Una chica corre para adelantarse a la marcha. Tiene una radiografía con letras caladas en una mano. En la otra, un aerosol. Se para en la senda peatonal, apoya la radiografía sobre una de las líneas blancas y estampa en negro: “Magnacco ladrón de bebés de la Esma”. Dos segundos después la frase será pisada por la columna del segundo escrache al genocida y obstetra de ese centro clandestino de detención, varias veces condenado por secuestros, torturas y la apropiación de bebés durante la última dictadura cívico militar. Organizado por Hijos Capital, la marcha culminó ayer en la puerta del edificio de departamentos donde Jorge Luis Magnacco vive libre, excarcelado desde diciembre por haber cumplido dos tercios de su pena. El primer escrache, 20 años atrás, fue durante el reinado de las leyes de impunidad, cuando los represores no podían ser juzgados. “Y ahora que volviste a estar en libertad, volvemos”, le gritan los militantes desde un escenario que corta Marcelo T. de Alvear entre Rodríguez Peña y Montevideo: “Los hijos e hijas de tus víctimas estamos acá para que hasta que vuelvas a la cárcel la condena social se convierta en tus rejas. Que lo sepa todo el barrio: acá vive un genocida”.

La concentración comienza en Talcahuano y Tucumán, justo en una de las esquinas del Palacio de Tribunales. “Este es un lugar emblemático”, explica Carlos Pisoni, hijo de militantes desaparecidos. Está parado en medio de la cabecera de la columna, que detrás de la bandera “el único lugar para un genocida es la cárcel” comenzará a avanzar hacia la casa de Magnacco en pocos minutos, y un pañuelo blanco gigante que frente a las vallas que protegen la sede central del Poder Judicial donde atiende la Corte Suprema expresa que “son 30 mil presentes”.

Emblemático el Palacio de Tribunales, dice Pisoni, porque “muchos de los que llenan estos tribunales son los responsables de que haya genocidas en sus casas y libres, a quienes les dan prisiones domiciliarias por goteo” mientras “nuestros compañeros están injustamente detenidos en las cárceles sin condena”, continúa. Lee una lista de “presos políticos” que incluye a Milagro Sala, Carlos Zannini, Facundo Jones Huala y Luis D’elía, entre varios otros. Y advierte: “Estamos acá para decirles a estos jueces que no estamos dispuestos a vivir este nuevo dos por uno por goteo”. “Como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar”, se enciende la manifestación, nutrida de militantes de Hijos de La Matanza, Córdoba y Santa Fe, y de gremios como ATE, familias jóvenes con sus hijos –muchos nenes y nenas–, grupos de amigos y amigas.  

“Así como sucedió con Etchecolatz queremos que suceda con Magnacco”, reconoce Pisoni en diálogo con este diario. Etchecolatz, múltiplemente condenado por delitos de lesa humanidad, había obtenido la domiciliaria en diciembre y hasta el viernes pasado vivió en su casa del Bosque Peralta Ramos en Mar del Plata. Ayer regresó a la cárcel luego de que Casación le revocara el beneficio, repudiado por sus vecinos y discutido en los tribunales.

La manifestación arranca precedida por un camión que durante la caminata amplifica las razones del escrache e invita a los peatones, a quienes se asoman por los balcones y a los que circulan por la calle a sumarse. Luego, avanza la cabecera de la movilización y, detrás, todos y todas las demás con carteles con las fotos de Magnacco. Talcahuano, Córdoba, Callao, cuyos edificios encajonan y potencian las canciones de la columna: “Hola que tal, Magnacco ¿cómo está? Milico asesino te venimos a escrachar”. Cada tanto, carteles del Grupo de Arte Callejero que señalizan la distancia con la casa del genocida quedan colgados de algunos postes de luz.

El caso del médico de la Armada es diferente al de Etchecolatz ya que ni siquiera debe estar encerrado en departamento “F” del décimo piso del edificio ubicado en Marcelo T. de Alvear 1665. En diciembre pasado, el TOF 5, el mismo que lo condenó a 14 años de prisión por haber participado de secuestros y torturas en la Esma y haber dirigido siete partos en la maternidad clandestina que allí funcionó, le concedió la excarcelación por haber cumplido los dos tercios de la pena en prisión. Para entonces, el obstetra represor ya tenía tres condenas por apropiaciones. “Cuando hay impunidad el pueblo sale a la calle”, advierten los Hijos una vez en la puerta del departamento.

El cantito popular muta al “cárcel común, perpetua y efectiva. Ni un solo genocida por las calles de Argentina”. Con pintura amarilla queda registrado en la calle que ahí vive el “partero de la Esma”.

Guillermo sube al escenario en el que se convierte el camión de sonido una vez alcanzado el destino. Respaldado por Sebastián Rosenfeld, Jorge Castro Rubel y Pedro Sandoval, que también nacieron en la Esma, toma el micrófono y le dice a los vecinos del barrio que “ese hombre que se cruzan en la verdulería, la vereda o el ascensor” fue “parte del engranaje necesario de la maquinaria” del terrorismo de Estado que actuó en ese centro clandestino. “Sabía perfectamente en qué condiciones estaban secuestradas nuestras madres embarazadas, su destino final y qué iba a pasar con todos nosotros”, continúa, “pero nunca rompió el pacto de silencio. Abajo del escenario lo aplauden los y las manifestantes. Muchos tienen sus rostros tapados con barbijos intervenidos con la pregunta “¿dónde están?” en referencia a los más de 300 nietos y nietas robados que aún buscan las Abuelas de Plaza de Mayo.