El gran problema del pop-rock español: está colonizado por hijos de millonarios
El pop-rock español como cortijo de la clase alta
Hace un par de meses tuve la suerte de entrevistar al rockero Josele Santiago, legendario vocalista de Los Enemigos. Su respuesta más sombría no tuvo que ver con el IVA cultural, ni con el nulo apoyo a la música de entidades públicas, sino con otro problema mucho menos visible, pero más devastador. Me refiero a un proceso, sin prisa pero sin pausa, por el que los jóvenes de clase alta están colonizando la música española. Y no hablamos de un complot diseñado en Davos o en Sotogrande, sino de una dinámica económica, acelerada por el batacazo financiero de 2008. «Ahora es habitual llamar a una sala para tocar y que te cobren una tarifa. ¿Cuándo se ha visto eso? En las dos primeras giras, las bandas jóvenes suelen perder dinero. Es algo que unos chavales de barrio no se pueden permitir. A este paso, solo van a poder formar grupos los hijos de los millonarios. Me parece absurdo o muy sospechoso», lamentaba. Decidí comprobar sus palabras y no me costó gran esfuerzo. Por desgracia, vivimos en una situación donde la música realmente popular es cada vez menos escuchada.
Papá, quiero ser estrella
¿Cuál es el grupo emblemático de esta tendencia? Sin duda, Taburete, cuyo origen de clase alta conoce el gran público, ya que allí militan el hijo de Luis Bárcenas, extesorero imputado del PP, junto con el nieto de Gerardo Díaz Ferrán, expresidente de la CEOE. No son una excepción, ni mucho menos. Sofía Ellar, pujante reina de las baladas y estrella de Instagram, es hija de un banquero de inversiones que multiplicó su fortuna en Londres. Santiago Isla, líder de Chelsea Boots, es el primogénito de Pablo Isla, presidente y consejero delegado de Inditex, que cobra más de diez millones de euros al año. En abril de 2017, los desconocidos Chelsea Boots firmaron un contrato con Universal, a pesar de su modesto tirón de público. Jacobo Miralles, hijo del célebre periodista Melchor Miralles, llamó la atención de la industria por su participación en un tema titulado Pura vida. A pesar del éxito, aclaró al diario ABC que no se plantea abandonar su trabajo en el sector bancario. Mientras tanto, los hijos de José Manuel Soto lo intentan con su grupo Mi Hermano y Yo, un proyecto planeado durante una vacaciones en la India. Ya saben, la típica escapada de exploración espiritual que suelen hacer los jóvenes españoles.
Presiones periodísticas
El periodista Manu Piñón, de la revista GQ, denunció el trato de favor del Grupo PRISA hacia The Monomes, grupo del hijo de su entonces presidente, Juan Luis Cebrián. También confesó una elocuente anécdota personal. «Tenían prisa por triunfar. Los 40 les colocaban en su lista, incluso les grababan videoclips a coste cero, aparecían entrevistados en El País y la edición española de Rolling Stone certificaba su carácter de artista revelación. Hubo que aprender a pronunciar su nombre para que no peligrase la nómina. Yo mismo me vi entrevistándoles sin comerlo ni beberlo porque la madre de Rafael y actual exesposa de Cebrián, Teresa Aranda, se presentó con el grupo en la redacción», recuerda. La presión suele hacerse de forma más sutil, pero hay quien carece de miramientos. ¿La última noticia del sector? Santiago Trillo, hijo del exministro de Defensa de Aznar, ha puesto en marcha un proyecto musical bautizado como Modo Avión. Sin abandonar su trabajo como abogado, se lanza a la música en compañía de tres de sus primos. «Siempre tocan juntos en familia y no tenían pensado dedicarse a esto. Pero el año pasado, al final de una boda, con resaca y vestidos de traje, se pusieron a tocar y les hicimos un vídeo que alguien colgó después en redes sociales. Tuvo muchísimo tirón», cuenta Quico Trillo en El Mundo.
Se pueden imaginar lo que aparece en Google al teclear «Trillo» y «modo avión».
¿Quién escucha a los pobres?
