Spielberg

Por Federico Karstulovich

Spielberg
EE.UU., 2017, 147′
Dirigido por Susan Lacy
Con testimonios de Steven Spielberg, Leonardo DiCaprio, Christian Bale, Tom Hanks, Liam Neeson, Harrison Ford, Cate Blanchett, J.J. Abrams, Daniel Craig, Daniel Day-Lewis, Martin Scorsese, Holly Hunter, Laura Dern, Ralph Fiennes, Drew Barrymore, Dustin Hoffman, Brian De Palma, Richard Dreyfuss, Ben Kingsley, Francis Ford Coppola, Robert Zemeckis, George Lucas, Kathleen Kennedy, Oprah Winfrey, Jeffrey Katzenberg, David Geffen

Los límites del control

Por Federico Karstulovich

Una fantasía recurrente, cuando me preguntan “si pudiera elegir tener un poder sobrenatural, cuál elegirías” es responder “viajar en el tiempo y decirme a mí mismo todo lo que hice mal para luego poder cambiar los acontecimientos”. Pero claro, boludo de mi, ese no sería yo, entonces.

En alguna medida si hay un rasgo que nos hace humanos a los humanos es nuestra capacidad de cometer errores. Porque el error nos hace falibles y nos hace reconocernos en el otro y al otro en nosotros. Por el contrario, cuando una vida se muestra como una suma de decisiones perfectas, lo que queda no es humano ni humanismo. Lo que queda es un ideal inalcanzable.

Las biografías de los grandes artistas tienen (o supieron tener, al menos durante un buen tiempo) justas dosis de hagiografía así como de relato de vidas torturadas (en el caso en el que se diera tal circunstancia). Con el tiempo, esa matriz no hizo otra cosa que ir acercándose a una versión más accesible. Quizás porque hoy por hoy nadie quiere leer ni ver ni escuchar la historia de personas extraordinarias sino de personas comunes que pudieron hacer el gran salto que los convirtió en lo que son. Los manuales de autoayuda salen a la venta para convencernos de que cualquier gil puede ser alguien especial solo con confiar en si mismo (como si Emerson y sus ideas hubieran sido aspiradas con poxirrán) y las vidas ejemplares (Plutarco, perdonalos) se convierten en vidas triviales que con un poco de suerte la pegan.

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La ausencia de grises, de matices, de errores, como dije antes, no hace otra cosa que alejarnos de las personas. Y de los ideales, ni hablar. Porque de personas no queda nada de nada. Entre esa construcción social del genio y el hombre común y silvestre que la pega y puede dar el salto se encuentra el secreto del armado del documental de Susan Lacy, que si, aceptémoslo, no puede más de televisivo y de chato en su concepción aunque cuente con el enorme valor de los testimonios que consigue (que dicen todo lo que uno espera que digan y no mucho más). El Steven Spielberg de Lacy así como la vida del primero es un artificio: casi no comete errores, todo lo que hace es una cifra borgeana de lo que estaría por venir. Es una vida sin temor ni temblor. Es una vida sin saltos al vacío ni riesgos. Todo se integra en ella, todo se incorpora. No hay nada fuera de lugar. No hay tentativas fallidas, y cuando las hay, se las solapa, quedan en una selectiva nube de elipsis. De esa manera, películas como 1941Siempre, Hook,  Jurassic Park 2, Indiana Jones y la calavera de cristal, La terminal o Caballo de guerra son borradas del mapa olímpicamente. Como en toda buena narración clásica la economía de recursos llama a que lo innecesario quede afuera y que se preserve solo lo narrable. Y lo que cumple con ese requisito en la narración de una vida artística extraordinaria es el éxito, la pegada. Las anomalïas quedan afuera. Incluso el relato de lo que pudo haber sido un fracaso mayúsculo -hablamos de Tiburón y su rodaje de pesadilla-, termina siendo incorporado como el relato de un golpe de suerte. De este modo, el hombre común desaparece para siempre, acaso porque en todo momento estuvimos viendo la narración solapada de un hombre extraordinario, sin parangón casi en la historia del cine industrial estadounidense en 80 años de historia.

