Rotterdam 2018 – Diario de festival (1)

Por Fernando Juan Lima

Encuentros cercanos

Por Fernando E. Juan Lima

¿Algo de suerte? ¿O será que siempre cabe desconfiar de los aparentes consensos? Los últimos años los rumores que llegaban acerca del Festival de Rotterdam (IFFR es la sigla por la que se lo conoce) no eran del todo buenos. Y digo rumores porque, de hecho, junto con una presencia argentina más acotada, la propia cobertura por los medios locales fue languideciendo, cuando no directamente desapareciendo. Es posible que su cercanía con la Berlinale y el adelantamiento de los premios Oscar para fines de febrero se hayan sumado para opacar la visibilidad de esta muestra que lleva ya 47 ediciones. Sin embargo, sea porque toda racha finalmente se corta, sea porque no comparto la mirada de aquel supuesto consenso, lo cierto es que mi primera experiencia en el festival holandés me ha dejado feliz y entusiasmado. Debo decir que los cambios en mi vida laboral y las nuevas obligaciones hacen que aquellos bellos tiempos de no menos de cinco películas por día en los festivales hayan quedado atrás. Ahora el promedio se acerca más a una o dos proyecciones cada 24 horas, científicamente dispuestas a primera y última hora (y ponderando en cada caso la duración del film). Pero, así y todo, creo haber podido hacerme una idea general de la muestra, con la limitación que implica una cobertura siempre parcial (y ahora, incluso, un poco más).

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Ayuda a sostener la idea de que el entusiasmo tiene bases reales el hecho de que, repasando la programación, son muchos los títulos que ya tuvieron estreno en algún otro festival. Así, esa parte del festival que semeja más una coda que recupera lo mejor del 2017 antes que el comienzo del 2018, da cuenta de que los parámetros de la curaduría son ciertamente interesantes. 3/4 (Ilian Metev), Cocote (Nelson Carlo de los Santos Arias), A fábrica de nada (Pedro Pinho), The Florida project (Sean Baker), Sollers point (Matt Porterfield), Wajib (Annemarie Jacir), Western (Valeska Grisebach), The day after (Hong sang-soo), The insult (Ziad Doueiri), Marlina the murderer in four acts (Mouly Surya), The rider (Chloé Zhao), Laissez bronzer les cadavres (Héléne Cattet y Bruno Forzani), La villana (Jung Byunggil), Madame Hyde (Serge Bozon), Outrage Coda (Takeshi Kitano), L’amant d’un jour (Philipee Garrel), Good luck (Ben Russell), Jeannette, l’enfance de Jeann d’Arc (Bruno Dumont), Mrs. Fang (Wang Bing), Radiance (Naomi Kawase), La telenovela errante (Raúl Ruiz y Victoria Sarmiento), Zama (Lucrecia Martel), por ejemplo, ya habían pasado por Berlín, BAFICI, Cannes, Locarno, Venecia, Toronto o Mar del Plata (o más de uno de esos festivales), y hablan de lo heterogénea y cuidada que es la selección. Además también formaron parte de la partida las más conocidas, por oscarizadas, La forma del agua, de Guillermo del Toro, Yo soy Tonya, de Craig Gillespie, El hilo fantasma, de Paul Thomas Anderson y Ladybird, de Greta Gerwig, como parte de su lanzamiento en tierras holandesas.

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Visto a lo lejos (desde afuera), el Festival de Rotterdam pareciera haberse caracterizado por su eclecticismo y heterogeneidad. A diferencia del cercano Festival de Berlín, da la impresión de haber sabido evitar algo mejor, a través de los años, la tentación demagógica de poblar la programación de películas seleccionadas en virtud de su discurso, evitando hacer foco exclusivo en la corrección política y en la necesidad de poner en la pantalla el tema de discusión del momento. La experiencia de este año confirma esa impresión. En ese sentido, el lugar que se otorga al cine experimental y, en particular, a los cortometrajes habla a las claras de la voluntad constante de búsqueda y descubrimiento. El “tagline”, la publicidad del festival repite en carteles y fachadas la frase “Meet the humans of Planet IFFR” (algo así como “Encuentra a los humanos del planeta IFFR”). Y lo cierto es que, más allá de la estrategia publicitaria, el latiguillo marketinero esta vez verdaderamente tiene que ver con la realidad. El festival opera como lugar de encuentro en el que se multiplican las charlas, debates, fiestas y, por supuesto, negocios. No está mal esa idea: diferenciarse por el perfil humano, por la cercanía, por la amabilidad. Y, en ese contexto, encontrar la manera de que el cine distinto, anómalo, independiente, experimental, los cortos y mediometrajes (usualmente bastante ignorados) hallen el modo de generarse un espacio y difusión.

La parte más visible del IFFR tiene que ver con los “tigres” (símbolo del festival), el prestigioso premio que se otorga a jóvenes directores de cortos, medios y largometrajes. Ese conjunto que conforma la sección Bright future se encuentra acompañado por Voices (caracterizada por el eclecticismo que hace foco en la particularidad de la mirada de los directores seleccionados), Deep focus (retrospectivas y rescates) y Perspectives (con acento especial en temas sociales y políticos, con, por ejemplo una inusual cantidad de films africanos). Además, así como el generar encuentros es una parte de la muestra a la que se presta especial atención, las charlas, debates y conferencias son un punto altísimo que no puede pasarse por alto. Concurrí a las que brindaron los argentinos Lucrecia Martel (siempre genial) y José Celestino Campusano (moderada por el amigo Roger Koza), así como a la de Apichatpong Weerasethakul; pero también anduvieron por Rotterdam Sean Baker, Paul Schrader, Charlotte Rampling y Jan Svankmajer, entre muchos otros.

