Restaurante El Biky

mesas montadas y al final barra de bar de restaurante el bikytaurante

La planta baja del restaurante El Biky, ubicado en la histórica esquina de la calle Infanta y la calle San Lázaro, es, por varias razones, una opción interesante rodeada de curiosas contradicciones. Parapetado en los límites entre Centro Habana y Vedado, el agitado tráfico del lugar nos llevaría a pensar que el ruido se colará, invicto, hacia dentro, atravesando de paso la elegancia de sus grandes ventanales de cristal, que a su vez hacen pensar en ofertas impagables. La pura verdad es que ni lo uno ni lo otro. Sin dudas el interior contrasta con los polvorientos portales de afuera y sus viejas tiendas que tantas vejaciones y años han visto correr, pero basta con cerrarse la puerta y ya el local conquista la calma y el silencio, ambos climatizados. La amplia gama de precios, que solo alcanza a descubrir un comensal paciente –mejor si se es un comensal del tipo de no tan abundante comer y que sabe ajustarse a su bolsillo- arrojará platos fuertes de entre 4 y 6 cuc, a base de cerdo y pollo combinado con piña y miel, subiendo costos desde pulpos y zarzuela de mariscos hasta la grillada campestre, de 16 cuc. Panes hechos en la panadería del lugar, pastas y pizzas, infusiones, helados, coctelería y picaditos. Atención al diez por ciento del servicio que vendrá incluido en la cuenta al final, pero merece la pena con tal de admirar la decoración con que se gana por partida doble. Primero por los platos, blancos y personalizados con el logo del lugar, mostrando una cuidadosa decoración de fiesta de colores que dan ganas hasta de comerse la matica que corona el postre, o de untarle al plato fuerte ese toque dulce que dejó el cocinero en un rastro de fresa como señal de que estuvo allí, inclinado, esmerándose. Los espacios para cada comensal fueron tan bien diseñados que uno hasta pensaría que está solo de no ser por la mano de algún mesero que entra y se retira del campo visual con maneras correctas. De alzarse la mirada para ubicarle, a fin de pedirle algo más, se le ve transitar entre los otros a ritmo tranquilo, yendo y viniendo, contagiado quizá por el aliento de otras épocas que, desde las paredes, nos llega en fotos gigantes de una Habana de antaño. Calles como la propia Infanta con viejas quincallas, balcones y letreros; carteles publicitarios de Pinturas Du Pont, Esso, Coca Cola y un Caballero de París inmortalizado, serán gratas compañías en una visita que, si no se tiene para más, bien valdrá, al menos, un postre.

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