Las horas mas oscuras

Por Tomás Carretto

Darkest Hour
EE.UU.-Reino Unido, 2017, 125′
Dirigida por Joe Wright.
Con Gary Oldman, Kristin Scott Thomas, Ben Mendelsohn, Lily James, Ronald Pickup y Stephen Dillane.

El reloj descompuesto

Sí, ok antes de arrancar: la “problemática escena” del subte parece sacada de una ópera rock de Andrew Lloyd Webber, y hasta cierto punto arruina la película. ¿Pero quedarse con eso? El octavo largometraje de Joe Wright es una película llena de sutilezas y ambigüedades, de virtuosismo y algunos defectos marcados. En su búsqueda y pretensión recuerda mucho a la fallida Munich en su aspiración de clausurar una historia muy compleja y del peligro – a su vez- de caer en cierto maniqueísmo por esa lógica “best-sellerista” que se le impone siempre a todos estos films surgidos a partir de un “smash hit book” o por la intervención -como aquí- de un escritor (Anthony McCarten) especialista en su escritura. Con una dificultad mayor: acá no está en juego el delicado conflicto entre israelíes y palestinos (que se come un poco el ánimo conciliador de Spielberg), sino los propios claroscuros de un personaje como Churchill, que como un reloj descompuesto -en aquellas “darkest hours” si se permite la asociación- da dos veces por día la hora justa. Y eso fue exactamente lo que ocurrió. El “carnicero” de Gallipoli (“necesitábamos un segundo frente por Dios, nuestros chicos estaban muriendo en el lodo de Francia” intenta justificarse en el film), el errático ministro de finanzas, el pésimo analista sobre la India, fue también el halcón que supo desnudar como nadie las intenciones de Adolf Hitler. Sin su intuición única y celosa (que también prefiguró la Cortina de Hierro de la posguerra) nada de lo que vino después (del mundo que hoy conocemos) sería lo mismo, y eso es lo que la película pone en la palestra. Aquella hora decisiva.

Darkest Hour Trailer

El tiempo -la anécdota del reloj descompuesto también aparece en la película- como decimos es uno de los temas principales de Darkest Hour. No solo por los intertítulos gigantes alla Gordard y sin apelar al enchastre que se hizo Nolan con los saltos temporales aquí y allá. Sino a los efectos de cómo se configura la película, de su trama. Como aquella película de Roger Donaldson, 13 días, sobre Kennedy y la crisis de los misiles en Cuba, con la que comparte una estructura similar. Joe Wright es un narrador preciso, prolijo, versado y cualquier limitación autoimpuesta es un regocijo para él. Aunque también es cierto -y esto es uno de los posibles defectos del film- que el suspense podría estar mejor aprovechado. Todo el avance nazi (como si fuese una pieza teatral) aparece fuera de campo. Solo el virtuoso plano secuencia -Wright como Cuarón (otro manierista de su generación) resuelve las limitaciones presupuestarias con esos alardes creativos- del brigadier Nicholson en Calais recibiendo la carta de Churchill nos sitúa en suelo francés. Wright con su clase acostumbrada parece decirnos “no quiero filmar dos veces la misma escena”. Si quieren saber que es lo que pasaba en Francia ahí está su obra maestra, el plano secuencia insuperable de Expiación. Como Spielberg (ya que citamos a Munich) otro de los que se niega a superponer sus creaciones.