Por supuesto, la tendencia no es nueva, pero se está convirtiendo en endémica. El ensayista pop y ex ejecutivo discográfico Adrián Vogel recordaba en su exitoso libro Bikinis, fútbol y rock and roll que el primer bajo Fender que llegó a España lo tuvieron Los Pekenikes gracias a Juan Domingo Perón, dictador argentino y vecino de la exclusiva urbanización de El Viso (Madrid). El pop de los años 80 tampoco se libra de su generosa ración de pijerío. Ana Torroja (Mecano) es sobrina del polémico fiscal Eduardo Fungairiño; Nacho Canut, bajista de los Pegamoides, hijo de un afamado dentista que contaba entre sus clientes con la familia real. El padre de David Summers (Hombres G) fue un rentable director de cine, aunque no tan prestigioso como el de Carlos Berlanga (también Pegamoide). El discjockey más famoso de la Barcelona hípster, conocido como Sideral, fue hijo de un ginecólogo de élite en quien confiaban esposas de la alta sociedad y estrellas trans como Bibiana Fernández.
Hablamos, por supuesto, de un problema de capital cultural, concepto popularizado por el sociólogo francés Pierre Bourdieu en los años 70. Alude a un conjunto de recursos intangibles que dan ventaja a las clases altas, además de proporcionarles rituales de reconocimiento. Las familias más pudientes educan a sus hijos en determinados hábitos socioculturales, desde reservar tiempo para la lectura hasta la expectativa de ir a la universidad, pasando por una relación de cercanía con las instituciones y la industria cultural (que no ven como algo extraño, sino propio). Allí se teje una relación de complicidad, cercanía y contactos que facilita copar los mejores puestos. ¿Cómo sabemos que este teoría es correcta? Es cierto que no abundan los estudios empíricos fiables sobre cultura, especialmente en España. Los que se hacen en Inglaterra, por ejemplo, resultan reveladores.
En febrero de 2016 se publicó Like Skydiving without a Parachute: How Class Origin Shapes Occupational Trajectories in British Acting, realizado por Sam Friedman, David O’Brien y Daniel Laurison, profesores de la London School of Economics y de la Universidad de Goldsmith. Recogía 402 encuestas cumplimentadas por actores, además de entrevistas en profundidad a otros 47, para conocer su trayectoria profesional y su origen social. Hallaron que el 73% de los actores y actrices provenía de una clase social favorecida (eran hijos de directivos y profesionales cualificados), mientras que el 27% restante pertenecía a familias con menos recursos (los padres eran cuadros intermedios o realizaban tareas manuales o que requerían escasa formación). El salario medio que obtenían con su trabajo los profesionales de clases medias altas era de 46.100 libras al año, mientras que los de clase baja percibían de promedio 11.000 libras menos.
Uno de los factores cruciales era poder sobrevivir a las etapas sin encargos. «Tu carrera como actor depende en gran medida de la posibilidad de llamar a tu madre durante los periodos de escasez financiera», reconocía Andy, uno de los encuestados, cuyos progenitores eran médicos. Dentro de la escasa tradición española, podemos citar la reciente tesis doctoral Rockeros insurgentes, modernos complacientes. Un análisis sociológico del rock en la Transición 1975-1985, publicada en 2017 por el sociólogo Fernán del Val. En el texto quedan claras las enormes ventajas de las que gozaron grupos poperos de La Movida (procedentes de la clase media-alta) frente a los bandas de rock de barrio (todos de clase trabajadora). La industria cultural puede parecer un terreno neutro, pero los dados están trucados.
¿Cómo se puede evitar que la gente con más tiempo, contactos y dinero colonice la oferta cultural? La solución no parece sencilla, mucho menos en España, donde los medios de comunicación tratan a los grupos «de abajo» con desinterés, desprecio o censura. Artistas admirados por la clase trabajadora como Camela, La Polla Records, Rosendo, Óscar Mulero y Violadores de Verso, entre muchos otros, han sufrido formas abiertas y sutiles de discriminación. La música popular siempre fue un espacio para la crónica de dificultades cotidanas. Hoy parece condenada a convertirse en el cortijo privado de la alta sociedad. Por cierto, qué casualidad, parece que estos días Felipe Juan Froilán de Todos Los Santos de Marichalar y Borbón hizo sus primeros pinitos como discjockey.