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Las ventajas de llevar a los niños a los museos EL MUNDO

Visitar museos fomenta su creatividad, su espíritu crítico y el trato con los mayores. Sólo falta hacer que, además, les guste

Hace un par de años tuve la ocurrencia de visitar con mis dos hijos (varones, 9 y 5 años entonces) la retrospectiva de Kandinsky en CentroCentro, en Madrid. Iríamos por el sexto o séptimo cuadro cuando una mujer, percibiendo su aburrimiento, se dirigió al pequeño y le dijo:"Anda, chiquitín, dile a tu padre que te lleve al Retiro". No lo dijo en tono reprobatorio, muy al contrario. Se percibía la ternura de quien quiere y entiende a los niños, incluso cierta complicidad conmigo. Lógicamente, moderno y tozudo, no hice ni caso y nos chupamos la exposición entera. Hará dos o tres semanas les pregunté en el desayuno si les sonaba Kandinsky. El pequeño, mucho más pasota y desacomplejado, me dijo: "Ni idea". Sólo le faltó añadir "viejo" o "tío" al final. El mayor, siempre más abrumado por el peso del deber y consciente de que yo esperaba que lo supiera, hizo un intento: "¿Un músico?".

Me sentí tan herido en mi orgullo de padre enrollado cultureta que decidí que era hora de volver a un museo -entre medias había habido un chute de Van der Weyden en el Prado, mejor no hablar de ello...-, y me los llevé al Thyssen. Lo hice todo mal: no preparé la visita, la prolongué más allá de lo tolerable y casi no hemos vuelto a hablar de ello desde entonces. Y, aun así, creo que todos aprendimos algo.

Beneficios

Las ventajas para los niños de visitar museos, y en general de familiarizarse con el arte, están documentadas hace tiempo. Varios estudios han concluido que los alumnos con mayor presencia de las artes en su formación (no sólo visuales, también la música, la danza o el teatro) sacan mejores notas en otras asignaturas, faltan menos a clase y acumulan menos sanciones disciplinarias. El más citado es el realizado por James Catterall, de la Universidad de California, en 2002 con más de 25.000 estudiantes de Secundaria. Los que habían incorporado disciplinas artísticas al currículum durante cuatro años o más excedían en 58 y 38 puntos, respectivamente, en las pruebas de Lengua y Matemáticas del SAT (equivalente norteamericano de la Selectividad) a los que las habían incorporado un semestre o menos.

Puede que no sea una relación causa-efecto: simplemente los mejores estudiantes muestran más interés por las artes. Lo que nadie discute es que el contacto con las artes favorece la creatividad. "El arte trabaja con un tipo de pensamiento divergente que se contrapone o al menos completa al pensamiento lógico", subraya María Acaso, experta en Educación y Arte Contemporáneo y coautora del libro 'Art Thinking' (ed. Paidós, 2017). "Este pensamiento creativo, siempre considerado subalterno, es cada vez más necesario, se impone abolir esa diferencia. Y eso ocurre en contacto con el arte, con el arte contemporáneo en especial, el que se hace en el momento en el vive el niño, que parte del extrañamiento del espectador ante la obra, literalmente del 'what the fuck', del qué-es-esto". Hace un mes la revista online Artsy.net publicaba un artículo en el que explicaba cómo en EEUU escuelas de arte, no de negocios, están poniendo en marcha programas específicos para enseñar a pensar creativamente a ejecutivos y altos cargos de la Administración.

Más allá de eso, Acaso ve el museo como un lugar fundamental para crear ciudadanos. "Hoy los niños viven realidades complejas, ven cientos de imágenes al día en no sé cuántos dispositivos móviles y tienen que desarrollar una conciencia crítica si queremos que lleguen a ser algo más que consumidores. Y eso se hace en un museo". Todos los entrevistados para este reportaje insisten en esa idea del museo como "ventana al mundo", en palabras de Alba Pérez, del departamento de Educación del Reina Sofía, y como generador de la necesaria conciencia crítica.

