No aparecemos ni en el pasa del periódico. Nadie nos ha dedicado el más anoréxico endecasílabo. El cronopio Cortázar escribió instrucciones hasta para matar hormigas. Para nosotros, ni un desabrido renglón.

Los lavaplatos somos imprescindibles como el ajo en la cocina española. Sin mujeres no habría poesía, sin nosotros no habría cocina.

Se necesitaron dos palabras para describir el oficio: lava-platos. El diccionario de la Real Academia nos define sin mayor poesía.

Para ahorrar, se utiliza el mismo sustantivo para la persona y para la máquina, que no sabe lo que hace. Como el reloj que ignora que da la hora. O la exitosa computadora de ajedrez que tiene prohibido reír o llorar ante un triunfo o un revés.

Estorbamos. La gente nos despacha con una cierta sonrisa. De pronto se apiadan de nosotros y dicen, como mi parienta Fabiola Zapata: "Ahí te dejo la loza bien provocativa", sintoniza música guascarrilera en la radio, y adiós.

Buenoparanada en minucias culinarias, lavaplatos que se respete confundirá siempre un brócoli con una tractomula. Nos importa un comino la comida fusión. Y un rábano cualquier menjurje salido del laboratorio.

Nos tiene sin cuidado si a un restaurante le aumentaron o redujeron estrellas en la guía Michelin. Nos emociona más el parpadeo de una estrella nueva, o el suicidio por amor del colibrí más tímido del mundo.

Dicen que Picasso decía que el cuadro está terminado cuando alguien lo ve. Sucede igual con el plato que despachamos. Claro, previo embellecimiento lícito de la vajilla. Ahí está nuestro carnudo aporte.

Con nosotros pasa lo mismo que con los nerds: nadie les para bolas en el colegio. Ojo que después pueden ser nuestros jefes.

Este insulso aperitivo para exigir respetico con el ninguneado gremio de los lavaplatos. Pertenecemos a la generación de la rila de gallina. Las mamás nos mantuvieron a años luz de las piedras del fogón.

Pido consideración por nuestro colectivo porque nos visita lo máximo del oficio de lavaplatos. Me refiero a don Ferran Adriá, catalán modelo 62, algo así como el Coco Chanel de la "haute cuisine". Le damos opípara bienvenida.

No en vano para sentarse a manteles en su restaurante El Bulli hay que reservar con una eternidad y ocho días de anticipación. (Esperamos de su creatividad una deconstrucción de la Última Cena. O de algún banquete del rico Epulón).

Este clásico de la gastronomía que dijo que "cualquier cosa es posible en la cocina", se inició lavando loza. Mimar la vajilla como si fuera la mujer del prójimo fue su primera aproximación al arte culinario. Extraño caso de amor a primera vista.

Paisanos: "Me" miman harto al colega Adriá. Nada de intrigarle cupo en El Bulli. Ni de atragantarlo de frisoles con caviar. Ojalá lo sorprendan con colaciones de Támesis, encarcelados del Club Maracaibo o aguacates de Montebello. Y tranquilos, pásenme la cuenta.

x