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La presencia de películas argentinas en la 47 edición del Festival Internacional de Cine de Rotterdam ha sido ciertamente llamativa. Si bien ello no debería extrañar en una muestra que ha sabido seguir el pulso de la producción de nuestro país (las seminales Rapado, de Martín Rejtman y Mundo Grúa de Pablo Trapero tuvieron que ver con el fondo Hubert Bals, y el nacimiento del BAFICI también tuvo una fuerte relación con el festival), lo cierto es que este año la embajada es ciertamente numerosa. Así, las encantadoras Una ciudad de provincia, de Rodrigo Moreno (en la sección Voices), que en Argentina tuvo su premier en el BAFICI, y Los vagos, de Gustavo Biazzi (en la sección Bright future), que pasó con éxito por el último Festival Internacional de cine de Mar del Plata, fueron recibidas por un público que sabe responder a geografías y sensibilidades tan distintas. En otras secciones se proyectaron La película infinita, de Leandro Listorti y el cortometraje Nosotros solos de Mateo Bendesky. La primera, construcción mágica a partir del found-footage de películas argentinas nunca terminadas es una verdadera proeza que elude los encasillamientos, una manera de narrar que desmiente el sello de “cine experimental” o algún otro con el que se ha intentado describir esta obra. En Rotterdam fue su premier mundial y pronto la podremos ver por estas tierras. El sutil y bello corto de Bendesky ya pasó por nuestro BAFICI el año pasado.

En un festival que siempre ha sabido mirar el cine latinoamericano no debe sorprender la decisión de realizar (entiendo que por vez primera) una retrospectiva de la obra completa del prolífico José Celestino Campusano. El director argentino que con su “cine bruto” supo sorprender, molestar y encantar (de manera simultánea, alternativa o sucesiva) a la crítica local presentó en Holanda sus películas Legión-Tribus urbanas motorizadas (2006), Vil romance (2008), Vikingo (2009), Fango (2012), Fantasmas de la ruta (2013), El perro Molina (2014), Placer y martirio (2015), El arrullo de la araña (2015), El sacrificio de Nehuén Puyelli (2016) y El azote (2017). Además, en el festival de Rotterdam se estrenó Brooklyn experience, un largometraje de ficción en 360 grados. La utilización de esta tecnología para una obra de ficción es ciertamente novedosa y propone una inmersión y una participación por parte de los espectadores (que en parte dejan de serlo) que dialoga perfectamente con la cosmovisión de Campusano. Después de todo lo suyo siempre tuvo que ver con un acercamiento a la realidad despojado de fintas y ambages, de buscar un recorrido distinto al de sus contemporáneos.

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Fue mucho (y muy bueno) lo argentino en Rotterdam. Pero, más allá del acompañamiento a esas películas, algo más he podido ver. No sé si la necesidad de elegir bien por los tiempos acotados habrá servido para aguzar el ingenio, pero el balance es muy positivo. Creo que vale la pena prestar atención a las líneas que siguen porque sospecho que algunas de estas películas podrán verse pronto en nuestro país. Así, cabe destacar la embajada brasileña que llegó con As boas maneiras, de Marco Dutra y Juliana Rojas, O clube dos canibais, de Guto Parente e Inferninho, de Guto Parente y Pedro Diógenes. Hay un fenómeno que está ocurriendo fuera de Río de Janeiro o San Pablo y al que hay que prestarle atención. El punto común entre las tres citadas es una manera muy personal e inteligente de acercarse a los géneros (aquí hay hombres lobos, caníbales, horror, comedia y números musicales) a través de los cuales se construyen películas fuertemente políticas. Frente a la reiteración de fórmulas que se agotan en (y agotan con) la protesta, por más que intenten disfrazarse de autorismo, el confiar en el humor, el terror o la música constituye un camino mucho más creativo e inteligente, una mirada más respetuosa del público y un discurso mucho más eficaz, incluso en términos políticos.

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Recomiendo también otras películas que provienen de puntos más lejanos del globo. De Japón, el disparate y el sinsentido de Ambiguous places (Ikeda Akira) y de Filipinas la sensible y luminosa Nervous translation (Shireen Seno). Películas que se hacen fuertes en extremar algunos componentes genéricos (de la comedia, la primera; del melodrama, la segunda) para deconstruirlos y reinventarlos, actualizándolos o sirviéndose de ellos para intentar otras búsquedas. Por su parte, la portuguesa Fátima, de Joao Canijo (Sangre de mi sangre), vuelve a poner en duda los límites entre el documental y la ficción, al seguir a un grupo de mujeres que participan de la conocida peregrinación religiosa. En esos ambiguos y difuminados territorios de frontera también se destaca la película turca Meteors (Gürkan Keltek), en la que, mezclando material de archivo con imágenes de celulares de los lugareños, se combinan historias de caza con algo de aliento mítico, la operación del gobierno turco contra los kurdos y hasta una lluvia de meteoritos. El poro explotado de esas imágenes que se amplían de un modo impensado, da al conjunto un aire extrañado, casi extraterrestre.

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Y claro que no lo podía evitar. ¡Que no todo es presente! A la hora de los rescates, no puedo dejar de mencionar la alegría infinita de poder ver en la pantalla grande una película poco conocida del más grande de todos, John Ford, The sun shines bright, y El desencanto, de Jaime Chávarri, obra maestra que el IFFR proyectó en 35mm (por allí decían que era la única copia en esas condiciones existente, pero no puedo asegurarlo).

Rotterdam ha sido una ciudad tomada; pero felizmente tomada por el cine. Durante doce días sus calles pudieron verse cubiertas de imágenes del festival y el público y los participantes de la muestra colmaron las salas, participaron de las charlas y eventos, bebieron y danzaron hasta el amanecer. Todo eso forma parte de un festival amable, feliz, inolvidable.

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