Darkest Hour Kristin Scott Thomas Gary Oldman

Las excentricidades, brutalidades y peculiaridades del personaje están presentes. Su naturaleza brusca, machista, genial (aclaremos por las dudas que esta tercera no es consecuencia de las dos anteriores). También su inteligencia, sus virtudes superlativas de orador, de escritor y de político. Todo aquello el film lo pone en la superficie y de ningún modo falta a la verdad histórica, lo oculta o lo exagera. El histrionismo tan comentado (el mejor regalo que podemos hacerle a ese actor gigante llamado Gary Oldman es no redundar en su transformación) tiene que ver con esa impronta teatral que Joe Wright sabe manipular muy bien y que nos remite a sus admirados Ophuls y Von Sternberg. Por algo también hizo alarde al convocar a la “Baby Keira (Knightley)” Lily James, en el papel de la secretaria, de modo de satisfacer su capricho de “director de pequeñas divas”. Como Levin en Anna Karenina, el personaje de James representa el punto de vista del film. Hay una conexión entre ambas historias ya que por alguna razón Wright decide hacer funcionar esa veta teatral, y colocar en el centro del escenario (teatro) a personajes (ficcionales o no) queridos y amados, vindicados o repudiados de la historia: Anna Karenina, Winston Churchill, como marionetas de la historia de la humanidad, pero también como seres individualísimos y extraordinarios bajo el juicio y la mirada de la multitud. Como si fuese un proceso en donde la historia deberá decidir si los condena o los absuelve. El parlamento británico tiene mucho de esa escenografía. Los camaradas de su partido y la oposición dirán si lo apoyan a Churchill en su cruzada más riesgosa. No es la intención de Wright reproducir aquel parlamento miméticamente como andan diciendo por ahí, sino a partir de la recreación empezar a tallar con sus observaciones personales. El hilo de luz que entra por las ventanas, la posición de la cámara -en búsqueda expresiva constante- que nunca se sirve del plano normativo y codificado. “Teatral”. Porque no hay nada menos teatral que el cine de Wright. Es la deconstrucción absoluta de sus normas y procedimientos. La alteración de su monotonía y sus reglas automáticas. Como Luhrmann pero bastante más inteligente. Y si no fíjense la escena (la mejor del film) de Winston Churchill antes de hablar por radio a la población, con la luz roja y los cambios de plano utilizados de modo magistral para acentuar el dramatismo. No la voy a describir. Espero que la observen y la analicen.

Darkest Hour

Como verán nada tiene Darkest Hour de film standard. Se le crítica su impronta british (un poco ridículo teniendo en cuenta que el protagonista es ¡¡CHURCHILL!!) y ese modelo popularizado en los años 30 por Alexander Korda. De paso nos olvidamos de Breve Encuentro, El tercer hombre, Los 39 escalones, Las zapatillas rojas y todas las obras maestras que aquel modelo nos prodigó. Es cierto imitado y bastardeado. Pero Wright ha dado muestras suficientes de no ser un copista. A riesgo incluso de adentrarse en aguas no tan seguras. Sinceramente los críticos (son varios) que asimilan a Joe Wright con los mediocres John Madden o Tom Hopper escriben con un cucurucho en cada ojo. No se entiende esa pereza para describir algo que por lo menos han visto y conocen. Tampoco de ciertas desidias y prejuicios ideológicos para con el personaje. La película por lo menos hasta aquella fatídica escena en el subte no los niega ni los oculta. Wright no se propone cultivar un realismo alla Rossellini y tampoco es verdad que esa sea la única forma genuina de acercarse a la ficción histórica. Allí está nada menos que El joven Lincoln, de John Ford, que comparte con esta película su tono de fabula histórica. Ford se servía y utilizaba de muchas licencias creativas en aquel fabuloso film, al que tampoco le esquivaba la propaganda. Pero rememorando aquel film de Ford, entiendo de las preocupaciones de Wright y el guionista McCarten. Churchill a pesar de sus dotes oratorias (algo en lo que también se destacaba Lincoln), capaces hasta de movilizar las fibras íntimas de sus más cruentos detractores, nunca fue un personaje popular. Al punto de perder las elecciones de 1945 ante Clement Attle. Como con Neville Chamberlain sólo ante el fracaso de “las palomas”, sus oponentes, es que El Halcón fue convocado. Paradójico es que Churchill utilizaba a las palomas para hacer espionaje. Pero siempre fue un aristócrata recluido en su círculo y despreciado incluso por sus colegas, la mayoría más ricos y de mejor linaje que el suyo, a los que vencía con su astucia e inteligencia. Ese es el punto. Si Lincoln era un abogado de pueblo que se convirtió en presidente – de paso: Qué genial la decisión de Ford de concentrar su película en una sala de juicio (que es casi como un escenario teatral, teatro donde después el verdadero Lincoln sería paradójicamente asesinado)- nada de eso hay en la historia de Churchill. Ni elemento de la naturaleza al cual recurrir (como las orillas del río) que sirven al Lincoln de Henry Fonda para rememorar a su vieja amada y prefigurar su idealismo.

