El degenerado
Opinión

El degenerado

Alejandro Ordóñez, sin que medie recato, lanzó acusaciones llenas de odio y segregación a unas senadoras que han cometido la grave falta, para él y los suyos, de amarse con sinceridad y libertad

Por:
febrero 20, 2018
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

 

Viajemos en el tiempo. No tardará mucho. 1992. El mundo era testigo de una plaga invasora que solo ese año cobró en Estados Unidos más de ciento noventa mil víctimas mortales. Una enfermedad siniestra proliferó entre cuatro grupos de personas, casualmente también minorías: homosexuales, adictos a la heroína, hemofílicos e inmigrantes haitianos. “Los cuatro H”, como se denominaron, se vieron confinados a la inmensa soledad (paradójicamente compartida por miles y miles) que causaba esta epidemia, mientras veían sus cuerpos y espíritus desintegrarse ante la mirada sojuzgada de políticos, periodistas y líderes religiosos, afanados primero en señalar el pecado y la culpa y  después en labrar, entre la piel seca de las víctimas, estigmas indecibles. Desde sus elevadas naves de falsaria rectitud moral, y con crueldad infinita, sugirieron medidas contra los enfermos que incluyeron campos de concentración, marcas con tatuajes visibles y ante la complejidad de esas “soluciones”, jornadas de cacería a esos “animales peligrosos” que a cada huella ponían en riesgo a los demás -quienes también empezaron a padecer la terrible enfermedad-. Una amenaza trepidante a la “saludable” sociedad. 194 476 personas murieron en 1992 no solo por un virus que los consumía y llagaba por todo el cuerpo sino porque gracias a la juiciosa labor del miedo inoculado, y los discursos acusatorios, las investigaciones sobre le enfermedad no avanzaron lo suficientemente rápido y para la época, los medicamentos experimentales eran muy costosos. Sida: una epidemia con ínfulas de exterminio. Yo tenía 11 años y el siglo XX, el supuesto siglo del progreso, empezaba a llegar a su fin.

Uno de los grandes riesgos del progreso es confiar ingenuamente en su estabilidad. Por años, y gracias al auge de la tecnología: hombres en el espacio, televisores ultra delgados, conversaciones inmediatas entre personas ubicadas en extremos del mundo, hemos creído en el progreso como un tren en marcha que avanza hacia adelante sin detenerse. No obstante, basta echar una mirada al mundo para darnos cuenta que la vileza del atraso, acecha y regresa sin pedir permiso o invitación alguna. No existirá progreso en el hombre, no habrá mañana, hasta que los avances técnicos, científicos e industriales se acompasen con el único progreso posible y la única redundancia inexcusable: el progreso humano de la humanidad.

Sin duda uno de los mayores obstáculos de ese progreso ha sido el pensamiento religioso y fanático cuando es guiado a la creación “mágica” de estigmas. Marcas indelebles que procuran -con bastante éxito- negar al otro, anular al distinto, atacar al diferente. Esas fábulas horrorosas reiteradas que nos llevan a repugnar a ese que nos recuerda nuestra finitud y nuestra vulnerabilidad: el enfermo, el desquiciado, el migrante, el pobre. El estigma busca que su depositario sea atacado por la culpa y la vergüenza, que se aísle y sea aislado y que entre una profunda y sanguinaria soledad sirva de ejemplo a los demás, de imagen fija de castigo andante por el pecado de ser él y no otro. Y de paso, se extinga más rápido.

Al detenerse ante la palabra degenerado -y su significado común y teórico- nos enfrentamos a un doliente, un anormal, en algunos casos, víctima de graves padecimientos morales. Definición que encaja a la perfección con todo aquel que señala y escupe a ese otro que le incomoda y le resulta inexplicable. Degenerados ante el llano hecho de no poder entender al otro pero sobre todo, degenerados ante las acciones que están dispuestos a acometer por la mentirosa excusa de la defensa de sus ídolos, llámense Dios, familia o niñez.

 

 

 La definición  encaja a la perfección con todo aquel que señala
y escupe a ese otro que le incomoda
y le resulta inexplicable

 

 

En el peor de los casos, esos degenerados tratan de cubrir sus propios vicios y fallas, al acusar a los otros de delitos imaginados desde su espinosa moralidad. Este es el caso del candidato presidencial Alejandro Ordóñez, un corrupto probado y sentenciado. Un infame destituido de sus deberes públicos por su lóbrega ansia de poder. La semana pasada, el degenerado Ordóñez, sin que medie vergüenza o recato, lanzó acusaciones llenas de odio y segregación a unas senadoras que han cometido la grave falta, para él y los suyos, de amarse con sinceridad y libertad. Las acusa de promover perversiones homosexuales entre niños y niñas. En el fondo las acusa de enfermas y contagiosas. De anormales y repugnantes.

Posiblemente uno de los efectos más discretos de las enfermedades humanas, sobre todo las relacionadas con nuestra sexualidad, es la forma en que revelan una enfermedad mayor, la verdadera epidemia: la inclinación humana de aplastar al otro al abstenerse de comprenderlo; la fascinación degenerada que causa ver al distinto caminando pesadamente y lleno de culpas por su rebeldía de vivir. La enfermedad física ajena como metáfora de la enfermedad moral propia.

Personajes como Ordóñez, solo tienen un enemigo: el progreso humano y han calculado una simple estrategia: enlodar y humillar todo lo que en su vanidad moral les parezca digno de ser perseguido y aniquilado. Hoy son las dos senadores -curiosamente grandes denunciantes de escándalos de corrupción- mañana seremos nosotros, cualquiera, todos a los que al degenerado le plazca.

@CamiloFidel

 

 

 

Sigue a Las2orillas.co en Google News
-.
0
Messi y el cine

Messi y el cine

La invención del todo

La invención del todo

Los comentarios son realizados por los usuarios del portal y no representan la opinión ni el pensamiento de Las2Orillas.CO
Lo invitamos a leer y a debatir de forma respetuosa.
-
comments powered by Disqus
--Publicidad--