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En esa tónica, en la que el relato se impone a los hechos fácticos, lo que resta es encontrar los cómplices para la coartada, los testigos que den cuenta fehaciente de la leyenda. Y que el artificio ruede, ahora si, con la legitimación de las cabezas parlantes.
Claro, uds. podrán decirme que quizás toda esta planificación no sea otra cosa que un gesto autoconsciente de parte de la misma directora para con la historia de vida que está narrando. Acaso como si el artificio de los mundos spilberguianos necesitara penetrar e inundar una vida real hasta convertirla en parte de sus propias creaciones. Pero no, el documental de Lacy no tiene objetivos tan trascendentes, tan bigger than life. No hay en él un solo atisbo de reflexividad ni conciencia narrativa. Y en todo caso lo que prima es una fascinación con su objeto de estudio, como si el mismo SS hubiera tomado control del relato de su propia vida y lo hubiera convertido exactamente en eso que cualquiera que narra su propio pasado quiere creerse de si mismo: que todo lo hecho y decidido fue una suma de decisiones exactas, precisas. Pero Spielberg no dirige, aunque claramente domina su propio testimonio vital, como si indirectamente impusiera la leyenda de los hechos. Entonces la formación cinéfila se convierte en un camino hermoso y sin lomas de burro ni dudas vocacionales en el que el joven Steven se escabulle en los estudios de Universal y espía a los grandes maestros filmando sus últimas películas durante los 60s. Y, casi una década después, si, la doble opera prima, Reto a muerte para TV y Loca evasión en cine, que transforman en hechos lo que el joven director de Amblin prometía: un talento todo terreno que se iba a comer el mundo. Luego vendrían TiburónEncuentros cercanos del tercer tipo, Indiana Jones y los cazadores del arca perdidaE.T.Indiana Jones y el templo de la perdiciónIndiana Jones y la última cruzada, los “Spielberg históricos serios” (El color púrpura, El imperio del solLa lista de SchindlerAmistad, Rescatando al soldado Ryan, Lincoln, Munich, Puente de espías), el retorno a los géneros populares (Jurassic Park, Inteligencia Artificial, Minority Report, La guerra de los mundos, Las aventuras de Tintín), el costado Truffaut (varias, pero con un eje en Atrápame si puedes El gran amigo gigante), el trabajo como productor. El componente familiar y autobiográfico en sus películas. Los amigos del grupo de los movie brats del New Hollywood. Y sobre el resto de las películas, una gran elipisis.  

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Todos los que hacemos cine hemos querido ser Steven Spielberg alguna vez. Quizás me equivoque, pero hay bastante de eso en las generaciones que nos criamos viendo su cine. Porque no solo se trata de un gran, un extraordinario creador (hecho del que esta película se ocupa poco y nada, en una suerte de antítesis de lo que sería un libro como El cine según Hitchcock, la célebre conversación con Francois Truffaut), sino de, como dije antes, una suerte de mito viviente, una vida ejemplar sobre la cual no se hace otra cosa que seguir acumulando leyendas. Como si se tratara de zanahorias. Y desde un destino latinoamericano vemos volar a los Fede Alvarez, a los Andy Muschetti, a los Damián Szifrón, a los Guillermo del Toro y a otros tantos que siguen y seguirán. Y en el medio, ahí donde las vidas de los artistas notables deberían mostrarnos no un camino simple, sino uno trabajoso, duro y contradictorio, se nos cuenta un hermoso cuento tranquilizador, con una moraleja final no menos perturbadora: el cuento del control absoluto y completo de las experiencias de una vida. El cuento de una vida sin riesgos. Y sin riesgos no hay arte. Spielberg lo sabe, Lacy, no.

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