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Un político, aristócrata y militar del siglo XIX (ya grande y recluido en habitaciones oscuras) que conocía de los giros populistas característicos del siglo posterior, de ahí que no se le haya hecho difícil convencer a sus pares (sobre todo) y al resto del imperio sobre la decisión de no capitular e ir a la guerra abierta con la Alemania nazi de Hitler. Pero cuya carencia de popularidad era su talón de Aquiles. En su soledad -aunque claramente ficcional es genial esa escena con el Rey Jorge VI (un Ben Mendelsohn increíblemente bien) en su habitación dándose apoyo mutuo- estaban expuestas sus grandes dudas sobre lo que estaba llevando adelante. Como aquella llamada desesperada a Roosevelt (otra invención) pidiéndole ayuda por teléfono (no existían los aparatos particulares). Esas dudas arrecian el costado humano y falible del personaje y dejan la ficción, la impostura y la puesta en escena a un lado. Es cierto que la operación Dynamo fue un éxito. Pero su ejecución fue toda una apuesta al vacío y una incertidumbre. Ayudado también por el valor y el coraje de los franceses que protegieron la retaguardia y permitieron el rescate de 300.000 soldados de las playas de Dunkerque, antes de que cayeran muertos o fuesen hechos prisioneros. Olvido pornográfico de Nolan en su película. Y es cierto que la guerra no era una opción sino una necesidad. Mas de seis millones de judíos exterminados lo atestiguan. “Preferiría la paz más injusta a la más justa de las guerras”. Todos Cicerones -autor de la frase célebre- se queja Churchill ante sus pares. También es probable que lo de Churchill haya sido el mas puro instinto de conservación y la exaltación de los ideales patrióticos (nacionalistas, imperialistas), antes que la voluntad de socorro a la Europa continental.

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Pero también son ciertas dos cosas: una como dijimos más arriba que sin el tesón de Churchill la humanidad se hubiese expuesto a su propia debacle. De ahí la importancia y trascendencia de lo que la película está relatando. Por más aristócrata, conservador o liberal (según la conveniencia) que haya sido Churchill en vida. Negar la grandeza e importancia del personaje es poco menos que estúpido. Dos: Que los que más sufrieron aquella necesaria decisión fueron los civiles ingleses que tuvieron que soportar los cruentos bombardeos de Hitler sobre Londres y otras ciudades. Se podría pensar aquella escena infortunada del subte como la propia expiación de Churchill. Y sí, aquí la expiación también aparece. Una escena que hasta podría salir de la imaginación del propio Churchill ante su decisión crucial. Escena en la que a esos civiles (de las clases populares) intenta Joe Wright rendirles tributo (Wright ya lo había hecho en Expiación con los soldados que partían a la batalla y aquellas imágenes de archivo musicalizadas con el Claro de Luna de Debussy). No por nada el personaje de Cecilia Tallis (Keira Knightley) en Expiación, que no era de ninguna clase popular pero se había marchado a Londres a colaborar con la causa, muere ahogada en la boca del subte ante el bombardeo nazi. Pero como las limitaciones del personaje de Churchill así lo impedían, tenemos esta escena inventada y particular, necesaria desde lo dramático pero imposible desde el plano histórico, que será objeto de debate por muchísimo tiempo. Creo más justo celebrar en cambio que existan directores jóvenes como Joe Wright, que honran una tradición de cine cada vez más olvidada y perimida. Nunca perdemos de vista que quedan muy pocos.

PD: Qué paradoja sería que en pleno apogeo del #MeToo y #TimesUp le dieran el Oscar a alguien por interpretar a Winston Churchill. No me quiero imaginar los insultos proferidos por Lady Astor donde quiera que esté.

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