Pero el acceso al museo no sólo ayuda al niño a ser más creativo y más crítico. También fertiliza su conciencia de lo público y su responsabilidad en conservarlo. "Uno de los objetivos principales de nuestros programas escolares y de familia es que los críos salgan sabiendo que todo lo que hay aquí es suyo", explica Esther de Frutos, jefa del Servicio de Actividades Educativas del Museo del Prado. "Cuando en una visita dinamizada les preguntas de quién es el museo contestan cosas como: "De Felipe VI"; "de Rajoy"; "de la Caixa"... No llegan a pensar que de verdad es de ellos, y esa idea, que les parece fantástica, es el principio para que se involucren en conservar, conocer y valorar el patrimonio». Más de 300.000 niños visitan el Prado al año.

Entre generaciones

Acudir a una exposición con menores, si se sabe hacer, fortalece la comunicación y el vínculo con ellos. Ricard Huerta es director del Instituto Universitario de Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universidad de Valencia. "Yo animo mucho a la gente a ir al museo con sus parejas o con sus amigos, porque aparte de aprender van a disfrutar compartiendo experiencias, y eso es igual de importante", asegura. "El museo puede ser una experiencia intergeneracional. Si un niño va con sus compañeros de clase, perfecto. Pero si van con gente de otras edades es una de las pocas experiencias que aún quedan que se pueden compartir y que influyen en ambas partes".

En ese sentido van muchas de las iniciativas que están poniendo en marcha los museos con públicos infantiles. También se busca el contacto con otras artes como el teatro y la danza; la interacción, convertirlos en productores de conocimiento y, según edades, perseguir un lado lúdico que les seduzca. El Museo Thyssen Bornemisza ha llegado a invitar a algunos niños a aportar ideas y a testar el videojuego para PlayStation Nubla, basado en cuadros de su colección y del que se han vendido 30.000 unidades en todo el mundo.

Pero la infancia, pese a suponer entre el 10 y el 15% de visitantes de centros como los del triángulo de los museos de la capital (Prado, Thyssen, Reina Sofía), sigue teniendo algo de público marciano. La expresión no es mía, es de Rufino Ferreras, responsable de Desarrollo Educativo del Thyssen: "Son un poco públicos extraños, una especie de marcianos en un contexto serio y tan formal como un museo. Por eso lo primero es generar un ambiente de comodidad, afectividad y seguridad en que el chaval esté a gusto, escuchándoles, haciéndoles hablar, dejando que sean autónomos en su aproximación a la obra de arte, sin imponer un discurso adulto, haciéndoles ver que lo que dicen de un cuadro es tan válido como lo que diga un adulto; muchas veces lo es más. Y no diciéndoles: No te muevas, no hables, no corras, no te estires... Saben comportarse perfectamenteayuna..".

Presencia incómoda

La teoría está bien. Luego están un esforzado padre y sus hijos de 11 y 7 años en la planta 0, ante Juego de bacarrá de Vilmos Huszár, compartiendo en tono normal, no de misa, su entusiasmo por lo que se puede hacer con triángulos y viene un guarda jurado a decirles que hablen más bajo. Vale.

Las cosas, no obstante, están cambiando. "Cuando empezamos con los programas de familias, en 1995, lo primero que me dijeron desde la dirección fue: "Oiga, que no molesten los niños", cuenta Ferreras. Hoy a ningún directivo de un museo se le ocurre plantear eso. Es verdad que pueden ser percibidos por algún visitante como una presencia incómoda, pero ante eso yo me hago otra pregunta: ¿Y ese visitante no molesta al niño? Sí; hay quien está delante del 'rothko' teniendo una iluminación y llega el chaval y le molesta. Pero también hay gente que se emociona más con el niño que con el 'rothko', hace del niño, con su mirada desinhibida, su mediador afectivo y emocional con el 'rothko'. Un museo sin público no es un museo, es un almacén de obras. Y sin niños no hay un museo vivo. Los niños aportan vitaminas al museo".