Los decentes

Por Marcos Rodríguez

Los decentes
Argentina-Austria-Corea del Sur, 2016, 104′
Dirigida por Lukas Valenta Rinner.
Con Iride Mockert, Martin Shanly, Andrea Strenitz, Mariano Sayavedra.

El lado correcto

Por Marcos Rodriguez

Hay dos mitades opuestas en Los decentes, dos mundos que se intercalan pero que están claramente divididos, no solo por una cerca (electrificada) sino fundamentalmente por dos formas de mirar y mostrar a sus personajes. De este lado, el primer lado, el lado “conocido”, está el barrio cerrado, poblado por conchetos con bastante tiempo al pedo, con apilamientos de histeria monumental y con problemas y conversaciones ridículos. Del otro, el segundo, el lado “a descubrir”, están los nudistas abiertos, hippies viejos, entes sexuales que exploran su libertad y se exploran entre sí. Entre estos dos mundos está Belén, mucama con cama adentro en el barrio cerrado, mujer de mirada y andar cansado y porte cabizbajo. Belén no pertenece al mundo cheto, es empleada. Ni siquiera parecería ser empleada con demasiada experiencia. Tampoco pertenece al mundo nudista pero irá entrando en él a medida que se vaya liberando. Todo en silencio, dicho con gestos y hermosos encuadres simétricos y geométricos y precisos.

Los Decentes

Lo que aprende Belén tiene que ver con el placer, con la libertad que trae la sensualidad (tan distinta al momento en el telo, en el que dos entes todavía envueltos por las vestimentas de la histeria ni siquiera logran cojer). La liberación de Belén es esencialmente placentera, ocurre con la piel al sol, con cuerpos diversos que circulan con naturalidad por un espacio exuberante. El placer de Belén se traslada también a la cámara: más allá de un cierto estancamiento y una cierta repetición, lo que vemos es lindo de ver porque se nos muestra de forma bella. Es de este lado de la cerca que los encuadres cuidadosos se arman en momentos bellos, como el Nacimiento de Venus que inaugura el nudismo de Belén.

Sin embargo, Los decentes no existe sólo de aquel lado del cerco ni se contenta con dejarse llevar por la exuberancia una vez que la descubre. Empezamos con el country, una y otra vez volvemos a él, terminamos ahí. La sensación de grotesco se acentúa (supuestamente) por el contraste creciente con aquel otro lado de compañeros naturales, hombres y mujeres satisfechos sexualmente. Lo que cuenta Los decentes es fundamentalmente lo que está de este lado: los decentes son los que están acá, los tilingos bastante insoportables, los que iniciaron el relato, los que deben morir. La obsesión está acá. Los encuadres carcelarios y vacuos vienen de este lado. La fusta con la que castiga el director cae siempre de esta parte de la red, nunca de la otra, en la cual los personajes cargados de hipismo viejo no dan el salto al ridículo (aunque lo rozan tantas veces) porque ellos son lo que está bien.

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El relato de la liberación de Belén lleva más o menos adelante la cosa, pero fundamentalmente tiene un fin estático: dejar (aún más) en evidencia lo ridículo de ese barrio cerrado y la gente que lo habita. El grotesco no alcanza la redención por la risa sino por la violencia, pero esa violencia es un poco ridícula. No hay revolución, sino apenas las pinceladas finales de un retrato que fue muy claro desde el principio. Los decentes parece hecha para decirnos lo que sea que tiene para decir sobre esa gente encerrada, decente e inhumana que parece vivir ahí. Poco más. Lo dice desde la segunda secuencia, lo dice en el cuerpo de Belén, lo dice en el personaje de Juanchi (interpretado por Martín Shanly, quien supo dirigir esa maravilla que fue Juana a los 12, 2014, tanto más rica que esto), lo dice una y otra vez y de nuevo porque, al parecer, era importante decir esto.

Ahora bien, todos tenemos opiniones, que podrán ser más o menos ciertas, pero el cine es otra cosa.

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